Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Regalo


No soportaba ser sólo yo la que amaba. Me negaba a seguir esperando sus palabras de amor. Y una noche decidí abandonarle, no sin antes escupir con rabia mi último adiós: “No tienes corazón” al tiempo que cerraba furiosa la puerta tras de mí.
No esperaba que viniese a buscarme, no esperaba disculpas, no esperaba palabras de amor… por eso resultó tan extraño recibir su regalo tres días después.
Era una caja bonita y pequeña, azul, con un lazo. Dentro, sobre un blanco impoluto, yacía inerte un corazón.
A su lado una nota: “Te equivocas, sí tengo corazón. Tenía”.

martes, 25 de noviembre de 2008

El último refugio (FINAL)



Al verle allí, despeinado y sudoroso, con una expresión de sorpresa en el rostro, los ojos brillantes de rabia y la mandíbula apretada, un escalofrío recorre mi cuerpo. A duras penas controlo el temblor de mis piernas y me dirijo a la cocina con la intención de comprobar el estado en que se encuentra Antón. Le oigo bajar las escaleras con rapidez mientras estoy agachada junto al cuerpo malherido. Sólo pienso en que tiene que verle un médico y en ganar tiempo para que los hombres de Ignacio lleguen a tiempo. Un fuerte tirón en el brazo me obliga a levantarme.

- ¿Dónde estabas? – me dice con rabia – te dije que te quedases aquí, esperándome, coge lo imprescindible y vámonos, no tenemos tiempo que perder.

Mientras habla yo permanezco mirando tercamente la garra que me sujeta el brazo, luego levanto los ojos hacia él intentando transmitir con ellos todo el odio que siento.

- ¿Qué le has hecho a Antón? Si le pasa algo juro que lo pagarás muy caro.
- No estás en disposición de jurar nada, y no te preocupes por ese viejo inválido, cuando estemos lejos de aquí puedes avisar a una ambulancia para que vengan a socorrerle, o ya le encontrará mañana la criada. No le hubiese pasado nada si me hubiera dicho donde encontrarte.
- Eres un hijo de puta. No voy a ir contigo a ninguna parte, a ninguna, Ernesto, vas a tener que matarme o aprovechar el tiempo y largarte antes de que te echen el guante.

Sin casi darme cuenta he dejado de temblar, no tengo miedo, una inmensa tranquilidad me embarga.

- Estás loca ¿qué estás diciendo? ¿crees que me he arriesgado a venir hasta aquí para irme ahora sin ti? Eres mi mujer, me debes la vida, desgraciada.
- Te debo la humillación, la agonía, el asco de lo que he vivido estos años a tu lado. Te debo el sufrimiento de mis padres, los castigos a los que sometieron mi cuerpo y mi mente, el engaño, la mentira. Lo único por lo que merece la pena seguir viviendo está aquí: es ese hombre que yace en el suelo, esta casa y mis recuerdos. Puedes llevarme a la fuerza contigo y vigilarme cada minuto de tu vida, porque en cuanto bajes la guardia me escaparé, me mataré, te denunciaré a la justicia o te pegaré un tiro. Puedes coger todo lo que poseemos y largarte para no volver jamás. O puedes matarme ahora, en este momento. Tú eliges.

Se ha quedado un instante en silencio, dudando, como si no acabase de creer lo que está oyendo. Del cinturón saca una pistola, me mira, y me apunta con ella. Mis ojos se cruzan con los suyos un instante, tan solo un segundo, luego los cierro lentamente.

Un fuerte estampido retumba en mis oídos y cuando abro los ojos Ernesto está en el suelo, herido, y tres hombres uniformados le apuntan con sus armas.

- Eva, Eva ¿estás bien?

Es Mario que viene corriendo hacia mí con los brazos abiertos.
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Han pasado ocho meses desde aquella horrible noche. No hace mucho que acabaron los juicios contra los responsables de tanto sufrimiento. Ernesto era uno de los juzgados y condenados por los crímenes y las injusticias cometidas, pasará el resto de su vida en la cárcel junto con otros muchos inculpados. El Presidente se encuentra desaparecido, posiblemente consiguió escapar, pero la justicia no cejará en el empeño de encontrarle. Tras las elecciones, el nuevo gobierno intenta que el país vuelva a la normalidad.

