Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

miércoles, 28 de enero de 2009

Esta madrugada - Amaral

Sólo un poco de música en una noche triste.

jueves, 15 de enero de 2009

Ausencia


(Imagen: La Silla de Van Gogh)
Durante un tiempo, que espero sea corto, asuntos familiares me obligan a ausentarme. Mi deseo es encontraros aquí a la vuelta, mientras tanto podéis ser felices... si os viene de gusto.

domingo, 11 de enero de 2009

Siempre puede ser peor (Autor: K)



(Otro desenlace escrito por K, para la historia "Desesperación" Gracias, maestro, por asomarte a este patio y regalarme tus letras)


— ¡Tú, pringao, dame la pasta!

No tendrá más de diecisiete... Sí, un crío, pero no le tiembla la mano, hijo de puta, cómo aprieta ese revolver ¿De dónde…? El níquel del cañón, del tambor, del gatillo montado, brilla con la luz de las farolas. Hijo de puta, un crío pero si doy un paso seguro que me deja seco ¡Seco! ¡Sí, seco! Pues ya que yo no tengo cojones, que sea este mocoso el que haga el trabajo sucio. Entre el arma y él sólo tres pasos. Coge aire. Embiste. El miedo se esconde bajo la rabia. ¡Vamos, chico, vamos! Pero el muchacho no dispara, se desorbitan sus ojos, da un paso atrás, otro, otro, mira hacia los lados. El adulto está como loco ¡Hijo de puta…! ¿Qué haces? ¡Vamos! sólo se fija en el cañón, se le echa encima, le agarra. Forcejean. ¡Serás… tu tampoco tienes cojones… cabrón! Se escucha un disparo. Las convulsiones del chico, ya boca arriba en el suelo, son cada vez menos aparatosas; hasta que queda inmóvil. Sólo conserva la mitad de la cara ¿Y el revolver? El adulto se mira la mano. ¿Pero cómo…? El hueco del cañón aún humea. Lo mira. ¿Cómo…? ¡No puede ser! ¿Cómo…? ¿He sido yo? Se agacha. Pone dos dedos de la mano libre en una de las muñecas del muchacho. Nada. Nada. Se fija, son pequeñas, los dedos suaves, sin callos. Pero si era un crío, un puto crío de diecisiete años, un puto… sin cojones, como... ¿Y yo; en qué estaría pensando yo para…? ¿Y ahora…? ¿Qué hago? Mira a su alrededor. Es tarde, no se ve a nadie. El cielo está raso, a pesar de las luces de la ciudad esta noche se aprecia lleno de estrellas. Lo mira. ¡Dios! ¿Qué hago? Ayúdame. ¡Dios! Mi mujer… ¡Qué lío! ¿Qué disgusto cuándo…? Mi hijo. Y sí… Nadie lo ha visto. Vuelve a mirar. Pero no. No ¿Cómo olvidar…? Mira lo que queda de la cara del muchacho. Mejor… La pistola. Se la acerca a la sien. ¡Vamos, vamos! ¡Cabrón, vamos! ¡Vamos! Pero nada.

— ¡Policía, quieto, deje el arma en el suelo, tranquilo, ponga sus manos en la nuca!

Él obedece y el cañón del revolver rebota contra los cantos del suelo.
Puta vida. Ahora a aguantar lo que caiga. Una última mirada al muchacho mientras un policía le sujeta los brazos atrás y le esposa. Y el recuerdo. Y mi esposa. Y mi hijo. Qué disgusto cuando… A unos pasos de él el revolver sigue tirado en el suelo. Nada. En este puto mundo sólo hay dos, los que son capaces de pegarse un tiro y los que no. Ahora a aguantar lo que caiga. Y con buena cara. Seguro que las cosas aún podrían ir peor.

