Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

lunes, 30 de noviembre de 2009

Vidafaro V (AUTOR: ICONOCLASTA)


Sexo bolcariano


Accedimos por una puerta a un bloque de pisos de forma de media luna, adaptado al contorno de la fachada exterior, a través de las ventanales del edificio se veía la carretera exterior, aquella vegetación era un efecto mimético asombroso, no había vegetación en la fachada.

Pude observar a través de uno de los ventanales, unos metros a mi izquierda al Serpiente Verde que causaba curiosidad en un grupo de bolcarianos.

Los materiales de las construcciones se basaban en mármoles y metales cromados de diversos tonos. Apenas había pintura en las paredes.

Un conjunto de sonidos sin aparente compás provocaban que Euni y Jormen movieran la cintura, acompañando el sonido.

Y me di cuenta de que el interior de sus oídos no era como el mío, estaban cubiertos de una membrana translúcida.

Tuve la impresión de que no llegaría a disfrutar de aquel sonido como ellos.

Subimos por una rampa al piso superior. Y Euni sacó del bolsillo de su pantalón un pequeño mando a distancia con el que abrió la puerta.

Por la tenue luz de las lunas que se filtraba por una gran ventana pude apreciar un salón de unos 9 o 10 metros de ancho y otros tantos de largo que disponía de sofás, mesa y sillas. Habían paneles electrónicos en algunos puntos y un ausencia total de lámparas.

Euni pulsó otra vez el mando y las paredes se iluminaron, se tornaron translúcidas y emitieron un tono de luz amarillenta y ténue.

Euni y Jormen me desnudaron.

Rieron al verme, les hacía gracia mi vello corporal, Jormen me cogió el pene y lo comparó con el suyo pequeño y mucho más oscuro, casi negro.

Euni sonrió y me lo cogió también para examinarlo.

Yo me sentía bien, no sentía vergüenza y sonreía con ellos.

Y me sobrevino una erección debido al tocamiento. Y Euni tragó saliva y entendió.

- No lo puedo controlar Euni.

- Ya lo controlaré yo más tarde, Néstor.

Cenamos; la gorsna resultó ser una especie de planta carnosa. Me recordaba la carne de cerdo. La treidia azul era un licor que llegó a marearme, apenas ardía en la garganta pero en el interior, parecía expandirse por todas las terminaciones nerviosas.

Había un receptor de televisión y Jormen se sentó frente a él. Era algo cómico a juzgar por las risas del chico.

A través de los altavoces del televisor no era capaz de comprender los sonidos que articulaban.

Y me sentí de repente muy cansado, y el Serpiente Verde apareció entre las imágenes en algún momento. Pero yo empecé a cerrar los ojos cansado.

Y sentí la mano de Euni en mis manos.

- Te amo, Euni. No me dejes solo aquí...

Y ella besó mis párpados cerrados.

No se cuanto tiempo estuve dormido. Ella me despertó agitando mis hombros suavemente. Vi su cara, y las dos lunas a través de la ventana. Y por segunda vez sentí años perdidos, años sin conocer aquel sentimiento. Esta paz.

Acusé una extraña sensación de pérdida pasada.

Jormen estaba durmiendo en su habitación, me di cuenta por sus ronquidos, y me puse las manos con la palma enfrentadas en una mejilla e hice el sonido de sus ronquidos.

A Euni se le escapó la risa. Y a mí también.

Bajó su pantalón, y me mostró su sexo. La vagina la tenía situada donde se halla el pubis humano. Nacía un poco por encima de sus muslos y acababa a mitad del vientre.

Lejos de extrañarme me excitó.

Se sentó en mis rodillas, acomodando mi pene a un lado.

- Néstor, las mamas, chúpalas con fuerza. Succiona, mi vida.

Yo comencé a pasar la lengua por sus pezones y éstos se contrajeron rápidamente. Se pusieron duros y firmes. Unas venas azuladas comenzaron a hacerse patentes a través de la amarillenta piel.

Euni parecía estar en estado de shock, respiraba rápida y entrecortadamente. De su boca una saliva espesa bajaba por su barbilla. Sudaba y esa humedad la tornó más sensual.

Cogió mi cabeza por la nuca y me aplastó la boca contra su pecho izquierdo, me costaba respirar. Abrí la boca para acaparar el pezón. Y succioné con fuerza. Euni rogaba que lo hiciera con fuerza.

Mis dientes ejercieron una mediana presión y ella respondió gimiendo. Con la otra mano masajeaba el otro pezón y ella obligó a que mis dedos perdieran el miedo dañarla presionó mis propios dedos de tal forma que me entró pánico de hacerle daño, quise retirarlos. Euni no me dejó.

Se movía descontrolada en mis rodillas y mi pene se agitaba duro y entumecido con aquellos movimientos.

Y de sus pechos comenzó a manar un especie de líquido dulce y denso. El líquido discurría por su vientre mojando los labios vaginales, regándolos.

Sus manos bajaron allí abajo y abrió la vagina. Un clítoris grande pulsaba entre los pliegues. Euni conducía aquel líquido a su vagina ahora blanda y mojada. Se levantó para sentarse mi lado, aún llevando sus dedos desde los pechos hacia su sexo. A una vagina abierta y carnosa.

Me arrodillé ante ella. Sus dedos separaron los labios y presionaron a los lados del clítoris para darle relieve y aislarlo. Yo lamí ese clítoris duro y su coño entero. Lo besé, lo mordí y lo pellizqué.

Ella sólo gemía, me miraba con la lengua entre los dientes cuando yo pasaba la lengua por su vientre, por su coño. Y besaba sus pezones de los que no cesaba de manar aquel lubricante.

Del interior de la vagina salió un esperma blanco y acuoso, como leche desleída.

Me mostró lo que debía hacer ahora.

Mojó la mano entre los pezones y se la introdujo en la vagina, entera. Hasta la muñeca.

Aquello me hizo enloquecer, ella movía la cabeza frenética al ritmo de su mano que entraba y salía de aquella profundidad de placer. Yo agarraba mi pene firme, me sujetaba los huevos para no correrme allí, delante de ella.

