Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

miércoles, 27 de octubre de 2010

Qué será, será...


No acabo de discernir si esta situación de: desánimo, ni fu ni fa, me la refanfinfla... es el virus de la gripe que me ataca, o esta vida que me aburre.


domingo, 17 de octubre de 2010

Sin palabras


Ya estamos otra vez igual, siempre la misma cantinela, que si no cambio el día menos pensado me dejarás solo, que si estás harta de mi humor caprichoso, de mi mala leche. ¡Vete, hostia! Vete de una puta vez y deja de tocarme los cojones. Y deja de llorar, me cago en tus muertos, que me tienes negro ya con tanta llantina. ¿Te vas? ¡Ale! ¡que te den! Mejor si no vuelves… a la puta mierda.

Ésta, dentro de un rato, está llamando a la puerta, pidiéndome perdón… como siempre. Menuda gilipolla. Ahora que esta vez la voy a tener llorando en la escalera toda la noche ¡qué se habrá creído!

Al cabo de un mes dejó de seguir a las mujeres que llevaban su mismo corte de pelo. A los tres, se aburrió de mirar por la ventana cada vez que un coche aparcaba frente al portal. A los seis, ya no temblaba cada vez que el móvil empezaba a sonar. Al año, se cortó la lengua.

No pudo contar por qué lo había hecho. Unos dijeron que se había vuelto loco, los más pensaron que fue un accidente.

En su lecho de muerte, maldice (en silencio) ser tan deslenguado.

sábado, 16 de octubre de 2010

Habitación 223

(Imagen: Natividad Jiménez)

Malditas las ganas que tengo de limpiar habitaciones. Virtudes se despereza en el sofá. Se está tan bien allí. Está en la salita que utilizan para tomar un bocado a mitad de mañana o un café cuando terminan su jornada. La estancia está caldeada, el sol entra a través del ventanal y calienta suavemente la piel. Esto es mucho mejor que la calefacción. Menos mal que sólo me queda dar una miradita a las habitaciones que anoche quedaron sin ocupar, rutina para comprobar que todo está en orden. Diez lleva en la lista, parece que a pesar de ser temporada baja sigue habiendo huéspedes en el hotel. Empezaré por la planta de abajo. La cuarta. La salita está en la de arriba, junto con tres o cuatro cuartos más donde guardan la ropa de cama y los utensilios de limpieza. Esto es pan comido, a ver si termino pronto y me da tiempo de tomar un café antes de acabar el turno. Arrastra su carrito de limpieza por la segunda planta. Habitación 223.

Qué cosa más rara, aquí huele a bombones de licor. ¡Me cago en la leche! ¿quién coño se dejaría ayer la ventana y las cortinas abiertas de par en par? Si se entera la gobernanta se le cae el pelo, seguro que fue Lola, mira que es despistada esa chiquilla, pues buena está la cosa, no se puede ir por la vida como va ella, haciendo las cosas al tuntún. Rodea la cama para cerrar la ventana cuando los ve tendidos en el suelo. Están desnudos y abrazados. Está a punto de gritar, pero instintivamente se lleva la mano a la boca y permanece muda. No puede apartar los ojos de la pareja que parece dormir ajena a su presencia. Es imposible que no se hayan despertado. Sus cuerpos que ya aparentan una cierta edad, desprenden una serena belleza. Virtudes vuelve a mirar la lista. ¡Joder! he debido meter la pata, si se despiertan y me ven aquí se va a armar la marimorena. La habitación 223 aparece claramente como desocupada. No puede ser. Permanece indecisa sin saber qué hacer y cuando decide ir a buscar a la gobernanta y les mira por última vez, no puede creer lo que está pasando. Abre los ojos desmesuradamente. Están desapareciendo, se deshacen hasta que sobre el suelo sólo queda una especie de polvo formando la silueta de los cuerpos.