sábado, 10 de enero de 2009

Desesperación


Apoyado en la barandilla de la azotea, deja vagar su mirada por la solitaria avenida por donde, de tarde en tarde, se deja ver algún automóvil a toda velocidad. Son las cuatro de la madrugada y no sabe muy bien por qué ha subido allí, quizá para sentirse más cerca del cielo. Mira hacia arriba, hacia esa oscura inmensidad en la que brillan algunas estrellas. Intenta imaginar al dios en el que le enseñaron a creer desde que era un niño. Y le ve, le ve reírse de él, una risa cruel y despiadada. ¿Por qué? Pregunta en silencio. Él siempre ha sido un buen hombre. Se ha pasado la vida trabajando como un esclavo desde que, con catorce años, murió su padre (es otra de las cosas que tiene pendientes con ese dios), y se convirtió de la noche a la mañana en el padre de todos: de sus cuatro hermanos y hasta de su madre. Él era un chico responsable. Malditos. Trabajó y trabajó sin descanso, por la mañana en un sitio, por la tarde en otro. Estaba ya casado cuando se propuso ir a la Universidad, y sin dejar ninguno de sus trabajos, logró sacar la carrera. Se paso años durmiendo sólo tres o cuatro horas diarias. Y nunca salió de su boca una queja. Mientras, seguía ocupándose de todos. Cuando alguien de su familia tiene un problema acuden a él. A sus cuarenta y siete años acaba de darse cuenta de que su vida ha estado llena de la vida de los otros. Nunca ha hecho nada que le llenase a él plenamente. Ahora tiene una casa, una buena posición social y profesional, un gran coche, y algo de dinero ahorrado. Tiene esposa y dos hijos. Tenía dos hijos. Esta mañana enterró a uno de ellos. Diecisiete años, un golpe tonto y sin sentido con la moto, dos semanas luchando entre la vida y la muerte, y luego… nada.

Tiene ganas de gritar mirando al cielo.

Y no entiende nada. Le han estado engañando siempre. Y él, como un pardillo, ha creído en ese dios justo y todopoderoso al que rezaba. Ahora está perdido porque no tiene ningún punto de apoyo, no sabe de dónde agarrarse. Y no puede pedir ayuda a nadie porque todos dependen de él. Tienes que ser fuerte, eso es lo que le han estado repitiendo todo el día. Pero él ya no es fuerte, está derrotado. Por primera vez se ha dado cuenta de la enorme piedra que lleva sobre las espaldas y lo está aplastando. Sabe que acabará pegado en el suelo como un chicle.

Mira al vacío. La tentación es fuerte. Y por un momento, una sensación de paz le invade. Sería bueno descansar, sentirse ligero… terminar. Pero toda una galería de rostros queridos pasa por delante de sus ojos. Manos que se agarran a su camisa y a sus pantalones, manos que le atrapan.

Malditos.

Lanza la colilla del cigarro que estaba fumando. Ha vuelto otra vez a caer en el vicio. Y vuelve a casa. Su mujer está arrodillada, rezando, llorando. Y él siente un odio salvaje, casi incontrolable. Tiene deseos de estrangularla con sus propias manos.

Coge las llaves del coche y sale sin apenas hacer ruido. Vomita mientras baja corriendo las escaleras, manchándose la camisa y dejando un reguero mal oliente a su paso. Cuando se sienta ante el volante, respira profundamente, arranca, y sale disparado a la avenida.

Está llorando y ya no siente esa opresión en su pecho, ese peso en los hombros. No sabe a dónde va, ni tampoco si volverá.

Quizá esta noche sea un mal hombre y cometa alguno de esos pecados que le lleven directamente al infierno. Quizá se haga merecedor de la ira divina. A ver si ese dios todopoderoso tiene cojones para mandarle un castigo mayor. A ver si puede.

Querido diario (Autores: Kluzkl, Después y Desordenada)

Hoy quiero colgar otro de los cuentos escritos a varias manos. En esta ocasión el pistoletazo de salida lo dio KLUZKL que tantas y tantas veces nos retó haciendo que despertásemos de esa especie de letargo en el que parecía encontrarse nuestra imaginación. Él mismo le puso título:




Querido diario



(Imagen: Ana Chavarri)
Kluzkl escribió:

¿Sabes? Ayer debió de llegar alguien a ocupar la parte de arriba del chalet. He visto ropa tendida. No sé, el mes pasado cuando vino el propietario a cobrar no me dijo nada. Pero es una sensación agradable: saber que hay alguien ahí arriba. Esta casa es tan vieja que cruje todo y parece que rondan fantasmas, y está tan apartada… Te tengo a ti pero... aún así ahora me siento menos rara.

Es una señora, una abuelita muy dulce, ayer cuando vi tendidas las enaguas no me lo podía creer ¿Todavía se usan esas cosas? Hoy hemos coincidido en la puerta. Hola joven, me dijo, es usted muy mona, bien, soy su nueva vecina, esto…no será usted de esas que se traen a sus amigos, o a sus novios, y están haciendo ruidos hasta las tantas, es que… ¿sabe, joven? yo me acuesto temprano, nunca más tarde de las ocho, y tengo el sueño ligero, y...La pobre hablaba con tanto desparpajo que no me dejó ni meter baza. Pero es muy simpática, me cae bien.

