Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

domingo, 4 de diciembre de 2011

En espera

 

Apenas unos minutos para contaros que estoy bien. Por diversas circunstancias aún no han podido darme el último ciclo de quimio, ya que padezco una anemia bastante fuerte que intentan paliar a base de transfusiones de sangre. Este fin de semana me mandaron a casa y dentro de un rato vuelvo al hospital. Mañana a primera hora me efectuarán un análisis de sangre a ver como estoy con la anemia y dependiendo del resultado empezarán con los goteros o no (cruzo los dedos), si la cosa va bien, esta semana por fin termino. 
Según la doctora de radio el tumor está liquidado, ahora sólo falta esta última dosis de quimio y a recuperarme. Cuando me encuentre con suficientes ánimos vendré a contaros lo que ha pasado todas estas semanas y sobre todo mi estado de ánimo que creo que es lo más importante.
Gracias a todos por vuestro interés y cariño, significa mucho para mi. 

Os dejo un video de Fito, uno de mis cantantes favoritos..



Besos.



   

miércoles, 5 de octubre de 2011

¿El último tramo?



Antes que nada, quiero responder a dos comentarios del post anterior. 

Amiga "Anónimo" te agradezco mucho tu recomendación y aunque, gracias a Dios, de momento tengo el cuello totalmente repuesto de sus quemaduras, gracias sobre todo a Rosana, la mejor enfermera del IVO, no puedo dejar de poner aquí la marca de esa crema por si alguien entra a leer y puede resultarle útil. La crema se llama Biafine,  es francesa  y puede encontrarse por internet.

Raquel, todos lloramos por lo que luego comprendemos que son tonterías, sobre todo en ciertas épocas de nuestra vida, según vamos cumpliendo años cambian los motivos por los que lloramos. Creo que soy una mujer fuerte físicamente, al menos hasta ahora. No he padecido graves enfermedades, ni he tenido intervenciones o accidentes dolorosos, así que por dolores físicos no suelo llorar, no lo he hecho ni siquiera en las pocas ocasiones en que he padecido alguno. Soy de esas que aprietan los dientes y aguanta lo que le echen, a veces el dolor ha hecho que las lágrimas broten por si solas, pero sin conseguir ni un ¡ay! de mi garganta.

Sin embargo, me ha hecho llorar tu comentario, como muchos de los que recibo. Me hace llorar la cara de alegría que percibo en amigos o compañeros cuando me ven y se encuentran con que tengo un aspecto mucho mejor de lo que ellos esperaban, ese ligero suspiro que se escapa de su pecho. O cuando mi hermana mayor viene a verme (ella no está para muchos trotes) muerta de miedo por lo que se puede encontrar y acaba riéndose mientras charlamos en el sofá. O ver cómo mi hija se desenvuelve como ama de casa: compras, comida, cocina, ropa.... y un largo etcétera del que casi siempre me ocupé yo. O las horas que pasan cuidándome en el hospital, sobre todo mi hermana pequeña y mi madre... ¡ay! mi madre, que se empeña en quedarse conmigo porque dice que no tiene a nadie más a quien cuidar (es viuda desde hace años) y se que puede, está sana y joven, pero sufre, porque es contranatura que una madre de 78 años esté cuidando a su hija de 54... todo esto me hace llorar todos los días, a escondidas claro y de emoción, que no de pena.

Bien, ya he terminado (por fin) la radioterapia. Esta tarde ingreso en el hospital para hacer los tres ciclos de quimioterapia que al parecer me faltan. Según me ha explicado mi oncólogo estaré 6 días ingresado y tres semanas en casa, y así 3 sesiones... ya os contaré.





domingo, 25 de septiembre de 2011

En apenas unas horas...



... vuelvo al hospital. El permiso ha sido corto, pero se agradece estar en casa unos días.

Doria, contestando un poco al comentario del post anterior, sí, estoy utilizando una crema para pieles irradiadas, incluso antes de empezar el tratamiento. Resulta que a principios de Julio, cuando ya me habían diagnósticado el cáncer de cavum, tenía consulta con mi dermatólogo que desde hacer año y medio me trata por una alopecia areata universal que padecí (perdía el pelo de todo el cuerpo), debida posiblemente a una situación de estrés motivada por la enfermedad, bastante larga y dolorosa, del padre de mi marido. El caso es que le dije lo que me pasaba porque era tonto seguir tomando la medicación de mantenimiento del cabello siendo que iba a recibir quimio y radio. Acordamos que lo mejor era volver a ello cuando acabase con el tratamiento, y fue él quien me recomendó la crema y me dijo que empezase ya a utilizarla para ayudar a la piel.

Sin saber de medicina, ni de radioterapia, y guiándome sólo por el sentido común, pienso que si cada persona necesita una protección específica para los rayos del sol porque tenemos diferente tipo de piel, lo mismo puede ocurrir con la radio. Quizá haya gente a la que no le afecte tanto en la piel. La mía es del norte, blanca, con pecas y lunares, y además siempre la tuve bastante delicada. También puede ser que me pusiera suficiente cantidad de crema protectora, no se. Pero estoy segura de que se podía haber evitado el problema de las quemaduras si la doctora que presumiblemente se quedaba a cargo de mi historia clínica y mi tratamiento, hubiese estado más al tanto.

En fin.

Ayer por la mañana vino a verme el médico de guardia, un hombre mayor muy amable y simpático. Hablamos de mi estado general y después de consultarlo con mi enfermera me dejó salir hasta hoy a la hora de la cena, tengo mi habitación reservada. Mañana me harán la siguiente cura, a ver en que estado tengo el cuello. Resulta que cuando el doctor me estaba examinando hablaba con la enfermera y le contaba que estaban experimentando nuevas técnica de radioterapia, que antes entraban hasta el tumor sólo por tres zonas mientras que ahora lo hacen por cinco, que esto ha dado lugar a encontrarse con efectos secundarios que no se daban con anterioridad y que por el contrario otros hayan desaparecido. Esto me hizo afianzarme  más en la idea de que los responsables tenían que tener más control sobre esto.

Y ahora vamos a lo positivo, siempre, siempre hay un lado positivo. 
Pensaba yo hace unos días que de no haberme pasado algo así, seguramente no habría sido consciente de cuánta gente me quiere y me aprecia. No soy persona que tenga muchos amigos, tengo poquitos y de hace muchos años, pero también están los compañeros de trabajo y toda la gente con la que me relaciono profesionalmente, los conocidos, los que comparten conmigo asociaciones, hobbys, y sobre todo está la familia. En estos pocos meses he sentido el cariño de todos y cada uno, con su particular manera de demostrármelo. Cariño que me ha hecho verter lágrimas de emoción, muchas lágrimas. 

Desde éste, mi pequeño rincón, quiero daros a todos las gracias.

Y espera, que se me olvidaba algo muy positivo: MI MARIDO APRENDIÓ A HACER UNA BUENA PAELLA (siempre me tocaba a mi) ¡ja! ya no tiene escapatoria.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Mal dadas


¡Ay! mis queridos Doria y Manu, eso es lo que yo hubiese querido, terminar de una vez con las sesiones de radio, pero no ha podido ser, no todavía.

Han sido dos semanas jodidas. El miércoles 14 tuve la segunda sesión de quimio, que no fue mal del todo, las náuseas y vómitos habituales, cansancio y sobretodo la mucosidad tan fuerte y con ese sabor metálico que no logras quitarte en varios días. El problema de tanta mucosidad es que la vas tragando y llega un momento en que el estómago no admite la comida. Y si a esto le añadimos un estreñimiento crónico (perdonad lo escatológico del asunto) debido al parche de morfina... apaga y vámonos. Este último punto se debió a un "despiste" de mi doctora sustituta de radioterapia (la titular está este mes de vacaciones) que no cayó en la cuenta de que la morfina conlleva irremediablemente el estreñimiento. 

Pero quizá lo peor era el estado en que se iba poniendo mi cuello: se estaba empezando a caer la primera capa de piel, totalmente quemada, y empezaban a aparecer grandes rodales totalmente en carne viva. Aún en estas condiciones, aguanté la radioterapia hasta el viernes 16, mediante curas de la enfermera de radio, incluyendo la que me hizo el mismo viernes para todo el fin de semana.

El lunes me presenté como siempre a mi sesión, pero me encontraba muy mal, estaba floja porque apenas comía, debido a los dos problemas mencionados antes y que quería consultar con la doctora, y el cuello presentaba un aspecto cada vez más lamentable. Cuando intenté tumbarme en la mesa del aparato de radio, me mareé, era imposible estar en posición totalmente horizontal, pero es que ponerme la máscara iba a ser una tarea ardua. Aún volví a intentarlo y consentí, intentando no gritar, que me colocasen aquella cosa rígida totalmente clavada en las heridas del cuello, pero tuvieron que quitarla porque entre una cosa y otra, sobrevenía el desmayo. Fui a visitar al médico de guardia.

