Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

viernes, 31 de julio de 2009

De nuevo, la vida (Doce)



Miércoles, 12 de abril de 2006

A las 9 de la mañana íbamos de camino hacia la casa. Me había levantado poco animosa, tenía la impresión de que no íbamos a encontrar nada que nos diese alguna posibilidad de vislumbrar, al menos, qué había ocurrido aquella noche en que Dolores salió corriendo de su casa sin regresar jamás. No tenía ganas de hablar e imaginaba que a Mari Cruz debía pasarle lo mismo, porque caminaba cabizbaja con la cámara al hombro.

Al llegar ante la verja del jardín vimos a Eloïsse que estaba abriendo las ventanas de par en par. Seguramente nos esperaba porque la puerta no estaba cerrada. Cuando nos acercábamos a la casa siguiendo el camino empedrado, la mujer nos miró un momento y continuó con lo que estaba haciendo sin hacer caso de nuestra presencia. Mejor, pensé, no tengo ganas de tenerla merodeando tras nuestros pasos. Estaba convencida de que era tan leal al pintor que jamás conseguiríamos que nos contase algo interesante de lo que pasaba entre aquellas paredes.

Antes de adentrarnos en la casa, nos sentamos en el cenador mientras Mari Cruz se fumaba un cigarrillo que acaba de encender.

- ¿Estás pensando lo mismo que yo? – me dijo mientras miraba hacia la ventana en la que se distinguía la silueta de Eloïsse.

- Seguramente sí, las dos tenemos la misma expresión de impotencia. ¿Qué vamos a hacer si no aclaramos nada?

- Volver a casa y olvidarnos de todo este asunto, eso haremos. Y ahora, manos a la obra… ¡vamos! ¡mueve el culo!

Mari Cruz se echó la cámara a la cara y en pocos minutos el sonido característico del disparo y de arrastre del carrete rompía el silencio de la casa. Mientras, yo deambulaba observando paredes, muebles, rincones, sin una idea clara de lo que buscábamos. Desperdigados por las distintas habitaciones se podían admirar diversos óleos cuya figura central era, sin duda alguna, Dolores. Pero ninguno de ellos tenía nada que ver con el del salón. Eran bonitos, pintados en tonos alegres, y en los que la mujer aparecía en actitud retadora, muy sensual. Nada que ver con la imagen casi casta, recatadamente sentada en la silla, ataviada con un sencillo vestido oscuro, que sin embargo resultaba tan atractiva.

Estaba ensimismada observando aquel cuadro, cuando llegó hasta mis oídos un suave rumor que parecía proceder de la planta superior. Subí las escaleras despacio guiándome por lo que parecía una voz tarareando una canción. Debía proceder de una habitación cuya puerta estaba entornada. Me quedé tras ella, con la oreja pegada a la madera. Era la letra de una canción española y la mujer que estaba cantándola no era otra que nuestra enigmática Eloïsse. Por un momento me quedé quieta escuchando sin saber qué hacer.

Abrí la puerta sin hacer ruido y observé unos minutos a la mujer que con sumo cuidado arreglaba una habitación decorada con numerosos pbjetos de origen claramente español. Debía ser, sin duda, de Dolores.

- ¿Puedo pasar?

Eloïsse dio un respingo.

- Lo siento, no quería asustarla.

- Descuide, no importa.

- No sabía que hablaba mi idioma – le dije , aunque acababa de hablarme en francés.

Se quedó pensativa un instante.

- ¿Me ha oído?

- Sí, llevo un rato ahí afuera, escuchándola.

- Ya. Madame Dolores (dijo Dologues) me enseñó un poco con mucha paciencia.

- La quería usted mucho ¿verdad?

- Todo el mundo la quería, y … pasábamos mucho tiempo las dos solas.

- ¿Conoce mi país, España?

- No, Madame Dolores prometió llevarme en su próximo viaje, luego… pasó, bueno, usted ya lo sabe.

- ¿Por qué se sorprendió usted la primera vez que escuchó mi voz?

- Pues verá, Madame…

- Eugenia, llámeme Eugenia.

- Verá, Eugenia, tiene usted una forma de hablar muy parecida a la de Madame, a lo mejor es porque las dos son españolas, pero estaba desprevenida y por un momento me pareció escucharla a ella.

- Eloïsse, voy a ser sincera con usted, conozco muchas cosas sobre Dolores y se que algo terrible ocurrió la noche de su muerte, no me pregunte cómo estoy tan segura porque eso no puedo decírselo, pero créame, es muy importante para mí averiguar que pasó. Necesito su ayuda.