- ¿Se puede saber que estás haciendo, rapacina?
- Siempre igual, te voy a comprar unos cascabeles y ponerlos en la silla, a ver si así te oigo llegar… ¿tu qué crees que estoy haciendo? – le digo mientras acaricio a Cándida y le paso el cepillo sobre el pelo reluciente.
- Deberías reposar un poco, con esa barriga no se cómo puedes andar de acá para allá todo el día.

Me acaricio lentamente la panza y noto los suaves movimientos de mi hijo, ya sólo falta un mes para que nazca, se llamará Mario, como su padre.

En ese momento llegan Fidel y Tomás, dos trabajadores que hemos contratado, con el camión en el que transportan al nuevo semental que hemos comprado. Saber que estaba embarazada me dio las fuerzas que necesitaba para empezar una nueva vida, decidimos dedicarnos a la cría de caballos y el ejemplar que están descargando es el comienzo.

- Ven, entra en casa – me dice Antón sonriendo.
- Espera un poco ¿a qué vienen tantas prisas?
- Anda, ven un momento, quiero enseñarte algo.
- Está bien… Fidel, llévalo a la cuadra, luego voy a darle la bienvenida.

Antón y yo nos dirigimos a la casa. Al llegar ante la puerta me hace señas para que entre primero y al cruzar el umbral un aroma casi olvidado despierta en mí una extraña sensación. Con paso rápido y olfateando sigo el rastro de aquel perfume mientras cientos de recuerdos se agolpan de pronto en mi cabeza. Me asomo a la puerta de la cocina y allí están mi padre y mi madre, con los ojos llenos de lágrimas y la alegría iluminando su rostro.

Tras ellos Mario exhibe esa pícara sonrisa del niño que acaba de cometer una travesura. Ahora entiendo por qué estos días andaban los dos con tanto secretito. Es mi madre la primera que me abraza, envolviéndome con su olor, y las dos nos echamos a reír cuando ella tropieza en mi barriga, luego mi padre se une a nosotras entre risas y lágrimas. Es lo único que me faltaba para sentir que por fin he vuelto a casa, a mi refugio.

PD. Gracias a los que habéis seguido la historia por vuestra paciencia. Prometo firmemente que las próximas serán cortitas.

Des.

viernes, 21 de noviembre de 2008

El último refugio (XXV)



Camino en silencio, atenta a los ténues sonidos que percibo, afortunadamente la luna ilumina los suficiente para ver por donde ando, tendría que haber cogido alguna linterna pero si hay alguien en la casa su reflejo podría delatarme. Voy pensando qué haré cuando llegue, no puedo entrar tranquilamente por la puerta principal, entonces recuerdo el antiguo pasadizo de la bodega, no se cómo pude olvidarlo ¡maldita sea! podría haber sido el lugar perfecto para vigilar la llegada de Ernesto. Recuerdo que en el cobertizo donde están guardados los utensilios que se utilizan en la cuadra hay una vieja puerta que conduce directamente a una pequeña bodega excavada en la misma roca de la montaña donde mi abuelo guardaba sus mejores vinos. Siendo yo una niña se construyó un corredor desde ésta hasta la gran despensa que hay bajo la escalera que sube a las habitaciones, seguramente para ahorrarse el paseo hasta las cuadras cada vez que querían degustar alguna botella. Sólo recuerdo haber estado allí un par de veces, muerto el abuelo la bodega dejó de utilizarse. Estoy segura de que Ernesto no sabe nada de su existencia pues yo jamás lo mencioné.

Aminoro el paso cuando empiezo a divisar la casa, dejo el sendero y bajo atravesando los prados, ocultándome de la vista de cualquiera que pudiese estar vigilando. Sólo espero que Cándida, la yegua, no relinche al notar mi presencia. Rodeo las cuadras con sumo cuidado hasta llegar al cobertizo pegado a ellas, afortunadamente nunca cerramos la puerta con candado ni nada parecido, la empujo suavemente y me cuelo dentro. Espero unos instantes para que mis ojos se acostumbren a la oscuridad del habitáculo e intento orientarme. La puerta del corredor quedaba justo enfrente de mí, doy pequeños pasos al tiempo que estiro los brazos hacia delante para no tropezar con nada. Ahora sí que necesitaría una linterna. Los minutos que tardo en tocar con las manos la tosca madera se me hacen interminables, voy palpando su superficie hasta dar con el pestillo que la abre. No quiero pensar en los bichos que pueda haber ahí dentro.