Después de hacerle el resumen de lo que me pasaba, quedamos en que me buscaba una cama en el hospital y me llamaba el martes para curarme las quemaduras del cuello, ayudarme con todo esos problemas digestivos para así poder llevar una buena alimentación con el PEG (la sonda gástrica del estómago) y pausar las sesiones de radio hasta que pudiese volver a reemprenderlas. Me llamaron el martes 20 por la mañana e ingresé esa misma tarde.

No se porqué hay profesionales que hacen su trabajo mejor que bien, y otros que... que están ahí. Hacía apenas unas horas que estaba en la habitación cuando me dicen que han llamado de radio para que me bajen a mi sesión, le digo que no voy a bajar y que deberían tener el aviso correspondiente del médico de guardia del lunes. Bien, pues aún así, se me presenta allí una mujer que dice ser doctora de radioterapia, y lo será, no lo pongo en duda, pero me parece bastante incapaz, y una enfermera. Que qué me pasa, me pregunta. Nada, le digo. Y me corta diciéndome que hable tranquila, que no pasa nada. Me pilló en un día en el que me sentía mal, fatal, y no le mandé a la mierda precisamente por eso. Me sentí como si la tía se estuviese dirigiendo a una niñata caprichosa, que tiene pupa y hay que convencerla para que se ponga la vacuna... ¡la madre que la parió! Llegó a decir que lo del cuello era normal, que no se lo hacían a una pared. Claro, no niego que sea normal que se queme, pero también creo que lo normal es que se cure y se continue después. Menos mal que mi marido se metió en la conversación y le dijo claramente que estaba allí ingresada para ponerme un poco más fuerte y curarme el cuello, que mirasen la historia que allí lo había puesto el médico de guardia, y no las mandó salir de allí con viento fresco de puro milagro.

Por fin el miércoles por la mañana pasó la doctora de radio del hospital con mi ángel, Rosana, una enfermera que es un regalo para los enfermos. Dio las órdenes necesarias para solucionar los problemas digestivos y la cura del cuello. Cuando vieron en que estado lo llevaba no se lo podían creer, es una pura herida en carne viva, sobre todo la parte delantera y laterales. Y tampoco la doctora hizo buena cara cuando le conté lo que me había pasado la noche anterior.

Y sigo aquí, el miércoles me hicieron la primera cura, y hoy la segunda. Rosana es un sol, me cura, me cuida, me ayuda en todo lo que está en su mano, me aconseja... Seguramente me dejan que mañana me vaya a casa y vuelva el domingo por la noche,  porque la cura de hoy es hasta el lunes. Los otros problemas están más o menos controlados y me siento más fuerte y mejor.

No se si me leerá algún profesional del sector de Sanidad, a los que admiro de corazón porque hacen un trabajo de entrega a los demás, y sobre todo los que trabajan con enfermos, llamémosles difíciles, entre los que me encuentro. Pero me gustaría que pensasen un poco en la forma en que desarrollan su labor. Yo (el enfermo) soy la primera interesada en acabar cuánto antes, empezar a recuperarme y sobre todo a olvidarme de esta mala época y retomar mi vida de siempre, volver a ser yo misma, pero cuando digo que no puedo más, es que no puedo más, y que soy yo quien decide. Soy adulta, conozco la enfermedad que padezco, su tratamiento y sus efectos secundarios. No me hablen como una niña a quien hay que llevar al cole con un tirón de orejas... no me jodan.

Supongo que quizá no me habría pasado todo esto si mi doctora no estuviese de vacaciones, porque quizá habría pausado las sesiones antes de llegar a esta situación, a falta sólo de 6 sesiones para terminar. Su sustituta, la que se ha hecho cargo de mi, teóricamente, tampoco se ha dignado pasar por aquí a conocer en primera persona mi estado general. No me parece de lógica ¿y a vosotros?







miércoles, 14 de septiembre de 2011

¡Bang!




¡Bang! Me dice apuntándome con el dedo estirado y cerrando un ojo. ¡Estás muerta! Me río al verle. Es el loco del barrio, mi vecino. Nos criamos juntos jugando en la calle. Era un chico normal hasta que un día empezó a hacer cosas raras. Esquizofrenia, dijeron los médicos. La familia le echó la culpa a algo que le pasó mientras hacía la mili. Ya tiene los cuarenta y desde que falleció la madre, vive con su hermano. Bastante tiene el pobre, entre el hermano loco y la mujer que es una víbora, no se cómo lo aguanta. Voy a decirle algo, pero él ya se olvidó de mi y mira hipnotizado una paloma que acaba de posarse a recoger una miga de pan del suelo. Vuelve a estirar el brazo, y cuando su dedo índice parece que apunta al animal, cambia su trayectoria y toma como blanco a una mujer que descansa en un banco mientras merienda… ¡bang! ¡estás muerta! Vete a la mierda, le responde ella con la boca llena, anda y que te encierren, loco hijo de puta. Temo por un momento su reacción. La mira fijamente mientras con ambas manos se apunta a sí mismo en la cabeza y empieza a disparar: ¡bang!¡bang!¡bang!, se tambalea y se tira al suelo retorciéndose con movimientos que intentan simular los últimos estertores de un muerto. Me vuelve a entrar la risa. Me acerco a él, que permanece inmóvil, y le zarandeo. Deja de hacer el tonto, levántate, te invito a una cerveza. Cerveza es la palabra mágica, abre los ojos, redondos como platos, y casi sin apoyo se pone en pie de un salto.

Le dejo sentado en la terraza del bar mientras entro a pedir al camarero dos cervezas sin alcohol bien frías, tráelas ya servidas en la jarra, le digo, y él me mira pensando: pues vaya tontería. Yo se lo que me hago. Le observo de reojo, sentada a su lado. Él está pensativo. A veces quisiera preguntarle si se acuerda de mi, de aquellas despedidas en la oscuridad del portal de casa, sus manos intentando colarse debajo de mi falda, sacándome una teta, chupándome un pezón. Estate quieto, Ángel. Calla, decía él y me comía la boca, calla, nos van a oír. Y me entraba la risa al notar ese bulto dentro del pantalón, él me cogía la mano y la posaba allí. Luego subía a casa excitada y nerviosa, y besaba su foto, era un chico tan guapo. Una noche en su coche hicimos el amor, no es que fuese fantástico, para tirar cohetes, me hizo un poco de daño y él se corrió enseguida, fue mi primera vez.

Luego todo cambió. Quizá hubiese debido quedarme junto a él. Dije que le quería, lo dije tantas veces, y no, no le mentí. Pero elegí olvidarle, yo no tenía la culpa de lo que le pasaba, yo no podía pasarme la vida junto a él, un estúpido loco, un enfermo incurable.

Me mira y le sonrío. Me mira y no me ve. Sabe Díos dónde anda ahora su cabeza. Se acaba la cerveza y me mira otra vez. Con una ya es bastante, le digo yo muy seria. Y levanta su dedo, apunta a mi cabeza, me dan miedo sus ojos que miran y no ven. O sí. No se, empieza ya a irritarme ese estúpido juego. Casi sin darme cuenta ha bajado su dedo, y ahora está posado en mi pezón derecho. ¡Bang!
Se lo acerca a los labios y se sopla la punta con ademán ufano ¡Estás muerta, otra vez!

-----------------------------------------------------------------------------------------------------------

Mañana tengo sesión de quimio... nos vemos.

domingo, 11 de septiembre de 2011

La chica del ascensor (rescatado)



Como ya sabéis que mi cabeza no está para inventar historias, cosa que espero será pasajera, colgaré de cuando en cuando alguno de los relatos que tengo escritos. A éste, incluido en el libro Humedad Relativa, le tengo especial cariño por permitirme experimentar escribiendo sobre una sexualidad con la que no estoy familiarizada. Espero que lo disfrutéis.

LA CHICA DEL ASCENSOR

Las ocho menos cuarto, eran ya las ocho menos cuarto y yo tenía aquella entrevista de trabajo a las ocho en punto. Había quedado con Pablo en que pasaría a buscarme y me acercaría hasta el lugar de la cita, que por cierto, quedaba justo al otro extremo de la ciudad. Paseando arriba y abajo por la habitación no iba a solucionar nada, pero era la única forma en que conseguía calmarme un poco. Y fumar, fumar un cigarrillo tras otro. ¡Maldito Pablo! Es que nunca podía contar con él. Mi querido hermano era el tío de los problemas, siempre, siempre le sucedía algún imprevisto. Cogí el móvil para intentar por quinta vez hablar con él. Nada, aquella voz horrible de autómata: “el teléfono al que llama, está apagado o fuera de cobertura”. Seguro que se ha quedado sin batería, como si lo viera. Yo le mato, es que le mato. Casi tiro el dichoso teléfono al suelo cuando empezó a vibrar en mi mano.

- ¿Dónde coño te has metido? Llevo llamándote media hora.
- Lo siento, hermanita, estoy en un atasco tremendo. Un accidente de tres pares de cojones… está cortada la autovía… no voy a llegar.
- ¡Hostia puta, Pablo!  Siempre te pasa algo, podías haberme llamado por lo menos ¿qué hago yo ahora? Mierda, mierda, mierda…
- Vale, tía, pilla un taxi… que sé yo.
- Bueno, anda, ten cuidado, voy a ver cómo me las apaño. Si es que no escarmiento, no escarmiento, nunca puedo contar contigo. Vale, vale, un beso.

