Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

lunes, 28 de marzo de 2011

No quisiera que lloviera AUTOR: CRISTINA PERI ROSSI



No quisiera que lloviera
te lo juro
que lloviera en esta ciudad
sin ti
y escuchar los ruidos del agua
al bajar
y pensar que allí donde estás viviendo
sin mí
llueve sobre la misma ciudad
Quizá tengas el cabello mojado
el teléfono a mano
que no usas
para llamarme
para decirme
esta noche te amo
me inundan los recuerdos de ti
discúlpame,
la literatura me mató
pero te le parecías tanto.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Bienvenidos a...


... donde tus pecados serán perdonados (sin penitencia previa).

martes, 22 de marzo de 2011

Cualquier parecido con la realidad...




La mujer sube renqueante las escaleras, para en cada rellano, cada día le cuesta más llegar a su piso, el cuarto, un cuarto sin ascensor. Después de tres horas de pie planchando en una de las casas a las que acude tres días por semana, tiene las piernas como botas y apenas puede doblar las rodillas. ¡Puta vida! Piensa, mientras mira hacia arriba contando mentalmente los escalones que se le hacen interminables. A sus setenta y tres años debe seguir trabajando, aunque se le vaya la vida en ello, la mísera pensión que le quedó después de pagar durante años y años el seguro de empleada de hogar, apenas le da para nada. Desde los nueve lleva fregando la mierda de los demás, día tras día, sin vacaciones ni derecho a ponerse enferma. Tenía la esperanza de pasar una vejez tranquila, sin lujos ni apreturas, pero la suerte siempre le dio la espalda. El marido vegeta aquejado de Alzheimer en una clínica que se le chupa la pensión, así que ella tiene que ingeniárselas para que no falte en la mesa un plato de comida. Hace unos días acudió a los servicios sociales del ayuntamiento a ver si podía recibir alguna ayuda, para pagar el recibo de la luz, o el abono social ese que dicen que no pagas la basura y el agua, cualquier cosa por pequeña que fuese le vendría bien. Pero aquella chica cuando se enteró que vivió con ella su hijo soltero, le dijo que ya se podía olvidar de ayudas. Y ¿qué iba a hacer ella? ¿Echar a su hijo de casa? ¿Construir un zulo en el piso y esconderle de por vida? Bastante tiene el pobre, todo el día en la calle buscando trabajo, que desde que se paró la construcción va dando bandazos de un lado a otro y no hay forma. Dentro de nada se le acaba el subsidio y ella no sabe cómo se van a apañar los dos.  ¡Puta vida! Tampoco la hija está en disposición de ayudarla con el marido también en el paro, ella cobrando 300 euros miserables mientras espera que la seguridad social se decida a operarla de una rodilla destrozada por la artrosis y dos hijos que mantener. Ya casi está llegando.

Al lado de la mujer vive una pareja de marroquíes, un matrimonio joven con tres hijos y el que viene. Él trabajó una temporada en la construcción y ahora está cobrando el subsidio de desempleo, mientras hace algunas chapuzas por su cuenta, igual le da lucir una pared, cambiar un grifo o poner un enchufe. No es experto en nada pero cobra poco y en tiempos de crisis la gente se tira a lo barato, aunque el resultado no sea el esperado. Está pensando en montar una frutería con uno de sus primos, anda mirando las ayudas que concede el ayuntamiento para montar un negocio. Ella no trabaja, se ocupa de la casa y los niños, aunque los dos mayores se quedan a comer en el colegio, la comida es gratis y después de mucho protestar han conseguido que les preparen menú musulmán, así que ella se queda en casa con el pequeño y si hace buen día le lleva un rato al parque. Los jueves por la tarde, coge el carro de la compra y se acerca hasta Caritas, allí les dan comida suficiente para la semana, leche, aceite, arroz… un vale para carne y pescado, y otro para el recibo de la luz. Cuando tiene algún problema se acerca a los Servicios Sociales, donde una chica muy amable siempre intenta ayudarla, hasta una vez que estuvo con gripe en cama, le recogían a los niños en el colegio y se los llevaban a casa. No se vive mal aquí, piensa a menudo, siempre tienen algo que echarse a la boca, incluso a veces le manda algo de dinero a su madre que sigue allá pasando calamidades.

Por fin, respira la mujer aliviada, pensaba que no llegaba. Cuando mete la llave en la cerradura, ve a su vecina salir con los niños. La mira con rabia. No es justo, piensa. ¿Dónde estaban estos cuando, siendo una cría apenas, me despellejaba las rodillas fregando suelos? ¿Por qué  sólo por venir de fuera tienen derecho a todo? ¿Y yo? Mira a los niños y se le ablanda la mirada, sabe que no es culpa de ellos, pero no puede evitar sentir como si algo le revolviese las entrañas cada vez que se los cruza en la escalera. ¿Qué hará cuando a su hijo se le termine el paro? ¿Se pondrá a pedir limosna en la puerta del ayuntamiento? ¿Para qué tanto trabajo, tanto sufrimiento? ¿Para qué? Jamás pensó que viviría una vejez tan miserable. Los niños parecen asustados y pasan por su lado agarrándose a esa especie de túnica que lleva su madre, y ella está a punto de llorar. Se mete en casa precipitadamente, no va a permitir que la morita sienta lástima de ella. Hasta ahí podíamos llegar.

