Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

jueves, 26 de agosto de 2010

La Azotea (Del libro: Humedad Relativa)


(Imagen: Delacroix & Delfina)


No había otro momento para subir a tender la ropa que un domingo a las nueve de la mañana. Llego a casa después de una noche de juerga y ahí está mi madre, esperándome. Que le duele la espalda, dice, y no puede con el cacharro de la ropa. Vale, vale, no tengo ganas de oír el sermón, mejor cojo la dichosa ropa y me largo dejándola con la palabra en la boca. Al abrir la puerta de la azotea se me pasa el malhumor, hace un día espléndido. Hay un tipo asomado a la azotea contigua, con los codos apoyados en la pared y mirando en dirección al mar. Me pongo a la faena, en cuanto termine voy a meterme en la cama y no me levanto hasta las siete de la tarde… por lo menos. El hombre se ha dado la vuelta y me está mirando. No sé cuánto tiempo lleva haciéndolo pero caigo en la cuenta que al agacharme dejo a la vista la mitad del culo con el tirachinas del tanga verde pistacho que llevo puesto. Sigo tendiendo la ropa, pero no puedo evitar mirarle de vez en cuando. Está empalmado el cabrón, menudo bulto tiene entre las piernas. Debe tener alrededor de cincuenta años pero no está mal. Será uno de esos polacos o rumanos que tienen alquilado un piso en el edificio de al lado. Le miro un rato y él se acaricia la entrepierna como en un descuido. Le saco la lengua y me voy.

He pasado toda la semana pensando en el hombre de la azotea. Mi madre se ha quedado parada cuando he subido a tender la ropa sin que ella me dijese nada. Me doy cuenta que estoy ansiosa por encontrarle. Está ahí otra vez, pero hoy no me da la espalda, creo que me esperaba. Empiezo a colgar la ropa en las cuerdas echándole una ojeada de vez en cuando. Llevo falda, una falda bien corta. Tardo más de la cuenta en colocar todas las prendas, creo que nunca lo hice con tanto cuidado. Y no quiero irme todavía. Me siento en el pequeño escalón que sobresale de la pared que rodea la azotea, a unos centímetros del suelo. Él no quita ojo de mis piernas. Dejo resbalar por los hombros los tirantes de la camiseta. Sé hacerlo como si pareciese algo casual. El derecho va cayendo hasta dejar media teta a la vista. Meto la mano y la acaricio hasta sacarla fuera. El tipo se ha acercado hasta la pared que está justo enfrente de donde estoy sentada. Se está sacando la polla, lo sé, aunque no pueda verla. Mis pezones se han puesto duros y mi coño está más que mojado. Me amaso las tetas ya sin disimulo y pellizco los pezones mientras él se pajea. Me voy sin esperar a que se corra.

Anoche, follando en el coche con Jaime, pensé en el polaco. Me enteré de que es polaco en el bar de Poli, ayer, mientras tomaba una coca-cola. Los hombres todo lo cotorrean y luego hablan de las mujeres. Pensé que era él quien me follaba en el suelo de la azotea. Jaime alucinaba viendo lo cachonda que estaba, y es que el pobrecito no da para mucho, si no me doy prisa con él me quedo a dos velas, debe padecer eyaculación precoz o algo así. Mucho “madelman” pero poco aguante. Subo las escaleras de dos en dos. No llevo bragas. Ya está apoyado en la pared mirando hacia mí. Me obligo a ir despacio, muy despacio, agachándome con cuidado para que sólo pueda ver mis muslos. Nada más. Cuando termino vuelvo a sentarme en el mismo sitio. Le miro un rato y abro las piernas. Abre los ojos y la boca al ver mi coño abierto en todo su esplendor. Subo la falda un poco más y empiezo a acariciarme, metiéndome los dedos bien adentro. Puedo escuchar los ronquidos de su garganta mientras su mano se mueve rápida. Saco los dedos de mi coño empapado y los lamo. Me los meto en la boca. Ha dejado de pajearse y mira por encima de la pequeña pared hacia abajo, por el hueco que separa su azotea de la mía. En un momento se ha encaramado a la cornisa. Tiene la polla tiesa fuera de los pantalones. Hace un movimiento de vaivén con el cuerpo y salta. En esos pocos segundos me he corrido. Está delante de mí, mirándome. Abro las piernas y él se lanza a comerme el coño. Me excita pensar que puede entrar alguien en cualquier momento. Y vuelvo a correrme en su boca. Echo su cabeza hacia atrás cogiéndole del pelo, y él se pone de pie. Antes de meterme la polla en la boca le digo: “llámame puta” “¿puta?” “sí, puta, puta, llámeme puta” Puta, puta, puta… repite sin parar mientras me llena la boca. “Si mañana vuelves a saltar… me follas” le digo ayudándome con señas. Y le dejo goteando semen.