Salí a la calle como un cohete. Un taxi, dice, si no me queda un puto duro, eso contando con que encontrase alguno. Me dirigí a la parada del autobús, aguantando las miradas de todos los hombres que se cruzaban conmigo. Claro, la verdad, es que no iba vestida para andar en transporte público, pero sólo me faltaba perder el tiempo cambiándome de ropa. Además estaba segura que mi indumentaria era la adecuada para camelar al tipo que me iba a entrevistar. Era un abogado con bastante renombre en la ciudad y necesitaba una secretaria particular. Tenía que conseguir ese trabajo, era mi última esperanza. Iba subida en unas botas de piel marrón, tipo mosquetero, que tapaban la rodilla, una falda vaquera cortísima que dejaba al descubierto mis muslos enfundados en unas medias negras de fantasía, cinturón casi tan ancho como la falda, una camiseta Custo que me había costado un dineral y que dejaba a la vista gran parte de mi anatomía pectoral, y mi vieja cazadora de piel marrón. Por fin llegó el autobús, que para no variar, iba hasta la bandera, todos allí apretujados olisqueándonos unos a otros. ¡Maldito Pablo! No cuento más con él, lo juro, nunca más.

Bueno, ya no tenía remedio, y cabreándome no iba a conseguir nada. Iría hasta el despacho del fulano ese, y con un poco de suerte igual aun le encontraba allí. Aunque siendo viernes por la tarde, no tenía demasiadas esperanzas. ¡Señor! Échame una manita, anda, pensé mirando hacia el techo, que últimamente me tienes abandonada. Pero… ¡qué chorradas estoy diciendo!, si es que la desesperación hace milagros. Elisa, confía en ti, eres lo único que tienes, me dije.

Cuando el autobús llegó a mi parada, salí de allí dando un respiro. Menos mal, porque ya estaba empezando a cansarme de dar codazos o de poner mi enorme bolso como escudo contra los manoseadores ¡joder! hay qué ver como anda la gente de necesitada. El despacho del abogado estaba situado en la cuarta planta de un antiguo edificio, de esos que habían restaurado en los últimos años. Busqué el número de la puerta y apreté el timbre. Nada, allí no contestaba ni dios. Insistí, rezando por lo bajo. Ya iba a darme por vencida cuando…

- ¿No contestan? ¿dónde vas?
- ¡Ah! Me has asustado – la que me hablaba era una chica más o menos de mi edad, que me miraba con alegre sonrisa – Iba a la cuarta planta, al despacho de D. Juan Calatrava, pero parece que no hay nadie.
- Se habrá ido ya, hoy es viernes ¿estabas citada?
- Sí, estaba citada, pero llego tarde… ¡dios mío! Si es que me he retrasado casi una hora. Oye, si entras, voy a subir de todos modos, igual está arriba y como es tan tarde no le apetece abrir. (Era la última gota de esperanza que me quedaba).
- Claro, claro, yo también voy a la cuarta planta… entra.
- Tú primero, por favor.

Aproveché para fijarme un poco en ella. Era delgada, un poco más bajita que yo. Claro que ella no iba subida en aquellos enormes tacones. Llevaba botas camperas, una falda larga y amplia estampada y un gran jersey de lana. El cabello corto y negro, pegado a la cabeza en pequeñas ondas. Pulsó el botón de llamada del ascensor. Era uno de esos antiguos, que suben y bajan por el hueco de la escalera, lleno de dorados y brillos. Dentro y al fondo, un gran espejo que cubría toda la pared, con un pequeño asiento para dos personas forrado en cuero. Las otras dos paredes estaban recubiertas de madera. Olía bien. Bueno, a ver si tenía un poco de suerte y aun pillaba al Sr. Calatrava.

- ¿Qué puñetas pasa ahora? – el ascensor acababa de detenerse entre la tercera y la cuarta planta, y además toda la escalera se había quedado a oscuras.
- Pues, me parece que ha habido un apagón o ha saltado el automático.
- ¿El automático? ¿qué coño de automático?
- Sí, en estas fincas antiguas suele pasar, la instalación eléctrica no aguanta tanto aparato que tenemos ahora y… puf.
- ¿Entonces? ¿qué hacemos? Me cago en todo, si es que hoy no me tenía que haber levantado de la cama, si es que llevo la negra.
- Cálmate un poco, por mucho que te cabrees no vas a solucionar nada. Ya se darán cuenta y lo conectarán, o si es un apagón, tarde o temprano lo arreglarán ¿por qué no te sientas?
- Para sentarme estoy yo ahora. Estoy, estoy que me subo por las paredes. Si es que necesito ese trabajo, joder, lo necesito.
- ¿Venías a por el trabajo de secretaria del abogado? ¡Coño! Pues sí que te has puesto guerrera ¿pensabas conquistarlo?
- Pensaba hacer lo que hiciera falta: hacerle una paja, mamársela o follármelo, lo que hiciera falta. Y si no lo hago hoy, será mañana o el lunes, o cuando sea, como si tengo que sentarme en la puerta a esperarlo.
- Ya. Si que estás desesperada. Por cierto, me llamo Eva ¿y tú?.
- Yo, Elisa – dije algo enfurruñada.

Convencida de que no me quedaba más remedio que esperar, me senté en el pequeño asiento. Ella,  me miró un momento, y luego hizo lo mismo, se sentó a mi lado, pero en el suelo. Nos quedamos en silencio. Yo pensaba en todo lo que me había pasado en los últimos meses: había roto con mi pareja, con la que convivía cinco años, la empresa donde trabajaba como secretaria de dirección con un sueldazo había quebrado dejándome en la calle. Y como más de la mitad de mi retribución era en dinero negro, con la mierda de desempleo no llegaba ni a medio mes. Si no pagaba pronto el alquiler atrasado, la casera me pondría de patitas en la calle. Y con mi querido hermano no podía contar. Ese estaba peor que yo, era un bohemio que iba siempre a salto de mata.

Su voz me sacó de mis elucubraciones:
- Son bonitas esas botas que llevas… y caras – al hablar, iba deslizando su mano por la piel suave y brillante.
- Sí, si las quieres igual te las vendo. Me parece que si sigo así tendré que pensar en ir deshaciéndome de todos estos lujos. O meterme a puta. O trabajarme al Calatrava y que se vuelva loco por mí.
- ¿Por qué no te las quitas? Estarás más cómoda, y no sabemos cuánto tiempo vamos a estar aquí.
- La verdad es que tengo los pies destrozados ¿me ayudas?
- Si quieres – decía, mientras estiraba de las botas para descalzarme- te hago un masaje en los pies. Soy buenísima, ya verás te dejo como nueva.
- Calla, anda, no digas tonterías ¿cómo te vas a poner ahora a darme un masaje en los pies?
- ¿Tenemos algo mejor qué hacer?
- No, realmente, creo que no.
- No se hable más, pon los pies aquí, encima de mí.

Antes de que me diera cuenta, se había sentado en el suelo otra vez, al estilo indio, frente a mí, y colocaba mis pies en su regazo….

Tomó uno de mis pies entre sus manos y empezó a presionar cada una de las articulaciones de los dedos, todos los huesecillos, uno por uno, el empeine, la planta del pie, el tobillo…aquello era una delicia. Sentada en el pequeño banco, con la cabeza apoyada en el espejo, me dejaba llevar por las sensaciones. Lo que me estaba haciendo no me relajaba, más bien estaba empezando a sentir un cosquilleo, una suave excitación que me gustaba. La miré. Ella parecía muy concentrada en su tarea. Permanecía con los ojos cerrados haciendo un movimiento casi imperceptible de vaivén como si estuviera meciéndose. Entonces caí en la cuenta que mi otro pie descansaba, firmemente apoyado en su pubis. Abrió los ojos un momento, sólo el tiempo justo para cambiar de pie y yo volví a reclinarme en el espejo. Una vez terminado el masaje, sus manos empezaron a acariciar las pantorrillas.

- Quítame las medias – me sorprendí diciéndole.
Eran de esas que terminan en una liga con silicona para que no resbalen ni aprieten el muslo. Cómodas y atractivas. Ella no dijo nada. Sin moverse de donde estaba, alargó las manos, deslizándolas suavemente por mis piernas y empezó a quitármelas muy despacio. Yo estaba empezando a excitarme de verdad, y me sentía algo confusa. Había follado con algunos hombres, unos cuantos diría yo, pero jamás me había sentido atraída por ninguna mujer. No sabía si achacarlo a lo extraño de la situación, al día tan horrible que había tenido o al atractivo que de ella emanaba.

Dejó aquel pequeño revoltijo negro en un rincón del ascensor y siguió acariciándome. Fue entonces cuando metí mis pies bajo su larga falda y los coloqué sobre su sexo. Se me habían quedado fríos y aquello estaba caliente, emanaba un calorcillo muy suave y sensual. Ella seguía acariciando mis piernas, subiendo sus manos un poco más arriba cada vez, y yo presionaba mis pies entre sus ingles. Me deslicé un poco más en el asiento y abrí las piernas poniendo ante sus ojos parte de mi coño, ya mojado, que se dejaba ver por los lados del diminuto tanga. Pasó a acariciarme la parte interna de los muslos, sin apartar su mirada de mi entrepierna, y dejando que alguno de sus dedos se deslizase suavemente por encima de la tela.

