Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

viernes, 10 de julio de 2009

De nuevo, la vida (Cinco)


(Imagen: Maggi Milner)


Sábado, 25 de marzo de 2006

Mi vida transcurre apaciblemente, sobre todo ahora que por fin he conseguido que mi madre no se presente aquí todos los días para cuidarme. No, no es que sea una desagradecida, aunque comprendo que pueda parecerlo, es que creo que por primera vez en mucho tiempo me encuentro con fuerzas suficientes para ser totalmente independiente. Tengo a Marga, una mujer que viene desde hace años a hacer las tareas más duras de la casa, sobre todo porque tanto Enrique como yo trabajábamos todo el día y necesitábamos alguien que mantuviese el orden y la limpieza. Espero poder reincorporarme pronto a mi trabajo en el periódico y entregarme a él como no lo he podido hacer durante los últimos tiempos. Por la tarde, salgo todos los días a caminar con Mari Cruz, por prescripción facultativa y porque me gusta que paseemos juntas. Ella me pone al día de todo lo que ocurre en la redacción y pasamos ratos divertidos chismorreando. Hoy le he contado la pesadilla que tuve anoche.

Ayer sopló el viento durante todo el día. Muy fuerte. Ya acostada escuchaba la vibración de los cristales y el golpeteo de las persianas en las ventanas, aun habiéndolas bajado todas. Pero es que aquí, en el ático, aun parece que gana velocidad y fuerza. Me encontraba nerviosa, como asustada, y no entendía el motivo. Nunca he tenido miedo al viento, la lluvia o las tormentas. Yo diría que más bien me atraen y jamás ha sido motivo suficiente para desvelarme.

Al fin después de dar muchas vueltas en la cama me dormí.

Una mujer apareció en mis sueños. Era alta, morena y muy delgada. Salía corriendo de una casa. El fuerte viento golpeaba su rostro y pegaba a su cuerpo el fino vestido blanco que la cubría.

Me sucedía algo muy extraño. Esa mujer no era yo, pero era yo quien sentía lo que a ella le ocurría. Me ha costado mucho explicarle esto a Enrique y a Mari Cruz. Sentía el viento en mi cara, y el mismo miedo que veía reflejado en el rostro de ella me atenazaba a mí el corazón. Su corazón. Porque estoy segura que este órgano que está latiendo ahora en mi pecho le pertenecía.

Corría por un sendero entre árboles y flores. Algunas ramas le arañaban los brazos desnudos. Yo tenía la sensación de que alguien la perseguía pero no pude ver a nadie en el sueño. Llegó hasta un pequeño utilitario azul, subió en él y arrancó. Salió de allí con un chirrido de ruedas. Y por un momento, mi corazón se tranquilizó. Conducía a toda velocidad por una carretera estrecha entre montañas, bordeando un precipicio. Los golpes de viento daban fuertes bandazos al coche, pero ella no aminoraba la marcha. De pronto un fuerte golpe hizo que las ruedas derechas del coche se acercasen peligrosamente al abismo y pude sentir que algunas piedras caían rodando al fondo. Otra vez el corazón se aceleró y el pánico se apoderó de ella. Y de mí. Un coche grande, oscuro volvió a golpearla con saña, empujándola. Ella gritaba: “basta, Paul, basta, estás loco”. Pero Paul, o quien quiera que fuese, siguió y siguió dándole fuertes sacudidas hasta que el coche que ella conducía se despeñó y bajó rodando como una pelota azul.

Desperté bañada en sudor, con las últimas imágenes girando en mi cabeza, mientras Enrique me zarandeaba.

Me obligó a contárselo todo antes de que empezasen a disiparse los recuerdos del sueño. Y analizamos juntos cada uno de los detalles. Ella hablaba español, de eso estaba segura. En el jardín había rosas y jazmines porque había percibido su aroma al salir corriendo de la casa. Sabía que había un detalle que se me escapaba, algo que se había fijado en mi mente durante un instante cuando ella conducía, pero no conseguía recordarlo.

Enrique me trajo una infusión bien caliente. Luego, se sentó en la cama y yo me coloqué entre sus piernas, dándole la espalda. Empezó a hablarme suavemente mientras que yo iba recobrando poco a poco la tranquilidad.

Y entonces recordé. Lo vi claramente. Era una señal en la carretera, el nombre de un pueblo, eso era. Se llamaba algo así como “Saint- Cirqus”. No. No era así. Era Saint… algo y después otra palabra. Pero fue todo tan rápido. Y yo, ella, no sé, estaba tan asustada.

Luego, cuando esta tarde se lo conté a Mari Cruz, me tranquilizó. Daremos con el nombre de ese pueblo, niña – me ha dicho- déjalo en mis manos ¿te he fallado alguna vez?

No, es verdad, siempre he podido contar con ella y nunca me defraudó… en nada. Sé que acabaré descubriendo qué es lo que me ocurre a mí y qué es lo que le ocurrió a ella. Al fin y al cabo, ahora, tengo toda una vida por delante.


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