Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

lunes, 17 de enero de 2011

Sucedió que el amor (Tres)


Dormí durante todo el día y toda la noche, de forma intermitente. Extraños sueños poblaron esas horas, en las que de repente me despertaba sudorosa para después de un momento empezar a temblar como una hoja agitada por el viento.

Por la mañana me sentía agotada como si hubiese estado librando una dura batalla. Definitivamente, pensé, aquello no podía haber sido a causa del extranjero, ni de su voz, no, seguramente me encontraba realmente enferma. Y respiré aliviada. ¡Qué tontería lo de suponer que me había enamorado! Nadie se enamora así tan de repente. Me levanté dispuesta a seguir con mi vida de siempre. Mi esposo y mi hijo aún dormían así que aproveché para prepararles un exquisito desayuno.

Durante una semana todo pareció volver a la normalidad, hasta que empecé a inquietarme. Fue algo gradual, me despertaba antes del amanecer y permanecía en vela hasta que la actividad comenzaba a apoderarse del poblado. Al principio me quedaba acostada y quieta, con los ojos cerrados, queriendo evocar los más hermosos recuerdos: la sonrisa de mi hijo, el beso suave de mi esposo al darme las buenas noches, el sol en primavera… pero inevitablemente siempre acababa escuchando la voz de Kadir, abriéndose paso entre mis pensamientos, como el rayo de luz que se cuela entre las tinieblas.

Un día no pude aguantar más y me levanté sigilosamente. Me enrollé en una de las pieles de mi cama y descalza salí de la casa. Sin apenas darme cuenta dirigí mis pasos hacia la playa y me senté allí, frente al mar, mientras el sol empezaba a asomar en el horizonte. Y así continué día tras día. Cada noche, al acostarme, me proponía no volver a hacerlo pero algo demasiado fuerte me empujaba hacia allí.

Pasaba las horas ocupada en las más diversas tareas, a menudo absurdas, intentando mantenerme ocupada. Sabía que mi esposo estaba preocupado por mí, que sentía que yo no era la misma de hace apenas unos meses. Cuando en el lecho, buscaba el calor de mi cuerpo, yo me echaba a temblar… se me hacía tan difícil entregarme a sus caricias. Tenía la sensación de que le estaba engañando. A veces inventaba alguna disculpa que ni yo misma creía, otras consentía y le dejaba hacer. Conocía tan bien mi cuerpo que no le costaba demasiado hacerme gozar, pero nada era como antes. A menudo le sugería que fuese a pasar la noche con Merine, o con alguna de las otras mujeres de la tribu, o que trajese a cualquiera de ellas a nuestro lecho, quería verle feliz, aunque sabía que entre todas ellas siempre me había preferido a mí

Una mañana, al llegar a la playa, decidí pasear por al alrededores. Y así fue como di con una pequeña gruta entre las rocas a la que iba siendo una niña. Casi me había olvidado de su existencia. Allí estaría tranquila, sin peligro de que alguien me descubriese sentada en la playa, día tras día. Decidí que desde ese momento la gruta sería mi refugio. A la mañana siguiente trasladé allí un par de viejas pieles que apenas utilizaba en la cabaña y me senté en un pequeño rincón apoyada en la roca.

A veces me dormía arrullada por el rumor del agua y al despertar, el brillo del sol me cegaba mis ojos. Cuando el mar orgulloso se mostraba en toda su bravura, yo temblaba sin remedio, escudriñando la negrura de sus aguas, con olas inmensas que parecían querer tragarse todo lo que encontraban a su paso. Rogaba a los dioses que Kadir no hubiese salido esa noche a navegar, rezaba y rezaba sin parar, prometiendo cientos de sacrificios si volvía sano y salvo. Luego, cuando volvía la calma, me arrepentía de todas las tonterías que había estado murmurando en la soledad de la gruta.

Por fin, una mañana…

PD. Siento el retraso. Estreno ordenador portátil, espero poder tener un poco más de tiempo, y menos pereza, todo hay que decirlo.