Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

miércoles, 1 de julio de 2009

Etapa 7: Melide-Santa Irene


(Imagen: Ermita de Santa Irene)

Lunes, 15 de junio de 2009

Ya no falta nada, mañana llegaré a Santiago. Hoy, en Arzúa me separo de mis compañeros peregrinos y seguiré sola hasta Santa Irene. Lo estuvimos hablando anoche, ellos no regresan a casa hasta el viernes así que estas últimas etapas las harán más cortas. Yo tengo billete de avión Santiago-Valencia para el miércoles temprano. Barajo la posibilidad de perderlo ya que fue uno de esos chollos que encuentras en la red, tanta es la tristeza que me da separarme de ellos, pero no, lo que me queda puedo hacerlo sin demasiado esfuerzo en dos etapas y me esperan en casa, sobre todo el pequeño al que ya le voy notando una pizca de morriña cuando llamo por teléfono.

Desayunamos en el mismo restaurante en el que paramos anoche a tomar los chupitos. Esta mañana es una mujer la que está sirviendo y al principio nos parece un poco brusca en el trato, habla con un tono un tanto “mandón”, pero nunca te puedes fiar de las apariencias y acaba preocupándose de que no nos olvidemos nada o de si llevamos suficiente agua.

Volvemos a disgregarnos y vamos variando de vez en cuando de pareja, llevamos un buen ritmo, las primera horas de la mañana son las mejores para caminar. Me gusta hacerlo entre la niebla. El flujo de peregrinos ya es continuo pero todavía hay momentos en los que parece que estás sola. Me emparejo un rato con Tere, esta mujer lleva un ritmo endemoniado pero vamos charlando y casi sin darme cuenta me acoplo a él sin problemas. En estos días de convivencia han ido saliendo a la palestra detalles de nuestras vidas personales, y me sorprendo pensando cuánto se puede conocer a alguien en tan poco tiempo.

En Santiago de Boente hacemos una parada y visitamos la Iglesia que está abierta. Hay una pequeña imagen de Santiago muy bonita, y cogemos algunas estampas de recuerdo. Nuria lleva colgada una de las bolsas que cogimos en Melide para ir recogiendo las basuras que encontramos desperdigadas en el Camino. Es vergonzoso: botellas, plásticos, botes… cada vez que se llena la vaciamos en alguno de los contenedores que vamos encontrando, y vuelta a empezar.

- Joder, Nuria, nos quejamos Mariví y yo (que somos las que solemos ir con ella) que cuesta un montón agacharse con la mochila.

- Se lo prometimos a Maria José – es su respuesta.

Sin duda esta chica es mujer de palabra.

Descanso en Ribadiso tomando algo fresquito, y estamos en Arzúa. Son las doce y media y el albergue aún está cerrado. Ante la puerta una fila de mochilas esperando que abran. Las chicas, y Alberto, las dejan también allí y vamos al restaurante que hay enfrente a comer algo. Se llama “La Huella” y el techo está lleno de huellas de manos y de leyendas. Almorzamos y llega el momento fatal, tengo que despedirme. Les abrazo, uno a uno, y ya empiezo a echarles de menos. Me cuelgo la mochila y echo a andar antes de que empiece a llorar sin remedio.

Camino a buen paso disfrutando otra vez de mi soledad. Es raro esto, o no, no lo se, los primeros días extrañaba a veces el andar en compañía, luego con Alberto y las chicas, las etapas se me hicieron cortas, me gustaba la charla, las bromas y las risas. Ahora estoy como empecé, pero con un montón de recuerdos de buenos momentos y con los ánimos reforzados.

En algún sitio del camino me encuentro con un homenaje a un peregrino que falleció antes de llegar a Santiago: Guillermo Wat, 69 años, murió un 25 de agosto de 1993. Hay una pequeña losa con una inscripción y la escultura de unas zapatillas. Allí mismo me paro un momento a descansar y pienso que tampoco es una mala manera de morir, al fin y al cabo estaba haciendo seguramente lo que más le gustaba. ¿Qué mejor que morir caminando en lugar de hacerlo postrado en una cama víctima de una larga enfermedad? Es mi vieja obsesión ante la pérdida de calidad de vida, ante el deterioro físico y mental de las personas. Buen camino, Guillermo, buen camino, le digo en un susurro antes de irme.

En medio de un sendero precioso, rodeada de árboles que dejan pasar apenas algunos rayos de sol, me quito la mochila y no me puedo resistir a hacer una foto con el móvil y mandar un mensaje masivo a todos mis amigos, que rabien un poquito. Al poco rato me sale al encuentro un hombre que por todo saludo me aconseja “en el segundo bar hay buena empanada”. Apenas entiendo el mensaje y sigo caminando pensativa hasta que al entrar en un pequeño pueblo se hace la luz. Hay un restaurante con unas cuantas mesas fuera, en la terraza, donde descansan varios grupos de peregrinos, y una gran pancarta en la que se lee algo así como: “No dejes que te digan dónde debes parar”. Pido un Aquarius y me siento en una mesa. Casi enfrente hay un grupo de chicas jóvenes riendo y bromeando, van tan monas que parece que acudan a un desfile de moda, se remangan los pantalones para tomar el sol… con la que está cayendo. Me llama la atención una pareja que acaba de ocupar la mesa contigua, y que llevan con ellos a una perrita, una cocker. La observo y me parece que está perfectamente, su dueño sale del bar con un recipiente de agua fresca y otro con el pienso.

