Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

domingo, 25 de septiembre de 2011

En apenas unas horas...



... vuelvo al hospital. El permiso ha sido corto, pero se agradece estar en casa unos días.

Doria, contestando un poco al comentario del post anterior, sí, estoy utilizando una crema para pieles irradiadas, incluso antes de empezar el tratamiento. Resulta que a principios de Julio, cuando ya me habían diagnósticado el cáncer de cavum, tenía consulta con mi dermatólogo que desde hacer año y medio me trata por una alopecia areata universal que padecí (perdía el pelo de todo el cuerpo), debida posiblemente a una situación de estrés motivada por la enfermedad, bastante larga y dolorosa, del padre de mi marido. El caso es que le dije lo que me pasaba porque era tonto seguir tomando la medicación de mantenimiento del cabello siendo que iba a recibir quimio y radio. Acordamos que lo mejor era volver a ello cuando acabase con el tratamiento, y fue él quien me recomendó la crema y me dijo que empezase ya a utilizarla para ayudar a la piel.

Sin saber de medicina, ni de radioterapia, y guiándome sólo por el sentido común, pienso que si cada persona necesita una protección específica para los rayos del sol porque tenemos diferente tipo de piel, lo mismo puede ocurrir con la radio. Quizá haya gente a la que no le afecte tanto en la piel. La mía es del norte, blanca, con pecas y lunares, y además siempre la tuve bastante delicada. También puede ser que me pusiera suficiente cantidad de crema protectora, no se. Pero estoy segura de que se podía haber evitado el problema de las quemaduras si la doctora que presumiblemente se quedaba a cargo de mi historia clínica y mi tratamiento, hubiese estado más al tanto.

En fin.

Ayer por la mañana vino a verme el médico de guardia, un hombre mayor muy amable y simpático. Hablamos de mi estado general y después de consultarlo con mi enfermera me dejó salir hasta hoy a la hora de la cena, tengo mi habitación reservada. Mañana me harán la siguiente cura, a ver en que estado tengo el cuello. Resulta que cuando el doctor me estaba examinando hablaba con la enfermera y le contaba que estaban experimentando nuevas técnica de radioterapia, que antes entraban hasta el tumor sólo por tres zonas mientras que ahora lo hacen por cinco, que esto ha dado lugar a encontrarse con efectos secundarios que no se daban con anterioridad y que por el contrario otros hayan desaparecido. Esto me hizo afianzarme  más en la idea de que los responsables tenían que tener más control sobre esto.

Y ahora vamos a lo positivo, siempre, siempre hay un lado positivo. 
Pensaba yo hace unos días que de no haberme pasado algo así, seguramente no habría sido consciente de cuánta gente me quiere y me aprecia. No soy persona que tenga muchos amigos, tengo poquitos y de hace muchos años, pero también están los compañeros de trabajo y toda la gente con la que me relaciono profesionalmente, los conocidos, los que comparten conmigo asociaciones, hobbys, y sobre todo está la familia. En estos pocos meses he sentido el cariño de todos y cada uno, con su particular manera de demostrármelo. Cariño que me ha hecho verter lágrimas de emoción, muchas lágrimas. 

Desde éste, mi pequeño rincón, quiero daros a todos las gracias.

Y espera, que se me olvidaba algo muy positivo: MI MARIDO APRENDIÓ A HACER UNA BUENA PAELLA (siempre me tocaba a mi) ¡ja! ya no tiene escapatoria.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Mal dadas


¡Ay! mis queridos Doria y Manu, eso es lo que yo hubiese querido, terminar de una vez con las sesiones de radio, pero no ha podido ser, no todavía.

Han sido dos semanas jodidas. El miércoles 14 tuve la segunda sesión de quimio, que no fue mal del todo, las náuseas y vómitos habituales, cansancio y sobretodo la mucosidad tan fuerte y con ese sabor metálico que no logras quitarte en varios días. El problema de tanta mucosidad es que la vas tragando y llega un momento en que el estómago no admite la comida. Y si a esto le añadimos un estreñimiento crónico (perdonad lo escatológico del asunto) debido al parche de morfina... apaga y vámonos. Este último punto se debió a un "despiste" de mi doctora sustituta de radioterapia (la titular está este mes de vacaciones) que no cayó en la cuenta de que la morfina conlleva irremediablemente el estreñimiento. 

Pero quizá lo peor era el estado en que se iba poniendo mi cuello: se estaba empezando a caer la primera capa de piel, totalmente quemada, y empezaban a aparecer grandes rodales totalmente en carne viva. Aún en estas condiciones, aguanté la radioterapia hasta el viernes 16, mediante curas de la enfermera de radio, incluyendo la que me hizo el mismo viernes para todo el fin de semana.

