Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

miércoles, 27 de julio de 2011

El tren a Burdeos (MARGUERITE DURAS)

Bien, toca distraerse un poco y olvidarme del asunto que últimamente ocupa gran parte de mis pensamientos. De momento no estoy muy inspirada para escribir una de mis historias, pero como sabéis que me gusta traer a este blog, de cuando en cuando, algún texto de otros autores, hoy me he decidido por éste de Marguerite Duras, una de mis escritoras favoritas. 



El tren a Burdeos (Marguerite Duras)


Una vez tuve dieciséis años. A esa edad todavía tenía aspecto de niña. Era al volver de Saigón, después del amante chino, en un tren nocturno, el tren de Burdeos, hacia 1930.
Yo estaba allí con mi familia, mis dos hermanos y mi madre. Creo que había dos o tres personas más en el vagón de tercera clase con ocho asientos, y también había un hombre joven enfrente mío que me miraba. Debía de tener treinta años. Debía de ser verano. Yo siempre llevaba estos vestidos claros de las colonias y los pies desnudos en unas sandalias. No tenía sueño. Este hombre me hacía preguntas sobre mi familia, y yo le contaba cómo se vivía en las colonias, las lluvias, el calor, las verandas, la diferencia con Francia, las caminatas por los bosques, y el bachillerato que iba a pasar aquel año, cosas así, de conversación habitual en un tren, cuando uno desembucha toda su historia y la de su familia. Y luego, de golpe, nos dimos cuenta de que todo el mundo dormía. Mi madre y mis hermanos se habían dormido muy deprisa tras salir de Burdeos. Yo hablaba bajo para no despertarlos. Si me hubieran oído contar las historias de la familia, me habrían prohibido hacerlo con gritos, amenazas y chillidos. Hablar así bajo, con el hombre a solas, había adormecido a los otros tres o cuatro pasajeros del vagón. Con lo cual este hombre y yo éramos los únicos que quedábamos despiertos, y de ese modo empezó todo en el mismo momento, exacta y brutalmente de una sola mirada. En aquella época, no se decía nada de estas cosas, sobre todo en tales circunstancias. De repente, no pudimos hablarnos más. No pudimos, tampoco, mirarnos más, nos quedamos sin fuerzas, fulminados. Soy yo la que dije que debíamos dormir para no estar demasiado cansados a la mañana siguiente, al llegar a París. Él estaba junto a la puerta, apagó la luz. Entre él y yo había un asiento vacío. Me estiré sobre la banqueta, doblé las piernas y cerré los ojos. Oí que abrían la puerta, salió y volvió con una manta de tren que extendió encima mío. Abrí los ojos para sonreírle y darle las gracias. Él dijo: "Por la noche, en los trenes, apagan la calefacción y de madrugada hace frío". Me quedé dormida. Me desperté por su mano dulce y cálida sobre mis piernas, las estiraba muy lentamente y trataba de subir hacia mi cuerpo. Abrí los ojos apenas. Vi que miraba a la gente del vagón, que la vigilaba, que tenía miedo. En un movimiento muy lento, avancé mi cuerpo hacia él. Puse mis pies contra él. Se los di. Él los cogió. Con los ojos cerrados seguía todos sus movimientos. Al principio eran lentos, luego empezaron a ser cada vez más retardados, contenidos hasta el final, el abandono al goce, tan difícil de soportar como si hubiera gritado.
Hubo un largo momento en que no ocurrió nada, salvo el ruido del tren. Se puso a ir más deprisa y el ruido se hizo ensordecedor. Luego, de nuevo, resultó soportable. Su mano llegó sobre mí. Era salvaje, estaba todavía caliente, tenía miedo. La guardé en la mía. Luego la solté, y la dejé hacer.
El ruido del tren volvió. La mano se retiró, se quedó lejos de mí durante un largo rato, ya no me acuerdo, debí caer dormida.
Volvió.
Acaricia el cuerpo entero y luego acaricia los senos, el vientre, las caderas, en una especie de humor, de dulzura a veces exasperada por el deseo que vuelve. Se detiene a saltos. Está sobre el sexo, temblorosa, dispuesta a morder, ardiente de nuevo. Y luego se va. Razona, sienta la cabeza, se pone amable para decir adiós a la niña. Alrededor de la mano, el ruido del tren. Alrededor del tren, la noche. El silencio de los pasillos en el ruido del tren. Las paradas que despiertan. Bajó durante la noche. En París, cuando abrí los ojos, su asiento estaba vacío.