El olor a humedad se cuela por las fosas nasales y el frío de la roca me penetra los huesos. Tanteo alrededor del quicio de la puerta y se obra el milagro: mi mano tropieza con un interruptor de luz, lo sabía, cuando mi abuelo hacía algo, lo hacía a conciencia. Ruego en silencio que no se haya estropeado la instalación eléctrica mientras lo acciono. Una tenue luz, suficiente para iluminar el camino, se enciende ante mis ojos. Cierro tras de mí la puerta, no vaya a ser que a alguien se le ocurra entrar en el cobertizo y se la encuentre abierta. El pasadizo sigue en línea recta y luego un pequeño recodo me lleva directo a la bodega donde el olor a vino se hace patente. Todavía quedan botellas cubiertas de polvo que permanecen acostadas en los huecos de los botelleros de madera. En un rincón vacío está la puerta que conduce a la casa. La abro y echo a andar por el estrecho corredor al final del cual está la despensa. Una vez allí, busco nuevamente el interruptor que apague la luz, no quiero que se filtre por debajo de la puerta. No es probable que a nadie, si realmente hay alguien más que Antón en la casa, se le ocurra entrar en la despensa pero cualquier precaución es poca. Tengo miedo.
Antes de entrar en la despensa acerco el oído a la puerta. Al otro lado reina un silencio absoluto, tanto que tengo la sensación que puedo oír los latidos del corazón. Abro despacio y asomo poco poco la cabeza. Ahora una mezcla de olores: queso, embutidos, hierbas, manzanas, patatas, legumbres… me recibe. Vuelvo a escuchar a través de la puerta intentando calmarme. Silencio. Tengo puesta la mano en el picaporte, a punto de girarlo, cuando me parece escuchar rumor de pasos ¿pasos? Alguien está en la casa, Antón no puede caminar. Contengo la respiración. Vienen de arriba. No lo pienso un segundo: abro la puerta y me deslizo rápidamente hasta la habitación de Antón. Está vacía. Otra vez escucho ruidos arriba, alguien está abriendo y cerrando puertas y cajones, pasos rápidos, sonido de cristales rotos ¿dónde está Antón? ¿qué han hecho con él?.

Desde la habitación de Antón paso rápidamente a la cocina donde una luz permanece encendida ¡díos mío! está tirado en el suelo, parece muerto, al lado de su cabeza un charco de sangre que mana de una brecha abierta sobre la sien izquierda. Ahogando un grito de espanto me acerco a él, está vivo, aún respira. Decidida salgo hacia la puerta, ahora o nunca. En la entrada me muevo ante la cámara rogando que me capte, y aún sin entrar en la casa, grito con todas mis fuerzas: “Ernesto, no busques más, estoy aquí”. Mario, por díos, ven a salvarnos, pienso justo en el instante en que mi marido aparece en lo alto de la escalera.

(Continuará)

martes, 11 de noviembre de 2008

El último refugio (XXIV)

Estoy bien así, con la nariz pegada a su cuello, dejándome inundar por el suave aroma de su piel. Casi sin darme cuenta mis dedos se deslizan por su pecho jugando con el escaso vello que lo cubre, dibujan pequeños círculos que poco a poco van agrandando su contorno hasta rozar suavemente sus pezones, Mario se remueve inquieto y me doy cuenta de que ha empezado a excitarse. Me separo un poco de él y le miro, leo el deseo asomando a sus ojos. Lentamente acerco mis labios a los suyos y como si ese contacto fuese el pistoletazo de salida, nuestros cuerpos se lanzan en frenética carrera, desbocados. Las bocas se muerden, las lenguas se entrelazan, se mezclan las salivas. Con un rápido movimiento me siento sobre él con las piernas abiertas apretando mi sexo contra el suyo que palpita aprisionado bajo la tela del pantalón. Le quito la camisa mientras él hace lo mismo con la chaqueta de mi pijama. Siento entonces su boca lamiendo y succionando mis pezones y gimo de placer, sus labios queman. Mientras él sigue amasando mis pechos, desabrocho la bragueta de su pantalón y libro de la opresión, su pene erecto. Bajo mis pantalones hasta los tobillos y me siento sobre él, dejando que resbale hasta lo más profundo de mi sexo. No dejamos de mirarnos fijamente mientras nuestros cuerpos se mueven con ritmo acompasado que poco a poco se acelera hasta volverse frenético. Luego, cuando el placer nos inunda con tal fuerza que durante un instante pareces perder la noción de la realidad, volvemos a unir nuestras bocas con un beso húmedo y profundo, casi eterno.