El lunes me presenté como siempre a mi sesión, pero me encontraba muy mal, estaba floja porque apenas comía, debido a los dos problemas mencionados antes y que quería consultar con la doctora, y el cuello presentaba un aspecto cada vez más lamentable. Cuando intenté tumbarme en la mesa del aparato de radio, me mareé, era imposible estar en posición totalmente horizontal, pero es que ponerme la máscara iba a ser una tarea ardua. Aún volví a intentarlo y consentí, intentando no gritar, que me colocasen aquella cosa rígida totalmente clavada en las heridas del cuello, pero tuvieron que quitarla porque entre una cosa y otra, sobrevenía el desmayo. Fui a visitar al médico de guardia.

Después de hacerle el resumen de lo que me pasaba, quedamos en que me buscaba una cama en el hospital y me llamaba el martes para curarme las quemaduras del cuello, ayudarme con todo esos problemas digestivos para así poder llevar una buena alimentación con el PEG (la sonda gástrica del estómago) y pausar las sesiones de radio hasta que pudiese volver a reemprenderlas. Me llamaron el martes 20 por la mañana e ingresé esa misma tarde.

No se porqué hay profesionales que hacen su trabajo mejor que bien, y otros que... que están ahí. Hacía apenas unas horas que estaba en la habitación cuando me dicen que han llamado de radio para que me bajen a mi sesión, le digo que no voy a bajar y que deberían tener el aviso correspondiente del médico de guardia del lunes. Bien, pues aún así, se me presenta allí una mujer que dice ser doctora de radioterapia, y lo será, no lo pongo en duda, pero me parece bastante incapaz, y una enfermera. Que qué me pasa, me pregunta. Nada, le digo. Y me corta diciéndome que hable tranquila, que no pasa nada. Me pilló en un día en el que me sentía mal, fatal, y no le mandé a la mierda precisamente por eso. Me sentí como si la tía se estuviese dirigiendo a una niñata caprichosa, que tiene pupa y hay que convencerla para que se ponga la vacuna... ¡la madre que la parió! Llegó a decir que lo del cuello era normal, que no se lo hacían a una pared. Claro, no niego que sea normal que se queme, pero también creo que lo normal es que se cure y se continue después. Menos mal que mi marido se metió en la conversación y le dijo claramente que estaba allí ingresada para ponerme un poco más fuerte y curarme el cuello, que mirasen la historia que allí lo había puesto el médico de guardia, y no las mandó salir de allí con viento fresco de puro milagro.

Por fin el miércoles por la mañana pasó la doctora de radio del hospital con mi ángel, Rosana, una enfermera que es un regalo para los enfermos. Dio las órdenes necesarias para solucionar los problemas digestivos y la cura del cuello. Cuando vieron en que estado lo llevaba no se lo podían creer, es una pura herida en carne viva, sobre todo la parte delantera y laterales. Y tampoco la doctora hizo buena cara cuando le conté lo que me había pasado la noche anterior.

Y sigo aquí, el miércoles me hicieron la primera cura, y hoy la segunda. Rosana es un sol, me cura, me cuida, me ayuda en todo lo que está en su mano, me aconseja... Seguramente me dejan que mañana me vaya a casa y vuelva el domingo por la noche,  porque la cura de hoy es hasta el lunes. Los otros problemas están más o menos controlados y me siento más fuerte y mejor.

No se si me leerá algún profesional del sector de Sanidad, a los que admiro de corazón porque hacen un trabajo de entrega a los demás, y sobre todo los que trabajan con enfermos, llamémosles difíciles, entre los que me encuentro. Pero me gustaría que pensasen un poco en la forma en que desarrollan su labor. Yo (el enfermo) soy la primera interesada en acabar cuánto antes, empezar a recuperarme y sobre todo a olvidarme de esta mala época y retomar mi vida de siempre, volver a ser yo misma, pero cuando digo que no puedo más, es que no puedo más, y que soy yo quien decide. Soy adulta, conozco la enfermedad que padezco, su tratamiento y sus efectos secundarios. No me hablen como una niña a quien hay que llevar al cole con un tirón de orejas... no me jodan.

Supongo que quizá no me habría pasado todo esto si mi doctora no estuviese de vacaciones, porque quizá habría pausado las sesiones antes de llegar a esta situación, a falta sólo de 6 sesiones para terminar. Su sustituta, la que se ha hecho cargo de mi, teóricamente, tampoco se ha dignado pasar por aquí a conocer en primera persona mi estado general. No me parece de lógica ¿y a vosotros?







miércoles, 14 de septiembre de 2011

¡Bang!




