Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

miércoles, 23 de septiembre de 2009

De nuevo, la vida (Dieciocho y penúltimo)


Lunes, 17 de Abril de 2006


Hago la maleta de forma automática, sin apenas darme cuenta de lo que voy metiendo en ella, amontono la ropa, no puedo cerrarla, la deshago y vuelvo a empezar. No puedo dejar de pensar en lo que pasó ayer en la exposición y en mi conversación de esta mañana con Paul. No se si creerle.


Ayer, Mari Cruz y yo pasamos la mañana paseando por París, hacía mucho tiempo que no visitaba esta hermosa ciudad. Durante esas horas, ambas nos olvidamos del motivo principal de nuestro viaje y nos dedicamos a disfrutar como un par de viejas amigas que han decidido hacer un paréntesis en su rutina diaria para gozar de unos días de nuestra mutua compañía. Saboreamos una deliciosa comida en el Ritz y después nos acercamos caminando hasta la sala en la que tenía lugar la exposición.


Cuando llegamos había ya cierta afluencia de público. Presentamos nuestra invitación a la persona situada en la puerta y pasamos a un pequeña sala en la que se concentraban algunos invitados charlando alrededor de cinco o seis mesas que se alzaban casi hasta su altura y sobre las que se habían dispuestos bandejas con dulces variados y copas llenas de champagne.


Pasamos de largo sorteando personas y mesas, y nos encontramos en un gran estancia en cuyas paredes colgaban un buen número de lienzos, iluminados por focos estratégicamente colocados. Antes de acercarme para observarlos con más detenimiento, me di cuenta de que aquellas pinturas no eran de Igor. Me había equivocado. Mari Cruz estaba tan sorprendida como yo, a juzgar por la mirada que cruzó conmigo. Estaban firmados por Paul, aunque realmente eran de un estilo muy distinto a lo que había pintado hasta la fecha. Recorrí la sala con la mirada esperando encontrarle, pero no se le veía por ninguna parte.


Durante un buen rato, fuimos recorriendo las paredes observando cada uno de los cuadros y aunque no soy entendida en arte, me parecía que eran buenos. Miré a Mari Cruz, cuyo rostro reflejaba la admiración que las pinturas le producían. Toqué su brazo para indicarle que fuésemos a la sala contigua. Cuando entramos en ella volví a sorprenderme. Allí se encontraban expuestos una veintena de cuadros que nada tenían que ver con los que acabábamos de ver. Eran las pinturas de Igor en la clínica, y así lo corroboraba la firma que aparecía en todo ellos Igor Montcour.


Creo que palidecí, sentí un vacío en el estómago que amenazaba con provocarme un desmayo. Respiré hondo intentando que mi corazón recobrase su ritmo regular mientras me apoyaba en el hombro de Mari Cruz que me miraba asustada. Escuché su voz a mis espaldas mientras sus manos firmes sujetaban mi cintura.


– ¿Se encuentra bien, Eugenia?

– Sí, estoy bien, gracias. Ha sido un ligero mareo, seguramente he estado trabajando mucho estos días.

– Debería tener cuidado, la salud es lo más importante que tenemos. Y bien ¿qué les parece la exposición?

Por un momento, me quedé paralizada sin saber qué responder, y fue Mari Cruz quien tomó la palabra.

– ¿Cuál de las dos? No esperábamos encontrarnos con la obra de otro pintor.

– Nadie lo esperaba, era una sorpresa… Eugenia, si se encuentra mejor me gustaría acompañarlas mientras acabamos de ver todas las obras de esta sala.


Me cogió suavemente del brazo y fuimos parándonos ante cada una de las pinturas expuestas. La última de ellas, reproducía el lago en el que había encontrado a Igor, y justo en medio de los árboles que vi aquella mañana aparecía la figura de una mujer de cabellera rizada y rojiza que sonreía al pintor. No había duda, esa mujer era yo, el parecido no admitía réplica y la ropa era la misma con la que iba vestida esa mañana.