Me despierto sobresaltada y por un momento, no se bien dónde estoy. Miro a mi alrededor y empiezo a ubicarme poco a poco. Reparo en la manta que me cubre y en un instante vuelve el recuerdo de lo que pasó hace… ¿qué hora es?, pienso. Me desprendo de la manta y me fijo en la pantalla del ordenador, son las dos de la mañana y en mi casa parece que todo está tranquilo, pero ¿dónde está Mario?. Me acerco a la mesa y me doy cuenta que sobre ella hay un folio con algo escrito: “Tengo que salir, he recibido un aviso urgente, parece ser que algún cazador furtivo hirió una hembra de oso, voy con una patrulla para localizarla y ver qué podemos hacer. Volveré lo antes posible”.

Voy a la cocina a por un vaso de agua mientras no dejo de darle vueltas a lo que ha pasado, precisamente ahora lo que menos falta me hace es un enredo sentimental. Pero no, no ha sido nada de eso, no es más que un impulso sexual, los dos estamos tensos y nerviosos, han sido demasiadas emociones en poco tiempo, y necesitábamos simplemente deshacernos de tanta tensión, sí estoy segura, respondo en voz alta a una pregunta no formulada, es sólo un simple calentón, nada más que eso.

Me meto en la ducha. No ha sido un sueño, aún siento en mis pechos el calor de su boca y la humedad de su lengua lamiéndolos. No quiero dejarme llevar de nuevo por esos pensamientos, me enjabono con firmeza y permanezo un rato debajo del agua hasta que consigo relajarme. Sin saber muy bien por qué desecho el pijama y me visto con unos pantalones y un jersey fino de lana, y me calzo unas ligeras zapatillas de deporte.

No acostumbro a fumar pero enciendo un cigarrillo de un paquete olvidado en un cajón de la mesa de la cocina y vuelvo al salón. Miro fijamente la pantalla del ordenador, todo parece tranquilo allá abajo. Paseo ojeando los libros que Mario tiene desordenados por las estanterías, casi todos son sobre animales, alguna novela, un gran tomo trata en su totalidad sobre el continente africano… de pronto, me parece escuchar un suave relincho.Instintivamente vuelvo la mirada a la pantalla, no se si ese ruido ha venido de allí o de la cuadra donde duerme el caballo de Mario. Mi respiración empieza a acelerarse, una extraña congoja se me ha instalado en la boca del estómago. Intento escudriñar la imagen que me muestra el ordenador y no se si es mi imaginación, pero creo distinguir durante una décima de segundo un ligero destello en el interior de la casa, una luz muy suave como de una pequeña linterna o la fina línea de claridad que se cuela bajo la puerta de una habitación con la luz encendida.

En un impulso incontrolable salgo fuera, no se qué hacer y Mario que no llega. No ha sonado la alarma y no encuentro motivo suficiente para avisar a Ignacio, seguramente son imaginaciones mías pero, esta opresión en el pecho, este hormigueo, esta extraña sensación… Miro hacia el cielo en donde una gran luna brilla con todo su esplendor, y sin pensarlo más echo a andar por el pequeño sendero que lleva a mi casa…
(continuará)

lunes, 10 de noviembre de 2008

El último refugio (XXIII)



Duchada y con ropa limpia bajo las escaleras pensando en irme sin decirle nada, que se entere de una vez que estoy enfadada, cabreada y muerta de miedo. Al oírme, lleva su silla hasta la entrada de la cocina, yo hago como que no le veo y sigo caminando hacia la puerta, pero cuando estoy a punto de abrirla me vuelvo hacia él y corro a sus brazos. Lo hago con tanta fuerza que casi le tiro. Allí, acurrucada en su abrazo siento que nada malo puede pasarme, que tiene el pecho más acogedor y poderoso que jamás haya existido, me resisto a salir de su refugio. Él me empuja suavemente y me besa muy despacio en los labios, márchate, me dice, muy pronto todo esto habrá pasado, te lo prometo. Ahora sí me voy sin volverme a mirarle.