¡Bang! Me dice apuntándome con el dedo estirado y cerrando un ojo. ¡Estás muerta! Me río al verle. Es el loco del barrio, mi vecino. Nos criamos juntos jugando en la calle. Era un chico normal hasta que un día empezó a hacer cosas raras. Esquizofrenia, dijeron los médicos. La familia le echó la culpa a algo que le pasó mientras hacía la mili. Ya tiene los cuarenta y desde que falleció la madre, vive con su hermano. Bastante tiene el pobre, entre el hermano loco y la mujer que es una víbora, no se cómo lo aguanta. Voy a decirle algo, pero él ya se olvidó de mi y mira hipnotizado una paloma que acaba de posarse a recoger una miga de pan del suelo. Vuelve a estirar el brazo, y cuando su dedo índice parece que apunta al animal, cambia su trayectoria y toma como blanco a una mujer que descansa en un banco mientras merienda… ¡bang! ¡estás muerta! Vete a la mierda, le responde ella con la boca llena, anda y que te encierren, loco hijo de puta. Temo por un momento su reacción. La mira fijamente mientras con ambas manos se apunta a sí mismo en la cabeza y empieza a disparar: ¡bang!¡bang!¡bang!, se tambalea y se tira al suelo retorciéndose con movimientos que intentan simular los últimos estertores de un muerto. Me vuelve a entrar la risa. Me acerco a él, que permanece inmóvil, y le zarandeo. Deja de hacer el tonto, levántate, te invito a una cerveza. Cerveza es la palabra mágica, abre los ojos, redondos como platos, y casi sin apoyo se pone en pie de un salto.

Le dejo sentado en la terraza del bar mientras entro a pedir al camarero dos cervezas sin alcohol bien frías, tráelas ya servidas en la jarra, le digo, y él me mira pensando: pues vaya tontería. Yo se lo que me hago. Le observo de reojo, sentada a su lado. Él está pensativo. A veces quisiera preguntarle si se acuerda de mi, de aquellas despedidas en la oscuridad del portal de casa, sus manos intentando colarse debajo de mi falda, sacándome una teta, chupándome un pezón. Estate quieto, Ángel. Calla, decía él y me comía la boca, calla, nos van a oír. Y me entraba la risa al notar ese bulto dentro del pantalón, él me cogía la mano y la posaba allí. Luego subía a casa excitada y nerviosa, y besaba su foto, era un chico tan guapo. Una noche en su coche hicimos el amor, no es que fuese fantástico, para tirar cohetes, me hizo un poco de daño y él se corrió enseguida, fue mi primera vez.

Luego todo cambió. Quizá hubiese debido quedarme junto a él. Dije que le quería, lo dije tantas veces, y no, no le mentí. Pero elegí olvidarle, yo no tenía la culpa de lo que le pasaba, yo no podía pasarme la vida junto a él, un estúpido loco, un enfermo incurable.

Me mira y le sonrío. Me mira y no me ve. Sabe Díos dónde anda ahora su cabeza. Se acaba la cerveza y me mira otra vez. Con una ya es bastante, le digo yo muy seria. Y levanta su dedo, apunta a mi cabeza, me dan miedo sus ojos que miran y no ven. O sí. No se, empieza ya a irritarme ese estúpido juego. Casi sin darme cuenta ha bajado su dedo, y ahora está posado en mi pezón derecho. ¡Bang!
Se lo acerca a los labios y se sopla la punta con ademán ufano ¡Estás muerta, otra vez!

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Mañana tengo sesión de quimio... nos vemos.

domingo, 11 de septiembre de 2011

La chica del ascensor (rescatado)



Como ya sabéis que mi cabeza no está para inventar historias, cosa que espero será pasajera, colgaré de cuando en cuando alguno de los relatos que tengo escritos. A éste, incluido en el libro Humedad Relativa, le tengo especial cariño por permitirme experimentar escribiendo sobre una sexualidad con la que no estoy familiarizada. Espero que lo disfrutéis.

LA CHICA DEL ASCENSOR

Las ocho menos cuarto, eran ya las ocho menos cuarto y yo tenía aquella entrevista de trabajo a las ocho en punto. Había quedado con Pablo en que pasaría a buscarme y me acercaría hasta el lugar de la cita, que por cierto, quedaba justo al otro extremo de la ciudad. Paseando arriba y abajo por la habitación no iba a solucionar nada, pero era la única forma en que conseguía calmarme un poco. Y fumar, fumar un cigarrillo tras otro. ¡Maldito Pablo! Es que nunca podía contar con él. Mi querido hermano era el tío de los problemas, siempre, siempre le sucedía algún imprevisto. Cogí el móvil para intentar por quinta vez hablar con él. Nada, aquella voz horrible de autómata: “el teléfono al que llama, está apagado o fuera de cobertura”. Seguro que se ha quedado sin batería, como si lo viera. Yo le mato, es que le mato. Casi tiro el dichoso teléfono al suelo cuando empezó a vibrar en mi mano.

- ¿Dónde coño te has metido? Llevo llamándote media hora.
- Lo siento, hermanita, estoy en un atasco tremendo. Un accidente de tres pares de cojones… está cortada la autovía… no voy a llegar.
- ¡Hostia puta, Pablo!  Siempre te pasa algo, podías haberme llamado por lo menos ¿qué hago yo ahora? Mierda, mierda, mierda…
- Vale, tía, pilla un taxi… que sé yo.
- Bueno, anda, ten cuidado, voy a ver cómo me las apaño. Si es que no escarmiento, no escarmiento, nunca puedo contar contigo. Vale, vale, un beso.

