Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

domingo, 29 de marzo de 2009

Pecado de juventud (Tres)


Estoy agotada. Mientras conduzco camino a casa entre un río interminable de coches sólo pienso en tirarme en el sofá. Entraré por la puerta lanzando a puntapiés estos insufribles tacones y me prepararé un buen baño, sí, hoy paso de ahorrar agua dándome una ducha, que una también tiene derecho a ciertos caprichos. Quiero un baño relajante con bolitas de aceite, velas olorosas y escuchar a todo volumen mi mantra preferido…hum, ya lo estoy disfrutando. Ha sido un día estresante a la par que aburrido, lo de cubrir las campañas de los políticos no es para mí, el lunes sin falta hablo con el jefe, quedamos en que sólo serían cuatro o cinco días y llevo así dos semanas, me importa una mierda que no tenga periodistas disponibles, un trato es un trato, ya no aguanto más.

- ¿Qué te parece este conjunto para la cena?

Lo dice sonriendo, parado en la puerta del baño, mientras sujeta una percha con un pantalón y una bonita camisa de seda, justo en el momento en que había conseguido relajarme. Le tiro una chancla que él esquiva con gracia.

- Pero Xuso, otra vez no ¿de verdad estás decidido a ir a esa estúpida reunión?

Está en la cocina preparando una ensalada para los dos y una tabla de delicioso queso.

- Pues claro que estoy decidido, pero sólo si tú me acompañas.
- No me hagas esto, por favor.
- Gloria, no se qué pasó realmente entre Gonzalo y tú, escuché comentarios cuando llegué al Instituto…
- ¿Qué comentarios?
- Chismes de adolescentes, ya sabes.
- ¿Qué comentarios?
- Que parecía que Gonzalo iba en serio contigo, que a pesar de la cantidad de chicas que revoloteaban a su alrededor nunca había salido en pareja con ninguna, esas cosas…Luego a todos les extrañó que después de aquel percance del que todos hablaban en secreto, ya me entiendes, lo del profesor y eso, os convirtierais en dos extraños.
- Y tú ¿qué pensabas?
- Nada ¿qué querías que pensara? No estaba allí, y una vez que quise preguntarte sobre ello ¿recuerdas? me respondiste que si quería seguir siendo tu amigo, me olvidase de ese tema para siempre. Me sorprendió tu reacción y me asustó lo que percibí en tu mirada.
- Recuerdo aquella noche de San Juan, en la playa, nos quedamos solos junto a las brasas de la hoguera que habíamos encendido, recuerdo las confidencias que nos hicimos, pero olvidé que me hablaste de eso, te lo juro.
- Lo hice, pero seguramente, consciente o inconscientemente, lo borraste de tu memoria.

Hablamos sin mirarnos. Yo sentada en un taburete, fumando un cigarro, y él entretenido en trocear los ingredientes de la ensalada en pequeños pedacitos casi idénticos. Deja el cuchillo sobre la mesa y se queda mirándome fijamente.

- Gloria, tienes que enfrentarte a ese miedo de una vez por todas, no puedes seguir arrastrando el recuerdo de lo que quiera que fuese que ocurrió durante toda tu vida ¿no crees que es un buen momento? Mírate, eres una mujer inteligente, una buena profesional del periodismo, independiente, madura… has pasado por momentos difíciles y siempre saliste de ellos victoriosa, con algunas heridas de guerra sí, pero victoriosa. Me duele verte así, de veras.
- No me hace falta enfrentar nada, Xuso, estoy muy bien así ¿por qué coño tengo que volver a ver la puta cara de Gonzalo? ¿qué necesidad tengo? Dime ¿qué gano con eso?
- Nada, Gloría, no voy a insistir más, olvídalo… la cena está lista, anda, vamos a la mesa.

Cenamos en silencio aparentando estar interesados en una película que Xuso puso en el video. Al terminar el café, él se levanta, musita un “buenas noches” y se dirige a la puerta. Se detiene, parece dudar si se va o se queda, finalmente se acerca y me besa.

- Te quiero, Gloria, eres mi mejor amiga, no lo olvides.

Se aleja.
(Abajo podéis escuchar el mantra)


jueves, 26 de marzo de 2009

Pecado de juventud (Dos)


Gonzalo es el niño mimado del Instituto, es guapo, su cuerpo pasa casi sin notarlo la típica y casi siempre poco atractiva, etapa de la adolescencia. Es buen deportista y un más que admirable estudiante. Siempre va impecablemente vestido y su cabeza parece recién salida de la peluquería. Forma parte del consejo escolar en representación del alumnado, participa y promueve toda clase de actividades, tanto educativas como lúdicas. El profesorado le consulta y acata de buen grado sus opiniones y propuestas, le profesan gran estima y respeto, un respeto que en ocasiones parece rayar el temor.

Él es el epicentro de una sociedad clasificada por categorías, que van decreciendo en importancia de manera proporcional a la distancia que les separa de su persona. Pegados a sus talones andan siempre media docena de incondicionales que acatan sus órdenes, siempre disfrazadas de simples recomendaciones o encargos, con el orgullo de quien ha sido elegido para llevar a cabo un importante cometido y dispuestos a demostrar que son dignos de su confianza.