Nuestras respiraciones empezaban a ser demasiado audibles y pensé, por un momento, que cualquiera podría escucharnos, o que de repente podría ponerse el ascensor en marcha. Fue entonces cuando me pareció distinguir una sombra encima de nosotras, en la cuarta planta. Pero Eva había dejado ya completamente al descubierto mi abierto coño y había empezado a pasarme su cálida lengua sin ningún recato, así que pensé que había sido cosa de mi imaginación y me concentré en lo que estaba sintiendo. Me estaba volviendo loca. Había colocado sus manos aferrándome las nalgas y se afanaba comiéndome como pocos hombres habían sido capaces de hacer. Sentía su boca succionando mi clítoris, su lengua metiéndose cada vez más adentro y haciéndola vibrar. Notaba  que iba a correrme de un momento a otro. Metí los dedos de mis pies bajo sus bragas y busqué a tientas su clítoris en aquel húmedo rincón. Se estremeció. Me deshice de mi camiseta y desabroché el sostén dejando libres mis pechos. Luego, retiré sus manos de mis nalgas y las llevé hasta allí, deseaba sentir cómo acariciaba y apretaba mis pezones, grandes y oscuros. La miré. Parecía una esclava adorando a su diosa, con los brazos estirados, las manos aferradas a mis tetas y su cara metida entre mis piernas. Sujeté su cabeza para imprimirle un ritmo más rápido y me inundó un tremendo orgasmo que me hizo temblar hasta la raíz del pelo.

Se levantó despacio y sentí sus labios rozando los míos. Abrí los ojos y descubrí su sonrisa satisfecha. La besé, la besé con pasión, buscándole la lengua, mordiéndole los labios… y la senté en el sitio que yo ocupaba hasta ese momento. La despojé de aquel enorme jersey que ocultaba su cuerpo, deseaba frenéticamente lamer sus pechos y me entregué a ello con verdadero éxtasis. Cuando ya sus pezones estaban duros y empapados de mi saliva, la puse de pie y metiéndole las manos bajo la falda, le quité las bragas. Nunca le había comido el coño a una mujer. Realmente,  nunca había hecho nada con una mujer, pero en ese momento deseaba meter  allí mi boca, probar su sabor, beber sus jugos. Me excitaba su olor. Rocé despacio su clítoris con la punta de la lengua y ella emitió un corto gemido. Oírla me avivó el deseo. Y empecé a darle largas lamidas por todo el coño, apretaba mis labios contra ella, le metía la lengua. Su respiración se hacía más y más entrecortada, y sus gemidos aumentaban su intensidad, hasta que sentí sus contracciones en mi boca.

Casi no nos había dado tiempo a recuperarnos cuando se encendió la luz. Mierda. Intentaba vestirme a la velocidad del rayo, mientras Eva permanecía allí sentada, medio desnuda y tan tranquila. El ascensor empezó a subir. Mierda, mierda, mierda. Y allí, ante la puerta, D. Juan Calatrava, nos miraba muy serio. Ya la hemos cagado, despídete del trabajo, Elisa, pensé. Él dirigió su mirada hacia mí escrutándome descaradamente y luego miró a Eva.
- Eva – y me pareció que esperaba alguna clase de respuesta.
- Papá, te presento a Elisa, tu nueva secretaria, te gustará tanto como a mí, estoy segura.
De la sorpresa dejé caer al suelo la camiseta que sujetaba ante mí en un vano intento por taparme, mientras la risa cantarina de Eva resonaba en el ascensor.







jueves, 8 de septiembre de 2011

Porque no todo van a ser penas.

¡Faltaría más! Una, además de penar cuando le toca, también se divierte, se ríe, y esas cosas. Tampoco es ésta la historia que ayer os prometí "erótica y divertida", ésta es real como la vida misma.

Mi pueblo está en fiestas, y como cualquier fiesta que se precie tiene su cabalgata de disfraces... ¡mira que nos gusta eso de disfrazarnos!, Y mi familia no podía ser menos, mientras su madre (o sea, yo) blasfemaba en el hospital y les mandaba docena y media de maldiciones.

No se de qué convento se escaparon las monjitas... (el del círculo es mi vástago, lo cacé infraganti... jurada se la tengo)



Y la vástaga tampoco podía faltar, la peña iba de fantasmas, pero ilógicamente no hacían fantasmadas, hacían payasadas. Ella es la rubia, la que se lo está pasando "chachi piruli"... ten hijos para esto.




Por fin en casa... otra vez.



Sí, sí, habéis leído bien. Por fin en casa, otra vez. Yo que me las prometía ya tan felices una vez superado el problema del dolor, fíate, fíate,  faltaba otro pequeño escollo.

El domingo por la tarde ingresé en el Hospital del IVO para que el lunes me practicasen una PEG, o sea, una Gastrostomía Percutánea Endoscópica, lo que en cristiano vendría a ser una sonda conectada directamente al estómago para mi alimentación. En principio, no parecía muy importante, así que pensé que el mismo lunes me mandarían a casa (no ser por qué damos nada por hecho).

La habitación era individual, amplia y con unos ventanales enormes que dejaban entrar la luz desde primeras horas de la mañana. El personal atento, amable y eficiente. Tenía ese mismo lunes, 5 de septiembre, la sesión de quimio, así que lo comuniqué en el control de enfermería pensando que quizá aprovechaban que estaba allí para ponerme el gotero, pero no, tendríamos que dejarla para otro día.

Me dieron para cenar un tazón con caldo y a dormir.

El lunes, bien temprano, entraba la enfermera con el termómetro y ¡sorpresa! presentaba unas décimas de fiebre. Eso trastocaba todos los planes y abría la posibilidad de no poder realizar la intervención, la prioridad era conocer qué provocaba ese aumento de temperatura, para lo que realizaron nuevos análisis de sangre y orina, además de inyectarme un gotero de paracetamol. 

No hubo desayuno, ni comida, debía estar en ayunas hasta ver qué decisión tomaban. Las analíticas salieron normales  y como, de una forma u otra debían administrarme antibióticos decidieron llevarme a quirófano porque el paracetamol había hecho efecto y la fiebre había remitido.

Me habían explicado por encima lo que era una PEG pero fue allí donde me contaron, con pelos y señales, todo el proceso. Se  trata de hacer una incisión en el estómago donde se acoplará una especie de cánula que queda a la parte de afuera y en la que mediante una jeringuilla iremos introduciendo el alimento triturado (purés, cremas, sopas, papillas, etc.,) pero para "pinchar" el estómago, éste debe estar hinchado (un globo blando nunca podremos pincharlo) y para lograrlo deben introducir antes por la nariz una sonda que llegue hasta el estómago e insuflarle aire. La cosa no es moco de pavo.

Si ya resulta doloroso y molesto introducir una sonda por la nariz sólo hasta el cavum, hacerlo hasta llegar al estómago es horroroso. Y si encima el interior de la nariz y la garganta está inflamado y con quemaduras, ni te cuento. Conseguido el objetivo, todo se consigue aunque sea rabiando, hay que hinchar el estómago para introducir el bisturí en el punto pintado en mi barriga con anterioridad, mientras me hacían una ecografía y medían exactamente el lugar en que había que hacerlo. Eso casi que fue lo más fácil, porque antes habían adormecido la zona con anestesia local, así que ni el corte, ni los puntos los noté. 

La sonda de la nariz no se extrae hasta que comprueban que la del estómago funciona perfectamente. Y eso sería durante todo el día del martes, en que empezaríamos introduciendo agua, pasando luego por otros líquidos, y acabar con purés o cremas... sin problemas.

Ayer fue un día complicado y molesto. La sonda de la nariz me rascaba la garganta, lo que me provocaba tos, vómitos, imposibilidad para hablar... y lo que me puso irritable al máximo. Al final de la tarde, con tanta tos, acabé quitándomela y les ahorré así la tarea a las enfermeras. Dormí de fábula... bueno, no tanto, pero nada que ver con la noche anterior. Sobre las 2 de la tarde he vuelto a casa, parece que la dichosa PEG funciona de maravilla y no sufro dolores importantes. Estos días no he podido recibir mis sesiones de radio, que retomo mañana. Me quedan 14... ya falta menos.

No se si ayudará a alguien leer todo esto, pero a mi me sirve escribirlo, y mucho. Y no todo está en la parte física, dolorosa, o de tratamiento, no, es quizá mucho más importante la forma en que esta situación nos afecta a todos. Se que es muy difícil para lo que están a nuestro alrededor llegar a entender cómo nos sentimos, cómo queremos que nos traten, por la sencilla razón de que ni nosotros mismos lo sabemos. Tampoco nos damos cuenta, a veces, del miedo que no pueden evitar sentir ante algo que se escapa a su control, ni de ninguna forma podría decir cómo actuaría yo en "la otra parte". A mi me gustaría que mi familia, mis amigos, pensasen en el cáncer como lo que es, una grave enfermedad con muchos riesgos que no tiene por qué matarme y que espero superar con éxito. Me molesta tanto que vean en ésto una tragedia sin solución, como que quieran hacer ver que es algo sin importancia, un mal resfriado que acabará curando. A veces, ésto último no es más que un mecanismo de defensa ante el miedo a lo que le puede pasar a ese ser querido que está enfermo, pero quizá el afectado puede llegar a sentir que no se preocupan por él lo suficiente.