No sé cuántas veces me he masturbado pensando en el jodido polaco. En el momento en que saltó para venir a comerme el coño. Quiero que salte otra vez, dejaré que me folle sólo por eso, que me la meta por el culo, que me haga lo que quiera. Mi madre no está en casa, creo que hoy le tocaba la abuela. No sé si debería tender hoy, ha estado llovisqueando un poco y el hombre del tiempo dijo que iba a llover. Qué sabrá el hombre del tiempo, si está saliendo el sol otra vez. Cojo el cesto con la ropa y las pinzas. Es verdad, el suelo de la azotea aun está un poco mojado, pero en cuanto el sol empiece a calentar… Está esperándome. Dejo el montón de ropa en el suelo y voy hacia él. Hace intención de subir la pierna para pasar, pero le digo que no, que espere. Quiero que se le ponga dura y se la saque. Me apoyo en la pared frente a él, separados tan sólo por la distancia que hay entre los dos edificios y dejo al aire las tetas. Se las enseño para que las vea de cerca. “¿Te gustan?” Afirma con la cabeza. “Me las vas a chupar y a morder… mira, mira” Y las estrujo, las amaso, mientras los pezones crecen y se empinan. Me toco el coño empapado y él se saca la polla. “Ven, salta, déjame que mire como saltas. Y dime puta, dime puta mientras lo haces”. “Puta, puta…” y se balancea. “Mas fuerte, dilo más fuerte” Me ha mirado un segundo y eso ha debido distraerle. “Puta…” y sus ojos se abren sorprendidos al darse cuenta que no hace pie. “Putaaaaaa….” O quizá estaba mojada la cornisa. Paf.

“Menudo lío se ha armado ahí abajo” dice mi madre entrando en casa. “¿Qué ha pasado?” “Seguro que estabas durmiendo, hija, nunca te enteras de nada. Uno de esos polacos que al parecer se ha caído de la azotea. O se ha tirado, vete tú a saber. Aunque dicen sus amigos que andaba muy contento últimamente. Los vecinos dicen que a lo mejor quería cruzar a nuestra azotea para entrar luego a robar a cualquier casa. Y tampoco me extraña, de esta gente no te puedes fiar. ¿No habrás subido a tender la ropa?” “¿No has oído que va a llover, mamá? Y hoy que no estabas para darme la tabarra…” Se me cierran los ojos, estoy rendida. Me he corrido tres veces recordando los ojos asombrados del polaco… menuda sorpresa se llevarían al verle con la polla fuera.

martes, 24 de agosto de 2010

En busca del hombre perdido (Final)



– Bueno, Mari Puri, de vuelta a casa. Si te soy sincera ya tenía ganas.

– Y yo, Pepi, no es para tanto el Caribe, igual hubiésemos ligado más en Benidorm, está claro que nuestra media naranja no está en la otra parte del mundo.

– Y si está no nos hemos tropezado con ella. Pero, chica, lo hemos pasado bien ¿o no?

– Sí, tomamos el sol como lagartas, nos bañamos en aguas cristalinas y hemos disfrutado de un hotel de lujo, no, no ha estado mal.

El avión que nos lleva de regreso está a punto de despegar y no puedo evitar cierto cosquilleo en el estómago, esto de volar no es para mi. Ciertamente, tiene razón Mari Puri, lo del ligoteo no es para tanto. Sí, había guapos mulatos dispuestos a hacerte compañía y nosotras la aceptamos gustosamente uno o dos días, pero la verdad, acostarse con un tío, así en frío, no acaba de gustarme. Y no es que le haga ascos a un buen polvo a bote pronto, pero no es lo mismo. Tiene que haber ese chispazo, esa atracción que no te explicas y que es imposible contener. Estos chicos eran cariñoso y amables, pero se les veía el plumero. Era todo muy forzado y me dejaba con una sensación de vacío y lástima de mi misma.

Los clientes del hotel eran en su mayoría parejas de recién casados en su luna de miel, y algún que otro grupillo de hombres que se veía a la legua a lo que iban y aparecían cada noche acompañados de una mujer distinta. Pedazos de mujeres. Hubo un francés que nos hacía tilín a Mari Puri y a mi. Se acercó una noche a nosotras cuando estábamos en la terraza del hotel tomando una copa. Mostraba por las dos la misma admiración y a ambas nos obsequiaba con su sonrisa. Mari Puri y yo hicimos un pacto de no agresión, a las dos nos gustaba, así que veríamos por cuál se decidía el hombre. Pero pasaban los días y no notabas ninguna diferencia en el trato, hasta que saltó la liebre. Una noche que había bebido un poco más de la cuenta confesó que se moría por hacer un “ménage a trois”, el muy cabrito. Y no, eso no entraba en nuestros cálculos, así que lo mandamos a tomar por el saco y decidimos que ya estaba bien, en los días siguientes nos dedicaríamos a disfrutar del fabuloso paisaje y la tranquilidad de sus playas.