Inmediatamente después están los que trabajan duramente para entrar en el círculo de los elegidos, un buen puñado de chicos y chicas que se encargan del trabajo… obrero, podríamos decir. Son los que fotocopian y pegan carteles durante días anunciando una actividad, ya sea una charla, teatro, un campeonato deportivo. Sirven igual para un roto que para un descosido, siempre están disponibles. Luchan a brazo partido con sus contrincantes para ganarse una palmada en la espalda o una simple sonrisa del magnífico, maravilloso y admirable Gonzalo.

Por último, unos pocos apestados, entre los que me encuentro, cuyo nexo de unión es cierta aversión ante tanta perfección. El sentimiento es mutuo, Gonzalo evita cualquier contacto con nosotros, no vayamos a contagiarle alguno de nuestros defectos, por lo que se forma una frontera invisible entre su territorio y el nuestro, que ningún bando osa traspasar. A veces, acogemos a alguno de los suyos caído en desgracia, por pura compasión, y eso nos hace sentir un poco vencedores.

Escucho embobada al nuevo profesor de Literatura. Hace casi dos meses que no asisto a esta clase, a pesar de ser una de las pocas asignaturas que me interesan. La antigua profesora no enseñaba Literatura, la destrozaba. Jamás escuché a nadie leer un texto de la forma tan desastrosa en que ella lo hacía, hubiera podido recitarnos la guía telefónica y no habríamos notado la diferencia. Así que decidí no volver a entrar en su aula y aprovechar ese tiempo con el acompañante de turno, dándole gusto al cuerpo.

Hoy, alguien me ha dicho que la buena mujer estaba depresiva, cosa que no entiendo porque deberíamos ser nosotros los deprimidos, pero el caso es que estará ausente con toda probabilidad hasta final de curso, y deseé con toda mi alma que el sustituto fuese un poco mejor que ella, algo relativamente fácil dadas las circunstancias. Sólo verle entrar por la puerta, siento que me gusta, que este hombre barbudo que se presenta como Rafael es un buen profesor de Literatura. Y no me equivoco, pronto logra captar nuestra atención con su voz grave y cadenciosa que nos adentra en el mundo de las letras de forma sencilla.

Hablamos de una nueva novela cuya lectura nos recomienda, cuando interrumpe Gonzalo que acaba de abrir la puerta. Con su mejor sonrisa se dirige al profesor pidiéndole disculpas por el retraso, que se debe, al parecer, a un asunto urgente que estaba tratando con el jefe de estudios y que le ha retenido más tiempo del previsto. Rafael le mira fijamente, no parece escuchar su explicación, más bien da la impresión de estudiar su rostro como quien observa una fotografía intentando ubicar la imagen en algún lugar de su memoria. Asiente mecánicamente y le hace una seña con la mano para que ocupe su asiento, disponiéndose a continuar con la clase. Pero algo ha cambiado, el profesor parece ausente, se queda a veces pensativo y guarda silencio en mitad de una frase.

Suena el timbre y entre el ruido de sillas y pupitres, se alza la voz del profesor que en tono autoritario se dirige a Gonzalo citándole en su despacho. Se hace el silencio. No es extraño que cualquier docente le emplace al terminar una clase, para comentar con él algún asunto relacionado con los alumnos, pero la forma en que acaba de hacerlo Rafael no es la habitual. También Gonzalo se ha dado cuenta y por un momento parece a punto de responder airadamente, se hinchan las venas de su cuello y aprieta los puños con fuerza. Pero logra controlarse y asiente con sonrisa algo forzada. El resto de la clase suspira aliviada. Antes de salir por la puerta doy una última mirada a Rafael que alza los ojos y sonríe.

PD: Perdón por la tardanza.

lunes, 2 de marzo de 2009

Pecado de juventud (Uno)


- ¿No pensarás dejarme ir sólo?

Estoy a punto de decirle que sí, que es exactamente eso lo que estoy pensando, pero al percatarme de su mirada perruna opto por callar. Lleva así desde que recibimos hace quince días la dichosa invitación para la puta cena de antiguos alumnos del instituto. Cuando se lo propone puede llegar a resultar cargante.

- No se por qué no quieres ir ¿de qué tienes miedo? Si es por los años que han pasado, veinticinco exactamente, seguro que a ellos también les pesan. Además, tú estás monísima.

Y al decir “monísima” saca su mejor voz afeminada y se acompaña de gestos que acaban haciéndome sonreír.

- Yo lo que no entiendo es qué se te ha perdido a ti en esa reunión, si sólo estuviste en el último curso.

Ahora soy yo quien contraataca.

- Pues mira, tengo ganas de volver a verles el careto a todos aquellos que se mofaban de mi homosexualidad, quiero comprobar lo mal que les ha tratado la vida, regocijarme con la visión de sus barrigas y sus calvas, porque seguro que todos esos que se las daban de machotes están hechos una birria ¿tú sabes lo que nos podemos divertir?... anda, dime que sí, dime que iremos…

Suspiro, sabiendo que no voy a tener más remedio que claudicar y armarme de valor para ir a esa maldita cena. Xuso es mi mejor amigo, mi compañero de piso desde hace un montón de años, pero no puedo contarle que no quiero encontrarme con Gonzalo, que no se si soportaré verle de nuevo.

