Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

jueves, 23 de diciembre de 2010

martes, 14 de diciembre de 2010

Peña Lotera "Blog REVISTA de García Francés" (inciso)

Aquí está mi aportación.

Yo, DES, acepto participar en la Peña Lotera del Blog Revista de García Francés, para lo cual hago público el número del décimo que aporto. Todos los premios obtenidos entre el total de los números jugados se repartirán a partes iguales entre quienes hayan aceptado estas normas. La relación actualizada de participantes se irá haciendo pública en el Blog Revista de García Francés según ustedes vayan cumpliendo los requisitos.

Lex prima, secunda et tertia de la Tabula Tertia de las Leges Duodecim Tabularum

Ley primera, segunda y tercera, de la Tabla Tercera de las Leyes de las Doce Tablas, que estuvieron vigentes en Roma desde el 450 aC. hasta Justiniano (Siglo VI dC.).

[1] Aeris confessi rebusque iure iudicatis XXX dies iusti sunto.
(Gellius 15, 13, 11; 20, 1, 42-45)

Para el cobro de una deuda que ya ha sido reconocida, y en la cuantía que se haya determinado judicialmente, se concederá un plazo legal de treinta días.

[2] Post deinde manus iniectio esto. In ius ducito.
(Gellius 15, 13, 11; 20, 1, 42-45)

Inmediatamente después de dicho plazo se procederá a la aprensión: se le conducirá (al deudor) ante el magistrado.

[3] Ni iudicatum facit aut quis endo eo in iure uindicit, secum ducito, uincito aut neruo aut compedibus XV pondo, ne maiore aut si uolet minore uincito.

Si el reo no cumple la sentencia y allí mismo nadie sale fiador de su deuda, se lo podrá llevar consigo el demandante, atado con una correa o con cadenas de quince libras de peso; no con menos, e incluso, si así lo quisiere, podrá cargarlo de cadenas más pesadas aún.

Y ahora, a esperar que la Diosa Fortuna nos visite.



viernes, 10 de diciembre de 2010

Sucedió que el amor (Dos)


Aquella mañana amaneció radiante. El sol se abría pasado tímidamente intentando con sus rayos caldear la tierra. Apenas había comenzado la época de las nieves, pero parecía que estuviésemos en primavera, aún cuando el viento venido de las montañas era frío a esas horas tempranas.

En el interior de la cabaña, al calor del hogar, el ambiente era muy agradable. Estaba aireando y colocando las pieles que habíamos utilizado durante la noche, mientras escuchaba las voces de los hombres que cuchicheaban alrededor de las hogueras preparándose para salir de caza y calentando su cuerpo con ricos caldos o infusiones. Los niños, ya despiertos, correteaban gritando y peleando llenos de energía.

Canturreaba quedamente cuando noté el silencio repentino del exterior, roto al instante por el saludo de algún extranjero. Me quedé inmóvil, los brazos aún estirados sosteniendo la piel que me disponía a colocar bien estirada sobre el lecho. Era la voz grave de un hombre, grave e intensa, vocalizaba despacio en nuestro idioma, aunque se notaba que tenía que esforzarse por encontrar las palabras que quería pronunciar. Pronto volvieron a escucharse a los hombres saludando al recién llegado.

Inexplicablemente mi corazón había empezado a latir de forma descontrolada. Sentía el rostro ardiendo y el calor empezaba a sofocarme. Quería concentrarme de nuevo en mi tarea pero algo me lo impedía, era aquella voz que llegaba hasta mí como si su dueño estuviese allí mismo, hablándome al oído.

Una bocanada de aire fresco se coló por la puerta cuando entró mi pequeño como un torbellino:

Mamá, mamá, sal a ver al extranjero. Anda ven – y estiraba de mi mano queriendo arrastrarme con él.

Suelta, suelta, acabarás tirándome. Tengo cosas que hacer, ve a jugar con los otros niños y no molestes a los hombres.

Ven, por favor, tienes que verle. Lleva ropas extrañas, y el cabello… es largo y negro, lleva una trenza larguísima.

Fuera, fuera, fuera – le dí suavemente en el culo empujándole – déjame terminar y ya saldré luego.

Por fin se convence y me quedo mirándole marchar, por la puerta entreabierta. Si me moviese sólo un poco hacia la izquierda vería al grupo de hombres hablando junto a la hoguera, pero no quiero hacerlo. No debo mirar, con escuchar esa voz ya he tenido suficiente. Quiero tranquilizarme pero no puedo, le oigo hablando despacio para hacerse entender. Tiemblo descontroladamente, como si de pronto fuese presa de extrañas fiebres.

Mujer ¿no piensas salir a saludar al extranjero?

Me has asustado – respondo a mi esposo que acaba de asomar por la puerta – me siento indispuesta, creo que voy a tomar algo caliente y acostarme, no se qué me pasa.

¿Estarás otra vez…? – pregunta mientras se acerca a acariciar mi vientre.

No, no creo que sea eso. Quizá cogí algo de frío, estoy mareada. ¿Podrías disculparme ante él?

Sí, esposa mía, no te preocupes, cuando vuelva podrás hacerle los honores.

¿Cuándo vuelva?

Sí… claro, no sabes quien es. ¿Te acuerdas de una niña a la que desterraron con su familia a las tierras del Norte porque la encontraron escondida en el hueco del árbol sagrado con un amigo?

Vagamente.

Claro, tu eras aún muy niña. Bueno, él es su hermano. Pertenece a nuestro pueblo por eso conoce nuestra lengua, su madre les enseñó a hablarla y no quiso que la olvidasen. Finalmente su hermana se desposó con un hombre de las islas del otro lado del mar. Hace años que no la ve y ha emprendido el viaje para reencontrarse con ella, y llevarle algunos presentes que le dejó su madre antes de morir. Se llama Kadir. Le prestaremos una de nuestras canoas para el viaje por mar y nos la devolverá a su vuelta. Acuéstate y descansa, llamaré a Merine para que te prepare uno de sus remedios.

No, antes pídele por favor que disponga comida y agua para nuestro visitante, necesitará provisiones para el viaje, yo puedo esperar, no te inquietes.

Arropada por las suaves pieles intentaba apartar de mi cabeza aquella voz, su nombre, Kadir, Kadir, mientras mi cuerpo se estremecía sin remedio. Las palabras de los sabios de la tribu me aterraban: “El amor es engañoso y recorre caminos sinuosos hasta conseguir su propósito. Se disfraza, se esconde tras un bello rostro, o unos ojos brillantes, quizás una sonrisa tímida o una voz cálida y armoniosa… o una voz… o una voz”

Me desperté asustada entre gemidos. La dulce sonrisa de Merine apenas consiguió tranquilizarme. Sus ojos me miraban interrogantes. Para que no leyera en los míos la respuesta, los cerré fingiendo que dormía.

(Continuará)

viernes, 12 de noviembre de 2010

Sucedió que el amor (Uno)


Los ancianos de la tribu hablaban del amor, alertaban a los jóvenes imberbes y a las niñas a punto de menstruar sobre los peligros de ese sentimiento maldito, fruto de una imaginación demoníaca que destruiría para siempre su libertad. Si dejáis que el amor anide en vuestro corazón, decían, seréis sus esclavos, os convertirá en seres egoístas, capaces de cometer las mayores locuras por la persona amada, ablandará vuestro cerebro hasta hacer de vosotros estúpidos y desgraciados peleles. Los dioses os abandonarán a vuestra suerte y la desgracia caerá sobre vuestras familias. El amor es una cárcel en la que seréis presos y carceleros a un tiempo. Los jóvenes escuchaban atentamente la diatriba de los sabios, atemorizados ante los terribles auspicios que relataban.

Escondida tras los árboles recordaba al escucharles, cuando hace años yo misma estaba sentada en el suelo, alrededor del fuego, temblando de miedo. Ahora vivía feliz, desposada con el hombre que habían elegido para mí y yaciendo cuando me apetecía con otros hombres de la tribu. Estaba bien visto gozar de otros hombres o mujeres, tanto el esposo como la esposa debían tener amantes esporádicos con el fin de no acaparar a su pareja. Si pasado un tiempo razonable desde la ceremonia matrimonial no copulaban con otros, los miembros de la tribu empezaban a sospechar. Se vigilaba a los niños por si sentían alguna predilección en especial, y ante la más mínima sospecha, los padres de la parejita eran obligados a emigrar a tribus distintas, de las varias que habitaban en las montañas, con el fin de que no volvieran a encontrarse.