– ¿Sabes una cosa, Pepi?

– ¿Qué?

– Que estos últimos días lo pasé genial y no eché de menos la compañía masculina. No se porqué estamos emperradas en buscar pareja. No es ningún drama vivir sola ¿no?

– No, Mari Puri, no es ningún drama. Prometo, de hoy en adelante, no perder ni un solo minuto de mi tiempo buscando a mi hombre perdido.

– Y yo, prometido.

El viaje se me ha hecho largo y pesado, seguramente por las ganas que tengo de estar de nuevo en casa. No aparecen mis maletas y por tercera vez nos avisan de que el autobús que ha puesto la agencia de viajes para trasladarnos desde el aeropuerto hasta el centro de Madrid está a punto de salir, sólo faltamos nosotras. Estoy de los nervios. Pregunto por mi equipaje y nadie parece saber lo que ocurre. Pasan quince largos minutos y por fin veo aparecer mi maleta azul. Por fin.

Salimos a todo correr rogando que no nos hayan dejado tiradas, aunque en el peor de los casos siempre podemos coger un taxi. Son las cuatro de la mañana, estoy agotada y de muy mala leche. Malditos tacones, no se porqué no me puse unas deportivas. Claro que no sabía que iba a tener que correr la maratón. El autobús sigue allí, esperándonos. Llegamos sin aliento y tengo la impresión de que el hígado y alguna que otra víscera me van a salir por la boca de un momento a otro. Mari Puri ya metió su maleta en el portaequipajes y cuando voy a hacer lo propio con la mía ¡boom! la cerradura sale disparada y todo el contenido se desparrama por el suelo.

¡Me cago en la puta maleta! ¿Qué coño han hecho esos inútiles? Cabronazos de mierda. Si no tratasen el equipaje a golpes, voy a poner ahora mismo una reclamación que se van a cagar. Blasfemo como un carretero a voz en grito.

– Tranquilícese, señorita, no pasa nada. Déjeme que la ayude.

– Cálmate Pepita, que cuando te sale el genio asustas a cualquiera.

– ¿Qué me calme? ¿Qué no pasa nada? ¿Quién coño es usted?

– El conductor del autobús. Si es capaz de relajarse un poco, meteremos sus cosas en la maleta y podremos salir de una vez.

Creo que me he ruborizado. Me estoy comportando como una cría y con el cabreo se me había olvidado que hay más pasajeros esperando para llegar a casa. Me he quedado inmóvil sin saber qué hacer, mientras Mari Puri y el conductor se afanan por volver a embutir mi ropa en la maleta. Ahora sí que estoy jodida, pienso, al darme cuenta de que el hombre lleva en la mano un par de tangas diminutos, al tiempo que mi rostro se tiñe de escarlata. Él parece darse cuenta y los guarda rápidamente en un rincón, pero no puede evitar sonreír ligeramente con una pizca de travesura colgándole en los labios. Luego se acerca a la parte delantera del autobús y vuelve con un rollo de cinta aislante con la que da unas cuentas vueltas a la maleta evitando que vuelva a abrirse.

– Bien, creo que de momento resistirá. Ahora ¿podemos irnos ya?.

– Lo siento, perdone, digo en un susurro al pasar junto a él.

– No tiene importancia, los nervios del viaje juegan a veces malas pasadas.

Mari Puri y yo nos sentamos justo detrás del conductor y durante el trayecto puedo ver a través del retrovisor las miradas que de vez en cuando me dirige. Me ponen nerviosa, a veces nuestros ojos coinciden y ambos nos apresuramos a desviarlos. Me doy cuenta de que el cansancio y la mala leche que se me ha puesto por el incidente han desaparecido como por arte de magia, y me sorprendo pensando que no me importaría que este viaje durase un poco más, pero para mi desgracia hemos llegado al punto de destino.

No hago caso de las prisas de Mari Puri para que nos apeemos del autobús y consigo que lo hagamos las últimas. Él está al lado del portaequipajes abierto ayudando a los pasajeros a sacar sus maletas. Espero que la mía resista hasta casa sin abrirse, afortunadamente estamos a sólo una manzana. Saca limpiamente la de Mari Puri y luego extrae la mía con mucho cuidado. Nuestras manos se rozan cuando me la entrega y ahora sí que el cosquilleo del estómago me deja casi sin respiración.

– Me llamo Enrique – me dice alargando su mano – y ha sido un verdadero placer conoceros.