- Xuso, no me apetece recordar viejos tiempos, no fueron felices para mí, por eso no quiero ir, fueron años difíciles, de verdad ¿no podríamos olvidarnos de esa invitación?
- Pues que yo recuerde, cuando yo llegué eras una chica preciosa, con carácter, buena estudiante e integrada en un nutrido grupo de buenos amigos. Si no hubiese sido porque me tomaste bajo tu protección, no lo habría soportado.
- Conociste mi mejor versión, la Gloria que se propuso convertirse en una mujer independiente y preparada para afrontar su futuro, después de haber pasado por alguna que otra mala experiencia. Mira, en los primeros años de instituto fui una preadolescente horrorosa, sí, no te rías…
- Pues como todos ¿crees que yo fui siempre así de guapo?

Y sonríe enseñando su magnífica dentadura.

- No. Yo era horrorosa de verdad. Imagínate una chica más bien bajita, con un cuerpo amorcillado, el pelo liso de un rubio ceniza apagado y grasiento, y la cara plagada de granos, granos rojos y grandes. Casi siempre llevaba una coleta porque a las pocas horas de lavarme la cabeza volvía a aparecer la grasa. Se me subía el pavo en cualquier momento, y mira que yo intentaba concentrarme para que no ocurriese, pero bastaba que alguien me dirigiese la palabra, incluso que me mirase, para convertirme en un semáforo… en rojo, claro.
- Sigue, sigue, no conocía esa faceta tuya.
- Si sigues descojonándote, no te cuento nada más.
- Vale, no me río, te lo prometo.
- Así pasé dos o tres años. Contaba con una o dos amigas, parecidas a mí, porque las guays siempre estaban en el otro bando. Luego la naturaleza decidió por fin concederme un respiro, crecí unos cuantos centímetros y dejé de parecer una morcilla. No es que me convirtiese en una modelo de pasarela, pasé a ser una chica normal, delgada sin resultar esquelética, y eso sí, con pocas tetas, pero no se puede tener todo, ya estaba bastante satisfecha con el reflejo que me regalaba el espejo cada mañana. Faltaba arreglar el asunto de los granos.
- Bueno, eso se cura con la edad.
- Sí, pero no estaba dispuesta a sentarme a esperar a que los años cumpliesen su cometido, estaba harta de que mi cara pareciese una paella. Entonces mi madre tomó cartas en el asunto y me llevó a un dermatólogo famoso en la ciudad por un método revolucionario que decían era muy efectivo. Pasé seis meses acudiendo a su consulta para someterme a aquel extraño tratamiento. Me ponían una especie de máscara de metal sobre la cara, y me exponía así a los rayos que lanzaba una enorme máquina que debía costar una fortuna por los cuidados que le prodigaba la enfermera. No se si aquello sería muy recomendable pero el caso es que hizo efecto y los granos y marcas que tenía en el rostro fueron disminuyendo hasta desaparecer por completo.
- Y apareció la nueva Gloria.
- Apareció otra Gloria, pero no precisamente la que tu conociste. Aquella Gloria intentó comerse de un bocado todo lo que había tenido que mirar de reojo sin atreverse siquiera a pensar en probarlo. Empecé a ser popular, los nuevos amigos crecían y se reproducían como las setas, los chicos me andaban detrás constantemente y yo me prodigué con un buen número de ellos, me gustaba sentirme deseada, me dejaba magrear sin demasiada resistencia, era lo que se llama una chica fácil, los pretendientes no me duraban mucho, pero no me importaba, había muchos para elegir. Luego llegó Gonzalo.
- ¿Te enrollaste con Gonzalo? Me parecía que había entre vosotros cierta hostilidad pero no pensé que hubiese por el medio ningún rollo sentimental. Nunca me cayó bien, lo sabes. No me fiaba de él.
- Gonzalo es un mal bicho. Sí, me enrollé con él, más de lo que lo había hecho con cualquier otro. Por eso no quiero ir a esa estúpida cena, no me apetece verle el careto, ni a él, ni a ninguno de los otros con los que tuve aquellos escarceos.
- Pero eso es una tontería de adolescentes, Gloria. Cuando te vean sabrán lo que se han perdido, déjalos que rabien.
- ¡Qué cabezota eres, Xuso! Vamos a dormir, anda, déjame que lo piense.

Le doy un beso de buenas noches y le dejo en el sofá terminando su cola-cao. Con eso del rollo con Gonzalo no tengo esperanzas de acabar convenciéndole, pero no puedo contarle la verdad de lo que ocurrió, aquello aún me sigue atormentando, soy tan culpable como él, me manipuló, me engañó, me utilizó para llevar a cabo su venganza, pero quizá podría haber hecho algo para impedirlo, y no lo hice… no lo hice…