Hacía unos años, estando recién desposada, llegó hasta nuestro poblado una mujer perteneciente a las tribus del desierto. Caminó durante treinta y cinco lunas, sin comida ni agua, siguiendo a uno de nuestros jóvenes que formaba parte de un grupo que partió hacia aquellas tierras de arena y fuego en visita de buena hermandad, como era costumbre cada cierto tiempo para mantener la paz y la concordia con nuestros vecinos. La joven se había enamorado, eso es lo que dijo, y cuando supo que su amado volvía con los suyos, salió tras él del poblado. La cuidamos y curamos sus heridas, mientras que enviamos un emisario dándoles noticias de ella para tranquilizarles. Parecía imposible que ese cuerpo enflaquecido hubiese podido soportar los rigores del desierto, era como si una fuerza interior la mantuviese con vida. Decidió quedarse con nosotros porque según decía no soportaba la idea de vivir alejada de aquél a quien amaba con toda su alma, pero tampoco pudo soportar que él tuviese otra esposa y varias amantes con las que debía compartirle. Enloqueció de celos hasta el punto de herir con un puñal a una de las jóvenes mientras yacía con el que ella creía sólo suyo.

Recuerdo sus gritos cuando cuatro hombres de su tribu vinieron a llevársela alertados por nuestros mensajes, lloraba desesperadamente mirando a su amado, suplicándole le dejase seguir a su lado, pero todos sabíamos que el amor era su único dueño y que sería incapaz de volver a pensar con sensatez. Yo sentía lástima por ella, y al mismo tiempo una punzada de envidia o quizá curiosidad por saber qué era aquello tan fuerte que le hacía sufrir de ese modo.

Y un día sucedió.

(Continuará)

jueves, 11 de noviembre de 2010

¿Dije jueves?

Tendréis que perdonarme, será mañana, es que llevo un día... que cuando llegan estas horas no me quedan ganas más que de morirme, como decía Doña Paca. Y es que a veces hasta se me olvida respirar, oyes, y tengo que darme una colleja a mi misma: ¡respira, coño, que te ahogas, y el oxígeno no te quita velocidad! Ale, que ya falta poco. Voy a hacer un poco de relajación a ver si consigo ponerme freno.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Me gustan...


Este hombre en el papel de Viriato, su intensa mirada, su media sonrisa, su pelo, su barba, su rabia, su fuerza, su pasión, su ternura... que me gusta y punto.



Y esta canción que me alegra el cuerpo:


Próximo jueves: nueva historia.



miércoles, 27 de octubre de 2010

Qué será, será...


No acabo de discernir si esta situación de: desánimo, ni fu ni fa, me la refanfinfla... es el virus de la gripe que me ataca, o esta vida que me aburre.


domingo, 17 de octubre de 2010

Sin palabras


Ya estamos otra vez igual, siempre la misma cantinela, que si no cambio el día menos pensado me dejarás solo, que si estás harta de mi humor caprichoso, de mi mala leche. ¡Vete, hostia! Vete de una puta vez y deja de tocarme los cojones. Y deja de llorar, me cago en tus muertos, que me tienes negro ya con tanta llantina. ¿Te vas? ¡Ale! ¡que te den! Mejor si no vuelves… a la puta mierda.

Ésta, dentro de un rato, está llamando a la puerta, pidiéndome perdón… como siempre. Menuda gilipolla. Ahora que esta vez la voy a tener llorando en la escalera toda la noche ¡qué se habrá creído!

Al cabo de un mes dejó de seguir a las mujeres que llevaban su mismo corte de pelo. A los tres, se aburrió de mirar por la ventana cada vez que un coche aparcaba frente al portal. A los seis, ya no temblaba cada vez que el móvil empezaba a sonar. Al año, se cortó la lengua.

No pudo contar por qué lo había hecho. Unos dijeron que se había vuelto loco, los más pensaron que fue un accidente.

En su lecho de muerte, maldice (en silencio) ser tan deslenguado.

sábado, 16 de octubre de 2010

Habitación 223

(Imagen: Natividad Jiménez)

Malditas las ganas que tengo de limpiar habitaciones. Virtudes se despereza en el sofá. Se está tan bien allí. Está en la salita que utilizan para tomar un bocado a mitad de mañana o un café cuando terminan su jornada. La estancia está caldeada, el sol entra a través del ventanal y calienta suavemente la piel. Esto es mucho mejor que la calefacción. Menos mal que sólo me queda dar una miradita a las habitaciones que anoche quedaron sin ocupar, rutina para comprobar que todo está en orden. Diez lleva en la lista, parece que a pesar de ser temporada baja sigue habiendo huéspedes en el hotel. Empezaré por la planta de abajo. La cuarta. La salita está en la de arriba, junto con tres o cuatro cuartos más donde guardan la ropa de cama y los utensilios de limpieza. Esto es pan comido, a ver si termino pronto y me da tiempo de tomar un café antes de acabar el turno. Arrastra su carrito de limpieza por la segunda planta. Habitación 223.

Qué cosa más rara, aquí huele a bombones de licor. ¡Me cago en la leche! ¿quién coño se dejaría ayer la ventana y las cortinas abiertas de par en par? Si se entera la gobernanta se le cae el pelo, seguro que fue Lola, mira que es despistada esa chiquilla, pues buena está la cosa, no se puede ir por la vida como va ella, haciendo las cosas al tuntún. Rodea la cama para cerrar la ventana cuando los ve tendidos en el suelo. Están desnudos y abrazados. Está a punto de gritar, pero instintivamente se lleva la mano a la boca y permanece muda. No puede apartar los ojos de la pareja que parece dormir ajena a su presencia. Es imposible que no se hayan despertado. Sus cuerpos que ya aparentan una cierta edad, desprenden una serena belleza. Virtudes vuelve a mirar la lista. ¡Joder! he debido meter la pata, si se despiertan y me ven aquí se va a armar la marimorena. La habitación 223 aparece claramente como desocupada. No puede ser. Permanece indecisa sin saber qué hacer y cuando decide ir a buscar a la gobernanta y les mira por última vez, no puede creer lo que está pasando. Abre los ojos desmesuradamente. Están desapareciendo, se deshacen hasta que sobre el suelo sólo queda una especie de polvo formando la silueta de los cuerpos.

Pero ¿qué cojones es esto? ¡Ay! Virtu, que no te tenías que haber fumado ese canuto después del almuerzo, mira que tiene razón Manolo y acabarás mal del coco. Ya, ya he empezado a imaginarme cosas, pero ¿cómo que imaginarme cosas? ¿y ese… lo que sea que se ha quedado en el suelo? Tengo que llamar a alguien, tengo que avisar de lo que ha ocurrido. ¿Qué voy a contar? y ¿quién me va a creer? Si me toman por loca, adiós a la renovación de contrato, y encontrar otro curro en estos tiempos está chungo, y menos un trabajo como éste. Lo mejor será que limpie el suelo, cierre la ventana y lo deje todo aseadito. Y me olvido, ya está, me olvido, aquí no ha pasado nada. Se asoma a la puerta que dejó entreabierta y escudriña el pasillo vacío. Del carro que dejó arrimado extrae el aspirador. Me da no se qué aspirar eso. Si son fantasmas o algo así no les va a gustar nada meterse en una bolsa llena de porquería. ¡Qué tonterías estoy diciendo! Dejo la maría… ¡lo juro! Vuelve el aspirador a su sitio y coge la escoba y el recogedor. Por si las moscas, mejor lo barro. Lo hace con suavidad, deshaciendo lentamente la silueta de la pareja y llevando el fino polvo hacia el recogedor. El olor a bombones de licor que desprende impregna su uniforme. Se queda un momento con aquello en la mano sin saber qué hacer, hasta que decidida se asoma a la ventana que da a un jardín interior y después de asegurarse de que nadie la ve, lo vacía. El polvo, como si tuviese vida propia, se junta formando un remolino y se aleja llevado por el viento.

¡Qué mala cara tienes! Están todas en la salita comentando los últimos chismes de las revistas del corazón. Creo que el almuerzo no me sentó bien. Me cambio y me voy a casa. Angustias la mira desde su sillón. Es la más veterana. Le tocó a la novata, puedo leerlo en su rostro. Recuerdo como si fuese ayer, la primera vez que los vi hace ya cinco años. Y luego todos, sin faltar uno, siempre el mismo día, siempre la misma habitación. Pobrecita, no dirá nada, como hice yo. Investigué, eso sí, no podía dejar de pensar en ellos. En los amantes que encontraron muertos hace diez años, tal día como hoy. El hotel intentó que no se le diese demasiada publicidad y en los periódicos y la televisión no dijeron el nombre del establecimiento, pero yo sabía que eran ellos. Alguien envenenó los bombones de licor que compartieron. Interrogaron a sus respectivas parejas pero no se detuvo a nadie por falta de pruebas. Quien quiera que fuese el autor del crimen, no consiguió acabar con su amor. Vuelven cada año a repetir su encuentro furtivo, una y otra vez, quizá para toda la eternidad. A veces siento envidia de ellos, pocos, muy pocos, conocen un amor así. Bueno, y algunas como yo, ni así ni de otra manera. Les he tomado cariño. Ahora ya puedo irme tranquila, a ver si me aprueban de una vez la maldita invalidez que ya no puedo con mis huesos. Ya tienen quien les vuelva a dejar libres cada año, porque seguro que les tiró por la ventana… si conoceré yo a la Virtudes

martes, 12 de octubre de 2010

Jóvenes e inocentes (Final)


(Imagen: "Viejas Zapatillas" de Mauro Alberto Cano)


Cuando Laura llega a su destino empieza a lloviznar suavemente. Deja la moto en un callejón poco transitado y le pone el candado, se cuelga la mochila a la espalda y sube la capucha de su sudadera, se la regaló el Chori cuando fueron al festival de Benicasim, él tiene otra idéntica. Echa a andar en dirección a la parada del autobús dando un pequeño rodeo por las calles aledañas para hacer tiempo.

