Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

jueves, 2 de julio de 2009

Etapa 8: Santa Irene-Santiago de Compostela


(Imagen: Catedral de Santiago de Compostela)

Martes, 16 de Junio de 2009

Me despierto dos o tres veces durante la noche, y a partir de las cinco de la mañana ya no puedo dormir, pero me quedo quieta metida en mi saco hasta que mis compañeros de habitación empiezan a dar muestras de despertarse.

Salgo sobre las siete de la mañana tras los italianos. Intento disfrutar del paisaje porque se que pronto llegaré al asfalto y se perderá esa magia de los caminos que ahora me rodea. Mi estado de ánimo es variable: a ratos me siento embargada por una especie de tristeza, hasta que viene a reemplazarla la nostalgia de los míos, hay otros en que me entra la prisa y quisiera plantarme en Santiago con un chasquear de dedos. Me obligo a tener calma y canturreo, sólo para centrarme en algo y dejar de lado el caos de pensamientos que me revolotean.

Necesito en café de forma urgente, hoy no he tomado nada, así que aligero el paso saboreando mentalmente una rica tostada con un chorrito de aceite de oliva, y un café bien cargado. Llego a San Paio y por fin un bar a la orilla del camino. Creo que todos los peregrinos del albergue de Santa Irene y alguno más, nos hemos dado cita allí. Me siento en una mesa de la calle y vuelvo a encontrarme con la perrita cocker y sus dueños, nos saludamos… ya queda menos.

Luego, poco a poco, empiezo a adentrarme en el tramo más aburrido. Cuando paso al lado del aeropuerto donde hay una especie de focos altos, pasa un avión, es impresionante verlo tan de cerca, con ese ruido atronador. Me cruzo con un peregrino que está haciendo el Camino en dirección contraria y calculo que esas flechas azules con una especie de espiral que me he ido encontrando últimamente son, quizá, las señales que va siguiendo. Le deseo buen camino y él me anima: “Ya estás llegando” me dice sonriente.

Voy directa al Monte do Gozo, un poco asustada por los comentarios de la tremenda subida que me lleva hasta allí. Desde luego impresiona cuando te acercas por la recta, pero creo que es cosa de la perspectiva porque luego no me supone un gran esfuerzo llegar hasta lo alto, es como si una vez empiezas a subir, la pendiente se fuese suavizando. Me decepciona un poco, hasta ahora he visto sitios más bonitos y la escultura no me agrada en exceso. Entro en la Ermita de San Marcos y luego me siento un rato en un murete a la sombra a fumarme un cigarro. Aprovecho para llamar a las chicas y tranquilizar a Mariví que le tenía terror a la dichosa cuesta. Le digo que no es lo que parece y que seguro que estará arriba sin apenas darse cuenta.

Allá en el fondo, está Santiago. La zona por la que se llega a la ciudad es como la de cualquier ciudad moderna, aún sin adentrarme mucho en ella, paro en una terraza a tomar algo fresco. Tengo la impresión de haber perdido mi “status” de peregrina, y hasta parece que la gente me mira de otra manera. Seguro, pienso, son manías mías, las ciudades en soledad son mucho más frías que cualquiera de los pequeños pueblos por los que he pasado, aquí no te acompaña el trino de los pájaros, ni el murmullo del agua, aquí sólo hay coches y semáforos, como en cualquier parte.

Se me antoja que llevo mucho tiempo caminando y no hay manera de vislumbrar la zona antigua, se me hacen pesadísimos estos últimos pasos. Y por fin llegan las callejuelas, me fijo en los carteles y creo que acelero. Ahí está, la Plaza del Obradoiro con toda su grandeza. Me planto en el centro y voy girando lentamente queriendo dejar grabado en mis pupilas ese momento, luego voy directa a las escaleras que suben a la Catedral. Hay mucha gente, una excursión de niños arman escándalo mientras la profesora intenta poner orden. Me cuelo entre ellos y busco un refugio allá dentro. Cargada con la mochila me paseo admirando tanta maravilla. Visito el sepulcro y me dirijo luego a darle el abrazo al Santo, pero ya está cerrado, abren a las cuatro, así que lo dejaré para más tarde. Me siento un rato en un banco sin pensar en nada, disfrutando el momento.