Retiré su mano con energía y apoyándome con las manos en la cabecera del sillón y con las piernas estiradas, la penetré.

Su coño se adaptó a mi pene, presionándolo; lo justo para que pudiera moverme dentro de ella.

Y noté mi polla empapada, inundada en un pozo líquido y caliente.

Emitía gritos ahogados y sus dedos pellizcaban sus pezones con brutalidad. Y el líquido manaba desde ellos más abundante hacia nuestros sexos unidos.

Yo no pude más y dejé correr mi semen en su interior, contrayendo todos los músculos por un orgasmo intenso de placer atrasado y olvidado. Sin saber si era lo correcto.

Ella se puso rígida, su cara se congestionó y dejó de respirar. Sus párpados verticales se cerraron y yo aproveché para besarlos.

Sus pies golpeaban el suelo y sus pezones se comenzaron a congestionar a llenarse de sangre. El resultado es que se pusieron duros y erectos.

Y me obligó a succionarlos suavemente al tiempo que su respiración volvía a la normalidad y sus músculos se relajaban.

Sus labios se movían temblorosos y los acaricié con los dedos mientras alternaba mis succiones entre los dos pezones.

Me retiró de encima suyo y me obligó a sentarme a su lado. Ella se sentó encima mío de costado a mi pecho, rodeando mi cuello y mirando a las lunas.

Y en algún momento me dormí susurrándole al oído todo el amor que sentía.

Me desperté encima de un colchón que levitaba a 25 centímetros del suelo. Tenía apenas 3 centímetros de grosor y me sentía completamente relajado.

Me dolían las mandíbulas de haber succionado los pechos de Euni y la polla volvía a estar dura (esto último no era una influencia bolcariana).

Dormí de lado, sin almohada y a pesar de ello no sentí dolor en el cuello. Lo primero que vi al abrir los ojos fue la cara de Jormen. Se abrazó a mí y yo abracé a mi hijo con el corazón contraído.

- Buenos días, Néstor.- me dijo.

- Buenos días, Jormen.

Euni nos debió oír y vino corriendo a la habitación, se tumbó a mi lado y apresó con sus piernas las mías y me abrazó besándome.

- Buenos días, amado terráqueo.

Jormen reía.

Ella me cogió el pene.

- ¿Qué haré contigo? ¿Cómo controlar esto?-. dijo juguetonamente, sacando la lengua, una lengua por la que me moría por cruzarla con la mía.

Allí el tiempo se medía en horas de 40 minutos y los minutos tenían 100 segundos. No tiene importancia, porque al final, uno se acostumbra. La cadencia de las comidas es parecida a la terráquea.

No había dinero allí, por lo visto, cada cual se hacía lo que quería. Habían individuos que deseaban construir, otros enseñar, curar, trabajar el campo, limpiar.

Euni me explicó que a ella le gusta especialmente enseñar. Dedica medio día a la enseñanza de los niños.

- ¿Pero... y todos esos vehículos, los enseres que tenéis en las casas, las calles? ¿Cómo lo mantenéis?.- yo no lo entendía.

- Néstor, cada cual nace con un deseo, somos tantos que hay muchos deseos, hay muchas cosas que hacer y las hacemos. Entre todos. Hay gente que desea limpiar y gente que desea construir y crear cosas.

Nacemos así. De la misma forma que morimos: sin saber cuando, sin enfermar.

Los científicos han investigado y han aislado el gen que programa nuestra muerte; resulta que está íntimamente ligado al desarrollo de nuestro cerebro de tal forma que es imposible extirparlo o mutarlo.

Por eso debes entender que no precisamos de muchas cosas, pero amar y saber que en nuestra muerte alguien nos ama, eso lo necesitamos.

Y comencé a entender. Y a temer.

- ¿Y si yo quiero un vehículo de lujo?.- desvié la conversación hacia algo menos doloroso.

- Lo tendrás en función del trabajo que ofrezcas, en eso pretendemos ser justos. No está bien que quien por ejemplo, tenga la ingrata tarea de limpiar, no sea recompensado con algo más que un intercambio. Y además educamos a nuestros hijos con el respeto hacia lo que hacemos y muchos de ellos, siguen nuestros pasos.

- ¿Y yo que haré durante mi estancia?.

Ella me miró con una profunda tristeza en los ojos y las negras lágrimas amenazaron con desbordarse.

- Prometiste amarme hasta mi muerte. No me dejes Néstor.

- Mi vida, moriré contigo y por ti, aquí.- la abracé con fuerza, con ansia.- No lo he olvidado, mi vida. Es que no ha pasado un día entero y me cuesta asimilar esta vida.

Y se relajó entre mis brazos.

Y yo sentía deshacerse mis entrañas con aquel contacto, con el inexperimentado amor.


viernes, 27 de noviembre de 2009

Vidafaro IV (AUTOR: ICONOCLASTA)


Euni, mujer bolcariana

Un hombre me dio la bienvenida y siguió su camino, sin venir a cuento, sin ser necesario. Sabía que yo acababa de llegar, se notaba. Y me sentí bien por ello.

Una pareja, hombre mujer, cogidos por la cintura, atrajeron mi atención, ella tenía un culo precioso y sus pechos, admirados de cerca, despertaron en mí otra vez esa excitación extraña y poderosa. Metí la mano en el bosillo de mi pantalón y acerqué mis dedos a mi pene excitado.

Se acercaron a un crío que trazaba símbolos y dibujos infantiles en el suelo con una especie de puntero láser. Le acariciaron la cabeza cariñosamente mientras le decían:

- Vamos a por eskelibol.

El niño apenas les hizo caso.

El hombre cogió la mano de la mujer y continuaron caminando.

Y el hombre cayó desmayado al suelo.

La mujer quedó paralizada a su lado, parpadeaba verticalmente y unas lágrimas negras caían por su rostro. Miraba a sus congéneres y éstos la miraban sin mover un solo músculo. Sin sonreír.

Lloraba de tal forma que mi puto corazón se encogió de pena.