– Yo soy Pepita y ella Mari Puri. Siento mucho lo de antes, me avergüenzo de mi comportamiento.

– No tiene importancia, esto de volar tiene sus riesgos, sobre todo en lo que se refiere al equipaje, el trato que recibe no es suave precisamente.

Nos quedamos un momento en un silencio incómodo.

– Bueno, gracias por todo – consigo decir – tenemos que irnos.

– Espera, espera un momento por favor. Me gustaría, me gustaría – tartamudea – me gustaría invitarte alguna tarde a tomar algo si no te molesta.

– Ehhhh – no se qué decir – no, no es molestia, estaré encantada.

– ¿Me das tu teléfono?

Y se lo doy. Mientras nos alejamos noto cómo tiemblan mis piernas, pero eso no me impide darle un codazo a Mari Puri para que deje ya esa risita tonta.

– Pepita, no seas bruta, que casi me tiras.

– Ya está bien ¿no? ¿se puede saber qué te hace tanta gracia?

– ¡Ay! Pepita, que nos hemos ido al Caribe en busca del amor, y mira por donde parece que lo tenías a la vuelta de la esquina.

– ¡Eh! No corras tanto, sólo vamos a quedar para tomar algo, nada más. Luego… ya veremos.

– Si se te nota en la cara, boba, parece que te hayas tragado una bombilla encendida que te ilumina toda.

– Calla, payasa. No quiero ilusionarme, ya ves cómo salieron las citas de tu agencia.

– No es lo mismo, Pepi, ni comparación. Ha habido química, lo se, eso se nota, y ya es un buen comienzo.

– Está bien, me gusta ese hombre, pero… ya veremos, que como tu dices me he vuelto muy exigente y no va a ser llegar y besar el santo.

– Qué razón tienen los que dicen que el amor no se busca, el amor te encuentra.

– Pues podía haberse dado un poquito más de prisa en encontrarme.

– No te quejes, hay gente que no lo encuentra nunca.

– Es un consuelo. Te quedas esta noche a dormir en mi casa ¿no?

– Sí, no tengo ganas de ir hasta la mía, estoy rendida. Oye, Pepita…

– ¿Qué?

– Prométeme una cosa.

– ¿Qué?

– Que cuando te cases me harás dama de honor.

Lo dice atragantándose mientras intenta no reírse. Me ha pillado por sorpresa, con la mano en la puerta abierta cediéndole el paso, cosa que aprovecha para pasar corriendo por mi lado, riendo a carcajadas.

– Hoy duermes en el sofá – grito mientras la persigo – por listilla.


PD: Gracias por vuestra paciencia.

viernes, 13 de agosto de 2010

En busca del hombre perdido (Cinco)


– ¡Joder! Mari Puri – consigo decir entre hipidos. Yo no se cómo se te ocurre poner “Los puentes de Madison”. No he llorado tanto desde… desde que murió mi pobre abuela. ¡Maldita sea! ¿Tu crees que fuera de las películas se pueden encontrar hombres así?

– Y yo que sé, Pepita. Si de verdad existen, yo no he visto ninguno. Bueno, a decir verdad quizá me he encontrado con individuos que a simple vista podían parecer así de…especiales, pero casi siempre estaban pillados. Y claro, vete tu a saber cómo son en la intimidad, que esa es otra, que no son pocas las veces que te dan gato por liebre.

– Dímelo a mi. Cuatro amigas tengo divorciadas que ponen a sus ex a parir en cuanto ven la oportunidad, y si no la ven, también ¡anda que no les gusta largar! Cuando me acuerdo de lo pagadas que estaban con ellos cuando eran novios, no me puedo creer que estén hablando de la misma persona. ¡Qué mala es la confianza, Mari Puri!

– Me atiborré de palomitas, y mañana cuando me mire en el espejo voy a tener un sentimiento de culpa que no me dejará levantar cabeza en todo el día. ¡Me cago en la pena negra! Mira que no poder siquiera desahogarse comiendo palomitas.

– Olvídate de las palomitas. Ya quisiera para mi ese cuerpazo de infarto que te gastas. Mari Puri, sinceramente ¿alguna vez habéis emparejado a alguien en la agencia? Porque yo creo que ya perdí las esperanzas.

– Que sí, mujer, claro que sí. Igual es que no eran tan exigentes como tu. Mira, en realidad la gente lo que busca es compañía, cuando van pasando los años les entra el pánico de encontrarse solos en la vejez y se tiran de cabeza a la piscina, aunque esté vacía ¿A ti no te da un poco de pena quedarte sola?