– ¡Eh! Malena ¿qué haces por aquí?

El rostro de la chica refleja sorpresa y curiosidad cuando al doblar una esquina se encuentra de frente con Laura.

– Perdona, no te había reconocido ¿de qué vas disfrazada?

– ¡Jajajajajaj! Es la ropa de faena, pero no me has contestado ¿te has perdido por este barrio?

– No, no me he perdido, vivo aquí.

– ¡Joder! tía, si pensaba que vivías por nuestro barrio, y ¿cómo coño vas todos los días hasta el Cervantes? Está un rato lejos.

– En el bus ¿cómo quieres que vaya? Lo que no me explico es qué haces tú tan lejos de casa y en “ropa de faena”.

– ¡Ah! Mi abuela vive aquí cerca, al otro lado del río para ser exactos. Bueno, ahora la casa está vacía, ella está pasando una temporada en casa de su otra hija, en Mallorca. Mi madre me ha dado permiso para celebrar mi cumpleaños en la casona, pero… ¿no te lo dicho el Chori? Es el próximo sábado, le dije que estáis los dos invitados… será capaz de haberse olvidado.

– Ya, pues no, la verdad es que no me ha dicho nada.

– No hagas caso, ya sabes como es.

– Oye, verás, quería darte las gracias por hablar con él.

– ¿Te lo ha dicho?... será mamonazo.

– Sí, me lo ha contado mientras comíamos en el burguer. Muchas gracias. Creo que te había juzgado mal, lo siento.

– No tiene importancia. Es normal, tía, seguro que pensabas que estaba celosa o algo así ¿no? Puedes estar tranquila, el Chori está bien para una temporada, pero no es el tipo de hombre con el que me apetece comprometerme, ya sabes, mucho músculo y poco cerebro… ¡uy! Creo que me he pasado, me olvidé que ahora es tu chico. Pero en el fondo es un buen tío.

– No me has dicho qué vas a hacer a casa de tu abuela.

– Nada, vine a dar un vistazo, hace más de un mes que la casa está cerrada y no quiero encontrarme con alguna sorpresa… ratas o algo así. El sábado por la mañana vendré a limpiar un poco y a prepararlo todo para la fiesta. Bueno, pues nada, ya nos veremos mañana. Me voy antes de que me arrepienta, me da un poco de yuyu pasar el puente a estas horas, ya ha oscurecido… ¡este puto invierno!

– ¿Quieres que te acompañe?

– No, tía, tranquila, que ya es tarde y seguro que te esperan en casa.

– Mi madre no vuelve del trabajo hasta las once, va, te acompaño y seguimos charlando.

– Como quieras ¿hay forma de convencerte para que te vayas a casa?

– Ni modo.

– ¡Jajajajajaja! Me encanta esa expresión.

Laura y Malena echan a andar entre risas. A lo lejos ya se divisa la silueta en sombras de la larga pasarela que atraviesa el río de lado a lado. Ha dejado de llover, y la oscuridad se hace más palpable al alejarse de las calles más concurridas del barrio. Caminan lentamente, hablando en voz baja. Entre el silencio que envuelve sus pasos, se distingue claramente el sonido del agua, el río está cerca.

– No me gustan los ríos – dice Laura, asomándose a la barandilla. Abajo las aguas oscuras continúan su camino hacia el pantano.

Están solas en mitad de la pasarela.

– ¿No te gustan o te dan miedo? – pregunta Malena no sin cierta sorna.

– No se. Cuando era pequeña y veníamos a ver a mi abuela, siempre quería que mi padre me cogiese en brazos y me sentase en la barandilla. Un día me resbalé y a punto estuve de caer al agua, me libré por los pelos. Mi madre se puso histérica y casi le pega a papá… mira, fue aquí mismo.

Se asoman las dos en el punto indicado por Laura.

– La verdad es que así, de noche, da un poco de miedo – reconoce Malena.

– ¡Joder! maldita zapatilla, ya se me ha vuelto a desatar.

Se agacha fingiendo atarla mientras aprovecha para dar un vistazo a lo largo de la pasarela y comprobar que no hay nadie a la vista. Rápidamente extrae del calcetín la llave inglesa que cogió en el garaje, mira un segundo hacia arriba y ¡zas! Se levanta de un salto y golpea con fuerza la cabeza de Malena, que cae apoyada sobre la barandilla. Le resulta fácil entonces agarrarla por los pies y empujarla por encima de la pasarela. Escucha el chapoteo del cuerpo al entrar en el agua. Luego tira la llave al río, todo lo lejos que puede. Da media vuelta y se aleja.

Respira acompasadamente intentando tranquilizarse, parece como si el corazón quisiera saltar del pecho, late con rapidez y siente una especie de angustia que le oprime el pecho. Tranquila tía, piensa, ya está hecho, esa mosquita muerta recibió su merecido y al Chori le esperan unos días algo complicados. Cuando llega hasta el callejón donde dejó la moto, su pulso late regularmente. Es al poner el pie en el pedal cuando distingue unas manchas rojas en la zapatilla ¡mierda! piensa, la sangre de esa zorra ha debido salpicarme. Por un momento parece confundida. Sonríe cuando su vista tropieza con un contenedor de la basura al final de la calle. Camina hasta él, se descalza, y tira allí las zapatillas. Volverá a casa sin ellas, las manchas de sangre son difíciles de limpiar y no quiere tener que responder las preguntas de su madre. Comprará otras iguales con el dinero que le dio su padre antes de que ella se de cuenta. Arranca la moto y sale de allí conduciendo despacio. Todavía tiene cosas que hacer, mañana toca examen de mates y se ha propuesto sacar una buena nota, se acabaron los días del Chori y gentuza como él, ella es distinta y se merece algo mejor.

Cuando el callejón se queda en silencio, la mujer se levanta del rincón donde estaba acostada. La chica tiró algo en el contenedor y quiere mirar lo que era, se encuentran tantas cosas de provecho en la basura. Su boca desdentada se abre con sorpresa al sacar aquellas zapatillas, están un poco manchadas pero le calentarán los pies, las que lleva están llenas de agujeros y siempre le entra el agua cuando llueve. Las mete bajo el brazo y vuelve a su rincón, rezando para que no le estén pequeñas.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Respeto


En el día después, leo y escucho a algunas de las personas que ayer optaron por acudir a la convocatoria de huelga general, pedir respeto a las que, por el contrario, decidieron desempeñar su trabajo como cualquier otro día, haciendo valer ambas su derecho de decisión. Escuchar esto me descoloca. ¿Acaso alguien vio a algún grupo de huelguistas increpado por los compañeros que acudían a su trabajo?

Respeto.

¿Se entiende por respeto siliconar las cerraduras de los establecimientos para impedir su apertura? ¿Pinchar ruedas de coches y camiones para que no salgan a hacer su ruta? ¿Fijar clavos con silicona en los accesos a los polígonos industriales para que los que decidieron libremente trabajar no puedan hacerlo? ¿Insultar, vilipendiar, abuchear, coaccionar, amenazar como energúmenos a los compañeros (palabra habitual usada en la jerga de los sindicalistas) que piensan de forma diferente?

Piquetes informativos.

¿Por qué los piquetes "informativos" dan por supuesto que aquellas personas que deciden trabajar están desinformadas? ¿Por qué ponen siempre como excusa que quien acude a su puesto de trabajo es bajo coacción del empresario? ¿Quizá para hacer bueno el dicho de "piensa el ladrón que todos son de su misma condición"? ¿Tanto les cuesta entender que existen muchos miles de trabajadores que tienen sus buenas razones para no seguir las consignas que dictan los sindicatos?