Espero que lo disfrutéis.

Maravilloso Homer


Hoy, mirándome en el espejo me acordé de Homer y sus bultos de rabia contenida. Me dió la risa.

domingo, 24 de julio de 2011

Incertidumbre


Me comen los nervios. Estoy inaguantable, lo admito. Espero desesperada a que suene el teléfono, igual que una mujer enamorada espera la llamada de su amante, hasta intento utilizar la telepatía mirando fijamente el aparato mientras pienso una y otra vez: "que suene, que suene, que suene... ¡ja!"

El miércoles no pude aguantar más la presión y llamé a mi oncóloga. Tengo que agradecerle que atendiese mi llamada, me dijo que estaba con la programación de mi tratamiento y que si todo iba bien empezaría la próxima semana. Al parecer los resultados de la resonancia han sido tal y como ella esperaba. Se me olvidó decirle qué pasaba con la anemia que padezco y que descubrí cuando recibí los resultados de la revisión anual que nos realiza la mutua en la empresa donde trabajo, justo una semana antes de que me hiciesen la analítica en el IVO. Supongo que será algo normal en todo el proceso, pero eso hace que me sienta cansada y sin ganas de nada.

Los días se eternizan mientras espero y espero. Se que eso no es bueno, que el estrés no es lo mejor para mi en este momento, pero no puedo evitarlo. Y también comprendo que no soy la única enferma de cáncer, que hay miles de pacientes, algunos cientos quizá más urgentes, pero el único pensamiento que anda anclado en mi cabeza es que cuanto antes empiece, antes acabaré con esto.

Por si no tuviese bastante, desde el viernes otro bulto (adenopatía) consistente adorna mi cuello, en el mismo lado que el otro pero un poco más abajo, y duele.. es lo que me faltaba para poder relajarme y esperar tranquilamente a que suene el puto teléfono.

domingo, 17 de julio de 2011

Saber, saber, saber...



Era inevitable pasarme la noche buscando información. Muchos de nosotros conocemos a personas allegadas que han padecido o padecen alguna clase de cáncer: de mama, colon, próstata, ovarios, pulmón, garganta, etc., pero ¿alguien conoce a quien ha padecido un cáncer de cavum? Ni siquiera sabía que existía. Así que antes de acudir a la consulta del IVO buceé por internet en busca de información. Casi todas las páginas serias (Organización Mundial de la Salud, Asociación de Lucha contra el Cáncer) venían a decir más o menos lo mismo, ésta última de forma bastante comprensible y amplia.

Así me enteré de que es un cáncer poco común en España, uno entre 100.000 habitantes, supe de los síntomas que provoca, cosa que me tranquilizó ya que muchos de ellos se dan en estadios avanzados y yo aún no los padezco, que su tratamiento consiste generalmente en sesiones de radioterapia combinada con algo de quimio y que suele dar buenos resultados. Pero lo que más me ayudó a entender fue encontrarme con el Blog de Manu, un hombre con una gran fuerza que cuenta esta dolorosa experiencia.

Pues bien, el 14 de junio por la mañana, después de pasar la noche sin apenas pegar ojo, me fui al IVO. En la ventanilla del servicio de otorrinolaringología entregué a la enfermera la carta que llevaba de mi médico, Tuve suerte, el doctor al que iba dirigida la carta estaba pasando consulta en ese momento, así que a los cinco minutos tenía de nuevo ante mi a la enfermera que me mandó a admisión para que confeccionasen mi historia y que el doctor pudiese atenderme.