Por el camino de vuelta me cruzo con Mario que va a colocar las cámaras. Cuando estén listas nos llamará para que comprobemos que funcionan correctamente, luego comeremos un poco ¿tienes hambre? me dice, niego con la cabeza, y tras mirarnos unos instantes, sigo subiendo por el estrecho sendero. Al llegar a la casa me encuentro con Ignacio hablando con alguien por el móvil, me saluda con un guiño y sigue con su conversación. Yo me meto en la cocina a ver lo que encuentro para preparar algo de comida, estoy rebuscando en el frigorífico cuando Ignacio se asoma a la puerta.

- ¿Qué haces?
- Intento encontrar algo que echarse a la boca, seguro que Mario y tú estáis muertos de hambre.
- No lo había notado, pero ahora que lo dices… esos ruidos que escuché hace un momento deben ser los rugidos de mi estómago.
- ¡Vaya! Y yo que pensaba que era un oso pardo merodeando por aquí.
- Me alegra que lo tomes con humor, se que esto va a ser duro para ti pero también me consta que eres fuerte y no dudo que todo saldrá bien.
- Sólo temo por la seguridad de Antón y de Mario, lo que ocurra con Ernesto o conmigo no me importa, no quiero volver a ver a ese cabrón, nunca más, no me importa si se pudre en la cárcel, se larga al Caribe, o le meten un tiro entre ceja y ceja, sólo quiero olvidarme de él para siempre.
- Voy a ver si Mario termina con las cámaras y luego disfrutaremos sin más de una buena comida, seguro que encontrarás por ahí alguna cosa, aunque sea un pizza congelada o sardinas en conserva, creo que mi apetito no le hará ascos a nada.

Parece que comeremos algo mejor, encuentro una puchero de berzas con patatas guardado en la nevera, lo pongo a calentar en el fuego y me acerco al salón. En la pantalla del ordenador aparecen las imágenes de la entrada de mi casa con Mario y Antón gesticulando ante las cámaras. Ignacio les está dando instrucciones para solucionar algún pequeño problema con el sonido, que queda arreglado al cabo de un momento cuando sus voces llegan nítidas a través de los altavoces. Además conectan un dispositivo que hará saltar una alarma directamente al ordenador en el momento en que detecten cualquier movimiento. Cabe la posibilidad de que un pájaro o algún pequeño animal la active, pero las molestías que eso puede ocasionar se compensan con la seguridad de recibir el aviso sin tener que pasarse las veinticuatro horas pegados a la pantalla.

No tengo mucha hambre pero como un poco de aquel apetitoso puchero, bromeando con Mario que jura y perjura haber sido él el artífice del exquisito guiso. Tiene que explicarnos punto por punto cómo lo ha cocinado para que Ignacio y yo acabemos creyéndole, parece que el chico tiene algunas buenas cualidades aún por descubrir. A mitad de la tarde Ignacio se despide no sin antes darnos las últimas instrucciones. Habrá siempre preparado un pequeño grupo de hombres directamente a sus órdenes para dirigirse a mi casa en el momento en que demos la alerta, aunque de todos modos estaremos en contacto diario para comunicarnos cualquier novedad que pudiera producirse o para comprobar cualquer indicio o sospecha que pudiese llevarnos hasta Ernesto o sus hombres.

Luego Mario sale a hacer su ronda diaria por el bosque, hay algunas cosas que no puede dejar para el día siguiente, mientras yo rastreo noticias en el ordenador. Algunas páginas internacionales dan ya por hecho el golpe de estado que se avecina, pues es eso de lo que se trataba al fin y al cabo, ésta vez no son los militares los que se disponen a usurpar el poder a quien lo ostenta en este momento, es la oposición a ese gobierno, respaldada por un pueblo harto ya de una política de prohibiciones, castigos, venganzas y corrupción que ha coartado durante años su libertad, convirtiéndoles en un rebaño callado y obediente que se puede humillar y pisotear sin apenas protestas. En la televisión nacional reponen viejas series sin intentar siquiera aparentar normalidad, se han suprimido totalmente las noticias: política, sucesos, internacional, deportes… ni siquiera la metereología se salva de la quema, es como si de pronto viviésemos aislados del mundo.