Razones como que:

  • La tan cacareada huelga general no es más que una pantomima orquestada por los sindicatos para hacerse un lavado de cara que borre las manchas de su ineptitud.
  • Ineptitud para hacer bien su trabajo: sentarse a negociar hasta que se les pele el culo y no levantarse hasta haber llegado a un acuerdo justo y acorde con los tiempos que nos ha tocado vivir.
  • La mejor protesta contra el gobierno se lleva a cabo en las urnas. Si realmente los partidos no están de acuerdo con la política del gobierno actual, sólo tienen que unirse y presentar una moción de censura provocando elecciones anticipadas. Pero claro, está por medio el mercadillo de votos: yo te doy mis votos y tu me dejas hacer en mi comunidad autónoma lo que me sale de los huevos.
  • No estar dispuesto a perder ni un puto duro de su salario, que en muchos casos puede representar la comida de su familia para unos cuantos días, para que los señores sindicalistas vivan como reyes sin pegar palo al agua.
Son sólo algunos ejemplos posibles e imaginarios (seguro que se me quedan muchos en el tintero) que pueden esgrimir aquellos que se pasan la huelga por el forro y deciden libremente trabajar.

Están en su derecho ¿o no? Me pregunto por qué no les dejan ejercerlo esos a los que se les llena la boca hablando de libertad y democracia, y no tengo respuesta.

Unos pisotean los derechos de los otros, el gobierno se rasca el culo y por hacer algo cara a la galería, manda a la vicepresidenta a no decir nada y echarle sonrisitas a D. Cándido en un programa de radio, y la oposición aprovecha para seguir criticando ni hacer nada útil.

Empiezo a avergonzarme de ser española.

Es sólo mi opinión... un respeto.

Pd. Mis disculpas por este inciso en el desarrollo de la historia que estoy escribiendo, pero para mi era del todo necesario.

martes, 28 de septiembre de 2010

Jóvenes e inocentes (Tercera parte)


Durante toda la clase, Laura sigue observando al Chori de soslayo. El movimiento rítmico y continuo de sus pies revela su nerviosismo. Permanece con la mandíbula tensa queriendo parecer interesado por lo que explica la profesora, pero ella sabe bien qué está rumiando, que no puede quitarse de la cabeza la puta nota anónima.

Cuando finaliza la clase sale disparado al pasillo, camina arriba y abajo ante la puerta del aula donde está Malena, que permanece cerrada. Es tan despistado que no recuerda que ese día tienen al mismo profesor durante dos horas seguidas. Laura se acerca a él y le lleva discretamente hacía una de las ventanas al final del pasillo, alguien comenta que tienen libre la última hora porque al parecer el Pelao, que es como llaman al de Literatura, está enfermo.

– Te invito a un cigarrito en el patio ¿hace? No me mires así, Malena no va a salir, repiten clase con el Plasta.

El Chori asiente mientras se dirigen a las escaleras.

Se sientan en el suelo, en un rincón del patio.

¿Vas a decirme qué coño te pasó? ¿A qué venía montar tanta bulla?

Sin decir nada, el Chori saca del bolsillo una hoja de papel arrugada y se la tiende a Laura, que finge no saber lo que pone en ella.

– ¿Esto es todo? No me jodas, tío, pensé que eras un poco más listo. Esta mierda es obra de cualquiera.

– No soy gilipollas, Laura, conozco la fama de los cubanos, y Malena vive en ese barrio. Además ¿quién puede ser tan cabrón para tomarse tantas molestias?

– No se qué tiene que ver que Malena viva en ese barrio, tu sabrás lo que tienes en la cabeza. Y eso puede haberlo escrito cualquiera, un tío envidioso porque Malena es tu chica, o una tía de tantas a las que dejaste plantada y ha querido darte a probar tu misma medicina. A más de una la has jodido bien poniéndole los cuernos.

– Sí, ya lo se. A ti no te los puse, antes te conté que me gustaba Malena.

– Seguramente tuvo mucho que ver aquello que te dije de que si se te ocurría pegármela con otra , te cortaba los huevos.

Por primera vez, el Chori sonríe.

– Y te creí, cabrona, tu hubieras sido muy capaz.

Lo que no te dije – piensa Laura – es que si me dejabas por otra, te los cortaría igualmente.

– Tía, he metido la pata ¿verdad?

– Hasta el fondo. Si yo fuese Malena, después del pollo que le has montado delante de todos, no te volvía a mirar a la cara. Pero, tienes suerte, ella es de otra pasta.

– ¿Qué hago? Ayúdame, Laurita.

– Si me vuelves a llamar Laurita, acabaré cortándote los huevos.

– ¡Qué bruta eres! – dice el Chori, riendo.

– A ver, Malena tiene clase por la tarde ¿no?

– Sí, y después se queda una hora más por lo del repaso de castellano. Yo no tengo clase, las dos de hoy las tengo aprobadas… es lo que tiene ser repetidor ¿Tu también vuelves esta tarde?

Laura ya sabe todo eso, pero disimula.

– Sí, yo también, y ya debería estar en casa preparándome la comida en lugar de estar perdiendo el tiempo aquí contigo. A ver, puedes esperar a que termine y luego la invitas a comer en un burguer o algo así, te disculpas, y esta noche cuando termines de machacarte, correr y todas esas cosas raras que haces, vas a verla y la sorprendes con algún detallito.

– Había pensado dejar hoy el gimnasio y comprar entradas para ver una peli.

– ¡Joder! sí que te dio fuerte. Tampoco te pases o pensará que eres un calzonazos que puede manejar a su antojo. Los hombres sabéis muy poco de psicología femenina.

– Está bien, te haré caso. Voy adentro no sea que salgan antes de tiempo. Gracias, tía, eres cojonuda.

– De nada, mamón, y no la pifies, haz exactamente lo que te he dicho.

La tarde transcurre tranquila. Por la expresión de Malena, Laura sabe que el Chori siguió al pie de la letra su consejo. Ahora viene lo más difícil.

No se equivocó al elegir ese día precisamente para llevar a cabo su plan. Pasará la noche sola, ya que a su madre le toca guardia en el hospital por lo que no volverá hasta las ocho de la mañana. Ha salido del instituto una hora antes de lo que lo hará Malena, tiene el tiempo justo para prepararse. Merienda un poco y se cambia de ropa. Se pone unos pantalones de chándal y una sudadera con capucha, guantes y el casco de la moto. Cogerá la de su hermano que está guardada en el garaje mientras él sigue el curso en el seminario. Mete algunas cosas en la mochila y llama a su madre por teléfono. Le cuenta que tiene que estudiar para el examen de matemáticas del día siguiente y que se acostará temprano. Antes de salir de casa, le escribe un e-mail a Vanesa contándole cuatro tonterías, y lo programa para que se envíe en hora y media. Repasa mentalmente su plan para asegurarse que no deja ningún cabo suelto. Es la hora. Tiene que atravesar toda la ciudad y no quiere llegar tarde a su cita.

martes, 14 de septiembre de 2010

Jóvenes e inocentes (Segunda parte)


Remolonea un poco esperando a que Malena y El Chori, que se acercan cogidos de la mano, le adelanten. Cuando están a su altura se entretiene jugueteando con el móvil.

– ¡Ey! Laura ¿cómo te va? – le dice El Chori, alegremente.

– Bien, muy bien ¿y a ti?

– De puta madre, tía.

Ella le responde sonriente levantando el pulgar mientras les ve alejarse por el pasillo.

Al Chori le gusta como se ha tomado Laura su ruptura. Es la primera tía que no se pasa semanas petándole el puto móvil con mensajitos lloriqueantes o colgando frases ridículas en el Face. Estuvo bien mientras duró, fue lo único que dijo. Hace días que la ve charlando con el pijo del barrio de las Luces, otro que tal, hijo único del dueño de la cervecera, y elige el Cervantes para estudiar ¡manda cojones! El Chori piensa que hacen buena pareja, porque Laura tampoco es como ellos, está un escalón por encima de la mayoría de jóvenes con los que se relaciona. Llegó a la ciudad, con su madre divorciada y su hermano, allá por el mes de Julio. Estaba jodida. Su padre es pediatra y su madre, enfermera jefe en el Hospital General, y vivían tan ricamente, hasta que el muy cabronazo le hizo un bombo a la colombiana que les limpiaba la casa dos veces por semana. Su mujer le echó de casa, pero no pudo soportar la presión de verle cada día en el trabajo, así que decidió empezar de nuevo en otra ciudad. Le sacó una buena pensión y se largó. Para Laura fue duro tener que dejar a sus amigos de siempre. La conoció patinando, una de esas tardes que la peña se aburría y decidieron darle a los patines. La tía hacía unas piruetas de acojone y él se quedó prendado de su agilidad y sus rítmicos movimientos. El sexo con ella no fue como con las otras, no tuvo que engañarla con triquiñuelas o jurarle amor eterno, lo hicieron porque a los dos les apetecía. Una tía valiente y legal, la Laura.