Y me acerqué a ella, me arrodillé junto al hombre y lo toqué. Estaba frío como el hielo. Retiré asustado la mano de su cuerpo.

Me puse en pie y brotaron lágrimas de mis ojos.

Ella se acercó a mí, me desabrochó la parte superior del traje para darme a entender que me lo sacara.

Y me quedé con el torso desnudo.

Había silencio, todos ellos nos miraban, nadie movía un solo músculo. Un crío pequeño gritó y rompió por unos segundos aquel silencio.

Luego nada, silencio.

Las miradas, lejos de ser opresivas, me dieron apoyo ante aquella extraña situación.

Ella se acercó a mí y se abrazó a mi pecho. Sus senos se aplastaron contra mí. Me estaba matando de amor aquella mujer. No se que estaba ocurriendo. Llegué a querer morir sólo por conseguir hacer desaparecer aquellas negras lágrimas de los ojos de la mujer; porque dejara de llorar.

Me estaba volviendo loco de amor. Aquello asustaba a mi mente insensible y por otro lado, era una droga que me hacía mecer en un mundo inexplorado por mí.

Y sin pretenderlo la abracé. Besé su cabeza y sus mejillas.

-¿Me quieres amar?.- preguntó casi suplicante.

-¿Prometes amarme aún que estoy viva, hasta que muera?... Mi vida... Dime que si.

Y dije que sí. Y la abracé fuerte. Ella me separó dulcemente a pesar de que yo no quería. Y me cogió una mano.

La gente rompió el silencio y todos volvieron a reemprender sus actividades, tranquilamente. Algunos nos felicitaban.

Dos hombres metieron el cadáver en una bolsa y entraron a través de una puerta con un círculo y una cabeza de vidafarense dibujada en su interior, con una raya que la cruzaba.

Aquello era demasiado obvio.

El pequeño corrió hacia nosotros, ella lo elevó para que lo cogiera entre mis brazos y lo abracé. Besé su pequeña cabeza y su cuerpo menudo y cálido, durante un microsegundo mi corazón se paró.

- Es Jormen, nuestro hijo.

Yo sólo me dejaba llevar por todo aquello, todas aquellas sensaciones me estaban atrapando. Había allí amor en estado puro. Por alguna razón, mi mente me llevó a seguir esa cadena de sucesos, a integrarme en aquello.

- ¿Cuál es tu nombre?.

- Euni.

- Yo soy Néstor.

- Ahora me tienes que amar Néstor, no dejes que muera sin amor.

Y aquellas palabras me llenaron de temor. Me llenaron de pena. Había un triste final escrito en aquello.

- Si muero antes, tú cuidas de Jormen; porque tú no morirás antes si estás sano, es casi seguro. Si muere Jormen, me consolarás para que yo no me muera de pena. Me amarás hasta que tus ojos me supliquen que no muera. Y me darás otro hijo. Si muero en el proceso, deberás buscar a otra mujer y no llorar mi muerte durante más de dos horas. Si lloras mi muerte más de dos horas, delante de ellos, ellos te matarán porque no pueden soportar el dolor tanto tiempo; morirían contigo de pena. Uno de ellos convertirá su cariño en odio y te matará. Lo hará para salvar al resto de la colonia. Para que no sufran.

Y pegó sus labios a los míos, su lengua increíblemente fina se hundió en mi boca asombrada y mi mente comenzó a desearla. Mis brazos sobreentrenados la apretaban fuertemente y noté que era feliz.

Hice feliz a aquella mujer que lloró negras lágrimas. Y yo me sentí amado. Me sentí tan querido que comencé a odiar mi pasado reciente.

Sentí haber perdido 40 años de vida; por no conocer este amor. Este nuevo sentimiento profundo y placentero.

- ¿Cuál era su nombre?, el de tu hombre.

- Lorton, lo he amado durante 15 años. Y ahora te amo a ti, Néstor.

Había en aquellas palabras una sinceridad brusca que huía de la inocencia y puerilidad. Euni hablaba con una entereza extraordinaria a pesar de que un líquido negro se agolpaba en sus ojos.

Ella cogió mi mano y nos dirigimos hacia una puerta blanca, las puertas interiores eran una completa bacanal de colores.

Euni señaló una puerta:

- Vamos a pedir comida.

Abrió la puerta de una forma natural, sin llamar y accedimos a una sala en la que tan sólo había un mostrador y unas sillas alrededor de una pequeña mesa.

- Buenas tardes, soy Euni y necesito gorsna y treidia azul.

Lo dijo en alto y hablando hacia lo que parecía una pequeña antena.

No pasó mucho tiempo cuando apareció un hombre con una bolsa dorada en una mano y una botella azul en la otra.

Se los entregó a Euni y ésta acarició su mano brevemente.

Me dijo que era el saludo habitual entre los amigos y conocidos de Bolcar, el nombre de este planeta al que conocía como Vidafaro. Acaricié el torso de su mano y esa sensación de calidez me volvió a invadir. Cuando el hombre me devolvió el saludo me sentí bien.

Salimos al exterior y la noche comenzó a avanzar de forma vertiginosa, potentes luces se encendieron para dar una claridad asombrosa a la ciudad, dos lunas amarillas avanzaron rápidamente y se ubicaron en el cénit.

Y cogí la mano de Euni con el corazón encogido. Por el vértigo de ese acelerado movimiento planetario.

Yo era frío, cínico... Y ahora se encoge mi alma por la vida de este lugar.

Solo pensar en mi misión me provoca naúseas.

El contacto con estos seres me está transtornando.

Euni, coge mis sienes y me lleva hasta su boca. Su lengua estrecha e inquieta me inunda, me lleva a ningún lugar y floto abandonado en su cueva húmeda.

Noto sus pezones endurecidos en mi pecho, ella se apreta fuerte y sus pezones se contraen un poco.

Me habla, me instruye.

- Néstor, morimos sin previo aviso, no envejecemos demasiado. Nacemos sin esperanza de saber durante cuantos años viviremos. No miramos más allá de lo que tenemos y no dejamos de desear.