Cuando vuelve Mario yo estoy medio dormida en el sofá, prepara un caldo bien caliente mientras insiste para que me vaya a la cama. Él piensa darse una ducha y quedarse en el sofá vigilando por si ocurre cualquier cosa. Es tan cabezota como su hermano, así que harta ya de discutir con él, me voy a la cama.

Doy vueltas y vueltas incapaz de coger el sueño, la modorra que tenía cuando Mario llegó parece haber desaparecido por completo.

- No puedo dormir.
- Pero… si estabas muerta de sueño hace un momento.
- Ya lo sé, pero ahora me he despejado y no paro de dar vueltas. Acuéstate tú, yo me quedaré aquí, si al final me duermo me despertará la alarma.
- No, si quieres quedarte, lo haremos los dos, anda, ven aquí, apóyate en mí y cierra los ojos, intenta descansar un rato.

Me tumbo de lado en el sofá y apoyo la cabeza en el hueco que se forma entre su hombro y su cuello, mientras él me envuelve entre sus brazos…
(Continuará)

domingo, 2 de noviembre de 2008

Me pregunto

Si las opiniones de Doña Sofia vertidas en el libro de Pilar Urbano fuesen contrarias a las que ha manifestado ¿se habría armado tanto revuelo?.
Si en lugar de estar en contra del aborto, o dicho de otro modo por los modernos de este país "interrupción voluntaria del embarazo", hubiese asegurado estar a favor ¿se habrían indignado de igual modo los que no desean que éste sea una elección totalmente libre de la mujer?
¿De qué encuestas saca Empar Pineda, portavoz de ACAI (Asociación de clínicas acreditadas para la interrupción voluntaria del embarazo) que la mayoría (¿el 51%, el 90%?)de la población está a favor del aborto?
¿En algún momento las declaraciones de Doña Sofía hacen pensar que no respeta a los homosexuales o lesbianas?
¿Tienen que gustarle por obligación las manifestaciones carnavalescas que monta todos los años este colectivo? ¿Dónde está el orgullo heterosexual, el de los sados, el de los masoquistas, el de los voyeurs, el de los onanistas...? La opción sexual ¿es un orgullo? o es algo íntimo (que no quiere decir que deba guardarse en secreto, si uno no quiere) que se practica con total normalidad siempre que se trate de personas mayores de edad y consensuadas.
También ha expresado estar en contra de la eutanasia y sin embargo, no he leído por ahí que las personas o asociaciones que están a favor de ella se hayan rasgado las vestiduras ¿por qué? ¿será porque el gobierno de España también está en contra de aprobarla? ¿quiere eso decir que sólo "escuecen" los comentarios contrarios a las leyes aprobadas o en vías de reforma de nuestro gobierno?... pensaba que se trataba de gobernantes demócratas, abiertos al diálogo, y con talante.
No entiendo a qué viene tanto alboroto. Se puede estar de acuerdo o no, con sus opiniones, en su totalidad o en parte, pero como persona creo que tiene todo el derecho a expresarlas.
Me hace gracia, aunque a veces sea para echarse a llorar, que cuando alguien no está de acuerdo con las ideas que un puñado de "intelectuales" que van de progresistas tratan de llevar a cabo, se le tache de homófobo, carca, fascista y una retahíla interminable de calificativos, despectivos en su mayoría, demostrando una falta de respeto total hacia las opiniones contrarias a las suyas. Parece que "su verdad" es la Verdad y pobre de aquel que ose decir lo contrario porque será insultado y vilipendiado, eso si no le queman en la hoguera, como en los mejores tiempos de la Inquisición.
Respeto, respeto y respeto, esa es la fórmula, incluso para las opiniones personales de una reina, que no tienen obligatoriamente que coincidir con las que tienen una parte de los españoles, son las suyas, única y exclusivamente, y está muy bien que se conozcan.
Me molesta que la "obliguen" a rectificar por no ser políticamente correctas, pero sea como sea, ahí se quedan para la posteridad, con un par.