– Pues mira, no. Alguna vez lo he pensado, no te lo voy a negar, pero no es eso lo que más me preocupa. Lo que más me jode, Mari Puri, es no haberme enamorado nunca, no saber lo que es eso. Me ha gustado algún tío, sí, pero no hasta el punto de perder la cabeza por él, de no pensar en nadie más. Igual es que eso de la mariposas en el estómago no es para mí. Y luego dicen que todos tenemos nuestra media naranja…

– Sí, eso dicen, pero ¿cuántas posibilidades hay de que se encuentren las dos mitades? Pueden estar a miles de kilómetros de distancia, igual la tuya es un australiano, o un mulatazo africano, o un chino mandarín… ¡vete tú a saber!

En esas estamos cuando oigo tintinear unas llaves, como si alguien estuviese abriendo la puerta. Y antes de que pueda preguntarle a Mari Puri si comparte el piso con alguien, hace su aparición en el salón un hombre guapísimo. Me quedo muda de la impresión. El hombre andará rondando los cincuenta, es alto, de cabello moreno salpicado estratégicamente de finas canas plateadas, sus ojos, de un castaño casi negro, me miran con cierta sorpresa mientras se acerca hasta el sofá.

– ¡Hola! No sabía que tuvieses compañía – dice dirigiéndose a Mari Puri.

– Pensaba que no vendrías esta noche. Mi amiga Pepita – dice señalándome – mi hermano, Carlitos.

– ¿Tu hermano? Pensaba que vivías sola. Disculpa, encantada de conocerte – le digo mientras me levanto para darle dos besos – ha sido una sorpresa.

– Es un placer. Mi hermanita es algo despistada, pero la verdad es que no vivo aquí, sólo estoy de paso en la ciudad por unos días. Si me disculpáis voy a darme una ducha y a dormir, estoy agotado.

– ¿Cómo no me has dicho que tenías ese bombón en casa? – le digo a Mari Puri en cuanto Carlos desaparece de nuestra vista.

– No te hagas ilusiones, Pepita, frena el carro.

– ¿Qué pasa? ¿está casado?

– No.

– ¿Es homosexual?

– No.

– Ya, es un soltero empedernido… un casanova.

– No.

– ¿Qué problema hay entonces?

– Es sacerdote – dice Mari Puri soltando un suspiro.

– ¡Joder! ¡qué desperdicio!

– ¡Pepita! ¡Por el amor de Díos!

Por eso, por eso precisamente es un desperdicio. Si es que no hay más que verlo, ese hombre está hecho para amar y ser amado. O para follar y ser follado, que lo de amar tampoco es imprescindible. ¿No hay ni la más remota posibilidad?

– No, Pepita, no. Y no digas tonterías, no vayas a recibir un castigo divino. ¿Tan desesperada estás?

– Si no es cuestión de estar desesperada, es que tu hermano está para mojar pan, Mari Puri, que tu no te das cuenta porque sois de la misma sangre pero ese hombre tiene que levantar pasiones a su paso, me apuesto lo que quieras.

– Olvídate de él, además sólo estará aquí unos días. Ha venido a una convención de misioneros, se pasa la vida por ahí, en África, en la India, en Sudamérica, en cualquier sitio del mundo donde pueda echar una mano. Es un santo, hija, cualquier día veré levitar sobre su cabeza una de esas coronitas brillantes de las estampas.

– ¡Ay! ¿Y si me apunto a una ONG de esas y me voy con él?

– Yo creo que del shock se te ha ido la olla. Hablemos de otra cosa, anda, y déjate de decir gilipolleces. No te habrás enamorado ¿verdad? Sólo faltaba que después de toda una vida sin conocer el amor, viniese Cupido a joder ahora la marrana.

– No, enamorarme no, sólo he perdido un poco la chaveta. Es sexo, sólo sexo, Mari Puri, que tu hermanito levanta pasiones, te lo digo yo. ¡Señor! ¿tú para qué lo quieres? – digo mirando al cielo con cara de mártir.

– Cuando yo digo que estás como una cabra. Oye, quería preguntarte una cosa ¿tu tienes vacaciones?

– Claro, el mes que viene empiezo a disfrutarlas, aunque no se si “disfrutarlas” es la palabra. Mi madre está emperrada en que vaya al pueblo con ellos, que necesito reposo y tranquilidad, dice. Y el plan no acaba de convencerme.

– ¿Por qué no hacemos un viajecito tu y yo? Hace tiempo que no salgo de la ciudad y después de dos años sin vacaciones, me apetece tirar la casa por la ventana y largarme al Caribe o a cualquier lado donde haya hombres guapos y disponibles. Nada de compromisos ni tonterías, aventuras, aventuras y más aventuras ¿qué me dices?