Salí a la calle como un cohete. Un taxi, dice, si no me queda un puto duro, eso contando con que encontrase alguno. Me dirigí a la parada del autobús, aguantando las miradas de todos los hombres que se cruzaban conmigo. Claro, la verdad, es que no iba vestida para andar en transporte público, pero sólo me faltaba perder el tiempo cambiándome de ropa. Además estaba segura que mi indumentaria era la adecuada para camelar al tipo que me iba a entrevistar. Era un abogado con bastante renombre en la ciudad y necesitaba una secretaria particular. Tenía que conseguir ese trabajo, era mi última esperanza. Iba subida en unas botas de piel marrón, tipo mosquetero, que tapaban la rodilla, una falda vaquera cortísima que dejaba al descubierto mis muslos enfundados en unas medias negras de fantasía, cinturón casi tan ancho como la falda, una camiseta Custo que me había costado un dineral y que dejaba a la vista gran parte de mi anatomía pectoral, y mi vieja cazadora de piel marrón. Por fin llegó el autobús, que para no variar, iba hasta la bandera, todos allí apretujados olisqueándonos unos a otros. ¡Maldito Pablo! No cuento más con él, lo juro, nunca más.

Bueno, ya no tenía remedio, y cabreándome no iba a conseguir nada. Iría hasta el despacho del fulano ese, y con un poco de suerte igual aun le encontraba allí. Aunque siendo viernes por la tarde, no tenía demasiadas esperanzas. ¡Señor! Échame una manita, anda, pensé mirando hacia el techo, que últimamente me tienes abandonada. Pero… ¡qué chorradas estoy diciendo!, si es que la desesperación hace milagros. Elisa, confía en ti, eres lo único que tienes, me dije.

Cuando el autobús llegó a mi parada, salí de allí dando un respiro. Menos mal, porque ya estaba empezando a cansarme de dar codazos o de poner mi enorme bolso como escudo contra los manoseadores ¡joder! hay qué ver como anda la gente de necesitada. El despacho del abogado estaba situado en la cuarta planta de un antiguo edificio, de esos que habían restaurado en los últimos años. Busqué el número de la puerta y apreté el timbre. Nada, allí no contestaba ni dios. Insistí, rezando por lo bajo. Ya iba a darme por vencida cuando…

- ¿No contestan? ¿dónde vas?
- ¡Ah! Me has asustado – la que me hablaba era una chica más o menos de mi edad, que me miraba con alegre sonrisa – Iba a la cuarta planta, al despacho de D. Juan Calatrava, pero parece que no hay nadie.
- Se habrá ido ya, hoy es viernes ¿estabas citada?
- Sí, estaba citada, pero llego tarde… ¡dios mío! Si es que me he retrasado casi una hora. Oye, si entras, voy a subir de todos modos, igual está arriba y como es tan tarde no le apetece abrir. (Era la última gota de esperanza que me quedaba).
- Claro, claro, yo también voy a la cuarta planta… entra.
- Tú primero, por favor.

Aproveché para fijarme un poco en ella. Era delgada, un poco más bajita que yo. Claro que ella no iba subida en aquellos enormes tacones. Llevaba botas camperas, una falda larga y amplia estampada y un gran jersey de lana. El cabello corto y negro, pegado a la cabeza en pequeñas ondas. Pulsó el botón de llamada del ascensor. Era uno de esos antiguos, que suben y bajan por el hueco de la escalera, lleno de dorados y brillos. Dentro y al fondo, un gran espejo que cubría toda la pared, con un pequeño asiento para dos personas forrado en cuero. Las otras dos paredes estaban recubiertas de madera. Olía bien. Bueno, a ver si tenía un poco de suerte y aun pillaba al Sr. Calatrava.

- ¿Qué puñetas pasa ahora? – el ascensor acababa de detenerse entre la tercera y la cuarta planta, y además toda la escalera se había quedado a oscuras.
- Pues, me parece que ha habido un apagón o ha saltado el automático.
- ¿El automático? ¿qué coño de automático?
- Sí, en estas fincas antiguas suele pasar, la instalación eléctrica no aguanta tanto aparato que tenemos ahora y… puf.
- ¿Entonces? ¿qué hacemos? Me cago en todo, si es que hoy no me tenía que haber levantado de la cama, si es que llevo la negra.
- Cálmate un poco, por mucho que te cabrees no vas a solucionar nada. Ya se darán cuenta y lo conectarán, o si es un apagón, tarde o temprano lo arreglarán ¿por qué no te sientas?
- Para sentarme estoy yo ahora. Estoy, estoy que me subo por las paredes. Si es que necesito ese trabajo, joder, lo necesito.
- ¿Venías a por el trabajo de secretaria del abogado? ¡Coño! Pues sí que te has puesto guerrera ¿pensabas conquistarlo?
- Pensaba hacer lo que hiciera falta: hacerle una paja, mamársela o follármelo, lo que hiciera falta. Y si no lo hago hoy, será mañana o el lunes, o cuando sea, como si tengo que sentarme en la puerta a esperarlo.
- Ya. Si que estás desesperada. Por cierto, me llamo Eva ¿y tú?.
- Yo, Elisa – dije algo enfurruñada.