También nosotros saltamos de un estado de ánimo a otro sin motivo aparente, así que...tened paciencia.

PD. Prometo que en el próximo post toca historia, erótica y divertida... ¡palabra!

jueves, 1 de septiembre de 2011

Dolor ¡ay! ¡ay! ¡ay!



"No os espante el dolor, o tendrá fin o acabará con vosotros"
Séneca.

Anda que... no era listo el Séneca. Pues casi acaba conmigo, el muy jodío. Empezó la semana pasada a dar señales de vida, al principio algún que otro pinchazo, escozor en el paladar, hinchazón en la lengua... pero cuando dijo "aquí estoy yo" ¡uf! para volverse loca.

El miércoles pasado, día 24, cuando acabé la sesión de radio fui a ver al médico de guardia porque apenas podía comer nada sólido, tenía la garganta tan inflamada que no podía hacer pasar nada por allí que no fuese líquido. El hombre me dijo que tomase al principio ibuprofeno, pero que posiblemente no me haría casi nada y que tendrian que recetarme algo más fuerte. Lo que hace no tener ni idea de lo que me iba a ocurrir, porque de haberlo sabido ni de coña me tomo sólo el ibuprofeno. Esa noche apenas dormí, levantándome cada hora para enjuagarme la boca e intentar refrescarla un poco. El jueves por la mañana llamé a mi oncóloga y me dijo que fuese a consulta. No podía ni beber siquiera, 

Me recetó unos parches transdérmicos de fentanilo, de 25 microgramos/hora (es algo parecido a la morfina) y que siguiese tomando el ibuprofeno y que intentase tomar los batidos hiperprotéicos para procurar no perder más peso. Mejoré apenas, porque la radio continúa haciendo su trabajo, así que el viernes, me puse otro parche, que no me sirvió de mucho. La boca me ardía y me costaba muchísimo esfuerzo y dolor tomar líquido, aún así bebía los batidos que podía, mientras se me caían las lágrimas. También me subía la fiebre de vez en cuando, y así aguanté como pude todo el fin de semana.

El lunes 29 tenía la quimio, pero cuando me vio el oncólogo no quiso dármela y me pegó la bronca (con razón) por no haber acudido a urgencias. Los análisis habían salido bien, dentro de las "anormalidades normales" de mi caso, pero con el dolor que apenas me dejaba mover la lengua para hablar era impensable someterme a una sesión de quimio porque según sus palabras "esta semana querría morirme", así que me mandó a consulta con mi oncóloga habitual (la de la radio) y me emplazó para el próximo lunes, 5 de Septiembre.

La cosa va "viento en popa" me dijo la doctora, lo que supuso una alegría, claro está, y es cierto que el bulto del cuello ya ha desaparecido casi por completo, así que parece ser que la radio está cumpliendo su cometido, pero mientras me está (mal) jodiendo viva. En fin, que aquí ya la mujer cogió al toro por los cuernos (preferible a que yo la cogiera de las solapas y la obligase a que me quitase esos dolores ¡ya!... es broma). Me aumentó el parche de Durogesic a 75 microgramos/hora, me recetó Lidocaina para añadir al enjuague bucal, otro enjuague para los hongos que tengo en toda la boca, unas ampollas de corticoides (sólo para tres días) para las quemaduras del paladar, y unas ampollas de morfina si el dolor aprieta demasiado.

Y parecía que todo iba bien. Pero mi cuerpo tenía que explotar de alguna forma, sacar por algún sitio lo  mal que lo pasé el fin de semana y, entre que los batidos son fuertes y no los tomaba a gusto por el dolor que me producía tomarlos, que tenía el estómago lleno de la asquerosilla mucosidad en que se convierte la saliva, que apenas había podido beber agua u otros líquidos, resultó que el martes me levanté vomitando cualquier cosa que intentaba beber. Llamé a mi doctora y me dijo que fuese inmediatamente a urgencias. Y allí pasé casi todo el día. Me pusieron un gotero para acabar con mis vómitos y aprovecharon para hidratarme un poco. Luego... a mi 15ª sesión de radio.

Por fin, hoy todo parece ir bastante bien. No puedo comer sólido por la inflamación de la garganta y el paladar, pero el dolor es apenas una molestia y he podido tomar zumos (algunos que no me escuecen), infusiones, leche (que nunca me ha gustado, pero ahora me alivia el escozor), puré muy diluido de verduras y batidos. Estoy a la espera de que me coloquen una sonda gástrica que solicitó mi médica el lunes, porque todavía me faltan 17 sesiones y tarde o temprano voy a tener que llegar a eso, así que cuanto antes empiece a alimentarme bien, mucho mejor.

Hoy mi hija ha hecho una foto de mi coronilla y se me ha caído un montón de cabello de esa zona. Es lo que menos me importa, ya pasé esta semana por la pelu y me lo rapé. Y además me encantan los pañuelos, gorras y sombreros... a ver si pongo una foto un día de éstos con mi sombrero nuevo.

La próxima entrada será algún relato antiguo de los que tengo por ahí, dedicado a Doria, que parece que le gusta como escribo... gracias Doria. 

martes, 23 de agosto de 2011

No gusta...



Media vida a dieta intentando no aumentar ni un gramo, a base de verduras, frutas, pescadito y carne a la plancha, y ahora... ahora obligándome a comer, comer y comer, intentando todo lo contrario: no perder ni una pizca de peso.

Y hoy no ha ido bien la cosa, tuve consulta con mi oncóloga y cuando me pesó nos llevamos la sorpresa: peso dos kilos menos de lo que marcaba la báscula el martes pasado. Me ha recetado complementos alimenticios para que los tome entre horas y como siempre me ha insistido mucho en que debo comer, y que no nos conviene que pierda peso.

Pero se me hace difícil, no tengo dolor todavía, pero la comida cada vez me resulta más "incomible". No, no es como cuando tienes un fuerte catarro que nada te sabe como siempre, es mucho peor. Voy buscando alimentos que no me sean demasiado desagradables, pero es complicado. Hasta el estómago se rebela, se cierra, negándose a recibir más "bazofia" y hace que me den náuseas. 

Así que estoy un poco desmoralizada, si ahora es así ¿qué será cuando además me resulte doloroso tragar los alimentos? 


jueves, 18 de agosto de 2011

Adiós, dulzura



Bien, después de nueve sesiones irradiándome no presento síntomas dolorosos para la ingestión de alimentos. Como con normalidad, aunque eso sí, si jugase a la gallinita ciega intentando adivinar qué me estaban metiendo en la boca, no acertaría ni una. 

El dulce desapareció de pronto de mi gama de sabores, así que todo lo que lleve azúcar (frutas incluidas) me parece que está "desaborío". La sal tampoco se deja notar demasiado, depende de los alimentos. El pan, una de las cosas que más me gustan, está asqueroso. Y el agua me provoca náuseas. En definitiva, que tengo un lío de sabores que no hay quien se aclare.

Así que no se hace difícil comer, sólo un pelín desagradable. De todas formas, soy una chica obediente y sigo al pie de la letra las instrucciones de mi doctora: intentar no bajar de peso ni un ápice. De momento sigo con los mismos kilos con los que empecé, lo estoy consiguiendo... ¿os imagináis como es disponerse a disfrutar de un rico helado de nueces y avellanas y encontrarse con que sólo nos sabe a crema fresquita sin ningún sabor?.... ¡¡¡¡aggggggg!!!!

Algo bueno tenía que tener esto: después de 30 años de fumadora empedernida, no he vuelto a probar un cigarro desde que empecé el tratamiento, pero es que lo más sorprendente es que ¡¡¡NO ME APETECE NADA!!!!, desde el primer día.. No conozco el motivo pero le tomé "manía" al tabaco y al café, y no he vuelto a catar ni una cosa ni la otra.

Hoy estoy triste. Mañana daremos el último adiós a una mujer que lleva años luchando contra el cáncer. Hace tres años se abrió ante ella una luz de esperanza cuando le realizaron un trasplante de la médula de su hermano, según los médicos con una compatibilidad altísima. Sin embargo, no dió el resultado esperado y después de caer y volver a levantarse muchas, muchas veces, se quedó sin fuerzas para seguir. Desde anoche está descansando por fin en algún lugar donde será feliz para siempre, Su marido y sus hijos son la viva estampa de la desolación, duele verles así. Aunque por nuestras venas no corre la misma sangre, siempre les he sentido como familia, he visto crecer a esos niños (ahora ya, hombres) muy de cerca. Mañana la incineraran y en unos días llevarán sus cenizas a Asturias, nuestra tierra querida. 
Descansa en paz, mi querida M, nunca te olvidaremos.

sábado, 13 de agosto de 2011

Pasito a pasito



Hoy alguien me decía en un correo que aún seguía la Duras encabezando las entradas del blog... mal asunto. Y no se equivocaba, ha sido un semana algo dura.