Esperé un poco más de media hora hasta oír mi nombre por los altavoces. El otorrino del IVO es un hombre joven y a mi parecer muy eficiente. En primer lugar procedió a someterme de nuevo a la ligera tortura que supone la introducción del dichoso tubito por la nariz. Tonta de mi, no sabía que la tortura verdadera venía a continuación. El doctor me dijo que tenía que hacerme una biopsia y para ello debía aplicarme anestesia local que introdujo con un algodón por la nariz y con un spray por la boca, dirigiéndolo directamente a la garganta. Me durmió la nariz y hasta los labios, pero el puñetero cavum está donde cristo perdió el gorro, así que cuando pinzó un poco de carne, abriéndome las fosas nasales, pensé que me arrancaba la garganta al completo. Tuve la nariz dolorida durante dos días.

Cuando por fin terminó, me dijo que me llamarían a casa para empezar a hacerme las pruebas que necesitaban, y ya en ese mismo momento me dieron cita para una analítica completa y una resonancia de cabeza y cuello. Tampoco habló de cáncer, pero no hacía ninguna falta, porque tampoco nombró la posibilidad de que aquello no lo fuese y es lo primero que hace un médico cuando no está completamente seguro del diagnóstico. 

Las siguientes tres semanas las pasé yendo y viniendo. El doctor volvió a citarme para confirmar el diagnóstico: cáncer de cavum,  y comunicarme que me llamaría la oncóloga que llevaría mi tratamiento. Me hicieron la analítica, una resonancia, una placa de tórax, al parecer para comprobar si hay metástasis a distancia, o lo que es lo mismo, si alguna célula viajera ha tenido la genial idea de largarse por ahí a hacer de las suyas. Hablé con mi oncóloga, una doctora que me explicó con todo detalle en que consistiría mi tratamiento y los efectos secundarios que conlleva en rasgos generales, ya que cada paciente responde de forma distinta, pero podía ir haciéndome a la idea de que iba a pasar una temporada difícil. Hablaba con total sinceridad, pero sin dramatismo, cosa que me gustó mucho. Luego, ella misma solicitó dos TAC, uno de tórax y abdomen, y otro con el fin de confeccionarme una especie de máscara o molde de mi rostro que utilizarán en cada una de las sesiones de radioterapia.

La pasada semana terminé con las pruebas, ya tengo mi preciosa máscara (como en carnaval) y estoy a la espera de que me avisen para empezar con el tratamiento. Agradezco a los doctores que me han visitado su amabilidad, el no haber intentado ocultarme nada y la rapidez con la que me han atendido. 

Estoy tranquila, no tengo opción B, así que tengo que quedarme con la A, sí o sí. Y la A significa seguir al pie de la letra las indicaciones de los médicos, y afrontar lo que venga con total serenidad y una buena ración de optimismo.

Seguiré escribiendo mi experiencia en la medida de lo posible, gracias por pasar por aquí.

jueves, 14 de julio de 2011

El principio


Fue en Enero cuando se encendió una pequeña luz anaranjada. O quizá fue antes, en Navidad, aquél día que amanecí sin voz y pensé ¡menudo catarro! aunque no me parecía que aquello fuese un resfriado normal de esos que sientes como comienzan su ataque: congestión nasal, dolor de cabeza, molestias de garganta. Nada, ninguno de esos síntomas, sólo una afonía que sufrí al menos durante tres semanas y que hizo que mi voz perdiese su tono habitual para tornarse ligeramente nasal. Pero entonces, ignoraba eso del virus de Epstein-Barr y la mononucleosis.

Así que fue en Enero cuando descubrí que se me había formado en el lado izquierdo del cuello, bajo la mandíbula, un bulto consistente que se percibía de forma bien visible sin necesidad de palparlo. Otros dos o tres muchos más pequeños aparecían desperdigados por todo el cuello. No me producían molestia alguna pero me preocupaba la causa de su aparición, así que fui a la consulta de mi médico de cabecera, al que le comenté también cuánto me duraba la dichosa afonía. La doctora me recetó unas pastillas para la garganta y sin levantarse siquiera de la silla para mirar o tocar aquél bulto de mi cuello, me dijo que era un ganglio inflamado que desaparecería por si sólo al cabo de unos meses.