Problemas: como ya sabes trabajo en un club y mi turno es de diez de la noche a siete de la mañana. Y lo que no me dijo la ancianita es que ella se levanta al amanecer Dios, y lo primero que hace es poner sus vinilos de Antonio Machín, de Manzanero, de Los Panchos… a todo volumen. Y ahí los tiene todo el día, hasta que se va a dormir, que es cuando yo me preparo para salir de casa.

Hoy subí a hablar con ella antes de acostarme y me dijo ¡Ande usted, joven, no sea exagerada, cómo se va escuchar desde su piso mi tocadiscos! pero está bien, para que luego no diga lo pondré más bajito, y me voy para dentro, que se me están haciendo las lentejas, y tengo que vigilarlas, no sea que se me peguen. No pude pegar ojo.

Si la abuela ha bajado el volumen del tocadiscos, habrá sido tan poco que ni se nota.

Hoy volví a subir y le dije que por favor bajara un momento y vería. Me dirigí a ella llamándola abuela y se enfado mucho, me dijo que ella no era tan joven como yo, pero que no por eso tenía que perder el respeto, que muy al contrario. La pedí disculpas, varias veces, hasta que se calmó. Luego insistí que bajara y ella ¡Hala, hala, joven! Que ustedes los jóvenes lo tienen todo solucionado, pero yo tengo muchas cosas que hacer. Y me dio con la puerta en las narices.

Hoy volví a subir y no me abrió, pero la oí murmurar detrás de la puerta, y mirar por la mirilla. Luego la llamé por teléfono, varias veces, y no lo cogió. Y estaba: su tocadiscos.

Hoy la vieja si me descolgó y, sin esperar a que yo dijera nada, me dijo: joven, estoy en mi parte de la casa, y como siga molestándome voy a llamar al propietario, y luego a la policía. Y me colgó.

Como esto siga así, no tendré más remedio, la que ira al propietario seré yo.

El propietario nunca está en su despacho, o está ilocalizable.

La policía me dijo que ellos ahí no tenían nada que hacer, que siguiera insistiendo a la vieja, con buenas palabras, y a ver si la convencía
¿Convencer a ésa? ¿Cómo?

¿Cómo? ¿Cómo?

Tengo que dormir, si sigo así más tiempo mi salud se resentirá, irreversiblemente.

Voy por la calle, en El Metro, en los autobuses, como sonámbula.

Me empiezo a quedar dormida encima de la barra, menos mal a las otra que me tapan, si se enterará el dueño...

Hoy un cliente me invitó y me dormí alternado. Llamó al dueño. Se lo intenté explicar pero me dio un ultimátum: es tu problema, o lo solucionas, o te abres, tú verás.

A pesar de tomar estimulantes empiezo a no poder con los párpados.

Hoy hubo un momento que las luces de la barra me daban vueltas, tiré la bandeja encima de unos. No sabía dónde estaba.

Me cuesta escribir.

Me cuesta razonar.

El dueño me ha dado un par de semanas de vacaciones y me ha dicho que cuando vuelva si sigo igual a la calle.
Durante estas dos semanas voy a poner a las ocho todo lo que tengo y a todo lo que mi equipo de música de. Se va a enterar la puta vieja esa.
Después escribió:

Dejé todas las persianas bajadas y cerré todas las ventanas cuando llegué a casa hace dos horas. Sabía que no sería suficiente. Hace un momento empezó ha sonar otra vez. Como todos los días. Mi pesadilla se repite y no tengo dónde esconderme. Necesito dormir, voy a volverme loca.

Los pasos de unos zuecos con suela de madera recorren el techo entre acordes de guitarra a todo volumen. Dicen Los Panchos, atronadores, que lo dudan. Yo lo tengo muy claro, no puedo seguir así.

Tumbada en la cama miro al techo, es demasiado fino. Harían falta muchas capas de bovedillas rellenas de fibra para evitar que esa horrible música se colase en mi habitación.