– Hummmmmm… me tienta la idea, igual me estoy obsesionando con esto de encontrar pareja, y donde esté un buen polvo y si te he visto no me acuerdo, que se quite todo lo demás. Si de todas formas, cuando seamos viejas iremos a parar a una residencia, como todo el mundo, sólo que nosotras iremos solas y otras en pareja, que no se yo que es peor. Los hijos ya no quieren cuidar de sus padres ancianos, no son más que una carga. Después de pasar toda una vida ocupándote de ellos, cuando más falta te hacen, te abandonan y se quedan tan panchos, sin pizca de remordimientos.

– ¡Qué razón tienes! Oye, cuando te conocí no pensé que nos íbamos a entender tan bien, eres tan pejiguera, y mandona, nunca nos pegó nadie broncas tan descomunales. La señorita Rotenmeyer te llama mi jefe.

– ¡Será cabrón! Incompetente, eso es lo que es ese enano que tienes por jefe, un incompetente.

– No te enfades, Pepita, es que hay que ver cómo te las gastas.

– Tengo que confesarte una cosa, yo también te había puesto un mote…

– ¿Qué? Encima de aguantar tus gritos y tener más paciencia que santo Job, vas tu y me colocas un mote… lo que hay que oír.

– ¿Ves como a ti tampoco te sienta bien?

– Y ¿se puede saber como me llamabas?

– Barbie… Barbie pechugona.

Los ojos de Mari Puri echan chispas y a punto estoy de salir corriendo. Esta mujer da miedo cuando se enfada. Hasta que de pronto explota en carcajadas. Ríe y ríe sin parar, y acaba contagiándome. Entre risas no paramos de repetir “señorita Rotenmeyer” “Barbie pechugona” mientras nos señalamos una a otra con el dedo.

Poco a poco, cesan nuestras risas. Estamos las dos enroscadas en el sofá cogiéndonos la barriga que nos duele de tanta carcajada.

– ¡Ay! ¡Díos mío! hacía tiempo que no me reía tanto – dice Mari Puri cuando recobra el aliento. Entonces ¿nos vamos juntas de vacaciones?

– Nos vamos juntas de vacaciones.

– Mañana mismo le digo a mi jefe que el mes que viene me largo de viaje y no admito réplica. Ve pensando qué destino elegir.

– Bien, haremos una cosa. Yo presento mis opciones y tu las tuyas, y mañana… no, mañana no, que tengo dentista, pasado mañana nos vemos en el Café San Antonio y decidimos ¿qué te parece?

– Que está muy bien pensado. ¿Quedamos a las seis? Luego podemos ir a la agencia a mirar fechas y precios.

– A las seis en el San Antonio, y ahora me voy a mi casa a meterme en la cama. Entre el llanto, las risas y el colapso que estuve a punto de sufrir al ver al buenorro de tu hermano, estoy rendida.

– Anda, anda, que ya se yo con quien vas a soñar esta noche, depravada, que eres una depravada. Qué descanses, Pepi – dice mientras me acompaña hasta la puerta.

– Buenas noches, Mari Puri, que sueñes con los angelitos, si puede ser que midan metro ochenta y estén bien dotados, mejor.

Oigo sus risas mientras cierra la puerta. Se acabaron las citas, me voy al Caribe a echar una cana al aire, o dos, o tres…


(Continuará)


lunes, 9 de agosto de 2010

En busca del hombre perdido (Cuatro)



Pues sí, a la pobre Barbie la puse como hoja de perejil. Tanto, que me dio hasta un poco de pena, porque la pobre no abría la boca mientras yo no paraba de “despotricar” sobre la poca eficacia de las mal llamadas “agencias matrimoniales” y sobre todo de ésta en la que ella era la cabeza visible. Si al final tendré que ir a parar a las nuevas tecnologías, a meterme en un chat de esos, o a un buscador de parejas, que te mandan los avisos a tu correo electrónico y eliges desde casa. En fin, que la vi tan apenada que decidí darle alguna oportunidad más.

La última fue con un “yogurin” que podía ser mi hijo. Dale tiempo, Pepita, me dije, hay jovencitos que son muy maduros, y además ahora muchas famosas se enrollan con hombres más jóvenes que ellas y no pasa nada. La verdad es que a mí no me ponía nada, porque aparte de verle como a un niño, no era mi tipo. El chaval era así como muy “pijo”, arregladito, repeinado. No, definitivamente, no me gustaba nada, pero decidí pasar un rato con él de charla, pensando que igual es que le daba morbo eso de tener una cita con una mujer madura. He oído decir que eso pasa, aunque si soy sincera, a mí no me ha pasado nunca.

El chico tenía una conversación fluida, eso es cierto, y parecía muy interesado en mí, en mis sentimientos, en mis motivos para buscar pareja. Preguntaba y preguntaba, y a mí eso, empezaba a mosquearme. Y me mosqueé del todo cuando sacó una pequeña libretita y empezó a tomar notas. En definitiva, resultó que estaba haciendo un estudio sobre las mujeres solteras y maduras, que van camino de la menopausia. Lo mandé a hacerle el estudio a su señora madre.