No se cual fue el motivo que me impulsó a tomar la decisión de acudir a una consulta privada, quizá que aún sin sentirme enferma, no era la de siempre. Afortunadamente el doctor que ha atendido a mis hijos desde que  eran pequeños, vive en mi mismo edificio, es un médico de confianza y muy meticuloso, así que acudí a su consulta. Él sí que me realizó una exploración completa del cuello y lo primero que me aconsejó fue que me realizasen una analítica para detectar el virus de la mononucleosis infecciosa. Así lo hice, pero el resultado fue negativo, lo que no significaba según su opinión que no lo hubiese padecido con anterioridad. Sin darse por satisfecho me dijo que debería acudir a un otorrino para una exploración completa.

Como no me apetecía volver a pasar por mi centro de salud, y quizá pelearme con la doctora, para en el caso de que me me tomase en cuenta, esperar dos o tres meses a que se dignase verme el especialista, le pedí a mi vecino doctor que me recomendase a un otorrino de su confianza, y así lo hizo.

Esa misma semana, sobre el veinti y algo de Enero fui a ver a mi otorrino. Es un doctor de edad avanzada, con mucha experiencia y bastante renombre. Después de realizarme una exploración de oídos y garganta, me sometió a una "pequeña tortura" que consistía en introducir un tubo flexible provisto de una diminuta cámara en un extremo, a través de mis fosas nasales. El artilugio iba grabando su recorrido por el interior de mi nariz hasta llegar a la laringe. Cuando terminó se dispuso a explicarme lo que se iba viendo en aquella película que parecía una excursión de espeleología... parece mentira lo que tenemos por allá dentro. 

Todo era muy normal, no es fea nuestra nariz por dentro, no. La cavidad presenta un aspecto nacarado y liso, cubierto por una sustancia transparente y brillante. Entonces descubrí el cavum. Justo en su centro aparecía un pequeño tumor del tamaño de una lenteja. El doctor no le dió más importancia, los médicos a todos los bultitos que aparecen en cualquier parte de nuestro organismo les denominan tumores, lo que no significa que sean peligrosos, aún así era algo que debía controlarse periódicamente porque podría cambiar de aspecto o transformarse en otra cosa. Me recetó un antibiótico porque debido al "catarro" la zona de la garganta presentaba una ligera inflamación y quedé citada para Febrero.

Cuando volví en Febrero, volvió a explorarme de la misma forma en que lo había hecho la primera vez, y el resultado no podía ser mejor. La "lenteja" había disminuido de tamaño y la zona presentaba un aspecto inmejorable, sin la ligera inflamación que tenía antes. Aún así, el doctor me citó para el mes de Junio, con el fin de controlar cada cierto tiempo la evolución del pequeño (ahora diminuto) tumor. En cuanto al bulto en el cuello era consecuencia del tumor del cavum y parecía que poco a poco iba también encogiéndose.

El 13 de Junio por la tarde estaba citada de nuevo, y acudí a la consulta acompañada de mi hermana y mi hija, queriendo aprovechar la tarde para ir de compras. No podía imaginar que ese día, mi vida iba a dar un giro inesperado. Después de la consiguiente tortura a la que me iba acostumbrando paulatinamente, pasamos a visionar lo que la cámara había grabado. Todo presentaba un aspecto completamente normal hasta llegar a la zona del cavum, de la que había desaparecido el pequeño tumor, y en su lugar presentaba una textura granulosa que el doctor identificó al instante. No me dijo claramente que aquello se había convertido en un cáncer, pero cuando me comunicó que me iba a escribir una nota para el jefe del servicio de otorrinolaringología del IVO (Instituto Valenciano de Oncología), al que tenía que visitar al día siguiente, no albergué ninguna duda. 

No sentí miedo, no sentí nada, era como si no tuviese que ver conmigo, no pasó por mi mente en ningún momento que aquello podía ser muy grave, creo que sólo creí firmemente que se trataba simplemente de una enfermedad como cualquier otra, que tenía un tratamiento un tanto agresivo, sí, pero soportable, y que después de pasar una temporada seguramente muy dura, volvería a mi vida de siempre después de despertar de una pesadilla.