Ella está a punto de entrar en clase cuando siente que la sujetan del brazo. Es Estefanía, otra de sus amigas, seguro que ha estado hablando con Vanesa y viene a comerle la oreja.

– Espera chica que vengo corriendo detrás de ti todo el pasillo.

– Pues no se porqué ¿has olvidado que nos sentamos una al lado de la otra?

– Ya, pero es que quería preguntarte algo y no quiero que nos oigan.

– A ver, dispara.

– Oye, no creo que te vayas a cruzar de brazos después de la putada que te ha hecho ese cabrón. A mi me lo puedes contar, no soy una cotilla como Vanesa ¿qué piensas hacer con él?

– Eliminarle de mi Facebook.

Y entra en clase antes de que su amiga reaccione.

El Chori está sentado dos filas por delante, tres pupitres hacia la izquierda. Desde allí puede observar su rostro de perfil. Todavía no abrió el libro de Química. En ese momento llega el profesor y Laura no puede evitar cierta inquietud. Ahora. Le mira de reojo aguantando la respiración cuando él despliega la hoja doblada que acaba de encontrar dentro del libro. Percibe su rabia mientras lee el mensaje, formado pulcramente por letras recortadas de revistas : “Tu amiga es una puta que te pone los cuernos con un cubano del Padre Ferri” Hay tantos cubanos en el instituto del Padre Ferri que a nadie puede comprometer esa nota, pero cumple el objetivo. Y ella tuvo buen cuidado de ponerse guantes para no tocarla en ningún momento con la smanos. Conoce bien al Chori, sabe de sus celos, de su orgullo de macho. Sabe que en ese momento está bullendo de ira y sabe con seguridad lo que vendrá después.

Durante toda la clase, El Chori se muestra nervioso y distraído. El profesor le llama dos veces la atención por mandar mensajes con el móvil. Y Laura se imagina a quien van dirigidos. Cuando al finalizar la clase suena el timbre, él se levanta de un salto de la silla y corre hacia el pasillo. En dos zancadas se planta ante la puerta de la clase contigua, a la que acude Malena. En cuanto la ve, se la lleva hacia la otra pared, junto a una ventana. Se forman corrillos de estudiantes que esperan la llegada del profesor que impartirá la siguiente clase. Entre el murmullo son perfectamente audibles los gritos del Chori que zarandea a una Malena asustada e ignorante de lo que ocurre, mientras él agita la nota anónima ante sus ojos. La gente empieza a mirarles y poco a poco se va haciendo el silencio, sólo se escucha la voz brusca y amenazante del Chori.

Laura decide que es el momento de actuar, todos los presente son testigos de la terrible discusión. Se acerca a la pareja y agarra al Chori por el brazo.

– ¿Qué coño te pasa?

– No te metas en esto, no es cosa tuya – grita soltándose de un tirón.

– Está bien, si quieres puedes seguir montando el espectáculo y que todos piensen que eres un cabrón hablándole así a tu chica.

Se da cuenta entonces de las miradas que se clavan en él y se vuelve con rabia.

– ¿Qué cojones miráis?

Mientras, Laura se acerca a Malena que ya no puede reprimir las lágrimas y la aparta de allí.

– ¿Qué está pasando? Todos a clase… ¡inmediatamente!

Antes de que los chavales empiecen a desfilar y se dirijan a clase, se oye al Chori diciéndole a Malena:

– Tu y yo hablaremos esta noche.

Laura respira satisfecha, el plan salió perfecto y no duda que pasará lo mismo con lo que tiene planeado.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Jóvenes e inocentes (Primera parte)



Malena y El Chori se comen la boca escondidos en la esquina de la pared trasera del instituto. Han buscado un lugar discreto intentando pasar desapercibidos, pero no es una tarea fácil cuando cientos de estudiantes pululan por el patio. Es la hora del recreo.

Malena empieza a notar la dura protuberancia que intenta abrirse paso en la entrepierna del Chori. Es hora de parar esto, piensa, y al tiempo que se desprende de su boca, le aparta con una ligera presión de sus manos apoyadas en el torso masculino. Él, con las suyas firmemente agarradas a su culo, la aprieta un poco más restregándola contra su sexo. La chica le aparta ahora con firmeza. Esa es su gran baza, mantenerle con ganas de follarla, conoce la fama del Chori, al que las chicas le duran apenas dos semanas, el tiempo que necesita para que se le abran de piernas, y fanfarronear luego de sus trofeos. Si fuese un pistolero del Oeste haría una muesca en su revolver por cada una que se pasó por la piedra. Está segura. Pero ella es distinta. El Chori no es el hombre de su vida, ni siquiera le pone, en realidad preferiría estar sentada en un banco en compañía del sabiondo del pupitre del fondo, pero ser la chica del tío más popular y deseado del instituto es un punto. Apenas han pasado cuatro meses desde que llegó allí, después de vagar con su familia por distintos pueblos de España, venidos desde la lejana Venezuela. No quiere acordarse de aquellos primeros días ¡qué vaina! todos terminaban en llantina y la sumían en una rabia profunda hacia sus compañeros, que la trataban con desprecio o lo que es peor, con tal indiferencia que a veces llegaba a creer que era invisible. Pero todo cambió cuando El Chori se fijó en ella, las chicas empezaron a tratarla con respeto y un punto de envidia, y de las miradas que le dirigían los chicos emanaba un deseo a duras penas contenido.

¡Joder! ¡qué dura me la ha puesto! piensa El Chori, mientras se acaricia el paquete. Se muere por follarla, la muy puta le tiene cogido por los huevos. Le calienta con esa lengua voraz que se le cuela hasta la garganta mientras le empitona con las tetas grandes y duras de pezones puntiagudos que amenazan con traspasar la camiseta. Y luego nada, lo más que consiguió fue que se la pelara una noche en el portal de su casa. A punto estuvo hace dos días de mandarla a la mierda, al fin y al cabo hay una docena de tías esperando por él, dispuestas a lamerle la polla con sólo chasquear los dedos, se mueren por su cuerpo. Su trabajo le cuesta, machacándose dos horas cada día en el gimnasio para lucir esos bíceps abultados, unos pectorales perfectos y una espalda que es la envidia del instituto. Malena es tan dulce y melosa cuando quiere. Y está en juego su reputación, si se da por vencido y no acaba metiéndosela, adiós a su fama de machito. No va a convertirse en el hazmerreír de la peña ¡no te jode! Tarde o temprano acabará follándola, sólo tiene que tener un poco de paciencia, mostrarse dulce y comprensivo, eso a las tías les mola y las pone cachondas.

– ¿Has visto a esos cerdos como se morrean?

La voz de Vanesa sorprende a Laura que ensimismada miraba los escarceos de la pareja. Suspira, intentando disimular la sensación de fastidio que le produce la interrupción de su amiga.

– Esa guarra le tiene bien pillado. No se qué ha visto El Chori en ella, tú le das cien mil patadas, a esa puta de mierda.

– Vamos, Vanesa, no exageres. Lo que le ha visto es difícil de esconder, un par de buenos melones, un culo gordo y respingón y un nuevo coño que follar. Todas conocemos al Chori.

– Te veo muy tranquila ¿te da lo mismo? No me digas que no te da por el culo que ese cabrón te haya dejado tirada.

Vanesa no ha podido evitar un ligero tono entre compasivo y ufano, y pretendiendo arreglar su metedura de pata, baja los ojos y se acerca a su amiga pasándole su brazo por el hombro. Pero para Laura no ha pasado desapercibido. No se sorprende, Vanesa, como las demás, siempre sintieron envidia de ella mientras fue la chica del Chori. Las muy hipócritas la adulaban descaradamente, y ahora, abandonada por ese mamonazo, después de follársela hasta que se cansó, había caído estrepitosamente del altar al que la habían elevado. Pero no va a consentir que se den cuenta de lo jodida que está, no necesita su compasión, necesita venganza.

– No, Vanesa, no me da por el culo, en realidad me ha hecho un gran favor. Estaba hasta el coño del Chori, quería romper con él y no sabía como hacerlo, así que el muy gilipollas me lo puso en bandeja.

Vanesa hace una ligera mueca de incredulidad.

– Tía, no me jodas. Si está buenísimo, y debe tener la polla más grande de todo el instituto.

– Pues no, no la tiene grande. Y no aguanta dos asaltos, músculo y fachada, eso es El Chori, ni más ni menos. Cuando quieres empezar a calentarte, el tío ya se corrió y te quedas a dos velas. Así que me alegro que se lo haya llevado esa pobre infeliz… que le sea leve.

Y se da media vuelta mientras le echa un vistazo al reloj. Es la hora de volver a clase. Sonríe pensando en la sorpresa que le espera al Chori en su pupitre.