Y no sé por qué hoy acudo a otra cita. Dudo entre si me he vuelto idiota, tengo más moral que el alcoyano, o mi desesperación es mayor de lo que imaginaba. Mira, como he salido con tiempo voy a entrar a tomarme un copa de algo fuerte, a ver si así veo las cosas de otra color. ¡Coño! Pues ¿no es aquella la Barbie? ¡madre mía! que mala cara tiene. Voy a sentarme con ella, a ver si me entero de lo que le pasa.

- Caray, hija, no te asustes que no voy a pegarte.

- Perdona, Pepita, pero es que últimamente con el genio ese que te gastas, no me fío mucho, y ... hoy tenías otra cita ¿verdad? ¿ya has ido?.

- Pues no, monina, iba de camino, pero he decido entrar a darme ánimos con un lingotazo.

- Menos mal, iba a llamarte ahora por teléfono. El tipo con el que has quedado, que nos ha tomado el pelo. Es un médico, guapísimo, educado, inteligente, deportista...

- ¿Y? ¿qué problema hay? Ese es el hombre que me interesa.

- Que es gay, Pepita, homosexual. Que le ha entrado el remordimiento y me ha llamado para contármelo. Quería encontrar una novia para hacer feliz a su querida mamá, pero en el último momento ha decidido salir del armario.

- O sea, que me quería para hacer el paripé delante de la familia ¿no?.

- Si, hija, sí, y con ese hasta yo me había hecho ilusiones.

- ¿Tu?... por cierto, ¿cómo te llamas?

- Mari Puri.

- ¡Jajajajajajaja! ¡ay! perdona, perdona, Mari Puri, pero es que no te va nada el nombre. Con esas tetas, ese culo, esos morros... nadie se imagina que te llames Mari Puri.

- Pues imagínate si digo Purificación.

- Que decía yo... que tu no puedes tener esos problemas con los hombres, con el cuerpazo que tienes.

- Si yo te contara, Pepita. Si es que ya no quedan hombres de los de verdad, hija, ahora solo quieren un buen polvo, una aventurilla de vez en cuando, y nada de compromisos, ni pareja estables, ni ná de ná. Ya ves con la de hombres que pasan por la agencia, y no hay manera de encontrar algo que valga la pena.

- Pues sí que me estás dando ánimos. Casi va a tener razón mi madre y mejor me quedo como estoy, y me dejo de tonterías. ¡Vaya par de dos que nos hemos juntado!

- Oye... ¿tienes algo que hacer?

- Pues no, Pepita, después del recadito que me has dado, estoy intentando decidirme si me tiro al río, me emborracho, o me voy a Cuenca a visitar las casas colgantes... yo que sé.

- Te invito a mi casa a cenar y ver una película ¿hace?

- Hummmmmm... es otra opción, a esta copa te invito yo.

Después de todo, parece que la Mari Puri me está empezando a caer bien. Yo que pensaba que era de plástico o algo así, y resulta que no, mira por donde, si es que no se puede juzgar por las apariencias, pero siempre caemos en el mismo error. Menos mal que se me ha ocurrido entrar aquí, porque el móvil me lo había dejado en casa y Mari Puri no hubiese podido darme el recado. Y lo que me faltaba era que me hubiesen dado plantón, entonces sí que mi moral andaría arrastrándose por el suelo como los gusanos. ¡Ay, Mari Puri! Es que no puedo evitar reírme cada vez que me acuerdo del nombrecito. Que no, que no es que piense que es un nombre feo, pues como Pepita más o menos, pero es que a esta mujer no le pega ni con cola. Esto de los nombres también es complicado, se hacen verdaderos crímenes con los chiquillos, porque claro cuando nacemos todos somos iguales o muy parecidos al menos, pero luego crecemos y ahí es cuando deberíamos poder elegir como queremos que nos llamen. Ya, ya sé que ahora se puede cambiar, pero cuando todo el mundo te conoce por Pepita, vas tú y dices que quieres que te llamen... Salomé, pongamos por caso. Y no te hace nadie ni puto caso. Ya se me ha ido otra vez la olla.

(Continuará)

lunes, 2 de agosto de 2010

En busca del hombre perdido (Tres)



(Fuente de la imagen: aquí)


Un hombre “normal”, Pepita, de los de antes – eso me dijo Barbie, lo que no me dijo es que posiblemente era de los de antes de la guerra. No, eso lo descubrí yo solita cuando acudí a mi tercera cita. En aquella ocasión yo no había querido ninguna foto, iría a ciegas, porque una vez que había pedido ir algo informada el candidato me había salido hermano siamés de un Nokia 6690. La secretaría de la, hasta ahora, poco efectiva agencia casamentera, le enseñó una foto mía al caballero y al parecer, el hombre se quedó prendado. Bueno, me dije, probaremos suerte, aunque fuese algo mayor ¿qué importaba? Clint Eastwood es mayor y está como un tren. Me conformaba con algo menos.