La tristeza está prohibida. Nadie quiere morir llorando. Un día estaré a tu lado y moriré sin previo aviso, sólo sabrás de mi muerte cuando me veas inmóvil y fría. Son muy pocos segundos lo que tardamos en morir. Recuerda lo que te dije, mi vida. Que no te maten para lo que nosotros es un exceso de tristeza. No mueras, busca a otra mujer y ámala como yo te he enseñado.

-Euni, por favor...

Un sonido de dolor puro, como el llanto de las ballenas acalló la ruidosa noche de la ciudad.

Una madre tenía a su pequeño hijo entre los brazos. Inerte, muerto.

Era el crío que jugaba con la pelota metálica, el que recibió la descarga divertido, con el que algunos reímos hace apenas una hora.

Euni se abrazó a mí y me besó profundamente. Yo lloraba, aquel llanto atroz atravesó mi médula y me retorcía por dentro.

Ella cogía con sus manos mis sienes y me obligaba a mirar sólo sus ojos, otra vez húmedos y a la negra raya de unas lágrimas negras como un rimmel de dolor que enmarcaba unos ojos felinos y preciosos de un saturado color ocre.

Acudió el compañero de la mujer y cogió de sus brazos al crío, lo abrazó y lo dejó en el suelo. Y marcharon hacia una de aquellas puertas. Iban de la mano, muy juntos.

Los de la funeraria acudieron tristes, sin mirar a nadie. Recogieron el cadáver y se dirigieron otra vez a la puerta negra.

El murmullo general volvió a elevarse, y las risas y gritos volvieron a dar vida a la ciudad, o a este enorme barrio.

Recogimos a Jormen que se resistió a dejar de jugar. El caminaba delante de nosotros enfurruñado y mascullando tacos.

Euni sonreía divertida y yo me moría por besarla.





miércoles, 25 de noviembre de 2009

Vidafaro III (AUTOR: ICONOCLASTA)


El contacto con los Vidafarenses


Cuando le estaba dando el repaso a una de aquellas mujeres, se me puso dura y me sentí incómodo.

Un vidafarense se acercó hacia mí. Con un andar tranquilo y afable, sonriendo con sus verdes piños.

- ¿Tienen agua?-. le pregunté apenas se acercó a mí.

Lo único universal para la vida orgánica es el agua. Esa tontería de las matemáticas como lenguaje universal, me la pela.

“¿La raíz cuadrada de 81?”, no me veo haciendo semejante idiotez de pregunta.

Aquel sujeto se paró ante mí y parpadeó verticalmente; movió sus labios y habló un galimatías indescifrable. Como mucho, fueron unos 6 segundos lo que tardó mi cerebro en entender el significado de aquello. Pero ese entendimiento fue ajeno a mí; fue como si llegara a mi cerebro otra frecuencia oculta entre aquellos sonidos vocalizados. Como si hubieran subtítulos en español.

La verdad, aquella especie de invasión en mi interior me preocupó, me causó cierta desconfianza, cierta intranquilidad.

- Imagino que por agua entiendes un líquido para saciar la sed, aquí le llamamos treidia. Tenemos fuentes. Y se bienvenido, extranjero. Me llamo Loster.- eso fue lo que entendí de aquel ser.

Loster sonrió y me abrazó.

Había un tacto cálido en aquel ser. El abrazo produjo bienestar en mí. Me hizo sentir cómodo. Me sentí bienvenido.

Lo seguí y entramos en una de aquellas montañas a través de una de las cientos de puertas que se hallaban disimuladas entre la vegetación, una vez cerca de ellas se hacían bastante patentes, cada una de ellas disponía de un cartelito.

Accedimos a un túnel iluminado de unos 12 m. de largo, las paredes lucían carteles publicitarios.

Loster emitió sonidos sonriendo.

A los pocos segundos entendí:

- Ya no saben que anunciar.- y seguí su dedo para fijarme en la foto de una mujer que mostraba en sus pechos unos cubrepezones y en su cara una mueca de placer obsceno.

Loster me explicó que eran parches masturbatorios. Por lo visto las mujeres tienen un fibrado núcleo nervioso en los pezones que al acariciarlos se transforman en clítoris enormes. Se ve que un vidafarense tuvo la brillante idea de encargarse de suministrar instrumentos de placer a las mujeres de aquella colonia.

Me excité con aquella imagen de esa hembra caliente.

- Calentorro...- entendí que me decía Loster con una simpatía que me provocó un aprecio inusitado hacia aquel ser.

Reí dándole una palmada en el hombro.

Llegamos al túnel para desembocar en una colosal plaza llena de edificios, edificios de 3 o 4 pisos de altura que no sobrepasaban las montañas. Calculé que el diámetro de la plaza debía de rondar los 10 Kms. Apenas eran visibles los edificios más lejanos en el horizonte. Allí había gente paseando, familias, niños. Los niños gritaban como en cualquier otra parte de la Tierra. Varios de ellos, me saludaron abrazándose por unos segundos a mí. Hubo un pequeñajo que me abrazó las rodillas y me sentí profundamente turbado.

Y pensé en el holocausto nuclear que podría crear. Y tuve la certeza de que no lo haría.

- Tu agua.- Loster accionó un pulsador de aquella fuente de acero inoxidable (eso parecía) y salió un líquido increíblemente verde, con una densidad parecida a la del agua.

- Treidia.- dije yo.

Loster sonrió y me dejó solo, se perdió entre la gente cuando yo estaba bebiendo de aquella agua verde con apenas un perceptible sabor a menta.

Y sació mi sed, y temí que mis dientes se hubieran teñido de color verde.

Pero no me importaba gran cosa. No soy delicado.

Un grupo de niños estaban jugando a pasarse de unos a otros una bola en apariencia metálica, pequeña y pesada.

De vez en cuando, uno de ellos, al cogerla sufría una especie de sobresalto y se le caía la saliva de la boca. Sus compañeros reían. El del sobresalto lucía sus dientes que habían cambiado al color rosa y los mostraba a sus compañeros de juego. Sus risas me hacían reír.