- Lo siento, Madame, no se a qué se refiere, no puedo ayudarle. No pasó nada esa noche ni ninguna otra noche, un terrible accidente, eso fue lo que ocurrió.

- Está bien, Eloïsse, no volveré a molestarle. Gracias. Y si alguna vez quiere visitar España estaré encantada en ser su anfitriona.

- Merci, Madame, merci. Si me permite voy a continuar con mi trabajo.

Bien, al menos lo había intentado, aunque sabía que sería casi imposible sacarle cualquier información a esta mujer. Bajé las escaleras y salí al jardín. No veía a Mari Cruz por ningún lado. En aquella parte de la casa, el sol había empezado a calentar, así que la rodeé buscando alguna sombra bajo la que refugiarme. Al llegar a la parte de atrás me encontré con un muro de piedras medio derruido que quizás fuesen los restos de alguna parte de la antigua casa. En la esquina que formaba el muro se alzaba un frondoso árbol y a su lado una especie de banco de madera cuyo asiento era como una caja con tapa. Recordaba haber visto alguno así en casa de mi abuela, en la cocina y en el patio. En su interior se guardaba todo tipo de cosas, el del patio solía estar lleno de ovillos de lana, agujas de tricotar, un costurero, las gafas de la abuela. Era su lugar preferido para sentarse a coser o a tejer alguna bufanda y en aquél banco tenía todo lo que necesitaba.

Mientras me acercaba mi corazón empezó a latir con rapidez. Levanté la tapa y me encontré con diversos utensilios para el cuidado del jardín: guantes, tijeras, algunas bolsitas con semillas y varias herramientas cuya utilidad no conocía. Me vine abajo, literalmente. Me arrodillé ante el banco intentando recuperarme de la decepción que acababa de sufrir. Maquinalmente cogí una de las herramientas, deseaba descargar mi frustración golpeando cualquier cosa que estuviese al alcance de mi mano. Cuando la arrojé con rabia al interior del asiento, me pareció percibir un sonido extraño. Saqué precipitadamente parte de su contenido y golpeé con los nudillos la madera que, en teoría, debía ser la base del banco. Efectivamente, mi percepción no era errónea, allí había algo extraño. Busqué algo plano que pudiese introducir por la ranura que acababa de descubrir en uno de los lados e hice palanca.

Había un doble fondo, y en aquél receptáculo encontré una bolsa de tela repleta de papeles y fotografías. Eran hojas sueltas, trozos pequeños y grandes, hojas de calendario escritas por la parte de atrás. Daba la impresión de que Dolores, porque estaba segura que aquello le pertenecía, hubiese utilizado cualquier papel en blanco para escribir. “No se por qué le trajo aquí. No me importa porque es tan dulce, tan inocente…pero tengo miedo” “No lo consentiré, no quiero que le llevé a… ese lugar, no quiero. Iré a buscarle y si se niega le contaré al mundo lo que hace” “Nos ha visto, yo no quería que ocurriese, se lo he jurado, pero no se si me cree”… esos y otros fragmentos saltaban ante mis ojos, de tal forma que parecían querer llamar mi atención.

Miré a mi alrededor temiendo que alguien pudiese estar observándome, antes de rebuscar entre la ingente cantidad de fotos que había guardadas. Allí estaba “el hombre hermoso”, allí estaba su imagen, plasmada en muchas de aquellas fotografías. No era producto de mi imaginación, Igor existía y había vivido en aquella casa.

Aparté la bolsa y metí en el banco todo lo demás. Desde allí podía ver el cenador donde habíamos dejado nuestros bolsos, afortunadamente el mío era enorme. Caminé hasta allí obligándome a fingir que paseaba y de espaldas a la casa, introduce aquél tesoro en el bolsón de paja que me acompañaba a todas partes. Luego fui en busca de Mari Cruz. La encontré charlando en la cocina con Eloïse, sólo tuvo que mirarme para darse cuenta de qué algo ocurría. Se miró el reloj y fingió sorprenderse de la hora, debíamos irnos, Madame Clarisse nos esperaba para comer, y aquella mujer se ponía como una fiera si dejábamos que se enfriase.

Cuando llegamos al hotel nos metimos rápidamente en mi habitación y vaciamos el contenido de la bolsa sobre mi cama. Sólo hemos descansado un momento para comer, y estamos otra vez enfrascadas intentando encajar las piezas de este puzzle.

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