Esta vez me vestí en plan elegante que suponía era como a él más le gustaría. Y me presenté en la cafetería que habíamos elegido como lugar de encuentro. Llegue allí puntual, como es mi costumbre, y al momento vi que un caballero se levantaba de su asiento y se dirigía hacia mi, con un sonrisa en los labios. Era más mayor de lo que yo había imaginado o de lo que la Barbie me había querido confesar, y no, no se parecía al Eastwood, más bien se daba un cierto aire a Paco Martínez Soria, muy respetable el hombre, pero con menos atractivo que un palo de fregona. Cuando vuelva a la agencia, me cargo a esa mujer –pensé para mis adentros, mientras intentaba dibujar una sonrisa. Al fin y al cabo el Paco, como había empezado a llamarle en mi imaginación no tenía ninguna culpa, así que no me costaba nada ser amable. Bueno, sí, me costaba un poco, porque el cabreo y la mala leche que se me había puesto eran descomunales, pero haría un esfuerzo.

Nos dimos dos besos, uno en cada mejilla, y nos sentamos a la mesa. Era educado, eso sí, de los de antes, me apartó la silla para que tomase asiento y luego lo hizo él. Y no es que los hombres modernos no sean educados, es que esas cosas ya están pasadas de moda, y además es que los pobres a veces al hacerlo han salido trasquilados: hay mujeres a las que no les gustan esas cosas. A mí, la verdad, es que me da un poco lo mismo, quiero decir que no me paro a pensarlo, pero si un hombre me cede el paso o me abre la puerta, se lo agradezco con una sonrisa y no creo que por eso me esté haciendo de menos o se crea superior.

Bueno, a lo que iba, que muchas veces, se me va el santo al cielo. Pedimos una bebida y nos dispusimos a conversar agradablemente, empezando por hablar del tiempo como en casi todas las charlas que se precien. Después, el hombre empezó a hablarme de su vida. Se había jubilado hacía unos años, imaginaos cuántos me llevaba. A la Barbie, la mato, la mato – pensé por enésima vez en esa tarde. Estaba viudo por tercera vez y pretendía encontrar a su cuarta esposa. Me dio un poco de yuyu, caray, cualquiera diría que este hombre se las cargaba. Otra cosa no tendría, pero conversación... hablaba por los codos. Yo le escuchaba asintiendo o negando de vez en cuando con algún monosílabo que conseguía intercalar en su cháchara.

Pero no sólo hablaba, no. Resulta que cuando nos sentamos a la mesa, yo me coloqué frente a él, pero no sé cómo, ni de qué forma tan imperceptible, al rato de estar allí, lo tenía casi pegadito a mi lado. Estaba yo escuchándole atenta, cuando advertí una mano que acariciaba mi muslo suavemente. Este hombre se ve que podía hacer dos cosas a la vez, y las dos con absoluta tranquilidad y maestría. Durante un rato, yo me hice como que no había notado su mano, o que si lo había hecho no me importaba demasiado. Fue cuando él se hizo fuerte y se atrevió a seguir su camino ascendente. De repente, se quedó callado, pues su mano había llegado al final de mi media, rematado por una liga de encaje que ceñía el muslo.

Empezó a atascarse con las palabras. Parece mentira –pensé- con la conversación tan fluida que había ostentado hasta entonces. Decidí ser un poco “mala y atrevida” y abrí despacio mis piernas, dejando que su mano se deslizase entre ellas. Un poco más, y la tenía rozando mi sexo, por encima de las bragas. Al mismo tiempo, decidí desabrochar un botón más de mi blusa y al momento lo tenía babeando ante mis tetas. Y yo me estaba mojando toda, el viejecito movía sus dedos con maestría bajo mi falda. Y me dije: Pepita, aprovecha la ocasión, déjate hacer, que conforme están las cosas no hay que desperdiciar una buena corrida. Y así lo hice. Abrí las piernas para facilitarle la tarea a aquella mano atrevida y disimulé como pude la cara de tonta que se le queda a una después de un buen orgasmo.

Me porté mal, lo sé, muy mal. Sobre todo porque después de eso me levanté, le di un beso de despedida al Paco y salí de allí a toda prisa dejándole con su pequeño problema entre las piernas.

Y luego me fui a por la Barbie, dispuesta a asesinarla con premeditación y alevosía....