No pretendo alarmar a nadie, la mayoría de bultos en el cuello no revisten mayor importancia, pero estos días he pensado en más de una ocasión en lo que podría haber ocurrido si hubiera hecho caso a la doctora y hubiese esperado a que aquello desapareciese por si sólo, o simplemente mi economía no me hubiese permitido acudir a la consulta privada de un especialista. Es intolerable que ante unos síntomas que pueden no ser nada o tratarse, por el contrario, de algo grave, alguien que sustenta el título de Doctor se quede sentada en su silla sin tomarse la más mínima molestia. Lo que hubiese ocurrido es que cuando los síntomas fuesen graves: hemorragias nasales, pérdida de oído, etc., seguramente el tumor sería lo suficientemente grande para que, en el mejor de los casos, el tratamiento fuese mucho más agresivo de lo que será al haberlo detectado pronto.

Me ha dado por pensar que la vida me da una segunda oportunidad, son muchas las personas que salen un día de casa y no regresan: un fulminante ataque cardíaco, un accidente de coche, una mala caída... y todo se acaba en un segundo. Sin embargo, yo tengo la posibilidad de un tratamiento que resulta positivo en un elevado porcentaje, así que mi ánimo no puede estar mejor, tanto que en ocasiones soy yo quien despeja la preocupación que esta enfermedad causa a mis seres queridos y acaban tan animados como yo, de eso se trata.

Así que, permitidme un consejo, lo que menos necesita esa persona a la que queréis y que acaban de diagnosticarle un cáncer son lágrimas, compasión, lamentos. Necesita esperanza, quitarle importancia a la situación, ayudarla a creer firmemente que no es el fin del mundo, que su enfermedad tiene curación y ese ánimo será el motor para que su organismo reaccione bien y la medicación tenga un efecto mucho más favorable.

El 14 de Junio acudí al IVO...


martes, 12 de julio de 2011

Cosas de la vida



Hace algunos años, en el 2005, escribí este texto:

Hoy hablo de la vida, pero no de la mía, no, de la vida en general. Esa vieja casquivana que nos lleva y nos trae a su antojo. En ocasiones, se presenta como una madre amantísima, que nos cuida, nos regala alegrías, nos presenta al amor, nos trae fortuna. Entonces la amamos y los ojos nos hacen “chiribitas”. Florecen los campos de nuestro corazón, revolotean las mariposas, los pajarillos cantan y las nubes se levantan. Todo así de bonito y romántico.

Pero ella, la vida, es muy puta. Y un día se levanta con ganas de follar. Y nos jode. Pobre del que se cruce en el camino de su mirada, pobre del que ella elija para dar rienda suelta a su pasión malsana, pobre del que, la puta vida, quiera convertir en el amante que la lleve a un orgasmo aterrador... pobre.

Tiene varios métodos para hundirnos en la miseria. Y depende del humor en que se encuentre utiliza uno u otro.

A veces, empieza poco a poco. El individuo elegido se da cuenta que algunas pequeñas cosas empiezan a salirle mal. Sufre molestias de cualquier tipo: de salud, mal de amores, económicos. Todo empieza a enredarse. Las flores se marchitan, los pajarillos se mueren o emigran, las mariposas pierden sus colores. Parece como si un pintor maligno le hubiese dado por usar sólo el gris para realizar su obra. Y todo se oscurece. 
Otras veces, el cambio sobreviene de forma repentina. ¡Zas! Y de pronto  cae sobre ti la maldición como si una bruja furiosa se hubiese cruzado en tu camino. Empiezas a recibir tortazos por todas partes, sin saber de dónde vienen.

En sus dos modalidades el resultado es el mismo: la victima empieza a odiar la vida, y eso a ella le pone, y mucho. Cuando más se excita, más crueldad muestra en sus acciones. El pobre elegido se angustia más y más, con cada nuevo día. Y ella le estruja, sin compasión, le humilla, le convierte en una mierda, una piltrafa humana... hasta que, hundido en la más absoluta miseria, desea la muerte.