¡Dios mío, necesito dormir! Tengo que volver a subir y pedirle a esa vieja que baje el volumen. Sé que hará como las otras veces, dirá que soy una quejica, que no es para tanto, como ella está sorda no se da cuenta de la que tiene liada. ¿Quién puede ayudarme? Aquel policía creía que yo estaba drogada al ver mis ojeras, que era de día y había más ruido por todas partes, dijo. Subieron a hablar con ella y bajaron comiendo sus galletas.

Tengo que acabar con esto. Pero antes va a saber lo que es bueno, voy a pagarle con la misma moneda. Voy a trepar por la celosía, en cuanto anochezca, seguramente la lejía no le gustará a sus geranios, eso, seguro que aparecerán mustios mañana. Y el periquito… ese puto periquito. Las jaulas se caen por accidente, puede soltarse la alcayata por el peso, incluso se abren cuando llegan al suelo y si hay supervivientes… si hay supervivientes, se escapan y no vuelven. Sí. Y la ropa. La ropa recién tendida se mancha de polvo si el viento sopla con fuerza. Quizá esta tarde empiece a soplar el viento. Quizá yo ayude un poco a ese polvo, si no hay viento, a pegarse en esas blancas sábanas. Tengo que concentrarme y pensar. Malditos Panchos y su bandurria y ese Si tú me dices ven. Tengo que acabar con ella.

...Tengo que pensar la manera de sacarla de aquí de una vez por todas.
Desordenada escribió:

Al fin he podido dormir, y pensar, sobre todo pensar en lo que voy a hacer con la puta vieja. Esta mañana recorrí la ciudad hasta que encontré lo que buscaba, me ha costado lo mío, ya lo creo. Me hice con unos cascos de esos que utilizan en las cabinas de tiro y nada más llegar a casa los probé, me los puse y me tumbe en el sofá. De pronto, desaparecieron los Pachos, Machín y su puta madre, el único problema es que tengo que dormir tendida de espaldas, pero no importa, es sólo temporal hasta que me deshaga de ella. Me he despertado mucho más despejada y así he podido razonar con calma.
Mi madre siempre me decía que para dominar a alguien lo mejor es obtener antes toda su confianza, conocer sus secretos, sus circunstancias, ese es el verdadero poder, la única forma posible de vencer al enemigo. Y ella era una experta… algún día te lo contaré, querido diario.
Anoche puse en marcha mi plan. Subí y llamé a su puerta, la muy puta no quería abrirme, pensaba que iba otra vez a montarle la bronca, pero le dije muy suavemente a través de la puerta que necesitaba un poco de sal, es un recurso muy socorrido. Abrió de mala gana. Señora, le dije, en realidad venía a pedirle disculpas, me he portado muy mal, estaba nerviosa y, compréndame, hace mucho tiempo que vivo sola… perdóneme, por favor, dos vecinas que somos no vamos a estar mátame y te mataré… Yo, mientras, lucía mi más dulce sonrisa, ésa que utilizo para camelar a los clientes del club, la vieja se ablandó y me hizo pasar mientras ella iba a buscar la sal. Estuve dando un vistazo al salón, está todo lleno de fotografías de cuando era joven, ataqué por ahí, me deshice en elogios a su belleza, y mostré una sana curiosidad por la cantidad de cachivaches que tenía desperdigados por todos los muebles. Le tiré bien de la lengua. A lo que se ve, fue vedette de una pequeña compañía, de las del montón porque no consiguió triunfar, pero debía ser algo ligera de cascos porque tuvo unos cuantos amantes a los que les sacó los cuartos, aunque no consiguió que ninguno de ellos la llevase al altar. Está sola. Me ofrecí para cualquier cosa que necesitase, son malos tiempos para las mujeres que vivimos solas, le dije, y siempre viene bien tener cerca de alguien de confianza.
Me he pasado todo el día vigilando sus movimientos, es muy importante conocer sus costumbres. A los viejos les gusta la rutina diaria. Se levanta muy temprano y abre todas las ventanas, la manía de airear la casa... y la música a toda caña. Estuve haciendo tiempo, como una hora, y subí a llevarle un trozo de bizcocho. Se quedó muy sorprendida. Estaba limpiando la jaula del pajarraco y poniéndole la comida, me dijo que después de limpiar un poco la casa, esa era su primera ocupación. Sobre las diez de la mañana salió a comprar, volvió a las doce. Come temprano y se pasa la tarde en casa.
Hoy, cuando la oí salir, la espié por la ventana hasta que desapareció al doblar la esquina, luego subí la escalera y abrí su puerta. Un cliente del club me enseñó a hacerlo con una tarjeta de crédito. Me fui directamente a la jaula del periquito. Ha venido a llamarme, estaba histérica, que si yo había oído algún ruido, que seguro había entrado alguien en casa, que su Fermín había desaparecido. Subí con ella mostrándome preocupada. La puerta de la jaula estaba abierta, encima de la mesa: el paquete de comida, el comedero y el bebedero. Le insinué muy suavemente que a lo mejor se le olvidó terminar de limpiar la jaula y el pobre animal se había escapado. Al principio se puso hecha un basilisco, pero conseguí que empezase a dudar. Es fácil que eso ocurra, le dije, tenemos tantas cosas en la cabeza…
Estoy ganando la batalla y tengo que confesarlo, cada vez me gusta más este juego. La vieja está empezando a parecer una loca o una enferma. Ayer le puse un puchero de agua al fuego y cuando llegó casi le da un ataque pensando en lo que podía haber pasado, le cambio las cosas de sitio, meto en su nevera carne o pescado podrido, tiro a la basura sus medicinas… Se ha puesto tan pesada llamando a la policía para denunciar que entran en su casa, que ya no se molestan en venir a ver qué ocurre. Ya me he encargado yo, cuando me preguntan, de insinuar que la pobre está perdiendo la cabeza.
Kluzkl escribió:

No puedo dormir. Tiene su gracia: ahora no duermo por no dejar de pensar en la vieja. Creo que se me fue la mano. Pobre vieja. Ahora siempre hablando sola, por el día. La oigo por la noche cuando me despierto ¡Eh! Llora. Y no para de llorar. Lleva varios días sin poner el tocadiscos, sin salir a la calle ¿Comerá algo? Mira que si por mi culpa... aunque si ella no hubiera sido tan cabezona... Pero es vieja. Y los viejos se vuelven raros. Muy raros. ¿Quién sabe lo que nos volveremos los demás? Lo mismo... ¡Eh! ¡Es la vieja! Cómo llora esta noche. Ahora preferiría Los Panchos y a Machín que a sus lloros. Sí. Se me ha ido la mano con la vieja ¡Pobre! Es vieja. Y con tan mala leche como mamá cuando joven. Qué carácter tenía mamá de joven. Lo mal que nos llevamos cuando yo era chica... nos pasábamos las temporadas muertas sin hablarnos. Cuántas veces deseé su muerte. Aunque no tantas como deseé la mía propia. Morir. ¿Cuándo empecé a verlo como una salida? No sé, pero sería muy chica. El sol salía, sí, digo yo que saldría, pero... ¿Y la lluvia, y los colores, y los trasluces, cuántos soles me perdí? ¿Cuántos años caminé como por dentro de un asqueroso desagüe? Pobre mamá. En cierto modo ella forjó mi carácter, mis... Ella me hizo así. Sé que sin darse cuenta. Pero me enseñó a desconfiar de todo y de todos. A odiar la vida a través del desprecio que me hizo sentir por mi misma. Sí, mamá, sin querer. Sé que lo hiciste sin querer, pero ahora a ver quién me arregla. Sí, mamá, nunca te lo dije pero sin querer fuiste una hija de puta. Sí. Una hija de puta. Hija de puta… la vida. La puta vida. Mamá ¿Por qué tuvo que venirte el parkinson, la artrosis, el relajo...? Tu risa floja. Al final te reías de todo y todo lo que yo te decía te parecía fantástico. Hijita. Hijita. Con qué cariño al final me decías hijita, y no dejabas de abrazarme, ni de besarme ¿Por qué no lo hiciste cuando yo era una niña? Te necesitaba. Entonces necesitaba tu cariño igual que una bocanada de aire ¿Por qué tuvo que venirte toda esa mierda de la vejez para que me enseñaras a amarte? A amar. A amar… cuando yo ya no podía amar. ¿O fue tu fuerza de voluntad, ver el amor con que cuidabas a papá: él ya casi no se movía, y tú le llevabas de la cama a su sillón y del sillón...? Con qué parsimonia le quitabas la caca, le lavabas, le curabas las pupas, le cubrías luego de agua de colonia. Y por la noche siempre pendiente de si él se despertaba, por si quería orinar, o se cagaba o algo. Siempre pendiente de que a papá no le faltara nada, ése era tu afán. Y no parar de moverte a pesar de tu artrosis, de la perdida de vista... Tú no te preocupes por nosotros, hijita, yo me ocuparé de papá, tu tranquila, tú vete por ahí, disfruta de tu mes de vacaciones, o vete con el novio — ¡Uy, yo novio, acabáramos!— Hijita, vete dónde te tengas que ir, que nosotros estamos bien, vete, yo me encargo de papá ¿Por qué tuvo que venir...? ¡Eh! Y la de arriba no para de llorar. Como siga así va a caer enferma de verdad. Hoy la subiré un caldito. Ayer volví a subir a su casa y aquello empieza a oler a cochiquera y, lo que más me asusta, a ataúd ¡Eh! No para de llorar. Vaya nochecita… la vieja empeora por momentos ¡Eh! Parece la puerta de su terraza. Sí, está en la terraza. Con el frío que hace ¿A dónde ira ahora? Va a coger un enfriamiento. Me voy a levantar. Calentaré un poco de leche y se lo subiré ahora mismo. A ver si la tranquilizo ¡Eh! Y ese golpe. Ha sonado como si algo hubiera caído a la calle, justo delante de la terraza ¡No! ¡Por favor! ¡Por favor, por...! Una maceta. Es sólo la maceta de sus geranios secos. Menos mal. Menos mal. La leche. La le... unas galletas. Sí, sí, unas galletas. Y... ¿Qué más, qué más? ¡Ah sí! ropita limpia para su cama. Jabón. Colonia. No para de llorar. Y sigue en la terraza. Tengo que subir, tengo... Llora. Llora. Perdón, perdón. Pobre vieja. A partir de hoy voy a cuidarla. La cuidaré cómo... va a ser como si aún viviera mi mamá.