Convencida de que no me quedaba más remedio que esperar, me senté en el pequeño asiento. Ella,  me miró un momento, y luego hizo lo mismo, se sentó a mi lado, pero en el suelo. Nos quedamos en silencio. Yo pensaba en todo lo que me había pasado en los últimos meses: había roto con mi pareja, con la que convivía cinco años, la empresa donde trabajaba como secretaria de dirección con un sueldazo había quebrado dejándome en la calle. Y como más de la mitad de mi retribución era en dinero negro, con la mierda de desempleo no llegaba ni a medio mes. Si no pagaba pronto el alquiler atrasado, la casera me pondría de patitas en la calle. Y con mi querido hermano no podía contar. Ese estaba peor que yo, era un bohemio que iba siempre a salto de mata.

Su voz me sacó de mis elucubraciones:
- Son bonitas esas botas que llevas… y caras – al hablar, iba deslizando su mano por la piel suave y brillante.
- Sí, si las quieres igual te las vendo. Me parece que si sigo así tendré que pensar en ir deshaciéndome de todos estos lujos. O meterme a puta. O trabajarme al Calatrava y que se vuelva loco por mí.
- ¿Por qué no te las quitas? Estarás más cómoda, y no sabemos cuánto tiempo vamos a estar aquí.
- La verdad es que tengo los pies destrozados ¿me ayudas?
- Si quieres – decía, mientras estiraba de las botas para descalzarme- te hago un masaje en los pies. Soy buenísima, ya verás te dejo como nueva.
- Calla, anda, no digas tonterías ¿cómo te vas a poner ahora a darme un masaje en los pies?
- ¿Tenemos algo mejor qué hacer?
- No, realmente, creo que no.
- No se hable más, pon los pies aquí, encima de mí.

Antes de que me diera cuenta, se había sentado en el suelo otra vez, al estilo indio, frente a mí, y colocaba mis pies en su regazo….

Tomó uno de mis pies entre sus manos y empezó a presionar cada una de las articulaciones de los dedos, todos los huesecillos, uno por uno, el empeine, la planta del pie, el tobillo…aquello era una delicia. Sentada en el pequeño banco, con la cabeza apoyada en el espejo, me dejaba llevar por las sensaciones. Lo que me estaba haciendo no me relajaba, más bien estaba empezando a sentir un cosquilleo, una suave excitación que me gustaba. La miré. Ella parecía muy concentrada en su tarea. Permanecía con los ojos cerrados haciendo un movimiento casi imperceptible de vaivén como si estuviera meciéndose. Entonces caí en la cuenta que mi otro pie descansaba, firmemente apoyado en su pubis. Abrió los ojos un momento, sólo el tiempo justo para cambiar de pie y yo volví a reclinarme en el espejo. Una vez terminado el masaje, sus manos empezaron a acariciar las pantorrillas.

- Quítame las medias – me sorprendí diciéndole.
Eran de esas que terminan en una liga con silicona para que no resbalen ni aprieten el muslo. Cómodas y atractivas. Ella no dijo nada. Sin moverse de donde estaba, alargó las manos, deslizándolas suavemente por mis piernas y empezó a quitármelas muy despacio. Yo estaba empezando a excitarme de verdad, y me sentía algo confusa. Había follado con algunos hombres, unos cuantos diría yo, pero jamás me había sentido atraída por ninguna mujer. No sabía si achacarlo a lo extraño de la situación, al día tan horrible que había tenido o al atractivo que de ella emanaba.

Dejó aquel pequeño revoltijo negro en un rincón del ascensor y siguió acariciándome. Fue entonces cuando metí mis pies bajo su larga falda y los coloqué sobre su sexo. Se me habían quedado fríos y aquello estaba caliente, emanaba un calorcillo muy suave y sensual. Ella seguía acariciando mis piernas, subiendo sus manos un poco más arriba cada vez, y yo presionaba mis pies entre sus ingles. Me deslicé un poco más en el asiento y abrí las piernas poniendo ante sus ojos parte de mi coño, ya mojado, que se dejaba ver por los lados del diminuto tanga. Pasó a acariciarme la parte interna de los muslos, sin apartar su mirada de mi entrepierna, y dejando que alguno de sus dedos se deslizase suavemente por encima de la tela.

