Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

martes, 7 de julio de 2009

De nuevo, la vida (Dos)


(Imagen: Anna Scavone)


Viernes, 10 de marzo de 2006

Los días pasan despacio aquí dentro, aunque estoy mucho tiempo medio adormilada, las horas en que estoy despierta se me hacen tan largas que me desespero. La única alegría es que cada día me voy desprendiendo de alguno de mis apéndices artificiales, y eso me hace sentir un poco más libre.

Pienso mucho en la persona que me dio su corazón. El doctor me dice que no debo hacerlo y que cuando me recupere y salga de aquí es necesario que visite a un psicólogo. Dice que los receptores de órganos necesitamos ayuda para no obsesionarnos. No estoy obsesionada, sólo pienso en la generosidad de la gente, no de la muerta, porque aunque supongo que ese sería su deseo en vida, en el momento crucial no pudo opinar… estaba muerta, sino de su familia, sus seres queridos. Hay que ser generoso para dejar de lado, por un momento, su propio dolor y pensar en que otra persona totalmente desconocida puede vivir. Es injusta la vida, alguien tuvo que morir para que yo tenga otra oportunidad. Quizá era una persona joven con toda la vida por delante. Y eso me duele. Al fin y al cabo, yo casi me había hecho a la idea de dejar pronto este mundo, ni siquiera me atrevía a hacer planes de futuro, de ningún tipo. A mis cuarenta años me parecía que ya había aguantado más de lo que todos esperaban. Y que no tenía ningún derecho a tenerlos a todos atados a mí.

El hecho es que no pensé nada de esto cuando aquella llamada telefónica en mitad de la noche me avisó que debía ir urgentemente al hospital, que tenían un corazón y podría ser “mi corazón”. Los nervios, las prisas, la alegría… no me dejaron pensar en nada, ni en nadie que no fuese yo misma. Pero ahora, tengo tanto tiempo para meditar… y no logro pensar en otra cosa.

No sé de qué hablar con mi madre o con Enrique, me siento extraña con ellos. Mamá me cuenta cosas de los familiares y amigos, pero yo no presto demasiada atención. Aún no he querido que vengan a visitarme, no me siento con fuerzas para recibir todas esas muestras de cariño. Y al mismo tiempo me lo reprocho. Ellos no me fuerzan pero sé que les gustaría verme más alegre y no con esta especie de rara melancolía que me envuelve.

Hoy, me ha pasado algo muy extraño. Estaba mamá al lado de mi cama, leyéndome un libro de poemas en voz alta, cuando le he preguntado cómo estaban las rosas. Ella se ha quedado un momento callada, sorprendida, ¿qué rosas? – me ha dicho. Las del jardín, mamá – le respondí tranquilamente. Hija, tú no tienes ningún jardín. Entonces permanecí en silencio sin saber qué decir, pero al ver el rostro preocupado de mi madre me he obligado a pensar rápidamente para tranquilizarla. Qué tonta soy mamá, esta noche soñé que estaba en un jardín podando unos rosales, y ya sabes, con tanta medicina, a veces confundo la realidad con los sueños. Mi madre le ha quitado tensión al momento esbozando una sonrisa, pero la preocupación no se ha borrado de sus ojos.

Y es verdad, no tengo jardín. Cuando Enrique y yo nos casamos compramos un ático. Al principio hicimos planes para comprar una casa más adelante, pensando en tener hijos. Luego, con mis problemas de salud, esos proyectos se quedaron en nada y no volvimos a hablar de ello. Seguimos viviendo en el ático. Pero juro que en el momento de formular esa pregunta yo estaba segura de que tenía un jardín lleno de rosas.

Después cerré los ojos aparentando dormir mientras intentaba buscar alguna explicación al tenue perfume que invadía mi habitación.

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