jueves, 8 de enero de 2009

Ginés, yo y otras circunstancias (Final)

Preparé café bien cargado, no tenía el cuerpo como para ingerir más alcohol, y lo único que me apetecía de verdad era meterme en la cama y dormir. Después de un rato conversando sobre banalidades y cuando empezaba a pensar en echarles de mi casa con cajas destempladas, mamá vino en mi ayuda: deberíamos irnos, ya es muy tarde ¿querrás acercarme a casa, Gines?. Antes de que el interpelado o yo pudiesemos articular palabra, papá se brindó a acompañarla muy gustosamente: yo te acompañaré, querida, deja a los chicos que descansen. No, papá, no te preocupes, le dije intentando devolverle a mi madre el favor, a Ginés no le cuesta nada llevarla. Que no, hija, además quiero hablar con tu madre en privado, debo consultarle algunos asuntos de la casa, cuando quieras podemos irnos, y se levantó galante cogiendo el abrigo de mamá y ofreciéndose para ponérselo. No nos dejó otra opción, imposible inventar alguna excusa creíble, así que nos dimos los besos de rigor y se marcharon. En cuanto cerré la puerta, me encaré con Ginés y apuntándole con el dedo le advertí: Dales diez minutos y ya te estás largando. Vaya, respondió, parece que tengas miedo a quedarte a solas conmigo. No tenía ganas de contestarle, y por toda respuesta me metí en la habitación y cerré la puerta por dentro. Cuando salí con el pijama y el batín puesto, él había cogido uno de los albumes de fotos que llenan todo un estante de la librería. Parecía ensimismado ojeando aquellas fotos y cuando me acerqué vi que se trataba de uno de los que recogían las imágenes de los años del instituto.

Se nos pasó la noche recordando viejos tiempos, riendo ante los rostros adolescentes que nos miraban desde las páginas del álbum. Nunca antes me había dado cuenta, pero Ginés aparecía muy a menudo entre nosotros. ¿Por qué siempre andabas en el medio si no formabas parte de nuestra pandilla? Recuerdo que nos pasábamos la vida echándote de nuestro lado, no te admitíamos en nuestros juegos, ni en nuestros secretos, ni siquiera en nuestras travesuras… no me lo explico. Es muy fácil, me contestó, ¿te acuerdas de Martita? sí, claro que me acuerdo, era una de las más populares del grupo, Marta Cortés, creo que tonteó con medio equipo de futbol y parte del de baloncesto. Pues es mi prima, y además su padre trabajaba a las órdenes del mío, así que mi madre le hacía chantaje a la suya, o Martita me integraba en su grupo de amigos, o de lo contrario mi madre dejaba de invitar a mi tía a las reuniones que organizaban las damas de postín. Yo procuraba pasar desapercibido, prosiguió, sobre todo para no atraer vuestras burlas y ser el blanco de las bromas pesadas del guaperas de turno, pero siempre me las apañaba para merodear a vuestro alrededor.