Nuestras respiraciones empezaban a ser demasiado audibles y pensé, por un momento, que cualquiera podría escucharnos, o que de repente podría ponerse el ascensor en marcha. Fue entonces cuando me pareció distinguir una sombra encima de nosotras, en la cuarta planta. Pero Eva había dejado ya completamente al descubierto mi abierto coño y había empezado a pasarme su cálida lengua sin ningún recato, así que pensé que había sido cosa de mi imaginación y me concentré en lo que estaba sintiendo. Me estaba volviendo loca. Había colocado sus manos aferrándome las nalgas y se afanaba comiéndome como pocos hombres habían sido capaces de hacer. Sentía su boca succionando mi clítoris, su lengua metiéndose cada vez más adentro y haciéndola vibrar. Notaba  que iba a correrme de un momento a otro. Metí los dedos de mis pies bajo sus bragas y busqué a tientas su clítoris en aquel húmedo rincón. Se estremeció. Me deshice de mi camiseta y desabroché el sostén dejando libres mis pechos. Luego, retiré sus manos de mis nalgas y las llevé hasta allí, deseaba sentir cómo acariciaba y apretaba mis pezones, grandes y oscuros. La miré. Parecía una esclava adorando a su diosa, con los brazos estirados, las manos aferradas a mis tetas y su cara metida entre mis piernas. Sujeté su cabeza para imprimirle un ritmo más rápido y me inundó un tremendo orgasmo que me hizo temblar hasta la raíz del pelo.

Se levantó despacio y sentí sus labios rozando los míos. Abrí los ojos y descubrí su sonrisa satisfecha. La besé, la besé con pasión, buscándole la lengua, mordiéndole los labios… y la senté en el sitio que yo ocupaba hasta ese momento. La despojé de aquel enorme jersey que ocultaba su cuerpo, deseaba frenéticamente lamer sus pechos y me entregué a ello con verdadero éxtasis. Cuando ya sus pezones estaban duros y empapados de mi saliva, la puse de pie y metiéndole las manos bajo la falda, le quité las bragas. Nunca le había comido el coño a una mujer. Realmente,  nunca había hecho nada con una mujer, pero en ese momento deseaba meter  allí mi boca, probar su sabor, beber sus jugos. Me excitaba su olor. Rocé despacio su clítoris con la punta de la lengua y ella emitió un corto gemido. Oírla me avivó el deseo. Y empecé a darle largas lamidas por todo el coño, apretaba mis labios contra ella, le metía la lengua. Su respiración se hacía más y más entrecortada, y sus gemidos aumentaban su intensidad, hasta que sentí sus contracciones en mi boca.

Casi no nos había dado tiempo a recuperarnos cuando se encendió la luz. Mierda. Intentaba vestirme a la velocidad del rayo, mientras Eva permanecía allí sentada, medio desnuda y tan tranquila. El ascensor empezó a subir. Mierda, mierda, mierda. Y allí, ante la puerta, D. Juan Calatrava, nos miraba muy serio. Ya la hemos cagado, despídete del trabajo, Elisa, pensé. Él dirigió su mirada hacia mí escrutándome descaradamente y luego miró a Eva.
- Eva – y me pareció que esperaba alguna clase de respuesta.
- Papá, te presento a Elisa, tu nueva secretaria, te gustará tanto como a mí, estoy segura.
De la sorpresa dejé caer al suelo la camiseta que sujetaba ante mí en un vano intento por taparme, mientras la risa cantarina de Eva resonaba en el ascensor.







jueves, 8 de septiembre de 2011

Porque no todo van a ser penas.

¡Faltaría más! Una, además de penar cuando le toca, también se divierte, se ríe, y esas cosas. Tampoco es ésta la historia que ayer os prometí "erótica y divertida", ésta es real como la vida misma.

Mi pueblo está en fiestas, y como cualquier fiesta que se precie tiene su cabalgata de disfraces... ¡mira que nos gusta eso de disfrazarnos!, Y mi familia no podía ser menos, mientras su madre (o sea, yo) blasfemaba en el hospital y les mandaba docena y media de maldiciones.

No se de qué convento se escaparon las monjitas... (el del círculo es mi vástago, lo cacé infraganti... jurada se la tengo)



Y la vástaga tampoco podía faltar, la peña iba de fantasmas, pero ilógicamente no hacían fantasmadas, hacían payasadas. Ella es la rubia, la que se lo está pasando "chachi piruli"... ten hijos para esto.




Por fin en casa... otra vez.



Sí, sí, habéis leído bien. Por fin en casa, otra vez. Yo que me las prometía ya tan felices una vez superado el problema del dolor, fíate, fíate,  faltaba otro pequeño escollo.