Vocalizando así, con los dientes juntos gritaba el que recibió la descarga:

- ¡La madre que os parió, cabrones!.-

De verdad, saber lo que decían aquellos enanos y ver a sus padres sonreír divertidos provocó en mi una feliz hilaridad. Me tuve que secar las lágrimas con la manga de mi jersey.

Un grupo de adultos que los observaban, también reían.

(Continuará)



lunes, 23 de noviembre de 2009

Vidafaro II (AUTOR: ICONOCLASTA)


En Vidafaro

Cuando aterricé en Vidafaro, en una región de lomas bajas y gastadas, recubiertas de pequeños matorrales verdes desleídos, y tonos marrones viejos y secos, un sol tenue de mediodía mataba el poco relieve del terreno. Como uno de esos días antipáticos en La Tierra en lo que todo es tan uniforme que dan ganas de sentarse en el sillón de casa con las persianas bajadas y aislarse de toda esa monotonía.

O sea, más de lo mismo.

No hay alegría tras un viaje de 16 años por el espacio. La frialdad se apodera del corazón y nos convierte en más cínicos y escépticos.

Tras unos análisis preliminares de la atmósfera me deshice del equipo de respiración autónoma y un intenso olor a tierra y clorofila invadió mi pituitaria. El polen durante tanto tiempo olvidado me hizo estornudar y me tragué dos píldoras de antihistamínicos.

Lancé la sonda exploradora y esperé pacientemente tumbado en el polvoriento suelo; era más cómoda la cama de mi camarote pero estaba hasta el asco de ella.

Y me quedé tumbado y sin dormir, absorbiendo el calor de la tierra que mis huesos necesitaban. El sol parecía hacer un recorrido similar al de la Tierra, pero no abrasaba, parecía un poco más lejano y respetar más mis ojos.

Pude observar extraños insectos, no se acercaban a metros de distancia de mí, eran notablemente más grandes que los de La Tierra. Acojonaban aquellos bichos; muchos de ellos estaban recubiertos de piel y pelo. Como horribles mutaciones.

Una mariposa pasó a unos metros de mí para ir a posarse sobre un espinoso arbusto. Oí un crujido continuo y extraño, me acerqué reptando poco a poco hacia ella. La mariposa se estaba alimentando de las espinas, una boca de colosales dientes para su pequeña medida rompía las espinas y de ella caían finos hilillos de saliva.

Por un momento, nuestras miradas se cruzaron y sus pupilas, idénticas en forma a las mías se abrieron desmesuradamente, como las mías. La oruga era rosada, con una piel semejante a la humana.

Y cuando acerqué la mano para atraparla y examinarla lanzó un agudo grito femenino y escapó volando torpemente.

Se me erizaron los vellos con aquel grito, con aquellos ojos tan humanos...

Me entraron ganas de meterme en la nave y cerrar la compuerta. Pero no sentí nada hostil a mi alrededor. Y esperé fumando. Me abrí la parte superior del traje y dejé que cayera para dejar el torso al aire. Tenía calor.

La sonda regresó y los análisis biológicos de la atmósfera dieron negativo en agentes patógenos. Por eso me quité el equipo de respiración autónoma, porque lo supe por instinto, lo juro.

A unos 16 Km, en dirección sur, se hallaba una ciudad cuyos edificios eran las propias montañas o los edificios construidos a imagen y semejanza de ellas; una autopista la cruzaba.

La forma física de los habitantes era antropomórfica y se cubrían el cuerpo con ropa.

Aparte de extraños vehículos y algún detalle de flora y fauna, no había nada más revelador como armamentos o fuerzas armadas patrullando . Las fotos no eran de gran calidad, supongo que las condiciones de luz engañaron a los sensores de la cámara de la sonda y las imágenes no se reprodujeron lo nítidas que prometía el manual.

Cosa que tampoco era demasiado rara. Es la historia de siempre, te lo venden diciendo que es la hostia puta en definición y luego no aprecias un pijo si está más allá de 25 Km.

Una foto captó una aglomeración de 16 individuos ante unas puertas abiertas, formando cola. Tampoco es que fuera demasiado sugerente la vida en este lejano planeta.

Accioné el mando a distancia de la nave y la compuerta de la bodega bajó formando una rampa, ascendí por ella y me metí en el vehículo ultraterreno bautizado como Serpiente Verde, era articulado por el centro, disponía de 8 ruedas motrices y en los terrenos difíciles parecía reptar como una serpiente. Era de color verde.

En su interior disponía de toda clase de instrumentos y armas, había además, una pequeña cama; si era necesario podría pasar encerrado en él, si la situación lo precisaba, 1 año.

Tras todos esos años de viaje que pasé (o lo que le parecía a mi mente y a mi cuerpo engañado por ella), me encontraba excesivamente tranquilo y sereno. Tenía la certeza total de que en este lugar no había peligro alguno. Aunque no se si era el producto de mis deseos de ver a alguien, de sentir otra voz o de mirar ojos que no fueran los míos.

El motor nuclear comenzó a silbar en cuanto tecleé la contraseña en el ordenador y los 1200 CV de potencia comenzaron a repartirse entre las ruedas.

Bajé el vehículo a tierra, cerré los accesos a la nave y accioné el escudo energético que protegería la nave de agresiones y robos. Y me dirigí rumbo sur con una tranquila sensación de optimismo e ilusión. Pero sólo una engañosa sensación, yo no sentía una mierda de emoción.

Las ruedas trituraban las piedras más grandes y unas líneas paralelas comenzaron a formarse con el avance del vehículo.

Unos microaspiradores recogían muestras de polvo y rocas para su análisis en continuo en el espectómetro de masas. Con ello se descubriría oro o materiales preciosos.

Si el resultado fuera positivo, el equipo informático lanzaría un mensaje a la Tierra para proceder a la invasión y colonización de Vidafaro y explotar después todos los recursos metalíferos del planeta.

Pertenezco al departamento Demoliciones y Prospecciones Planetarias.

Si en el tiempo que me lleve llegar a la ciudad, el espectómetro lanzara el mensaje de aviso de metales preciosos encontrados, cuando llegue allá, detonaré 8 cargas nucleares de hidrógeno para crear la destrucción, la muerte y el caos. No importa demasiado el orden porque todo va demasiado comprimido.