Mientras observaba la escena, sentía sobre mí la mirada escrutadora de Paul, sin recato ni disimulo. Mi rostro pasaba de la palidez al rubor alternativamente, mientras que en mi cabeza daban vueltas, sin orden ni concierto, las palabras escritas de Dolores, mis conversaciones con el pintor, los sueños y todas las extrañas cosas que me habían estado ocurriendo desde la operación.


– Igor, te estábamos esperando. Ven, creo que ya conoces a Madame Eugenia, acércate a saludarla – la voz de Paul me devolvió a la realidad – Igor, tiene memoria fotográfica, literalmente – me susurró.


Casi sin darme cuenta, me encontré ante el muchacho que me regalaba su hermosa sonrisa antes de tomar mi mano y besarla como haría un caballero de antaño.


– Tengo que atender a mis invitados ¿me disculpan? Eugenia, creo que deberíamos hablar antes de que regresen a España ¿no cree?

– Sí, por supuesto – acerté a decir– tenemos pendiente una conversación.

– Una larga conversación que espero que a ambos nos satisfaga ¿Les parece que nos veamos mañana por la mañana? ¿A las diez le vendría bien? Les espero en mi casa.

– A las diez, allí estaremos.


Igor continuaba con mi mano entre las suyas, sin apartar de mi rostro esa mirada suya tan especial, encantadora e inocente.


– Cuánto me alegra que hayas venido ¿te gustan los cuadros?

– Son muy buenos, Igor, me gustan mucho ¿cómo has podido reflejar tan fielmente mi imagen? Sólo estuvimos juntos un rato.

– No se, se me queda todo grabado aquí, en la cabeza. Cuando te marchaste pensé que estabas muy guapa mirándome entre los árboles. No te molesta ¿verdad?

– En absoluto, es todo un honor para mí. Y ahora será mejor que vayas con Paul, Mari Cruz y yo tenemos que marcharnos, estoy un poco cansada.

– ¿Volveremos a vernos? ¿regresas pronto a España? Me prometiste que me contarías cosas de Dolores ¿lo has olvidado?

– ¿Cómo voy a olvidarlo? Intentaré verte antes de marcharme… siempre cumplo mis promesas.


El viaje de vuelta a casa lo hicimos en silencio, Mari Cruz parecía concentrada en la carretera y yo no dejaba de hacerme preguntas para las que no hallaba respuesta. Tenía que dejar de pensar en ello. Me daría un buen baño y tomaría algo para poder conciliar el sueño. Y eso hice, me dormí con una sensación de incertidumbre ante lo que me depararía el próximo amanecer.

viernes, 4 de septiembre de 2009

De nuevo, la vida (Diecisiete)


El paseo es reparador, en este lugar se respira serenidad, es como estar en paz con uno mismo. No se si es eso lo que hace que haya desaparecido la intranquilidad que tenía antes de venir, pero el caso es que no puedo evitar sentirme confundida. Desde que llegué, esa… llamémosle posesión de Dolores sobre mis actos, apenas se ha manifestado, salvo en circunstancias especiales, como la primera vez que me entrevisté con Paul, o cuando pasé por el lugar del accidente, o en nuestra visita a Igor. Y tampoco las sentí de forma tan intensa como cuando estaba convaleciente: aquellos sueños tan reales, el olor de las rosas, las imágenes que me asaltaban continuamente… no se qué explicación darle a todo esto.

Cualquiera en su sano juicio me diría que me obsesioné, que todo ha sido fruto de mi imaginación, que es imposible que alguien que ha muerto sea capaz de transmitir todas esas sensaciones por el simple hecho de donar uno de sus órganos vitales, que el corazón no es más que un músculo, que no tiene sentimientos. Nada que yo no sepa. Y sin embargo no pude inventarme la historia de su muerte, no pude adivinar por mi misma que era Dolores la dueña del corazón que colocaron en lugar del mío, no hubiese podido hacerlo sin su ayuda. Y ahora me encuentro perdida, sin saber qué espera de mi.

Transcribo al disco duro de mi ordenador una de las últimas notas de Dolores. Ella también estaba desorientada y en cierto modo asustada por lo que había pasado.