El domingo por la tarde ingresé en el Hospital del IVO para que el lunes me practicasen una PEG, o sea, una Gastrostomía Percutánea Endoscópica, lo que en cristiano vendría a ser una sonda conectada directamente al estómago para mi alimentación. En principio, no parecía muy importante, así que pensé que el mismo lunes me mandarían a casa (no ser por qué damos nada por hecho).

La habitación era individual, amplia y con unos ventanales enormes que dejaban entrar la luz desde primeras horas de la mañana. El personal atento, amable y eficiente. Tenía ese mismo lunes, 5 de septiembre, la sesión de quimio, así que lo comuniqué en el control de enfermería pensando que quizá aprovechaban que estaba allí para ponerme el gotero, pero no, tendríamos que dejarla para otro día.

Me dieron para cenar un tazón con caldo y a dormir.

El lunes, bien temprano, entraba la enfermera con el termómetro y ¡sorpresa! presentaba unas décimas de fiebre. Eso trastocaba todos los planes y abría la posibilidad de no poder realizar la intervención, la prioridad era conocer qué provocaba ese aumento de temperatura, para lo que realizaron nuevos análisis de sangre y orina, además de inyectarme un gotero de paracetamol. 

No hubo desayuno, ni comida, debía estar en ayunas hasta ver qué decisión tomaban. Las analíticas salieron normales  y como, de una forma u otra debían administrarme antibióticos decidieron llevarme a quirófano porque el paracetamol había hecho efecto y la fiebre había remitido.

Me habían explicado por encima lo que era una PEG pero fue allí donde me contaron, con pelos y señales, todo el proceso. Se  trata de hacer una incisión en el estómago donde se acoplará una especie de cánula que queda a la parte de afuera y en la que mediante una jeringuilla iremos introduciendo el alimento triturado (purés, cremas, sopas, papillas, etc.,) pero para "pinchar" el estómago, éste debe estar hinchado (un globo blando nunca podremos pincharlo) y para lograrlo deben introducir antes por la nariz una sonda que llegue hasta el estómago e insuflarle aire. La cosa no es moco de pavo.

Si ya resulta doloroso y molesto introducir una sonda por la nariz sólo hasta el cavum, hacerlo hasta llegar al estómago es horroroso. Y si encima el interior de la nariz y la garganta está inflamado y con quemaduras, ni te cuento. Conseguido el objetivo, todo se consigue aunque sea rabiando, hay que hinchar el estómago para introducir el bisturí en el punto pintado en mi barriga con anterioridad, mientras me hacían una ecografía y medían exactamente el lugar en que había que hacerlo. Eso casi que fue lo más fácil, porque antes habían adormecido la zona con anestesia local, así que ni el corte, ni los puntos los noté. 

La sonda de la nariz no se extrae hasta que comprueban que la del estómago funciona perfectamente. Y eso sería durante todo el día del martes, en que empezaríamos introduciendo agua, pasando luego por otros líquidos, y acabar con purés o cremas... sin problemas.

Ayer fue un día complicado y molesto. La sonda de la nariz me rascaba la garganta, lo que me provocaba tos, vómitos, imposibilidad para hablar... y lo que me puso irritable al máximo. Al final de la tarde, con tanta tos, acabé quitándomela y les ahorré así la tarea a las enfermeras. Dormí de fábula... bueno, no tanto, pero nada que ver con la noche anterior. Sobre las 2 de la tarde he vuelto a casa, parece que la dichosa PEG funciona de maravilla y no sufro dolores importantes. Estos días no he podido recibir mis sesiones de radio, que retomo mañana. Me quedan 14... ya falta menos.

No se si ayudará a alguien leer todo esto, pero a mi me sirve escribirlo, y mucho. Y no todo está en la parte física, dolorosa, o de tratamiento, no, es quizá mucho más importante la forma en que esta situación nos afecta a todos. Se que es muy difícil para lo que están a nuestro alrededor llegar a entender cómo nos sentimos, cómo queremos que nos traten, por la sencilla razón de que ni nosotros mismos lo sabemos. Tampoco nos damos cuenta, a veces, del miedo que no pueden evitar sentir ante algo que se escapa a su control, ni de ninguna forma podría decir cómo actuaría yo en "la otra parte". A mi me gustaría que mi familia, mis amigos, pensasen en el cáncer como lo que es, una grave enfermedad con muchos riesgos que no tiene por qué matarme y que espero superar con éxito. Me molesta tanto que vean en ésto una tragedia sin solución, como que quieran hacer ver que es algo sin importancia, un mal resfriado que acabará curando. A veces, ésto último no es más que un mecanismo de defensa ante el miedo a lo que le puede pasar a ese ser querido que está enfermo, pero quizá el afectado puede llegar a sentir que no se preocupan por él lo suficiente.

También nosotros saltamos de un estado de ánimo a otro sin motivo aparente, así que...tened paciencia.

PD. Prometo que en el próximo post toca historia, erótica y divertida... ¡palabra!

jueves, 1 de septiembre de 2011

Dolor ¡ay! ¡ay! ¡ay!