Mi vehículo me dará cobijo y durante 3 días veré morir seres desde el interior, tranquilo y seguro.

Al cuarto día detonaré una carga de helio ultralicuado que congelará los movimientos orbitales de los isótopos radiactivos. Y por último, durante dos horas, los cañones del Serpiente Verde lanzarán bombas de explosivo convencional que romperán todos esos isótopos congelados. Según los cálculos de la sonda, los 658679 habitantes de esta ciudad perecerán; las tres cuartas partes durante la explosión de las 8 bombas nucleares. El resto irá pereciendo, ardiendo en combustión espontánea debido a las altas dosis de rayos gamma que se producirá en su entorno.

Y sin duda alguna, sus muertes serán conocidas por sus congéneres evitando así una guerra lenta y cara entre los dos planetas.

Barcelonamarenostrum Confederada duda mucho de que un planeta inexplorado y que no ha hecho toma de contacto con La Tierra pueda considerarse tecnológicamente adelantado a nosotros. Es por ello que dan por supuesto que someterán a los seres que pueblen el planeta.

A mí me da igual, tan solo quiero acabar mi trabajo e irme.

Mi trabajo no me acaba de gustar ni de desagradar; lo hago porque me enseñaron, sin ilusiones ni odio. Hubo un tiempo en que había muy poca gente como yo. Habían gentes que no podían dañar sin un buen motivo o sin estar psicóticos perdidos pero; sobre el año 2100, la encima transgénica de un nuevo tipo de tomate fue mutando parte del cerebro y se anularon ciertas capacidades emotivas como la compasión hacia el prójimo y el remordimiento. Los hay que aún conservan su cerebro ileso, o mejor dicho, que no han sufrido ningún tipo de mutación. La verdad, yo no creo tener compasión y remordimientos porque a veces (demasiadas) desearía arrancar la cabeza de algunos de mis congéneres.

En las escuelas se encargan de ejercitar nuestras mentes para sacar el máximo provecho de esta ausencia de escrúpulos.

Casi sin darme cuenta entré en la ciudad, me costaba distinguir esas construcciones integradas en el paisaje, una avenida ancha, demasiado ancha para el tráfico que allí había se extendía hasta el horizonte quebrado por impresionantes montañas pobladas de árboles altos y frondosos.

Un letrero indicaba algo en una grafía formada por rayas curvas y quebradas.

Varios automóviles me sobrepasaron y las manos de los conductores me saludaban.

Las gentes se paraban en las aceras curiosas y asombradas pero; no como yo imaginaba. Estaban gratamente sorprendidas algunas. Otros sonreían espontáneamente al observar el Serpiente Verde.

El espectómetro no había encontrado metales preciosos aún.

En la pistolera de mi pantalón coloqué un mini cañón de Constantin. Lanza miniobuses que al entrar en el organismo, explotan 3 veces a tal velocidad que parece una sola detonación.

Hace tiempo practiqué en una granja de cerdos que se criaban para pruebas balísticas. Del cerdo no se pudo aprovechar nada. Nunca causa heridos, tácticamente es un error pero; como autodefensa cuando te encuentras solo es infalible.

Aquellos seres me miraban con sus extraños ojos curiosos, sin miedo. Algunos sonreían, como si vieran en mí a un turista, como si estuvieran de vuelta o acostumbrados a encontrar seres ajenos a su planeta.

Me acerqué a la acera, o al menos a la zona lisa donde la carretera cambiaba de color negro a gris y me apeé del coche. La clorofila invadía el aire con su olor.

Los vehículos no dejaban ningún tipo de olor en el aire.

Ellos eran del mismo rango de estatura que nosotros; su tono de piel era amarillento, sus cuerpos sin importante masa muscular, los habían gordos y flacos. Vestían simples pantalones cortos que subían cinco dedos por encima de lo que nosotros tenemos el ombligo. Sus pies macizos no tenían dedos; auque por la forma, en otro tiempo los tuvieron. Ahora era un solo bloque de carne.

Alguna sonrisa de aquellos seres me dejó entrever unos dientes de color verde. De un intenso verde esmeralda.

Sus cabezas eran lisas y sin pelo; como en sus cuerpos, en el que no había rastro alguno de vello.

Si esos dientes eran piedras preciosas, no imagino la forma en que los de Barcelonamarenostrum Confederada intentará hacerse con ellos. Aunque sí lo imagino: sus dientes serán arrancados de sus cadáveres calcinados. Calcinados en vida si es preciso.

Ojalá no supiera de estas cosas y alegar ignorancia cuando todos mueran. Aunque tampoco me preocupa mucho, es sólo una pequeña huella de cargo de conciencia heredada de viejos cerebros no mutados, una sombra de sentimiento.

Las mujeres eran obvias por sus pechos ostentosamente enhiestos. Sus pezones eran desproporcionadamente grandes y de un rojo intenso.



Vidafaro (AUTOR: ICONOCLASTA)

Le he pedido permiso a mi querido amigo Iconoclasta para colgar aquí, en El Patio, esa preciosa historia de la que es autor y que lleva por título "Vidafaro".
He hablado aquí alguna vez de Iconoclasta, al que quiero como persona y admiro y respeto como escritor. "Vidafaro" es, entre las cosas que escribe, una de las que más me ha gustado, seguramente porque tiene todos los ingredientes que precisa una buena historia.
Aquí, Iconoclasta, transmite todas las cualidades que posee
como escritor: sentido del humor, ironía, ternura, pasión y una pizca de desvergüenza... la mejor receta para enganchar al lector.
Por su extensión la dividiré en cuatro o cinco capítulos.

Disfrutadla, merece la pena.

VIDAFARO I (El viaje)




Durante 16 años y 29 semanas estuve viajando por el hiperespacio hacia un planeta que en la Tierra bautizaron como Vidafaro, brillaba ténuemente en una galaxia lejana y oscura; el único brillo de aquella galaxia.