“No se si podré mirarle a los ojos cuando vuelva, pero tampoco puedo arrepentirme por lo que sucedió. Si no me hubiese mirado como lo hizo, si yo no me hubiese sentido tan especial al ver plasmada mi imagen en el lienzo, a través de sus ojos, si no fuese tan bello e inocente. Ahora me doy cuenta de que él entrega todo su cariño y gratitud a través del sexo, es su forma de demostrar el amor que siente hacia la otra persona. Claro que se excita y disfruta del placer, tiene el cuerpo de un hombre, con sus necesidades biológicas, pero su pensamiento es puro como el de un niño. Me recuerda a Christine, el bebé de Rose que con apenas tres años se masturbaba con aquél peluche que le regalé. Su madre no sabía cómo reaccionar al ver a su niña con las piernas aferrando el muñeco y aquella expresión de gozo en su carita sonrosada. El médico le explicó que la pequeña no era consciente de que aquello fuese nada censurable, ella sólo sabía que le gustaba lo que sentía y lo hacía con total naturalidad, es bastante frecuente en los bebés.

Quizá por eso, por la serenidad que transmitían sus ojos, no me moví cuando empezó a acariciarme la cara, dibujándola palmo a palmo con sus dedos suaves, rozando mis mejillas y mi frente, rodeando mis ojos, mi nariz, dibujando mis labios entreabiertos. Luego siguió bajando hacia el cuello, acarició mis hombros deslizando lentamente los finos tirantes del vestido, el vestido que él mismo eligió para pintarme. Después fue un torbellino de deseo y placer que me envolvió por completo y ya no pude parar, no quise hacerlo. Quizá pensé en algún momento que también yo podía ser su amante, quizá durante un instante, sólo un instante, volvieron a mi mente las imágenes de él y Paul gozando con sus cuerpos, quizá, no lo recuerdo. Su boca por mis pechos, su lengua explorándome el ombligo, sus dedos en mi sexo, me impidieron pensar en nada que no fueran besos, caricias, pieles, sudores y saliva.

Cuando su lengua explorando los senderos sinuosos y húmedos, abajo entre mis piernas, encontró el lugar exacto dónde debía posarse deseé que se parase el tiempo, que aquello no acabase nunca, o sí, porque la urgencia se hizo dueña y señora de todos mis sentidos haciendo que olvidase todo lo que no fuesen nuestros cuerpos. Sujeté su cabeza con mis manos haciendo deslizar su boca por mi sexo, que palpitaba preso de incontrolables espasmos de placer.

Su cuerpo vigoroso bajo el mío, moviéndose a la par, en sintonía. Mi sexo, como una boca húmeda y hambrienta, envolviendo su falo endurecido. Y otra vez la locura, que se tornó en ternura al mirar su sonrisa, y le besé la boca, mientras sentía como me llenaba, me vaciaba, y me volvía a llenar, como su sexo palpitaba allí dentro, desbordándose al fin entre gemidos.

No quería que me viese nerviosa, no quería que pensase que es malo lo que hicimos. Él no debe ensuciar sus pensamientos, no puedo permitir que nadie perturbe su inocencia. Estuve a punto de decirle que no le contase a nadie lo ocurrido, que era nuestro secreto, pero me arrepentí en el último momento, por si entendía que era algo que debía ocultarse. Sólo le dije cuánto le quería. Y sonrió feliz”.

También yo sonrío cuando termino de escribir. No deja de sorprenderme lo ocurrido, aún más si cabe que la relación entre Igor y Paul. Todo se desbordó cuando éste se enteró de lo que había ocurrido, o eso es al menos lo que transmiten las escuetas notas de Dolores: “No le he dicho que les vi aquella tarde, he aguantado en silencio sus gritos. No se si le duele por mí o por François” “Me pregunto ¿cómo es capaz de reprocharme con toda naturalidad mi infidelidad? ¿cómo se puede ser tan cínico?” “Pretende alejarle de mi para siempre, no voy a consentirlo. Intenta convencerme de que estará mejor en esa clínica donde piensa internarle. Si lo hace el secreto de su éxito verá la luz, se lo he prometido”.

Y nada más. A partir de ahí tendrá que ser Paul el que me cuente que ocurrió. De otra forma, como escribe Dolores, el secreto de su éxito se hará público.