(Continuará)

jueves, 26 de agosto de 2010

La Azotea (Del libro: Humedad Relativa)


(Imagen: Delacroix & Delfina)


No había otro momento para subir a tender la ropa que un domingo a las nueve de la mañana. Llego a casa después de una noche de juerga y ahí está mi madre, esperándome. Que le duele la espalda, dice, y no puede con el cacharro de la ropa. Vale, vale, no tengo ganas de oír el sermón, mejor cojo la dichosa ropa y me largo dejándola con la palabra en la boca. Al abrir la puerta de la azotea se me pasa el malhumor, hace un día espléndido. Hay un tipo asomado a la azotea contigua, con los codos apoyados en la pared y mirando en dirección al mar. Me pongo a la faena, en cuanto termine voy a meterme en la cama y no me levanto hasta las siete de la tarde… por lo menos. El hombre se ha dado la vuelta y me está mirando. No sé cuánto tiempo lleva haciéndolo pero caigo en la cuenta que al agacharme dejo a la vista la mitad del culo con el tirachinas del tanga verde pistacho que llevo puesto. Sigo tendiendo la ropa, pero no puedo evitar mirarle de vez en cuando. Está empalmado el cabrón, menudo bulto tiene entre las piernas. Debe tener alrededor de cincuenta años pero no está mal. Será uno de esos polacos o rumanos que tienen alquilado un piso en el edificio de al lado. Le miro un rato y él se acaricia la entrepierna como en un descuido. Le saco la lengua y me voy.

He pasado toda la semana pensando en el hombre de la azotea. Mi madre se ha quedado parada cuando he subido a tender la ropa sin que ella me dijese nada. Me doy cuenta que estoy ansiosa por encontrarle. Está ahí otra vez, pero hoy no me da la espalda, creo que me esperaba. Empiezo a colgar la ropa en las cuerdas echándole una ojeada de vez en cuando. Llevo falda, una falda bien corta. Tardo más de la cuenta en colocar todas las prendas, creo que nunca lo hice con tanto cuidado. Y no quiero irme todavía. Me siento en el pequeño escalón que sobresale de la pared que rodea la azotea, a unos centímetros del suelo. Él no quita ojo de mis piernas. Dejo resbalar por los hombros los tirantes de la camiseta. Sé hacerlo como si pareciese algo casual. El derecho va cayendo hasta dejar media teta a la vista. Meto la mano y la acaricio hasta sacarla fuera. El tipo se ha acercado hasta la pared que está justo enfrente de donde estoy sentada. Se está sacando la polla, lo sé, aunque no pueda verla. Mis pezones se han puesto duros y mi coño está más que mojado. Me amaso las tetas ya sin disimulo y pellizco los pezones mientras él se pajea. Me voy sin esperar a que se corra.

Anoche, follando en el coche con Jaime, pensé en el polaco. Me enteré de que es polaco en el bar de Poli, ayer, mientras tomaba una coca-cola. Los hombres todo lo cotorrean y luego hablan de las mujeres. Pensé que era él quien me follaba en el suelo de la azotea. Jaime alucinaba viendo lo cachonda que estaba, y es que el pobrecito no da para mucho, si no me doy prisa con él me quedo a dos velas, debe padecer eyaculación precoz o algo así. Mucho “madelman” pero poco aguante. Subo las escaleras de dos en dos. No llevo bragas. Ya está apoyado en la pared mirando hacia mí. Me obligo a ir despacio, muy despacio, agachándome con cuidado para que sólo pueda ver mis muslos. Nada más. Cuando termino vuelvo a sentarme en el mismo sitio. Le miro un rato y abro las piernas. Abre los ojos y la boca al ver mi coño abierto en todo su esplendor. Subo la falda un poco más y empiezo a acariciarme, metiéndome los dedos bien adentro. Puedo escuchar los ronquidos de su garganta mientras su mano se mueve rápida. Saco los dedos de mi coño empapado y los lamo. Me los meto en la boca. Ha dejado de pajearse y mira por encima de la pequeña pared hacia abajo, por el hueco que separa su azotea de la mía. En un momento se ha encaramado a la cornisa. Tiene la polla tiesa fuera de los pantalones. Hace un movimiento de vaivén con el cuerpo y salta. En esos pocos segundos me he corrido. Está delante de mí, mirándome. Abro las piernas y él se lanza a comerme el coño. Me excita pensar que puede entrar alguien en cualquier momento. Y vuelvo a correrme en su boca. Echo su cabeza hacia atrás cogiéndole del pelo, y él se pone de pie. Antes de meterme la polla en la boca le digo: “llámame puta” “¿puta?” “sí, puta, puta, llámeme puta” Puta, puta, puta… repite sin parar mientras me llena la boca. “Si mañana vuelves a saltar… me follas” le digo ayudándome con señas. Y le dejo goteando semen.

No sé cuántas veces me he masturbado pensando en el jodido polaco. En el momento en que saltó para venir a comerme el coño. Quiero que salte otra vez, dejaré que me folle sólo por eso, que me la meta por el culo, que me haga lo que quiera. Mi madre no está en casa, creo que hoy le tocaba la abuela. No sé si debería tender hoy, ha estado llovisqueando un poco y el hombre del tiempo dijo que iba a llover. Qué sabrá el hombre del tiempo, si está saliendo el sol otra vez. Cojo el cesto con la ropa y las pinzas. Es verdad, el suelo de la azotea aun está un poco mojado, pero en cuanto el sol empiece a calentar… Está esperándome. Dejo el montón de ropa en el suelo y voy hacia él. Hace intención de subir la pierna para pasar, pero le digo que no, que espere. Quiero que se le ponga dura y se la saque. Me apoyo en la pared frente a él, separados tan sólo por la distancia que hay entre los dos edificios y dejo al aire las tetas. Se las enseño para que las vea de cerca. “¿Te gustan?” Afirma con la cabeza. “Me las vas a chupar y a morder… mira, mira” Y las estrujo, las amaso, mientras los pezones crecen y se empinan. Me toco el coño empapado y él se saca la polla. “Ven, salta, déjame que mire como saltas. Y dime puta, dime puta mientras lo haces”. “Puta, puta…” y se balancea. “Mas fuerte, dilo más fuerte” Me ha mirado un segundo y eso ha debido distraerle. “Puta…” y sus ojos se abren sorprendidos al darse cuenta que no hace pie. “Putaaaaaa….” O quizá estaba mojada la cornisa. Paf.

“Menudo lío se ha armado ahí abajo” dice mi madre entrando en casa. “¿Qué ha pasado?” “Seguro que estabas durmiendo, hija, nunca te enteras de nada. Uno de esos polacos que al parecer se ha caído de la azotea. O se ha tirado, vete tú a saber. Aunque dicen sus amigos que andaba muy contento últimamente. Los vecinos dicen que a lo mejor quería cruzar a nuestra azotea para entrar luego a robar a cualquier casa. Y tampoco me extraña, de esta gente no te puedes fiar. ¿No habrás subido a tender la ropa?” “¿No has oído que va a llover, mamá? Y hoy que no estabas para darme la tabarra…” Se me cierran los ojos, estoy rendida. Me he corrido tres veces recordando los ojos asombrados del polaco… menuda sorpresa se llevarían al verle con la polla fuera.

martes, 24 de agosto de 2010

En busca del hombre perdido (Final)



– Bueno, Mari Puri, de vuelta a casa. Si te soy sincera ya tenía ganas.

– Y yo, Pepi, no es para tanto el Caribe, igual hubiésemos ligado más en Benidorm, está claro que nuestra media naranja no está en la otra parte del mundo.

– Y si está no nos hemos tropezado con ella. Pero, chica, lo hemos pasado bien ¿o no?

– Sí, tomamos el sol como lagartas, nos bañamos en aguas cristalinas y hemos disfrutado de un hotel de lujo, no, no ha estado mal.

El avión que nos lleva de regreso está a punto de despegar y no puedo evitar cierto cosquilleo en el estómago, esto de volar no es para mi. Ciertamente, tiene razón Mari Puri, lo del ligoteo no es para tanto. Sí, había guapos mulatos dispuestos a hacerte compañía y nosotras la aceptamos gustosamente uno o dos días, pero la verdad, acostarse con un tío, así en frío, no acaba de gustarme. Y no es que le haga ascos a un buen polvo a bote pronto, pero no es lo mismo. Tiene que haber ese chispazo, esa atracción que no te explicas y que es imposible contener. Estos chicos eran cariñoso y amables, pero se les veía el plumero. Era todo muy forzado y me dejaba con una sensación de vacío y lástima de mi misma.