El lunes, a las 8 de la mañana, estaba en el Hospital de Día para una analítica. Después cita con el oncólogo de quimioterapía que todavía no me había visitado, de ahí el retraso en llamarme para dar comienzo al tratamiento. Una vez que el doctor recibió los resultados me enviaron de nuevo al Hospital de Día para el primer chute de quimio.

Se trataba de un gotero de 1 hora más o menos de duración, pero antes y después de administrarlo, debían ponerme algunos más de líquido para proteger los riñones, así que desde las 10 de la mañana hasta las 5 y media de la tarde las pasé sentada en un sillón dejando que litros y litros de líquido inundasen mi organismo. Y meando, claro, con perdón, porque cada media hora tenía que irme de paseo con el gotero hasta el cuarto de baño. 

Gotero tras gotero parecía que me hinchaba como un globo: manos, pies, piernas, cara... tenía la impresión que iba a explotar de un momento a otro. Sobre las 2 de la tarde me trajeron la comida, y maldita la hora, porque la bandeja consistía en un trozo de lasaña, con su carne picada, tomate, etc., otro de tortilla, un poco de ensalada y un flan. No debí haberme comido la lasaña porque me sentó como un tiro, y ya antes de terminar con los goteros tuve que pedirle una manzanilla a la enfermera porque el ardor que me subía desde el estómago me quemaba el pecho. 

Cuando terminé con la quimio me tocaba primera sesión de radioterapia. 
Iba un poco acojonada ¿para qué negarlo? La primera vez vas a ciegas, porque por mucho que te hayan explicado antes no acabas de entender lo que te van a hacer. Y cuando me pusieron la máscara, me acojoné todavía más. 


Agobia sentirse aprisionada, sin poder moverte ni un milímetro, con aquello apretando la nariz, la boca. Y empiezas a pensar que te van a dejar allí sola, y que qué pasa si te entra la tos, o taquicardia, o que se yo. Eché mano entonces de llevar mi pensamiento hasta un lugar tranquilo, evocar situaciones agradables, pensar en las personas que quiero y, cuando quise darme cuenta, habían pasado los veinte minutos y allí estaba la enfermera quitándome la máscara.

El martes fue un mal día. La quimio me removió por dentro y pasé la noche del lunes y todo el martes (hasta la hora de volver a la sesión de radio) metida en el cama, semi incorporada, porque acostarme completamente me producía unas nauseas y un malestar insoportables. Así que me quedé allí, quietecita, sin comer, porque hasta el olor de comida me asqueaba, esperando pacientemente a que aquello pasase. Tenía que pasar, tarde o temprano.

A partir del miércoles la cosa ya fue mejorando. De momento las cinco sesiones de radio que me han puesto no me han afectado demasiado, noto ciertos cambios en el sabor de algunos alimentos, sobre todo la fruta, un ligero (muy ligero) malestar el tragar, pero nada que me impida (de momento) comer con normalidad.

La próxima sesión de quimio será el día 29, hasta entonces acudo cada día por la tarde a ponerme mi máscara y dejar que la maquinita me mande sus rayos sanadores. 

Tengo mucho que agradecer, pero eso se merece un post especial, será para la próxima.

Ya ha empezado mi Camino y pienso llegar hasta el final... pasito a pasito.


miércoles, 27 de julio de 2011

El tren a Burdeos (MARGUERITE DURAS)

Bien, toca distraerse un poco y olvidarme del asunto que últimamente ocupa gran parte de mis pensamientos. De momento no estoy muy inspirada para escribir una de mis historias, pero como sabéis que me gusta traer a este blog, de cuando en cuando, algún texto de otros autores, hoy me he decidido por éste de Marguerite Duras, una de mis escritoras favoritas. 



El tren a Burdeos (Marguerite Duras)


Una vez tuve dieciséis años. A esa edad todavía tenía aspecto de niña. Era al volver de Saigón, después del amante chino, en un tren nocturno, el tren de Burdeos, hacia 1930.
Yo estaba allí con mi familia, mis dos hermanos y mi madre. Creo que había dos o tres personas más en el vagón de tercera clase con ocho asientos, y también había un hombre joven enfrente mío que me miraba. Debía de tener treinta años. Debía de ser verano. Yo siempre llevaba estos vestidos claros de las colonias y los pies desnudos en unas sandalias. No tenía sueño. Este hombre me hacía preguntas sobre mi familia, y yo le contaba cómo se vivía en las colonias, las lluvias, el calor, las verandas, la diferencia con Francia, las caminatas por los bosques, y el bachillerato que iba a pasar aquel año, cosas así, de conversación habitual en un tren, cuando uno desembucha toda su historia y la de su familia. Y luego, de golpe, nos dimos cuenta de que todo el mundo dormía. Mi madre y mis hermanos se habían dormido muy deprisa tras salir de Burdeos. Yo hablaba bajo para no despertarlos. Si me hubieran oído contar las historias de la familia, me habrían prohibido hacerlo con gritos, amenazas y chillidos. Hablar así bajo, con el hombre a solas, había adormecido a los otros tres o cuatro pasajeros del vagón. Con lo cual este hombre y yo éramos los únicos que quedábamos despiertos, y de ese modo empezó todo en el mismo momento, exacta y brutalmente de una sola mirada. En aquella época, no se decía nada de estas cosas, sobre todo en tales circunstancias. De repente, no pudimos hablarnos más. No pudimos, tampoco, mirarnos más, nos quedamos sin fuerzas, fulminados. Soy yo la que dije que debíamos dormir para no estar demasiado cansados a la mañana siguiente, al llegar a París. Él estaba junto a la puerta, apagó la luz. Entre él y yo había un asiento vacío. Me estiré sobre la banqueta, doblé las piernas y cerré los ojos. Oí que abrían la puerta, salió y volvió con una manta de tren que extendió encima mío. Abrí los ojos para sonreírle y darle las gracias. Él dijo: "Por la noche, en los trenes, apagan la calefacción y de madrugada hace frío". Me quedé dormida. Me desperté por su mano dulce y cálida sobre mis piernas, las estiraba muy lentamente y trataba de subir hacia mi cuerpo. Abrí los ojos apenas. Vi que miraba a la gente del vagón, que la vigilaba, que tenía miedo. En un movimiento muy lento, avancé mi cuerpo hacia él. Puse mis pies contra él. Se los di. Él los cogió. Con los ojos cerrados seguía todos sus movimientos. Al principio eran lentos, luego empezaron a ser cada vez más retardados, contenidos hasta el final, el abandono al goce, tan difícil de soportar como si hubiera gritado.
Hubo un largo momento en que no ocurrió nada, salvo el ruido del tren. Se puso a ir más deprisa y el ruido se hizo ensordecedor. Luego, de nuevo, resultó soportable. Su mano llegó sobre mí. Era salvaje, estaba todavía caliente, tenía miedo. La guardé en la mía. Luego la solté, y la dejé hacer.
El ruido del tren volvió. La mano se retiró, se quedó lejos de mí durante un largo rato, ya no me acuerdo, debí caer dormida.
Volvió.
Acaricia el cuerpo entero y luego acaricia los senos, el vientre, las caderas, en una especie de humor, de dulzura a veces exasperada por el deseo que vuelve. Se detiene a saltos. Está sobre el sexo, temblorosa, dispuesta a morder, ardiente de nuevo. Y luego se va. Razona, sienta la cabeza, se pone amable para decir adiós a la niña. Alrededor de la mano, el ruido del tren. Alrededor del tren, la noche. El silencio de los pasillos en el ruido del tren. Las paradas que despiertan. Bajó durante la noche. En París, cuando abrí los ojos, su asiento estaba vacío.

Espero que lo disfrutéis.

Maravilloso Homer


Hoy, mirándome en el espejo me acordé de Homer y sus bultos de rabia contenida. Me dió la risa.

domingo, 24 de julio de 2011

Incertidumbre


Me comen los nervios. Estoy inaguantable, lo admito. Espero desesperada a que suene el teléfono, igual que una mujer enamorada espera la llamada de su amante, hasta intento utilizar la telepatía mirando fijamente el aparato mientras pienso una y otra vez: "que suene, que suene, que suene... ¡ja!"

El miércoles no pude aguantar más la presión y llamé a mi oncóloga. Tengo que agradecerle que atendiese mi llamada, me dijo que estaba con la programación de mi tratamiento y que si todo iba bien empezaría la próxima semana. Al parecer los resultados de la resonancia han sido tal y como ella esperaba. Se me olvidó decirle qué pasaba con la anemia que padezco y que descubrí cuando recibí los resultados de la revisión anual que nos realiza la mutua en la empresa donde trabajo, justo una semana antes de que me hiciesen la analítica en el IVO. Supongo que será algo normal en todo el proceso, pero eso hace que me sienta cansada y sin ganas de nada.