La vida que ya siente el sexo palpitante y húmedo, se para a pensar un momento. O lo echa a suertes: ¿dejo que este imbécil me abandone y se eche en brazos de la muerte? ¿le doy una esperanza?. Y tira los dados. Si gana el imbécil, le pone cerca una pistola, una cuerda, unas pastillas, una cuchilla o una azotea de un octavo piso. Y ella se corre. Si pierde el imbécil afloja un poco la soga de su cuello, le da un respiro. Y el pobre tonto se cree a salvo, claro, después de tanto dolor, la simple ausencia de él, ya le hace ser feliz. Y da gracias a la vida por una segunda oportunidad. Y ella se corre.
La conozco, la conozco muy bien.

Por eso, atesoro los momentos mágicos que le robo y los recreo, una y mil veces, para que no se me olviden. Los tengo bien guardados, esa vieja zorra no me los robará jamás. Cuando ella está ocupada en otros menesteres o intenta que la odie, yo los saco uno a uno, cierro los ojos, y vuelvo a aquel momento:

Al hermoso sueño que tuve una noche hace ya mucho tiempo.
A la tarde que pasé con mi padre, planeando las vacaciones, sin saber que eran las últimas horas que pasaría con él.
A las vacaciones con mi abuela.
Al día que mi madre salió de una delicada operación.
Al día que nacieron mis hijos.
A la mirada de amor  adolescente recién estrenado.
Al primer beso que me dio mi marido.
A mi primer orgasmo.
A la última vez que reí a carcajadas.
Al primer encuentro con mis dos amigas más queridas.
Al momento en que escuché por primera vez una voz largamente soñada.
A una tarde que empezó a llover mientras me despedía de una persona amada que casi acababa de conocer.
Al momento en que leí un hermoso texto que un ser querido y admirado me dedicó por sorpresa.
Al día que escribí mi primer relato.
A la canción que me hace llorar.

Podría seguir y seguir enumerando momentos que ella, casi sin darse cuenta, me regaló. Algún día se levantará con ganas de joderme viva, y lo hará, seguro. A lo mejor sobrevivo, o no. Ella se correrá de todas formas. Pero se dará cuenta que la tengo calada y que a mí no me engaña con sus carantoñas.

Eres muy puta, vida, que lo sepas.
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No se que fue lo que me inspiró en ese momento, ni si estaba pasando por un ligero bache emocional, sinceramente no me acuerdo, por lo que supongo que en el caso de que así fuese no debió resultar trágico en exceso o lo recordaría, pero en estos últimos días este texto volvió a mi memoria.

He meditado mucho antes de escribir aquí algo tan personal como lo que me propongo contar, no es mi intención crear morbo o inspirar compasión, no, gracias, no necesito ninguna de las dos cosas, sin embargo pienso que quizá pueda servir de ayuda a alguien que pueda encontrarse en mi misma situación y que como hice yo misma acuda en busca de información (es inevitable), cuando un día cualquiera en una exploración que parecía rutinaria le diagnostiquen un cáncer de cavum.

¿Qué coño es el cavum? es lo primero que se piensa ¿por dónde para eso? Si habéis pinchado en el enlace ya podréis contestar esas preguntas, si por el contrario no os apetece hacerlo, os lo cuento de una forma sencilla. Es la parte más alta de la faringe, justo por delante de la columna cervical y en él desembocan las fosas nasales y las trompas de Eustaquio. No suele estar relacionado con el consumo de tabaco o alcohol, sin embargo es frecuente encontrar en las células tumorales restos del Virus de Ebstein-Barr que produce una enfermedad llamada mononucleosis infecciosa o enfermedad del beso. Sólo un pequeño porcentaje de individuos que hayan padecido esta enfermedad desarrollan este tumor. Y yo soy una de ellas. 

Pero lo mejor es empezar desde el principio, y si me lo permitís lo haré mañana mismo, hoy llevo un día un poco ajetreado.