Los clientes del hotel eran en su mayoría parejas de recién casados en su luna de miel, y algún que otro grupillo de hombres que se veía a la legua a lo que iban y aparecían cada noche acompañados de una mujer distinta. Pedazos de mujeres. Hubo un francés que nos hacía tilín a Mari Puri y a mi. Se acercó una noche a nosotras cuando estábamos en la terraza del hotel tomando una copa. Mostraba por las dos la misma admiración y a ambas nos obsequiaba con su sonrisa. Mari Puri y yo hicimos un pacto de no agresión, a las dos nos gustaba, así que veríamos por cuál se decidía el hombre. Pero pasaban los días y no notabas ninguna diferencia en el trato, hasta que saltó la liebre. Una noche que había bebido un poco más de la cuenta confesó que se moría por hacer un “ménage a trois”, el muy cabrito. Y no, eso no entraba en nuestros cálculos, así que lo mandamos a tomar por el saco y decidimos que ya estaba bien, en los días siguientes nos dedicaríamos a disfrutar del fabuloso paisaje y la tranquilidad de sus playas.

– ¿Sabes una cosa, Pepi?

– ¿Qué?

– Que estos últimos días lo pasé genial y no eché de menos la compañía masculina. No se porqué estamos emperradas en buscar pareja. No es ningún drama vivir sola ¿no?

– No, Mari Puri, no es ningún drama. Prometo, de hoy en adelante, no perder ni un solo minuto de mi tiempo buscando a mi hombre perdido.

– Y yo, prometido.

El viaje se me ha hecho largo y pesado, seguramente por las ganas que tengo de estar de nuevo en casa. No aparecen mis maletas y por tercera vez nos avisan de que el autobús que ha puesto la agencia de viajes para trasladarnos desde el aeropuerto hasta el centro de Madrid está a punto de salir, sólo faltamos nosotras. Estoy de los nervios. Pregunto por mi equipaje y nadie parece saber lo que ocurre. Pasan quince largos minutos y por fin veo aparecer mi maleta azul. Por fin.

Salimos a todo correr rogando que no nos hayan dejado tiradas, aunque en el peor de los casos siempre podemos coger un taxi. Son las cuatro de la mañana, estoy agotada y de muy mala leche. Malditos tacones, no se porqué no me puse unas deportivas. Claro que no sabía que iba a tener que correr la maratón. El autobús sigue allí, esperándonos. Llegamos sin aliento y tengo la impresión de que el hígado y alguna que otra víscera me van a salir por la boca de un momento a otro. Mari Puri ya metió su maleta en el portaequipajes y cuando voy a hacer lo propio con la mía ¡boom! la cerradura sale disparada y todo el contenido se desparrama por el suelo.

¡Me cago en la puta maleta! ¿Qué coño han hecho esos inútiles? Cabronazos de mierda. Si no tratasen el equipaje a golpes, voy a poner ahora mismo una reclamación que se van a cagar. Blasfemo como un carretero a voz en grito.

– Tranquilícese, señorita, no pasa nada. Déjeme que la ayude.

– Cálmate Pepita, que cuando te sale el genio asustas a cualquiera.

– ¿Qué me calme? ¿Qué no pasa nada? ¿Quién coño es usted?

– El conductor del autobús. Si es capaz de relajarse un poco, meteremos sus cosas en la maleta y podremos salir de una vez.

Creo que me he ruborizado. Me estoy comportando como una cría y con el cabreo se me había olvidado que hay más pasajeros esperando para llegar a casa. Me he quedado inmóvil sin saber qué hacer, mientras Mari Puri y el conductor se afanan por volver a embutir mi ropa en la maleta. Ahora sí que estoy jodida, pienso, al darme cuenta de que el hombre lleva en la mano un par de tangas diminutos, al tiempo que mi rostro se tiñe de escarlata. Él parece darse cuenta y los guarda rápidamente en un rincón, pero no puede evitar sonreír ligeramente con una pizca de travesura colgándole en los labios. Luego se acerca a la parte delantera del autobús y vuelve con un rollo de cinta aislante con la que da unas cuentas vueltas a la maleta evitando que vuelva a abrirse.

– Bien, creo que de momento resistirá. Ahora ¿podemos irnos ya?.

– Lo siento, perdone, digo en un susurro al pasar junto a él.

– No tiene importancia, los nervios del viaje juegan a veces malas pasadas.

Mari Puri y yo nos sentamos justo detrás del conductor y durante el trayecto puedo ver a través del retrovisor las miradas que de vez en cuando me dirige. Me ponen nerviosa, a veces nuestros ojos coinciden y ambos nos apresuramos a desviarlos. Me doy cuenta de que el cansancio y la mala leche que se me ha puesto por el incidente han desaparecido como por arte de magia, y me sorprendo pensando que no me importaría que este viaje durase un poco más, pero para mi desgracia hemos llegado al punto de destino.

No hago caso de las prisas de Mari Puri para que nos apeemos del autobús y consigo que lo hagamos las últimas. Él está al lado del portaequipajes abierto ayudando a los pasajeros a sacar sus maletas. Espero que la mía resista hasta casa sin abrirse, afortunadamente estamos a sólo una manzana. Saca limpiamente la de Mari Puri y luego extrae la mía con mucho cuidado. Nuestras manos se rozan cuando me la entrega y ahora sí que el cosquilleo del estómago me deja casi sin respiración.

– Me llamo Enrique – me dice alargando su mano – y ha sido un verdadero placer conoceros.

– Yo soy Pepita y ella Mari Puri. Siento mucho lo de antes, me avergüenzo de mi comportamiento.

– No tiene importancia, esto de volar tiene sus riesgos, sobre todo en lo que se refiere al equipaje, el trato que recibe no es suave precisamente.

Nos quedamos un momento en un silencio incómodo.

– Bueno, gracias por todo – consigo decir – tenemos que irnos.

– Espera, espera un momento por favor. Me gustaría, me gustaría – tartamudea – me gustaría invitarte alguna tarde a tomar algo si no te molesta.

– Ehhhh – no se qué decir – no, no es molestia, estaré encantada.

– ¿Me das tu teléfono?

Y se lo doy. Mientras nos alejamos noto cómo tiemblan mis piernas, pero eso no me impide darle un codazo a Mari Puri para que deje ya esa risita tonta.

– Pepita, no seas bruta, que casi me tiras.

– Ya está bien ¿no? ¿se puede saber qué te hace tanta gracia?

– ¡Ay! Pepita, que nos hemos ido al Caribe en busca del amor, y mira por donde parece que lo tenías a la vuelta de la esquina.

– ¡Eh! No corras tanto, sólo vamos a quedar para tomar algo, nada más. Luego… ya veremos.

– Si se te nota en la cara, boba, parece que te hayas tragado una bombilla encendida que te ilumina toda.

– Calla, payasa. No quiero ilusionarme, ya ves cómo salieron las citas de tu agencia.

– No es lo mismo, Pepi, ni comparación. Ha habido química, lo se, eso se nota, y ya es un buen comienzo.

– Está bien, me gusta ese hombre, pero… ya veremos, que como tu dices me he vuelto muy exigente y no va a ser llegar y besar el santo.

– Qué razón tienen los que dicen que el amor no se busca, el amor te encuentra.

– Pues podía haberse dado un poquito más de prisa en encontrarme.

– No te quejes, hay gente que no lo encuentra nunca.

– Es un consuelo. Te quedas esta noche a dormir en mi casa ¿no?

– Sí, no tengo ganas de ir hasta la mía, estoy rendida. Oye, Pepita…

– ¿Qué?

– Prométeme una cosa.

– ¿Qué?

– Que cuando te cases me harás dama de honor.

Lo dice atragantándose mientras intenta no reírse. Me ha pillado por sorpresa, con la mano en la puerta abierta cediéndole el paso, cosa que aprovecha para pasar corriendo por mi lado, riendo a carcajadas.

– Hoy duermes en el sofá – grito mientras la persigo – por listilla.


PD: Gracias por vuestra paciencia.

viernes, 13 de agosto de 2010

En busca del hombre perdido (Cinco)


– ¡Joder! Mari Puri – consigo decir entre hipidos. Yo no se cómo se te ocurre poner “Los puentes de Madison”. No he llorado tanto desde… desde que murió mi pobre abuela. ¡Maldita sea! ¿Tu crees que fuera de las películas se pueden encontrar hombres así?

– Y yo que sé, Pepita. Si de verdad existen, yo no he visto ninguno. Bueno, a decir verdad quizá me he encontrado con individuos que a simple vista podían parecer así de…especiales, pero casi siempre estaban pillados. Y claro, vete tu a saber cómo son en la intimidad, que esa es otra, que no son pocas las veces que te dan gato por liebre.

– Dímelo a mi. Cuatro amigas tengo divorciadas que ponen a sus ex a parir en cuanto ven la oportunidad, y si no la ven, también ¡anda que no les gusta largar! Cuando me acuerdo de lo pagadas que estaban con ellos cuando eran novios, no me puedo creer que estén hablando de la misma persona. ¡Qué mala es la confianza, Mari Puri!