Los días se eternizan mientras espero y espero. Se que eso no es bueno, que el estrés no es lo mejor para mi en este momento, pero no puedo evitarlo. Y también comprendo que no soy la única enferma de cáncer, que hay miles de pacientes, algunos cientos quizá más urgentes, pero el único pensamiento que anda anclado en mi cabeza es que cuanto antes empiece, antes acabaré con esto.

Por si no tuviese bastante, desde el viernes otro bulto (adenopatía) consistente adorna mi cuello, en el mismo lado que el otro pero un poco más abajo, y duele.. es lo que me faltaba para poder relajarme y esperar tranquilamente a que suene el puto teléfono.

domingo, 17 de julio de 2011

Saber, saber, saber...



Era inevitable pasarme la noche buscando información. Muchos de nosotros conocemos a personas allegadas que han padecido o padecen alguna clase de cáncer: de mama, colon, próstata, ovarios, pulmón, garganta, etc., pero ¿alguien conoce a quien ha padecido un cáncer de cavum? Ni siquiera sabía que existía. Así que antes de acudir a la consulta del IVO buceé por internet en busca de información. Casi todas las páginas serias (Organización Mundial de la Salud, Asociación de Lucha contra el Cáncer) venían a decir más o menos lo mismo, ésta última de forma bastante comprensible y amplia.

Así me enteré de que es un cáncer poco común en España, uno entre 100.000 habitantes, supe de los síntomas que provoca, cosa que me tranquilizó ya que muchos de ellos se dan en estadios avanzados y yo aún no los padezco, que su tratamiento consiste generalmente en sesiones de radioterapia combinada con algo de quimio y que suele dar buenos resultados. Pero lo que más me ayudó a entender fue encontrarme con el Blog de Manu, un hombre con una gran fuerza que cuenta esta dolorosa experiencia.

Pues bien, el 14 de junio por la mañana, después de pasar la noche sin apenas pegar ojo, me fui al IVO. En la ventanilla del servicio de otorrinolaringología entregué a la enfermera la carta que llevaba de mi médico, Tuve suerte, el doctor al que iba dirigida la carta estaba pasando consulta en ese momento, así que a los cinco minutos tenía de nuevo ante mi a la enfermera que me mandó a admisión para que confeccionasen mi historia y que el doctor pudiese atenderme.

Esperé un poco más de media hora hasta oír mi nombre por los altavoces. El otorrino del IVO es un hombre joven y a mi parecer muy eficiente. En primer lugar procedió a someterme de nuevo a la ligera tortura que supone la introducción del dichoso tubito por la nariz. Tonta de mi, no sabía que la tortura verdadera venía a continuación. El doctor me dijo que tenía que hacerme una biopsia y para ello debía aplicarme anestesia local que introdujo con un algodón por la nariz y con un spray por la boca, dirigiéndolo directamente a la garganta. Me durmió la nariz y hasta los labios, pero el puñetero cavum está donde cristo perdió el gorro, así que cuando pinzó un poco de carne, abriéndome las fosas nasales, pensé que me arrancaba la garganta al completo. Tuve la nariz dolorida durante dos días.

Cuando por fin terminó, me dijo que me llamarían a casa para empezar a hacerme las pruebas que necesitaban, y ya en ese mismo momento me dieron cita para una analítica completa y una resonancia de cabeza y cuello. Tampoco habló de cáncer, pero no hacía ninguna falta, porque tampoco nombró la posibilidad de que aquello no lo fuese y es lo primero que hace un médico cuando no está completamente seguro del diagnóstico. 

Las siguientes tres semanas las pasé yendo y viniendo. El doctor volvió a citarme para confirmar el diagnóstico: cáncer de cavum,  y comunicarme que me llamaría la oncóloga que llevaría mi tratamiento. Me hicieron la analítica, una resonancia, una placa de tórax, al parecer para comprobar si hay metástasis a distancia, o lo que es lo mismo, si alguna célula viajera ha tenido la genial idea de largarse por ahí a hacer de las suyas. Hablé con mi oncóloga, una doctora que me explicó con todo detalle en que consistiría mi tratamiento y los efectos secundarios que conlleva en rasgos generales, ya que cada paciente responde de forma distinta, pero podía ir haciéndome a la idea de que iba a pasar una temporada difícil. Hablaba con total sinceridad, pero sin dramatismo, cosa que me gustó mucho. Luego, ella misma solicitó dos TAC, uno de tórax y abdomen, y otro con el fin de confeccionarme una especie de máscara o molde de mi rostro que utilizarán en cada una de las sesiones de radioterapia.

La pasada semana terminé con las pruebas, ya tengo mi preciosa máscara (como en carnaval) y estoy a la espera de que me avisen para empezar con el tratamiento. Agradezco a los doctores que me han visitado su amabilidad, el no haber intentado ocultarme nada y la rapidez con la que me han atendido. 

Estoy tranquila, no tengo opción B, así que tengo que quedarme con la A, sí o sí. Y la A significa seguir al pie de la letra las indicaciones de los médicos, y afrontar lo que venga con total serenidad y una buena ración de optimismo.

Seguiré escribiendo mi experiencia en la medida de lo posible, gracias por pasar por aquí.

jueves, 14 de julio de 2011

El principio


Fue en Enero cuando se encendió una pequeña luz anaranjada. O quizá fue antes, en Navidad, aquél día que amanecí sin voz y pensé ¡menudo catarro! aunque no me parecía que aquello fuese un resfriado normal de esos que sientes como comienzan su ataque: congestión nasal, dolor de cabeza, molestias de garganta. Nada, ninguno de esos síntomas, sólo una afonía que sufrí al menos durante tres semanas y que hizo que mi voz perdiese su tono habitual para tornarse ligeramente nasal. Pero entonces, ignoraba eso del virus de Epstein-Barr y la mononucleosis.

Así que fue en Enero cuando descubrí que se me había formado en el lado izquierdo del cuello, bajo la mandíbula, un bulto consistente que se percibía de forma bien visible sin necesidad de palparlo. Otros dos o tres muchos más pequeños aparecían desperdigados por todo el cuello. No me producían molestia alguna pero me preocupaba la causa de su aparición, así que fui a la consulta de mi médico de cabecera, al que le comenté también cuánto me duraba la dichosa afonía. La doctora me recetó unas pastillas para la garganta y sin levantarse siquiera de la silla para mirar o tocar aquél bulto de mi cuello, me dijo que era un ganglio inflamado que desaparecería por si sólo al cabo de unos meses.

No se cual fue el motivo que me impulsó a tomar la decisión de acudir a una consulta privada, quizá que aún sin sentirme enferma, no era la de siempre. Afortunadamente el doctor que ha atendido a mis hijos desde que  eran pequeños, vive en mi mismo edificio, es un médico de confianza y muy meticuloso, así que acudí a su consulta. Él sí que me realizó una exploración completa del cuello y lo primero que me aconsejó fue que me realizasen una analítica para detectar el virus de la mononucleosis infecciosa. Así lo hice, pero el resultado fue negativo, lo que no significaba según su opinión que no lo hubiese padecido con anterioridad. Sin darse por satisfecho me dijo que debería acudir a un otorrino para una exploración completa.

Como no me apetecía volver a pasar por mi centro de salud, y quizá pelearme con la doctora, para en el caso de que me me tomase en cuenta, esperar dos o tres meses a que se dignase verme el especialista, le pedí a mi vecino doctor que me recomendase a un otorrino de su confianza, y así lo hizo.

Esa misma semana, sobre el veinti y algo de Enero fui a ver a mi otorrino. Es un doctor de edad avanzada, con mucha experiencia y bastante renombre. Después de realizarme una exploración de oídos y garganta, me sometió a una "pequeña tortura" que consistía en introducir un tubo flexible provisto de una diminuta cámara en un extremo, a través de mis fosas nasales. El artilugio iba grabando su recorrido por el interior de mi nariz hasta llegar a la laringe. Cuando terminó se dispuso a explicarme lo que se iba viendo en aquella película que parecía una excursión de espeleología... parece mentira lo que tenemos por allá dentro. 

Todo era muy normal, no es fea nuestra nariz por dentro, no. La cavidad presenta un aspecto nacarado y liso, cubierto por una sustancia transparente y brillante. Entonces descubrí el cavum. Justo en su centro aparecía un pequeño tumor del tamaño de una lenteja. El doctor no le dió más importancia, los médicos a todos los bultitos que aparecen en cualquier parte de nuestro organismo les denominan tumores, lo que no significa que sean peligrosos, aún así era algo que debía controlarse periódicamente porque podría cambiar de aspecto o transformarse en otra cosa. Me recetó un antibiótico porque debido al "catarro" la zona de la garganta presentaba una ligera inflamación y quedé citada para Febrero.

Cuando volví en Febrero, volvió a explorarme de la misma forma en que lo había hecho la primera vez, y el resultado no podía ser mejor. La "lenteja" había disminuido de tamaño y la zona presentaba un aspecto inmejorable, sin la ligera inflamación que tenía antes. Aún así, el doctor me citó para el mes de Junio, con el fin de controlar cada cierto tiempo la evolución del pequeño (ahora diminuto) tumor. En cuanto al bulto en el cuello era consecuencia del tumor del cavum y parecía que poco a poco iba también encogiéndose.