Por ello los astrónomos lo bautizaron así. A veces los científicos van de sensibles.

El ordenador me acompañó en ese solitario viaje; me transmitían noticias monótonas y aburridas. Al cabo de un breve tiempo ya había cerrado ese tipo de transmisión que no me importaba en absoluto y me dediqué a leer y pensar. Comer y dormir.

Me masturbaba cuando me apetecía gracias a Verónica, mi amante virtual formada por precisos isótopos de radio inerte. De una solidez táctil pero indisimuladamente artificial. La verdad, sin ella me hubiera hecho las mismas pajas.

Practicaba ejercicios físicos rutinariamente y cuando era necesario dejaba brotar unas lágrimas de rabia; a veces uno se ha de poder desahogar sin que ningún psicólogo te examine.

Ese terciopelo negro festoneado de tachuelas es inmenso. Promete soledad y aislamiento de una magnitud colosal, cósmica, valga la redundancia.

También la música me acompañaba en mi camino a la muerte.

A los 6 años bauticé a la nave como Féretro Eterno y me meé por todas los rincones de la nave, cosa de la que me arrepentí en cuanto se calmó esa crisis de histeria.

Porque me encontré sin esperanza alguna de salir vivo de la nave. Llegué a temer que Vidafaro no existiera. Y antes que pasarme otros 16 años en la puta nave, me achicharro los sesos con mi electroplasma de cañón reducido.

Uno no cierra los ojos y se ve en el planeta de destino, la cosa no funciona así en el hiperespacio; una hora se convierte en una semana, la siguiente en meses, la siguiente en años y así en progresión geométrica hasta que llegas al punto de destino.

La mente sigue sujeta a la Tierra y no acepta la aberración temporal que es el hiperespacio, el atajo del tiempo.

El viaje por el hiperespacio es una atrocidad para la mente.

A uno se le pasan las ganas de ser Dios en el oscuro e inlocalizable universo. Allí nadie te quiere ni te odia.

Es asepsia emocional.

Halcón XV, un telescopio-sonda de navegación intergaláctica, descubrió un planeta que podría contener vida. Los análisis espectrocromáticos de sus ondas electromagnéticas dieron un 89,95 % de probabilidades de vida orgánica; carbono y oxígeno como en la Tierra. Me ordenaron ir a Vidafaro, en Casiopea.

Salí de Barcelonamarenostrum Confederada a las 23:03 del 20/05/2625.

Por caprichos del tiempo y la mierda esa del infinito, la relatividad del tiempo y el hiperespacio; para mi mente los 16 años y pico fueron un cuarto de vida tirada a la basura; para mi cuerpo (físicamente) y para los habitantes de la Tierra, pasaron apenas 15 días desde mi salida a mi llegada a Vidafaro.

(Continuará)



jueves, 19 de noviembre de 2009

Algo más que un adulterio


– Ese maldito golpeteo otra vez, así no hay quien duerma.

– ¿Qué te pasa, Antonia?

– ¿Que qué me pasa? ¿que qué me pasa? ¿no lo oyes? Lleva tres noches paseando arriba y abajo dándole al bastón, el viejo de las narices.

– Déjalo ya, mujer, y duérmete.

– Claro, como a ti no hay nada que te quite el sueño. Si no tenía bastante con tu sinfonía de ronquidos, me faltaba el toc, toc, del vecino de arriba.

– Oye, que yo no tengo la culpa de que tengas un sueño tan ligero, cuenta ovejitas, o tócame el pito un rato así no me duermo yo tampoco.

– ¡Los cojones!

– ¡Ah! Si te empeñas, por mi encantado.

– Vete a la mierda, Ramón.


Lo hace a propósito, lo se. Se está vengando porque hace cinco días que no subo. Si es que no se puede hacer una buena obra, no se cómo pude enredarme de esa forma. Aquél día cuando oí el golpetazo, tenía que haberme quedado quietecita en casa, pero me asusté, pensé que igual se había caído el pobre hombre y estaba tirado en el suelo sin que nadie acudiese en su ayuda. Y no me equivoqué mucho porque cuando me abrió la puerta iba cojeando el infeliz. No se había roto nada pero llevaba un buen moratón en la rodilla. No pensaba que pasara lo que pasó. Pero cuando empecé a curarle y no apartaba los ojos de la regata de mi escote, no se, me sentí atractiva otra vez, aunque fuese un viejo. Pero es que el viejo se conserva bien. Militar retirado, esos no trabajan mucho que se diga y luego bien jóvenes ya están jubilados. Sin hijos, sin problemas, así ya se puede vivir bien.


Y la gracia que tiene para camelar, el jodío. Que si estás muy guapa Antonia, que si seguro que aún te piropean por la calle, que si ya quisieran algunas con tetas de silicona tener una delantera como la tuya. Una no es de piedra y ya casi tenía olvidados esos requiebros. Me quitó años de encima, y kilos, y me subió el orgullo y las ganas de coquetear. Calle, calle, Don Matías, le decía sonrojándome, que una ya no está para esas cosas. Y él, erre que erre. Y una cosa trajo la otra, que si un roce, una caricia. Dale una alegría a este viejo, sácate una teta Antonia, que me gusta mirártelas. Y me subía el jersey, me bajaba el sostén y se la enseñaba. Me entraban ganas, sí, me entraban ganas de que me las tocara. Poquito a poco iba pidiéndome un poco más. Yo me bajaba a casa toda mojada y sofocada antes de que llegase Ramón del trabajo, y al día siguiente subía corriendo escaleras arriba.


Tiene autoridad el viejo, pero sin que se note. Después de las tetas, vino lo otro. Deja que te huela un poco, Antonia, que me gusta ese olor a hembra que desprendes. ¡Ay! cómo me ponía yo entonces, él me pasaba los dedos por la cosa y se los arrimaba a la nariz. Y yo no quería que quitase los dedos de allí, lo que quería es que los metiese dentro, él se daba cuenta, ya lo creo, y me dejaba con las ganas muchas veces ¡qué cabrón! Me fijaba en sus pantalones y dura, dura, no se le ponía, pero gorda, sí.