– Me atiborré de palomitas, y mañana cuando me mire en el espejo voy a tener un sentimiento de culpa que no me dejará levantar cabeza en todo el día. ¡Me cago en la pena negra! Mira que no poder siquiera desahogarse comiendo palomitas.

– Olvídate de las palomitas. Ya quisiera para mi ese cuerpazo de infarto que te gastas. Mari Puri, sinceramente ¿alguna vez habéis emparejado a alguien en la agencia? Porque yo creo que ya perdí las esperanzas.

– Que sí, mujer, claro que sí. Igual es que no eran tan exigentes como tu. Mira, en realidad la gente lo que busca es compañía, cuando van pasando los años les entra el pánico de encontrarse solos en la vejez y se tiran de cabeza a la piscina, aunque esté vacía ¿A ti no te da un poco de pena quedarte sola?

– Pues mira, no. Alguna vez lo he pensado, no te lo voy a negar, pero no es eso lo que más me preocupa. Lo que más me jode, Mari Puri, es no haberme enamorado nunca, no saber lo que es eso. Me ha gustado algún tío, sí, pero no hasta el punto de perder la cabeza por él, de no pensar en nadie más. Igual es que eso de la mariposas en el estómago no es para mí. Y luego dicen que todos tenemos nuestra media naranja…

– Sí, eso dicen, pero ¿cuántas posibilidades hay de que se encuentren las dos mitades? Pueden estar a miles de kilómetros de distancia, igual la tuya es un australiano, o un mulatazo africano, o un chino mandarín… ¡vete tú a saber!

En esas estamos cuando oigo tintinear unas llaves, como si alguien estuviese abriendo la puerta. Y antes de que pueda preguntarle a Mari Puri si comparte el piso con alguien, hace su aparición en el salón un hombre guapísimo. Me quedo muda de la impresión. El hombre andará rondando los cincuenta, es alto, de cabello moreno salpicado estratégicamente de finas canas plateadas, sus ojos, de un castaño casi negro, me miran con cierta sorpresa mientras se acerca hasta el sofá.

– ¡Hola! No sabía que tuvieses compañía – dice dirigiéndose a Mari Puri.

– Pensaba que no vendrías esta noche. Mi amiga Pepita – dice señalándome – mi hermano, Carlitos.

– ¿Tu hermano? Pensaba que vivías sola. Disculpa, encantada de conocerte – le digo mientras me levanto para darle dos besos – ha sido una sorpresa.

– Es un placer. Mi hermanita es algo despistada, pero la verdad es que no vivo aquí, sólo estoy de paso en la ciudad por unos días. Si me disculpáis voy a darme una ducha y a dormir, estoy agotado.

– ¿Cómo no me has dicho que tenías ese bombón en casa? – le digo a Mari Puri en cuanto Carlos desaparece de nuestra vista.

– No te hagas ilusiones, Pepita, frena el carro.

– ¿Qué pasa? ¿está casado?

– No.

– ¿Es homosexual?

– No.

– Ya, es un soltero empedernido… un casanova.

– No.

– ¿Qué problema hay entonces?

– Es sacerdote – dice Mari Puri soltando un suspiro.

– ¡Joder! ¡qué desperdicio!

– ¡Pepita! ¡Por el amor de Díos!

Por eso, por eso precisamente es un desperdicio. Si es que no hay más que verlo, ese hombre está hecho para amar y ser amado. O para follar y ser follado, que lo de amar tampoco es imprescindible. ¿No hay ni la más remota posibilidad?

– No, Pepita, no. Y no digas tonterías, no vayas a recibir un castigo divino. ¿Tan desesperada estás?

– Si no es cuestión de estar desesperada, es que tu hermano está para mojar pan, Mari Puri, que tu no te das cuenta porque sois de la misma sangre pero ese hombre tiene que levantar pasiones a su paso, me apuesto lo que quieras.

– Olvídate de él, además sólo estará aquí unos días. Ha venido a una convención de misioneros, se pasa la vida por ahí, en África, en la India, en Sudamérica, en cualquier sitio del mundo donde pueda echar una mano. Es un santo, hija, cualquier día veré levitar sobre su cabeza una de esas coronitas brillantes de las estampas.

– ¡Ay! ¿Y si me apunto a una ONG de esas y me voy con él?

– Yo creo que del shock se te ha ido la olla. Hablemos de otra cosa, anda, y déjate de decir gilipolleces. No te habrás enamorado ¿verdad? Sólo faltaba que después de toda una vida sin conocer el amor, viniese Cupido a joder ahora la marrana.

– No, enamorarme no, sólo he perdido un poco la chaveta. Es sexo, sólo sexo, Mari Puri, que tu hermanito levanta pasiones, te lo digo yo. ¡Señor! ¿tú para qué lo quieres? – digo mirando al cielo con cara de mártir.

– Cuando yo digo que estás como una cabra. Oye, quería preguntarte una cosa ¿tu tienes vacaciones?

– Claro, el mes que viene empiezo a disfrutarlas, aunque no se si “disfrutarlas” es la palabra. Mi madre está emperrada en que vaya al pueblo con ellos, que necesito reposo y tranquilidad, dice. Y el plan no acaba de convencerme.

– ¿Por qué no hacemos un viajecito tu y yo? Hace tiempo que no salgo de la ciudad y después de dos años sin vacaciones, me apetece tirar la casa por la ventana y largarme al Caribe o a cualquier lado donde haya hombres guapos y disponibles. Nada de compromisos ni tonterías, aventuras, aventuras y más aventuras ¿qué me dices?

– Hummmmmm… me tienta la idea, igual me estoy obsesionando con esto de encontrar pareja, y donde esté un buen polvo y si te he visto no me acuerdo, que se quite todo lo demás. Si de todas formas, cuando seamos viejas iremos a parar a una residencia, como todo el mundo, sólo que nosotras iremos solas y otras en pareja, que no se yo que es peor. Los hijos ya no quieren cuidar de sus padres ancianos, no son más que una carga. Después de pasar toda una vida ocupándote de ellos, cuando más falta te hacen, te abandonan y se quedan tan panchos, sin pizca de remordimientos.

– ¡Qué razón tienes! Oye, cuando te conocí no pensé que nos íbamos a entender tan bien, eres tan pejiguera, y mandona, nunca nos pegó nadie broncas tan descomunales. La señorita Rotenmeyer te llama mi jefe.

– ¡Será cabrón! Incompetente, eso es lo que es ese enano que tienes por jefe, un incompetente.

– No te enfades, Pepita, es que hay que ver cómo te las gastas.

– Tengo que confesarte una cosa, yo también te había puesto un mote…

– ¿Qué? Encima de aguantar tus gritos y tener más paciencia que santo Job, vas tu y me colocas un mote… lo que hay que oír.

– ¿Ves como a ti tampoco te sienta bien?

– Y ¿se puede saber como me llamabas?

– Barbie… Barbie pechugona.

Los ojos de Mari Puri echan chispas y a punto estoy de salir corriendo. Esta mujer da miedo cuando se enfada. Hasta que de pronto explota en carcajadas. Ríe y ríe sin parar, y acaba contagiándome. Entre risas no paramos de repetir “señorita Rotenmeyer” “Barbie pechugona” mientras nos señalamos una a otra con el dedo.

Poco a poco, cesan nuestras risas. Estamos las dos enroscadas en el sofá cogiéndonos la barriga que nos duele de tanta carcajada.

– ¡Ay! ¡Díos mío! hacía tiempo que no me reía tanto – dice Mari Puri cuando recobra el aliento. Entonces ¿nos vamos juntas de vacaciones?

– Nos vamos juntas de vacaciones.

– Mañana mismo le digo a mi jefe que el mes que viene me largo de viaje y no admito réplica. Ve pensando qué destino elegir.

– Bien, haremos una cosa. Yo presento mis opciones y tu las tuyas, y mañana… no, mañana no, que tengo dentista, pasado mañana nos vemos en el Café San Antonio y decidimos ¿qué te parece?

– Que está muy bien pensado. ¿Quedamos a las seis? Luego podemos ir a la agencia a mirar fechas y precios.

– A las seis en el San Antonio, y ahora me voy a mi casa a meterme en la cama. Entre el llanto, las risas y el colapso que estuve a punto de sufrir al ver al buenorro de tu hermano, estoy rendida.

– Anda, anda, que ya se yo con quien vas a soñar esta noche, depravada, que eres una depravada. Qué descanses, Pepi – dice mientras me acompaña hasta la puerta.

– Buenas noches, Mari Puri, que sueñes con los angelitos, si puede ser que midan metro ochenta y estén bien dotados, mejor.

Oigo sus risas mientras cierra la puerta. Se acabaron las citas, me voy al Caribe a echar una cana al aire, o dos, o tres…


(Continuará)