El 13 de Junio por la tarde estaba citada de nuevo, y acudí a la consulta acompañada de mi hermana y mi hija, queriendo aprovechar la tarde para ir de compras. No podía imaginar que ese día, mi vida iba a dar un giro inesperado. Después de la consiguiente tortura a la que me iba acostumbrando paulatinamente, pasamos a visionar lo que la cámara había grabado. Todo presentaba un aspecto completamente normal hasta llegar a la zona del cavum, de la que había desaparecido el pequeño tumor, y en su lugar presentaba una textura granulosa que el doctor identificó al instante. No me dijo claramente que aquello se había convertido en un cáncer, pero cuando me comunicó que me iba a escribir una nota para el jefe del servicio de otorrinolaringología del IVO (Instituto Valenciano de Oncología), al que tenía que visitar al día siguiente, no albergué ninguna duda. 

No sentí miedo, no sentí nada, era como si no tuviese que ver conmigo, no pasó por mi mente en ningún momento que aquello podía ser muy grave, creo que sólo creí firmemente que se trataba simplemente de una enfermedad como cualquier otra, que tenía un tratamiento un tanto agresivo, sí, pero soportable, y que después de pasar una temporada seguramente muy dura, volvería a mi vida de siempre después de despertar de una pesadilla.

No pretendo alarmar a nadie, la mayoría de bultos en el cuello no revisten mayor importancia, pero estos días he pensado en más de una ocasión en lo que podría haber ocurrido si hubiera hecho caso a la doctora y hubiese esperado a que aquello desapareciese por si sólo, o simplemente mi economía no me hubiese permitido acudir a la consulta privada de un especialista. Es intolerable que ante unos síntomas que pueden no ser nada o tratarse, por el contrario, de algo grave, alguien que sustenta el título de Doctor se quede sentada en su silla sin tomarse la más mínima molestia. Lo que hubiese ocurrido es que cuando los síntomas fuesen graves: hemorragias nasales, pérdida de oído, etc., seguramente el tumor sería lo suficientemente grande para que, en el mejor de los casos, el tratamiento fuese mucho más agresivo de lo que será al haberlo detectado pronto.

Me ha dado por pensar que la vida me da una segunda oportunidad, son muchas las personas que salen un día de casa y no regresan: un fulminante ataque cardíaco, un accidente de coche, una mala caída... y todo se acaba en un segundo. Sin embargo, yo tengo la posibilidad de un tratamiento que resulta positivo en un elevado porcentaje, así que mi ánimo no puede estar mejor, tanto que en ocasiones soy yo quien despeja la preocupación que esta enfermedad causa a mis seres queridos y acaban tan animados como yo, de eso se trata.

Así que, permitidme un consejo, lo que menos necesita esa persona a la que queréis y que acaban de diagnosticarle un cáncer son lágrimas, compasión, lamentos. Necesita esperanza, quitarle importancia a la situación, ayudarla a creer firmemente que no es el fin del mundo, que su enfermedad tiene curación y ese ánimo será el motor para que su organismo reaccione bien y la medicación tenga un efecto mucho más favorable.

El 14 de Junio acudí al IVO...


martes, 12 de julio de 2011

Cosas de la vida



Hace algunos años, en el 2005, escribí este texto:

Hoy hablo de la vida, pero no de la mía, no, de la vida en general. Esa vieja casquivana que nos lleva y nos trae a su antojo. En ocasiones, se presenta como una madre amantísima, que nos cuida, nos regala alegrías, nos presenta al amor, nos trae fortuna. Entonces la amamos y los ojos nos hacen “chiribitas”. Florecen los campos de nuestro corazón, revolotean las mariposas, los pajarillos cantan y las nubes se levantan. Todo así de bonito y romántico.

Pero ella, la vida, es muy puta. Y un día se levanta con ganas de follar. Y nos jode. Pobre del que se cruce en el camino de su mirada, pobre del que ella elija para dar rienda suelta a su pasión malsana, pobre del que, la puta vida, quiera convertir en el amante que la lleve a un orgasmo aterrador... pobre.

Tiene varios métodos para hundirnos en la miseria. Y depende del humor en que se encuentre utiliza uno u otro.

A veces, empieza poco a poco. El individuo elegido se da cuenta que algunas pequeñas cosas empiezan a salirle mal. Sufre molestias de cualquier tipo: de salud, mal de amores, económicos. Todo empieza a enredarse. Las flores se marchitan, los pajarillos se mueren o emigran, las mariposas pierden sus colores. Parece como si un pintor maligno le hubiese dado por usar sólo el gris para realizar su obra. Y todo se oscurece. 
Otras veces, el cambio sobreviene de forma repentina. ¡Zas! Y de pronto  cae sobre ti la maldición como si una bruja furiosa se hubiese cruzado en tu camino. Empiezas a recibir tortazos por todas partes, sin saber de dónde vienen.

En sus dos modalidades el resultado es el mismo: la victima empieza a odiar la vida, y eso a ella le pone, y mucho. Cuando más se excita, más crueldad muestra en sus acciones. El pobre elegido se angustia más y más, con cada nuevo día. Y ella le estruja, sin compasión, le humilla, le convierte en una mierda, una piltrafa humana... hasta que, hundido en la más absoluta miseria, desea la muerte.

La vida que ya siente el sexo palpitante y húmedo, se para a pensar un momento. O lo echa a suertes: ¿dejo que este imbécil me abandone y se eche en brazos de la muerte? ¿le doy una esperanza?. Y tira los dados. Si gana el imbécil, le pone cerca una pistola, una cuerda, unas pastillas, una cuchilla o una azotea de un octavo piso. Y ella se corre. Si pierde el imbécil afloja un poco la soga de su cuello, le da un respiro. Y el pobre tonto se cree a salvo, claro, después de tanto dolor, la simple ausencia de él, ya le hace ser feliz. Y da gracias a la vida por una segunda oportunidad. Y ella se corre.
La conozco, la conozco muy bien.

Por eso, atesoro los momentos mágicos que le robo y los recreo, una y mil veces, para que no se me olviden. Los tengo bien guardados, esa vieja zorra no me los robará jamás. Cuando ella está ocupada en otros menesteres o intenta que la odie, yo los saco uno a uno, cierro los ojos, y vuelvo a aquel momento:

Al hermoso sueño que tuve una noche hace ya mucho tiempo.
A la tarde que pasé con mi padre, planeando las vacaciones, sin saber que eran las últimas horas que pasaría con él.
A las vacaciones con mi abuela.
Al día que mi madre salió de una delicada operación.
Al día que nacieron mis hijos.
A la mirada de amor  adolescente recién estrenado.
Al primer beso que me dio mi marido.
A mi primer orgasmo.
A la última vez que reí a carcajadas.
Al primer encuentro con mis dos amigas más queridas.
Al momento en que escuché por primera vez una voz largamente soñada.
A una tarde que empezó a llover mientras me despedía de una persona amada que casi acababa de conocer.
Al momento en que leí un hermoso texto que un ser querido y admirado me dedicó por sorpresa.
Al día que escribí mi primer relato.
A la canción que me hace llorar.

Podría seguir y seguir enumerando momentos que ella, casi sin darse cuenta, me regaló. Algún día se levantará con ganas de joderme viva, y lo hará, seguro. A lo mejor sobrevivo, o no. Ella se correrá de todas formas. Pero se dará cuenta que la tengo calada y que a mí no me engaña con sus carantoñas.

Eres muy puta, vida, que lo sepas.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------

No se que fue lo que me inspiró en ese momento, ni si estaba pasando por un ligero bache emocional, sinceramente no me acuerdo, por lo que supongo que en el caso de que así fuese no debió resultar trágico en exceso o lo recordaría, pero en estos últimos días este texto volvió a mi memoria.

He meditado mucho antes de escribir aquí algo tan personal como lo que me propongo contar, no es mi intención crear morbo o inspirar compasión, no, gracias, no necesito ninguna de las dos cosas, sin embargo pienso que quizá pueda servir de ayuda a alguien que pueda encontrarse en mi misma situación y que como hice yo misma acuda en busca de información (es inevitable), cuando un día cualquiera en una exploración que parecía rutinaria le diagnostiquen un cáncer de cavum.

¿Qué coño es el cavum? es lo primero que se piensa ¿por dónde para eso? Si habéis pinchado en el enlace ya podréis contestar esas preguntas, si por el contrario no os apetece hacerlo, os lo cuento de una forma sencilla. Es la parte más alta de la faringe, justo por delante de la columna cervical y en él desembocan las fosas nasales y las trompas de Eustaquio. No suele estar relacionado con el consumo de tabaco o alcohol, sin embargo es frecuente encontrar en las células tumorales restos del Virus de Ebstein-Barr que produce una enfermedad llamada mononucleosis infecciosa o enfermedad del beso. Sólo un pequeño porcentaje de individuos que hayan padecido esta enfermedad desarrollan este tumor. Y yo soy una de ellas. 

Pero lo mejor es empezar desde el principio, y si me lo permitís lo haré mañana mismo, hoy llevo un día un poco ajetreado.