El día que me sacó el abrigo de pieles de su difunta mujer para que me lo probase ¡uf! tenía que haberle dicho que ni hablar cuando me pidió que me lo pusiera sin nada debajo y me dejó sola en la habitación. No se, yo creo que me volví loca. Me había dejado bien a la vista una medias de seda, de esas que ya no se encuentran por ahí, unos zapatos de tacón, un collar de perlas y el abrigo. De piel de zorro, nada más y nada menos… el muy canalla. ¡Qué suave! Cuando me miré en el espejo parecía la Marlen Dietrich. Me sentía tan sexy como esas de la tele. Me descontrolé. Ese día me comporté como una verdadera zorra, me moría de ganas por follar ¡qué vergüenza, Señor! El viejo se portó como un jabato, es un diablo con las manos y la lengua. Y tranquilo ¿eh? Sin prisas, casi me deja sin aliento, venga dale que te pego con la cabeza entre mis piernas. No como Ramón que pim, pam, pum, y a roncar, que ya no es lo que era, yo creo que lo hacemos por costumbre o porque de vez en cuando hay que dar salida al instinto, que si no… de qué. Y yo me empleé a fondo para ponérsela a tono, para luego cabalgarlo como un yegua salvaje. El viejo… ¡qué cabrón! que antes de morirse me regala las pieles, antes de que se las lleve alguna sobrina, mejor que las tenga yo. ¿Qué le iba a decir yo a Ramón si vengo a casa con eso? Ese día casi me pilla, en la ducha estaba cuando entré con el corazón en un puño. Que estaba de charla con la vecina, me inventé.


Se está vengando porque al día siguiente le dije que no podía subir más, si se entera Ramón me mata y últimamente lo encuentro muy raro, parece que anda siempre cavilando. No tengo ganas de líos, no estamos ya para estas cosas, Matías, le dije. Se enfurruñó un poco pero parecía que lo había tomado bien. Qué cándida eres, Antonia, me respondió, ándate con ojo con tu Ramón, que no es oro todo lo que reluce. ¡Anda! ¿y ahora? ¿qué quieres decir con eso? ¿no estarás celoso? No te enfades, mujer, no me hagas caso, manías de viejo. Si cambias de opinión ya sabes que te estaré esperando.


– ¡La madre que lo parió! Ya está otra vez… toc, toc, toc, toc.

– ¡Joder! Antonia, no me des esos sustos.

– Me voy a volver loca, así no hay forma de descansar. Yo le mato, le mato y le meto el bastón por el culo.

– ¡Qué bruta eres! No digas tonterías. En el botiquín puse unas pastillas para dormir, tómate una, o dos mejor.

– ¿Pastillas? ¿Desde cuándo tomas pastillas para dormir?

– No son mías, se las dejó Arturo en mi coche hace unos días, el compañero del curro que tenía depresión, y las subí a casa por si hacían falta.

– ¿Me harán efecto?

– Siiiiiiií, anda tómate dos y verás cómo te duermes.


– Antonia, el asunto es complicado. Confía en mí y cuéntame lo que pasó, soy tu abogado y tengo que saber la verdad.

Ya te lo he dicho, yo no maté a D. Matías ¿por qué iba a hacerlo? Esa noche me tomé dos pastillas para dormir y por la mañana me tuvo que llamar mi marido porque ni siquiera oí el despertador.

– En la casa hay huellas tuyas por todas partes, hasta algún que otro vello púbico han encontrado, y el ADN no miente.

– Sí, estuve allí otros días, te lo confesé, fue una locura, pero no le maté, dormí toda la noche.

– Tu marido dice que sobre las cuatro de la mañana se despertó y no estabas en la cama, pero pensó que te habías levantado al baño.

– ¡Díos mío! ¿ha dicho eso? no recuerdo haberme levantado.

– Y luego está lo de que ibas a matarle y meterle el bastón por el culo.

– ¿También te lo ha contado? Pero… pero… son cosas que se dicen pero nunca se hacen. Estaba nerviosa, no me dejaba dormir con sus paseos.

– Sí, Antonia, pero es que el viejo tenía el bastón metido por el culo.

– ¿Crees que soy capaz de matar a alguien porque no me deja dormir? ¿Eh? ¿Qué motivos tenía yo para matar a ese pobre viejo?

– Tranquilízate, quizá tuviste miedo de que se lo contase a Ramón, no se, igual lo hiciste bajo los efectos de esas pastillas.

– Esas pastillas me dejaron grogui.

– Mira, te voy a ser sincero, creo que deberíamos estudiar el declararte culpable y conseguir algún trato con el fiscal. Dentro de unos días te traigo la propuesta y hablamos.


– ¿Cómo estás Ramón? Lo siento, lo siento mucho, se me cae la cara de vergüenza, no se lo que me pasó, perdóname por favor. Insúltame, dime lo que quieras, pero perdóname.

– No hablemos ahora de eso, mujer, lo importante es que te pongas bien.

– ¿Qué me ponga bien? ¿Qué quieres decir?

– Pues no se, yo creo que quizá perdiste la cabeza, llevabas tres días sin dormir, los nervios por… bueno… por tus visitas a su casa, igual las pastillas te hicieron alguna reacción.

– ¿También tú crees que yo le maté? ¿Me ves capaz de hacer daño a alguien?

– Tampoco te creía capaz de comportarte como una puta, que disfruta follando con un viejo baboso… y mira. Deberías haber sido más cuidadosa, ni siquiera cambiaste las sábanas de la cama, aún olían al perfume ese que usas.

– ¿Cómo lo sabes?... cabrón. Eres un asesino, hijo de puta, te voy a matar, cabrón.

– Guardías, guardías por favor, no se lo que le pasa a mi mujer, se ha vuelto loca, llamen a un médico… ¡rápido! Necesita un tranquilizante.


Ahí va, cogido del brazo de su amante. Ha venido a verme sólo para joderme, se ha asegurado bien de que me encierren por una larga temporada. No es oro todo lo que reluce, qué razón tenías Matías. Y lo que más me jode es ver a esa zorra con tu abrigo.