No, esa noche no hubo sexo, hablando de aquellos años y casi sin darnos cuenta acabamos dormidos en el sofá, mi cabeza apoyada sobre su pecho y los dos en tan mala postura que a la mañana siguiente parecíamos dos viejecitos reumáticos y entumecidos.

Lo mío con Ginés estaba cantado.

Pero no por los enrevasados argumentos de mi psiconalista que sólo pretende sacarme los cuartos como yo muy bien imaginaba, si no por el complot urdido por mis amados progenitores, con el beneplácito de Ginés, y del que me enteré hace apenas unas horas. Sólo pensaban en mí, argumentaron, tenían que hacer algo para que me decidiese de una vez por todas a comprometerme en una relación, y Ginés era el candidato perfecto. Papá estaba convencido de que dándome la oportunidad de conocerle acabaría gustándome y se les ocurrió la brillante idea del falso romance entre él y mi madre. Tengo que admitir que me conocen bien y no se equivocaron, ese hombre ejerce sobre mi un poder de atraccion que hacía mucho tiempo que no sentía. Ellos siguen separados pero mantienen una buena relación, mejor que la que tenían cuando estaban casados, aseguran. Y yo, después de desahogar furiosa la rabia por sentirme engañada y cubrirles a los tres farsantes mentirosos de una nutrida y variada colección de improperios, decidí al fin aceptar que quizá lo mío con Ginés tenga futuro.

Y espero por el bien de papá y mamá que lo tenga, o tendrán que pasarse la vida escuchándome culparles de mi desgracia… malditos entrometidos.

(Hoy el sistema no me dejó subir imágenes, un error del sistema, dice, mañana lo subsano, hoy se queda como está... buenas noches)

viernes, 2 de enero de 2009

Ginés, yo y otras circunstancias (Siete)


(Imagen: Ané)

No, mi padre no se había enterado del romance entre la mujer que fue su esposa a lo largo de todos aquellos años, y uno de sus empleados más apreciados. Lo supe el día en que a mis queridos progenitores se les ocurrió la brillante idea de obsequiarme con una visita sorpresa, por separado, claro. Era la víspera de Reyes y fue mamá la que llegó primero, por supuesto acompañada de Ginés. Por pura casualidad esta vez no me sorprendieron con la bata puesta, yo acababa de llegar a casa después de la comida anual de Mujeres Abandonadas Viviendo Tan Ricamente, una asociación sin ánimo de lucro a la que me arrastraron aun en contra de mi voluntad, la traidora amante de mi ex marido y mi ex cuñada también recientemente abandonada. La dichosa comida me había producido un ligero dolor de cabeza, en parte por el vino que había ingerido, y en parte por aguantar durante tres horas las mismas quejas e historias de siempre. Realmente no entendía por qué se empeñaban en recordar una y otra vez la putada perpetrada por sus antiguas parejas en lugar de disfrutar de su nueva situación de independencia.

Llegué a casa dispuesta a relajarme y a pasar la tarde leyendo un interesante libro que tenía a medias, bien acomodada en el sofá, pero aùn no me había quitado los zapatos cuando llamaron a la puerta. No pude reprimir un gesto de fastidio cuando al abrirla me encontré con la pareja. Hija, últimamente parece que estás siempre de mal humor, me dijo mamá al percibirlo, te estás convirtiendo en una solitaria triste y aburrida. Mejor eso que una anciana patética enamorada de un jovencito, pensé con mala baba, y me mordí la lengua para que mis palabras no se escapasen como dardos envenados, era mi madre, al fin y al cabo. Ginés me besó ligeramente en las mejillas y me deseó un feliz año, y los dos tomaron asiento en el sofá sin esperar a que les invitase a hacerlo.

Está bien, me dije, no cuesta nada ser amable, aguántalos un rato e inventa luego cualquier excusa para que se larguen. ¿Os apetece tomar algo? Pregunté con mi mejor sonrisa, y una vez me dijeron lo que querían me marché a la cocina a prepararlo.¿Pensabas salir? Preguntó mamá desde el salón. Me lo puso a huevo, sí mamá, estaba terminando de arreglarme, he quedado con unos amigos para salir a dar una vuelta, luego cenaremos y seguramente iremos al teatro, inventé sobre la marcha.