"No os espante el dolor, o tendrá fin o acabará con vosotros"
Séneca.

Anda que... no era listo el Séneca. Pues casi acaba conmigo, el muy jodío. Empezó la semana pasada a dar señales de vida, al principio algún que otro pinchazo, escozor en el paladar, hinchazón en la lengua... pero cuando dijo "aquí estoy yo" ¡uf! para volverse loca.

El miércoles pasado, día 24, cuando acabé la sesión de radio fui a ver al médico de guardia porque apenas podía comer nada sólido, tenía la garganta tan inflamada que no podía hacer pasar nada por allí que no fuese líquido. El hombre me dijo que tomase al principio ibuprofeno, pero que posiblemente no me haría casi nada y que tendrian que recetarme algo más fuerte. Lo que hace no tener ni idea de lo que me iba a ocurrir, porque de haberlo sabido ni de coña me tomo sólo el ibuprofeno. Esa noche apenas dormí, levantándome cada hora para enjuagarme la boca e intentar refrescarla un poco. El jueves por la mañana llamé a mi oncóloga y me dijo que fuese a consulta. No podía ni beber siquiera, 

Me recetó unos parches transdérmicos de fentanilo, de 25 microgramos/hora (es algo parecido a la morfina) y que siguiese tomando el ibuprofeno y que intentase tomar los batidos hiperprotéicos para procurar no perder más peso. Mejoré apenas, porque la radio continúa haciendo su trabajo, así que el viernes, me puse otro parche, que no me sirvió de mucho. La boca me ardía y me costaba muchísimo esfuerzo y dolor tomar líquido, aún así bebía los batidos que podía, mientras se me caían las lágrimas. También me subía la fiebre de vez en cuando, y así aguanté como pude todo el fin de semana.

El lunes 29 tenía la quimio, pero cuando me vio el oncólogo no quiso dármela y me pegó la bronca (con razón) por no haber acudido a urgencias. Los análisis habían salido bien, dentro de las "anormalidades normales" de mi caso, pero con el dolor que apenas me dejaba mover la lengua para hablar era impensable someterme a una sesión de quimio porque según sus palabras "esta semana querría morirme", así que me mandó a consulta con mi oncóloga habitual (la de la radio) y me emplazó para el próximo lunes, 5 de Septiembre.

La cosa va "viento en popa" me dijo la doctora, lo que supuso una alegría, claro está, y es cierto que el bulto del cuello ya ha desaparecido casi por completo, así que parece ser que la radio está cumpliendo su cometido, pero mientras me está (mal) jodiendo viva. En fin, que aquí ya la mujer cogió al toro por los cuernos (preferible a que yo la cogiera de las solapas y la obligase a que me quitase esos dolores ¡ya!... es broma). Me aumentó el parche de Durogesic a 75 microgramos/hora, me recetó Lidocaina para añadir al enjuague bucal, otro enjuague para los hongos que tengo en toda la boca, unas ampollas de corticoides (sólo para tres días) para las quemaduras del paladar, y unas ampollas de morfina si el dolor aprieta demasiado.

Y parecía que todo iba bien. Pero mi cuerpo tenía que explotar de alguna forma, sacar por algún sitio lo  mal que lo pasé el fin de semana y, entre que los batidos son fuertes y no los tomaba a gusto por el dolor que me producía tomarlos, que tenía el estómago lleno de la asquerosilla mucosidad en que se convierte la saliva, que apenas había podido beber agua u otros líquidos, resultó que el martes me levanté vomitando cualquier cosa que intentaba beber. Llamé a mi doctora y me dijo que fuese inmediatamente a urgencias. Y allí pasé casi todo el día. Me pusieron un gotero para acabar con mis vómitos y aprovecharon para hidratarme un poco. Luego... a mi 15ª sesión de radio.

Por fin, hoy todo parece ir bastante bien. No puedo comer sólido por la inflamación de la garganta y el paladar, pero el dolor es apenas una molestia y he podido tomar zumos (algunos que no me escuecen), infusiones, leche (que nunca me ha gustado, pero ahora me alivia el escozor), puré muy diluido de verduras y batidos. Estoy a la espera de que me coloquen una sonda gástrica que solicitó mi médica el lunes, porque todavía me faltan 17 sesiones y tarde o temprano voy a tener que llegar a eso, así que cuanto antes empiece a alimentarme bien, mucho mejor.

Hoy mi hija ha hecho una foto de mi coronilla y se me ha caído un montón de cabello de esa zona. Es lo que menos me importa, ya pasé esta semana por la pelu y me lo rapé. Y además me encantan los pañuelos, gorras y sombreros... a ver si pongo una foto un día de éstos con mi sombrero nuevo.

La próxima entrada será algún relato antiguo de los que tengo por ahí, dedicado a Doria, que parece que le gusta como escribo... gracias Doria.