Cuando salgo de la catedral me acerco a la oficina del peregrino, me extraña que no hay nadie esperando después de oír que se formaban tan tremendas colas. Recojo la Compostela y voy a ver si encuentro algún sitio donde dormir. Pregunto en dos o tres hoteles por allí cerca, me piden un huevo por dormir y no, oye, no estoy dispuesta a pagar ese precio. Camino por la Rua do Vilar cuando veo un cartel “Hospedaje Santa Cruz” y a un hombre que está fregando la escalera.

- ¿Tiene habitación?

- ¿Usted sola?

-

- ¿Para una noche?

-

- Pues sí, tengo una libre.

- ¿Qué precio?

- 20 €uros.

- ¿Me la enseña?

La habitación tiene cama de matrimonio, y un enorme ventanal que se abre sobre la Rua, llena a reventar de gente que pasea o come algo sentada en las terrazas. Es sencilla y limpia. El baño está en el pasillo. Me la quedo. Después de darme una ducha y ponerme ropa limpia salgo a pasear por la ciudad, antes le pregunto al hombre si hay alguna parada de taxis por allí cerca, me indica que siga la calle en dirección contraria a la catedral y la veré enseguida. Me dirijo hacia allí y al primer taxista que veo le pregunto si puede pasar mañana a recogerme a las cinco y media de la mañana, concertamos el precio y quedamos de acuerdo.

Después de comer un poco, vuelvo a la Catedral. Quiero ver cada rincón, tomarme mi tiempo. Me acerco a darle el abrazo al Santo y aprovecho que no hay mucha gente. No tengo nada que pedirle, agradecer en todo caso lo que tengo: una familia que me quiere, un pequeño gran puñado de amigos, buena salud y un trabajo para ir viviendo. Nada más necesito. Le agradezco también que me haya dado la fuerza necesaria para llegar hasta aquí.

Paso el resto de la tarde caminando por la ciudad y comprando algún pequeño recuerdo para llevar a mi marido y a mis hijos. Me encuentro con Toni y Pepe que llegaron también esta mañana, charlamos un momento, los dos se marchan esta noche hacia Valencia, quedamos en hablarnos y nos despedimos con un abrazo. No me apetece cenar y me tomo un gran helado que paladeo sentada en la terraza, frente a mi habitación.

Cuando me acuesto pienso que no voy a poder dormir con el jaleo que hay en la calle, pero casi sin darme cuenta me vence el sueño. A las cinco tengo levantarme.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Felices sueños, Dune.

pau dijo...

Nunca te sientes solo en el Camino, si es necesario te llevan la mochila.
Cuando llegas a Santiago encuentras una ciudad dedicada a la explotación del caminante, lo contrario de lo que parece durante el Camino.
Me gustaría volver a hacerlo, aunque esta vez no será con Cheli, está demasiado mal para eso.

Ahora te sientes bien, es una experiencia que renueva. Más adelante lo sentirás con más profundidad, cuando descubras que te ha cambiado; y eso es algo que el tiempo no disipa

Des dijo...

Dulces sueños, K.

Hola Pau. Tienes razón en lo de Santiago, eso fue exactamente lo que sentí, pasé de "peregrina" a "turista" sin más, y eso después de haber recorrido a pie sus caminos, duele un poquito. Más que doler, defrauda, pero como decía mi amiga: "es lo que hay, es lo que hay".
Pues aquí tienes a otra que no descarta volver en otra ocasión, quizá con más tiempo, si la salud y las fuerzas me lo permiten.
Siento lo de Cheli, Pau, se que no está bien por lo que leo en tu blog. Cuídala mucho, aunque se que ya lo haces.
Un abrazo.