Pero ¿qué cojones es esto? ¡Ay! Virtu, que no te tenías que haber fumado ese canuto después del almuerzo, mira que tiene razón Manolo y acabarás mal del coco. Ya, ya he empezado a imaginarme cosas, pero ¿cómo que imaginarme cosas? ¿y ese… lo que sea que se ha quedado en el suelo? Tengo que llamar a alguien, tengo que avisar de lo que ha ocurrido. ¿Qué voy a contar? y ¿quién me va a creer? Si me toman por loca, adiós a la renovación de contrato, y encontrar otro curro en estos tiempos está chungo, y menos un trabajo como éste. Lo mejor será que limpie el suelo, cierre la ventana y lo deje todo aseadito. Y me olvido, ya está, me olvido, aquí no ha pasado nada. Se asoma a la puerta que dejó entreabierta y escudriña el pasillo vacío. Del carro que dejó arrimado extrae el aspirador. Me da no se qué aspirar eso. Si son fantasmas o algo así no les va a gustar nada meterse en una bolsa llena de porquería. ¡Qué tonterías estoy diciendo! Dejo la maría… ¡lo juro! Vuelve el aspirador a su sitio y coge la escoba y el recogedor. Por si las moscas, mejor lo barro. Lo hace con suavidad, deshaciendo lentamente la silueta de la pareja y llevando el fino polvo hacia el recogedor. El olor a bombones de licor que desprende impregna su uniforme. Se queda un momento con aquello en la mano sin saber qué hacer, hasta que decidida se asoma a la ventana que da a un jardín interior y después de asegurarse de que nadie la ve, lo vacía. El polvo, como si tuviese vida propia, se junta formando un remolino y se aleja llevado por el viento.

¡Qué mala cara tienes! Están todas en la salita comentando los últimos chismes de las revistas del corazón. Creo que el almuerzo no me sentó bien. Me cambio y me voy a casa. Angustias la mira desde su sillón. Es la más veterana. Le tocó a la novata, puedo leerlo en su rostro. Recuerdo como si fuese ayer, la primera vez que los vi hace ya cinco años. Y luego todos, sin faltar uno, siempre el mismo día, siempre la misma habitación. Pobrecita, no dirá nada, como hice yo. Investigué, eso sí, no podía dejar de pensar en ellos. En los amantes que encontraron muertos hace diez años, tal día como hoy. El hotel intentó que no se le diese demasiada publicidad y en los periódicos y la televisión no dijeron el nombre del establecimiento, pero yo sabía que eran ellos. Alguien envenenó los bombones de licor que compartieron. Interrogaron a sus respectivas parejas pero no se detuvo a nadie por falta de pruebas. Quien quiera que fuese el autor del crimen, no consiguió acabar con su amor. Vuelven cada año a repetir su encuentro furtivo, una y otra vez, quizá para toda la eternidad. A veces siento envidia de ellos, pocos, muy pocos, conocen un amor así. Bueno, y algunas como yo, ni así ni de otra manera. Les he tomado cariño. Ahora ya puedo irme tranquila, a ver si me aprueban de una vez la maldita invalidez que ya no puedo con mis huesos. Ya tienen quien les vuelva a dejar libres cada año, porque seguro que les tiró por la ventana… si conoceré yo a la Virtudes

martes, 12 de octubre de 2010

Jóvenes e inocentes (Final)


(Imagen: "Viejas Zapatillas" de Mauro Alberto Cano)


Cuando Laura llega a su destino empieza a lloviznar suavemente. Deja la moto en un callejón poco transitado y le pone el candado, se cuelga la mochila a la espalda y sube la capucha de su sudadera, se la regaló el Chori cuando fueron al festival de Benicasim, él tiene otra idéntica. Echa a andar en dirección a la parada del autobús dando un pequeño rodeo por las calles aledañas para hacer tiempo.

– ¡Eh! Malena ¿qué haces por aquí?

El rostro de la chica refleja sorpresa y curiosidad cuando al doblar una esquina se encuentra de frente con Laura.

– Perdona, no te había reconocido ¿de qué vas disfrazada?

– ¡Jajajajajaj! Es la ropa de faena, pero no me has contestado ¿te has perdido por este barrio?

– No, no me he perdido, vivo aquí.

– ¡Joder! tía, si pensaba que vivías por nuestro barrio, y ¿cómo coño vas todos los días hasta el Cervantes? Está un rato lejos.

– En el bus ¿cómo quieres que vaya? Lo que no me explico es qué haces tú tan lejos de casa y en “ropa de faena”.

– ¡Ah! Mi abuela vive aquí cerca, al otro lado del río para ser exactos. Bueno, ahora la casa está vacía, ella está pasando una temporada en casa de su otra hija, en Mallorca. Mi madre me ha dado permiso para celebrar mi cumpleaños en la casona, pero… ¿no te lo dicho el Chori? Es el próximo sábado, le dije que estáis los dos invitados… será capaz de haberse olvidado.

– Ya, pues no, la verdad es que no me ha dicho nada.

– No hagas caso, ya sabes como es.

– Oye, verás, quería darte las gracias por hablar con él.

– ¿Te lo ha dicho?... será mamonazo.

– Sí, me lo ha contado mientras comíamos en el burguer. Muchas gracias. Creo que te había juzgado mal, lo siento.