No acababa de servir las bebidas y sentarme, cuando sonó de nuevo el timbre. ¿Esperas a alguien? Volvió mi madre a preguntar. No, no se quien puede ser, dije mientras me dirigía hacia la puerta. ¡Sorpresa! Gritó papá cuando le abrí. Pero el sorprendido fue él cuando al dirigir la mirada hacia el salón se encontró con mamá allí sentada. Noté como mi padre hinchaba el pecho y metía el estómago, antes de entrar en casa pavoneándose como un perfecto macho.

¡Hombre, Ginés! Esto sí que es una sorpresa, no esperaba encontrarte aquí, en casa de mi hija ¿puedo saber a qué se debe esta agradable coincidencia? Durante unos segundos que a mí me parecieron eternos todos nos quedamos en silencio. Barajé mientras algunas posibilidades: mi padre estaba haciéndose el inocente, o realmente estaba en la inopia. La respuesta de mamá me confirmó que se trataba de lo segundo: Está visto que sigues como siempre, sin enterarte de nada, Ginés es el NOVIO DE TU HIJA ¿no lo sabías? Casí me atragando otra vez con el vino. Instintivamente Ginés y yo nos miramos intentando disimular nuestra sorpresa. A punto estaba de intervenir y echar por tierra la mentira de mamá cuando reparé en la mirada alegre de papá que vino hacía mí y me abrazó con fuerza. Enhorabuena hija mía, decía mientras me estrechaba entre sus brazos, me alegro mucho por ti, te mereces un hombre como Ginés. Yo le aprecio mucho ¿sabes? Y estoy seguro de que sabrá hacerte feliz. Luego, dirigiéndose a mamá y contento como un niño propuso que para celebrarlo nos fuésemos los cuatro a cenar.

La madre que parió a mi madre, en menudo lío nos había metido a todos, pero sobre todo a ella misma que no sabía por dónde salir para rechazar la proposición de papá. Bien, me dije, a ver qué coño te inventas ahora, con lo fácil que hubiese sido decir la verdad. Me parece una idea genial, papá, hace mucho tiempo que no pasamos un rato los tres juntos ¿no te parece mamá? Ginés y yo no teníamos nada previsto para esta noche, dije de forma inocente, regocijándome interiormente al ver los apuros que estaba pasando. Ginés se debatía entre echarle un cable a mamá y la curiosidad por ver cómo terminaba aquello. No se hable más, dijo papá quitándose la chaqueta y sacando del bolsillo su teléfono móvil, voy a llamar al restaurante para reservar una mesa para cuatro ¿me sirves una copa, nena?

Me sorprendió oir a Ginés diciendo que venía a yudarme. No está bien hacerle esto a tu madre, me recriminó en cuanto nos encerramos en la cocina. Ya, respondí, y follar con su hija a sus espaldas, está que te cagas ¿no?. Eso es otra cosa, además eres tú quien me provocas. Serás mamón cabronazo, ya me he dado cuenta que para ti es todo un sacrificio… ¿qué haces ahora manoseándome el culo? Pero me hizo callar metiéndome la lengua hasta la campanilla. A pesar del temblor de piernas que empezaba a sentir, hice acopio de todas mis fuerzas y me lo quité de encima de un empujón, justo cuando mi madre parecía empezar a impacientarse ante nuestra tardanza ¿necesitáis ayuda? le oí preguntar desde el salón y hubiese jurado que su tono de voz estaba cargado de ironía.

La cena no estuvo mal después de todo, parecía que los cuatro nos habíamos identificado con el papel que nos tocaba representar y la pasamos conversando y riendo como cualquier familia en la víspera de Reyes. No era un mal regalo ver a mis padres otra vez juntos, hablando sosegadamente, recordando incluso otros días como aquél y mirándose de vez en cuando con los ojos de antes, de cuando estaban enamorados, de cuando eran un matrimonio feliz, o al menos a mí me lo parecían, a pesar de tía Margarita o de alguna otra conquista de papá. Al salir del restaurante volvimos a mi casa ante la insistencia de Ginés, metido de lleno en su papel de novio de la niña, para tomar la última copa.
(Ya se, ya se que no tengo remedio... las historias se alargan cuando me siento ante el teclado, pero ¿qué puedo hacer? los personajes mandan y juro que me asesinan si no cuento lo que ellos me ordenan... menuda mala leche se gastan)