- Hola, le saludo, ¿lleva bien el camino la perrita?

- Sí, estupendamente.

- ¿No ha tenido problemas en las patas?

- No, que va, venimos desde Roncesvalles, ella ha recorrido más kilómetros que nosotros porque cuando la llevamos suelta, va y viene sin parar. Por tramos de carretera le ponemos la correa.

Me acuerdo de que se ha comentado en el foro esto de los perros, pero está visto que siempre hay excepciones. Le hago unas carantoñas a la perrita y antes de que me de cuenta se me planta encima un enorme perrazo que estaba tumbado un poco apartado de las mesas, casi me tira de la silla. Le doy cuatro almendras y le rasco la cabeza, sólo quería mimitos, y una vez satisfecho se vuelve a su sitio.

Apenas un kilómetro antes de llegar a Santa Irene, paro en un bar al lado de la carretera a refrescarme. Podría continuar hasta Arco do Pino donde se que encontraré a Toni y a Pepe, pero después de pensarlo, decido terminar hoy aquí. Por un camino asfaltado y después de cruzar la nacional, llego al albergue. Está apartado de todo, no hay bar (me acuerdo de Toroastur) ni casas, ni nada. Está equipado con comedor, salón y cocina, pero desgraciadamente no se me ocurrió parar a comprar algo para hacerme la cena. La hospitalera, una chica joven, me indica la habitación en el piso de arriba. Tiene ocho literas, cinco de ellas están ocupadas por italianos y las otras dos por dos chicas americanas.

Uno de los italianos habla también español, así que hace de intérprete. Después de saludarles y charlar un rato, me disculpo para ir a darme una ducha. El albergue tiene una especie de jardín o parque con varios sitios tranquilos en los que sentarse. Busco un lugar apartado y hago varias llamadas: a casa, a la compañía aérea para confirmar mi pasaje y a las chicas para que sepan que he llegado.

Cuando vuelvo al albergue hay un coche en la puerta, en el que suben las nenas monísimas que me encontré esta tarde en el bar. Parecen enfadadas, al parecer la hospitalera quería hacerlas esperar por si llegaba algún peregrino rezagado. Y tenía razón porque después de eso, aún aparecieron tres o cuatro más, desfallecidos. Le pregunto a la hospitalera si hay algún sitio cerca para cenar algo, me indica el restaurante en el que paré esta tarde antes de llegar. No es que me ilusiones caminar casi un kilómetro hacia atrás, pero tengo hambre y no me apetece irme a la cama sin cenar.

- Puedes ir por la carretera, me dice, o por un camino asfaltado que te lleva allí directamente, pero es muy solitario.

- ¿Solitario? – hace que me sonría – no te preocupes por eso. Soledades a mí, a estas alturas.

Me acerco hasta allí paseando y me como una buena ensalada, gigante diría yo, estos gallegos hasta para hacer una ensalada son exagerados.

Es hora de dormir, mañana llego.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

He buscado en Internet información sobre Watt, pero sólo he encontrado escuetas referencias a la placa, en el camino, a las puertas de Santiago.
Watt, a lo mejor un simple oficinista, o taxista, o albañil, o sereno, un simple peregrino, seguro que nunca pensó que su apellido llegaría a codearse, aunque algo de lejos, con los nombres de los santos. Y todo por no llegar, por morirse en el camino, como, si lo miramos bien, más o menos hace todo el mundo.
Watt no llegó a Santiago. No sé si su placa es un monumento a la desgracia o a la suerte, porque no creo que nunca ningún peregrino llegue tan lejos.

Te sigo con interés, Dune, y me reitero: es un placer leerte, gracias.
K

Des dijo...

Mira no se me ocurrió buscar nada sobre él, que por cierto no es el único, un poco más cerca de Santiago hay otra placa en recuerdo de otro peregrino que también falleció antes de llegar hasta el Santo.
No se si es buena o mala suerte, es el destino, simplemente, a mí me pareció más bien un simple homenaje en recuerdo del fallecido, como esas curvas en la carretera en la que siempre vemos un ramo de flores en el punto fatídico donde ocurrió un accidente.
Gracias K.

Anónimo dijo...

hola.... queria solo darte las gracias por lo que has escrito en el blog. Yo me llamo Simone, dueno de Tosca, la perrita de la que hablabas antes, y no sabes que ilusiòn me ha hecho leer estas tres frases que hablan de nosotros.Ha sido como volver a caminar, o màs bien, ha sido como volver a estar sentados en ese bar con el sol de galicia encima de nuestras cabezas.... muchas gracias

Des dijo...

¡Hola Simone! ¡qué casualidad! me alegra mucho que hayas pasado por aquí y sobre todo que te haya gustado lo que has leído. Cuando llegué de Santiago escribí cada una de las etapas, quizá con el ánimo de releerlas y recordar, en el caso de que no pueda volver al Camino (tengo la esperanza de poder hacerlo entero algún día) y me acordaba de Tosca y de su aspecto tan feliz.
Un abrazo y un saludo de mi parte a Tosca que espero siga con tanta energía.
Gracias a ti.