– No tiene importancia. Es normal, tía, seguro que pensabas que estaba celosa o algo así ¿no? Puedes estar tranquila, el Chori está bien para una temporada, pero no es el tipo de hombre con el que me apetece comprometerme, ya sabes, mucho músculo y poco cerebro… ¡uy! Creo que me he pasado, me olvidé que ahora es tu chico. Pero en el fondo es un buen tío.

– No me has dicho qué vas a hacer a casa de tu abuela.

– Nada, vine a dar un vistazo, hace más de un mes que la casa está cerrada y no quiero encontrarme con alguna sorpresa… ratas o algo así. El sábado por la mañana vendré a limpiar un poco y a prepararlo todo para la fiesta. Bueno, pues nada, ya nos veremos mañana. Me voy antes de que me arrepienta, me da un poco de yuyu pasar el puente a estas horas, ya ha oscurecido… ¡este puto invierno!

– ¿Quieres que te acompañe?

– No, tía, tranquila, que ya es tarde y seguro que te esperan en casa.

– Mi madre no vuelve del trabajo hasta las once, va, te acompaño y seguimos charlando.

– Como quieras ¿hay forma de convencerte para que te vayas a casa?

– Ni modo.

– ¡Jajajajajaja! Me encanta esa expresión.

Laura y Malena echan a andar entre risas. A lo lejos ya se divisa la silueta en sombras de la larga pasarela que atraviesa el río de lado a lado. Ha dejado de llover, y la oscuridad se hace más palpable al alejarse de las calles más concurridas del barrio. Caminan lentamente, hablando en voz baja. Entre el silencio que envuelve sus pasos, se distingue claramente el sonido del agua, el río está cerca.

– No me gustan los ríos – dice Laura, asomándose a la barandilla. Abajo las aguas oscuras continúan su camino hacia el pantano.

Están solas en mitad de la pasarela.

– ¿No te gustan o te dan miedo? – pregunta Malena no sin cierta sorna.

– No se. Cuando era pequeña y veníamos a ver a mi abuela, siempre quería que mi padre me cogiese en brazos y me sentase en la barandilla. Un día me resbalé y a punto estuve de caer al agua, me libré por los pelos. Mi madre se puso histérica y casi le pega a papá… mira, fue aquí mismo.

Se asoman las dos en el punto indicado por Laura.

– La verdad es que así, de noche, da un poco de miedo – reconoce Malena.

– ¡Joder! maldita zapatilla, ya se me ha vuelto a desatar.

Se agacha fingiendo atarla mientras aprovecha para dar un vistazo a lo largo de la pasarela y comprobar que no hay nadie a la vista. Rápidamente extrae del calcetín la llave inglesa que cogió en el garaje, mira un segundo hacia arriba y ¡zas! Se levanta de un salto y golpea con fuerza la cabeza de Malena, que cae apoyada sobre la barandilla. Le resulta fácil entonces agarrarla por los pies y empujarla por encima de la pasarela. Escucha el chapoteo del cuerpo al entrar en el agua. Luego tira la llave al río, todo lo lejos que puede. Da media vuelta y se aleja.

Respira acompasadamente intentando tranquilizarse, parece como si el corazón quisiera saltar del pecho, late con rapidez y siente una especie de angustia que le oprime el pecho. Tranquila tía, piensa, ya está hecho, esa mosquita muerta recibió su merecido y al Chori le esperan unos días algo complicados. Cuando llega hasta el callejón donde dejó la moto, su pulso late regularmente. Es al poner el pie en el pedal cuando distingue unas manchas rojas en la zapatilla ¡mierda! piensa, la sangre de esa zorra ha debido salpicarme. Por un momento parece confundida. Sonríe cuando su vista tropieza con un contenedor de la basura al final de la calle. Camina hasta él, se descalza, y tira allí las zapatillas. Volverá a casa sin ellas, las manchas de sangre son difíciles de limpiar y no quiere tener que responder las preguntas de su madre. Comprará otras iguales con el dinero que le dio su padre antes de que ella se de cuenta. Arranca la moto y sale de allí conduciendo despacio. Todavía tiene cosas que hacer, mañana toca examen de mates y se ha propuesto sacar una buena nota, se acabaron los días del Chori y gentuza como él, ella es distinta y se merece algo mejor.

Cuando el callejón se queda en silencio, la mujer se levanta del rincón donde estaba acostada. La chica tiró algo en el contenedor y quiere mirar lo que era, se encuentran tantas cosas de provecho en la basura. Su boca desdentada se abre con sorpresa al sacar aquellas zapatillas, están un poco manchadas pero le calentarán los pies, las que lleva están llenas de agujeros y siempre le entra el agua cuando llueve. Las mete bajo el brazo y vuelve a su rincón, rezando para que no le estén pequeñas.