Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

martes, 21 de julio de 2009

De nuevo, la vida (Nueve)


Martes, 11 de Abril de 2006

Llegamos al hotel en plena puesta de sol y Madame Clarisse viene a recibirnos, preocupada por nuestra tardanza. Rehúso la cena que se ofrece a prepararnos. Sólo quiero darme un baño, descansar un poco y tratar de asimilar los sentimientos y sensaciones que he experimentado a lo largo del día. ¿Estás bien? Me pregunta Mari Cruz. Sí, le respondo, necesito un poco de soledad, eso es todo. Estaré en la terraza después de cenar, disfrutando de esta hermosa noche, si te apetece hablar un rato, vienes, me susurra al oído. Le doy un beso y me voy a mi habitación. Sumergida en la bañera intento repasar cada momento, analizarlo con calma.

Aunque la casa de Paul Montcour está a las afueras del pueblo no se halla a mucha distancia, por lo que Mari Cruz y yo decidimos ir andando. Sobre las nueve de la mañana salimos del hotel después de un agradable desayuno. Tomamos un estrecho sendero que discurre por encima, a poca distancia, de la carretera que bordea el acantilado. Caminábamos despacio concretando los últimos detalles de nuestro reportaje como hacemos siempre que hemos compartido algún trabajo. Pero esta vez no era con el único propósito de realizarlo con la profesionalidad a la que estábamos acostumbradas, si no más bien intentando no pensar en los verdaderos motivos que nos habían llevado allí.

Me sentí mal. Fue algo repentino que a punto estuvo de hacerme caer al suelo. En un momento se me empapó la camisa con unos sudores fríos que me hicieron tiritar. Sentía náuseas y mi rostro se tornó pálido como la cera. Asustada, Mari Cruz, no sabía cómo reaccionar. Me senté en el suelo y cerré los ojos. Inmediatamente me vi dentro de aquél coche azul, que se precipitaba por el acantilado. Me oí gritar aferrada al volante y sentí en la boca el sabor de la sangre. Estábamos sobre el punto exacto en el que había ocurrido el accidente. Poco a poco, empecé a sentirme mejor y aunque Mari Cruz insistía en volver al hotel, no dejé que se saliera con la suya.

Al cabo de quince o veinte minutos andando, una antigua y bien cuidada casona apareció ante nosotras. Respiré hondo un par de veces e intenté armarme de valor para enfrentarme al hombre que estaba esperándonos sin sospechar lo que ocurría. La casa estaba rodeada de un precioso jardín, más extenso en la parte delantera y separado en dos partes por un pequeño camino empedrado como las calles del pueblo. En una especie de cenador situado a la parte derecha de la casa, había preparada una mesa y varios sillones de madera adornados con coloridos cojines a juego con las diferentes tonalidades de las rosas del jardín. La verja de entrada estaba abierta, así que sólo tuvimos que empujarla un poco y pasar al interior.

El aroma de las flores impregnaba el ambiente de aquél día soleado, y unos cuantos árboles colocados estratégicamente alrededor de la casa te hacían desear sentarte en los pequeños escalones de la entrada para gozar del frescor de su sombra. Entonces le vi, de pie bajo el umbral de la puerta. Era un hombre alto y delgado, vestido con un veraniego pantalón de color claro y sobre ellos, una camisa blanca de maga corta que caía de forma descuidada dándole un aspecto juvenil y descuidado pero sumamente elegante. Bajó despacio la pequeña escalera y me tendió la mano sin dejar de mirarme fijamente.

- Bienvenidas, Paul Montcour, es un placer conocerla… Madame… ¿Eugenia?.

- Gracias por recibirnos, Monsieur Montcour, llámeme Eugenia, por favor. Le presento a Mari Cruz, es mi fotógrafa, además de una buena amiga.

- Un placer, Mari Cruz, llámenme Paul, simplemente. ¿Les apetece tomar algo? Podemos sentarnos allí y conversar acerca del reportaje que piensan realizar.

- Sí, por favor, yo tomaría algo fresco… ¿Mari Cruz?

- Sí, para mi también.

- Acomódense mientras doy las órdenes oportunas.

Cuando desapareció dentro de la casa, no pude reprimir un suspiro de alivio que me ayudó en parte a desprenderme de la tensión que sentía. Intenta tranquilizarte, me dijo Mari Cruz, olvídate de Dolores, y concéntrate en el trabajo. Pongo todo mi empeño, créeme, pero es difícil con este corazón latiendo a toda velocidad. Te aseguro que el mío no hubiese podido resistirlo.

Paul salió de la casa seguido por una mujer de edad avanzada que portaba una bandeja con bebidas y algunos dulces. Debía ser Madame Eloïse. Hasta el momento en que escuchó mi voz, la mujer apenas nos había dirigido una mirada, entonces levantó la cabeza dejando por un momento lo que estaba haciendo y en su rostro apareció una expresión de asombro, casi de miedo, al tiempo que un ligero temblor se apoderó de sus manos. Se marchó murmurando una disculpa dejándonos en un incómodo silencio.

- Y bien – dijo Paul, sacudiéndose el desconcierto – creo que debemos empezar a trabajar.

Mientras que Mari Cruz le explicaba en qué consistía el reportaje que queríamos realizar y recababa su autorización para hacer las fotografías con las que ilustrarlo, yo me dediqué a observarlo. Tenía el rostro delgado, la nariz recta y afilada, y unos ojos de un azul grisáceo que miraban de frente. Había empezado a dejarse una ligera barba que dejaba entrever algunas canas. El cabello oscuro, no muy corto, dejaba caer algunos mechones sobre la frente que contrastaban con el azul de sus ojos. Tan ensimismada estaba que no me di cuenta de que acababa de dirigirse a mí.

- Ahora creo que es el turno de la periodista ¿algún guión preparado con las preguntas?

Me quedé un momento pensativa sopesando mi respuesta.

- Paul, he entrevistado a un buen puñado de personas importantes y nunca llevo un guión. Quiero que el entrevistado se sienta cómodo, charlar con él. Tengo que decirle que no sólo me interesa su faceta profesional, que por supuesto es el motivo de la entrevista, pero me gusta que al lector le llegue la idea de que detrás de ese pintor famoso se esconde una persona de carne y hueso, alguien que fue niño y adolescente, que ha pasado buenos y malos momento personales, alguien con sus manías, inquietudes, deseos y miedos. Así que no aceptaré un reportaje basado únicamente en su faceta artística.

La tensión era bien visible en el rostro de Mari Cruz y estaba segura que estaba maldiciéndome con el pensamiento. Me lo jugaba todo a una carta.

- Es usted increíble. Viene desde España a realizar un reportaje que yo no he solicitado.. ¿y se atreve a aplicarme sus normas aún a riesgo de que le diga que no?

- Así es, de todas formas el viaje habría valido la pena sólo por conocer este magnífico rincón. Por supuesto que si le incomoda alguna pregunta la descartamos sin problema.

- Está bien. No me gusta hablar de mi vida privada, pero voy a confiar en usted. Es valiente, y eso me gusta. Me recuerda tanto a…


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