Siente la mirada de la mujer clavada en la espalda mientras saca el carrito del bebé. Se va un rato al parque con los niños para que se distraigan hasta la hora de la cena. Siente el odio que le atraviesa las costillas, la rabia contenida. Por la mañana temprano la oye salir de casa, y a veces se asoma por la mirilla y se queda allí mirando cómo se agarra a la barandilla y baja con cuidado cada escalón. No debería trabajar tanto, pero seguramente es una de esas mujeres que nunca tienen bastante, porque seguro que cobra una pensión como todos los jubilados en este país. Tiene casa, hijos y nietos para cuidarla ¿por qué no piensa en descansar tranquila? No puede entender a estas mujeres que la miran con desprecio. Ella no tiene la culpa de que vivan como esclavas, trabajando en oficinas, tiendas, almacenes, fábricas… y luego en casa. Se concentra en bajar la escalera cargada con el carrito del bebé, vigilando a los pequeños para que no acaben rodando por los escalones y cuidando de no tropezar y acabar ella también por el suelo. Se olvida de la vieja.

domingo, 6 de marzo de 2011

Teatro: Tibidabo



Cristina Clemente, autora de "Tibidabo" nos cuenta la historia de dos jóvenes hermanas, Eli y Marta, que en un diálogo directo con el público hablan sobre cómo les cambia la vida cuando a su madre le diagnostican Alzheimer.

Las actrices Alejandra Mandli, Cristina Fernández y María Maroto, éstas últimas conocidas por su trabajo en "L'Alquería Blanca" nos meten de lleno en la historia de una forma dinámica, entretenida e incluso con cierto toque de humor, dentro de la gravedad del problema. Su único objetivo es ocultar la enfermedad a sus padres, intentando preservar su felicidad. Y para ello no dudan en poner patas arriba su vida.

Emociona en ciertos momentos y en otros, la tensión se rompe con algunas situaciones que llegan a provocar la risa, pero sobre todo logra llevar a la reflexión, a entender un poco mejor el proceso de esta enfermedad y lo doloroso que resulta para la familia.

Cuando el fatal desenlace se produce, se dan cuenta de cuánto les ha absorbido y el vacío que se ha creado en sus vidas que durante un tiempo han girado única y exclusivamente alrededor de su madre enferma.

Excelente trabajo el de estas tres jóvenes actrices que logran atraer la atención del espectador desde el primer al último minuto.

sábado, 5 de marzo de 2011

Sucedió que el amor (Final)


(Amor fugitivo de Rodin)


Apenas hablamos durante nuestro encuentro, así que no sabía cuáles eran sus planes. Lo más probable es que volviese con su pueblo en cuanto se recuperase del largo viaje. Me dije a mi misma que era lo mejor que podría ocurrir, haríamos el amor mientras permaneciese con nosotros y para cuando decidiese marcharse ya me habría cansado de él.

Pasé la mañana en la cabaña poniendo un poco de orden, preparé una buena olla de verduras, que mi esposo acababa de recolectar, y añadí gruesos trozos de carne, encendí el fuego y lo dejé haciéndose lentamente mientras me acercaba al río para darme un baño. Quería estar sola y quitarme el salitre del mar que llevaba pegado a la piel. Nos bañábamos en un meandro ancho y profundo de aguas tranquilas que se arremolinaban un poco más abajo adquiriendo velocidad hasta un poco antes de llegar a su desembocadura donde volvían a apaciguarse para buscar el contacto con el mar. El agua estaba helada, y los peces me rozaban las piernas al pasar junto a mí. Me froté el cuerpo y el pelo con un trozo de jabón de los que mi madre me enseñó a fabricar, y me sumergí luego en las aguas serenas y transparentes. Cuando emergí a la superficie vi a mi esposo sentado en la orilla mirándome.

- Estás preciosa – volvió a decir.

Le besé suavemente los labios.

- Creo que Kadir quiere establecerse aquí – dijo de pronto – no con nosotros, en nuestro pueblo, pretende construirse una cabaña en el bosque y empezar una nueva vida. No va a volver con su pueblo. Ha solicitado nuestra ayuda para enseñarle a trabajar la madera, a cambio contribuirá a aprovisionarnos de carne, parece que es un buen cazador.

Yo permanecía en silencio, escuchándole. Acercó su mano a mi rostro y lo alzó hasta que consiguió que le mirase a los ojos.

- ¿Te has enamorado o sólo le deseas? A mi puedes contármelo, aceptaré tu decisión, pero temo por ti, no quiero que sufras, no deseo que te alejes de mí.

- Efrén, esposo mío, no se lo qué me pasa, no puedo darle nombre a esto que siento, pero se que no lo sentí jamás. He sido feliz a tu lado, muy feliz, pero no quiero engañarte, solo pienso en él, mi corazón, mi piel, mi sexo le añoran cada segundo que no le tengo cerca. Ayúdame, no quiero tener que marcharme lejos, no podría abandonar a mis hijos, me moriría. Moriré de igual modo si tengo que renunciar a él. Pero eso es lo que yo siento, no se lo que siente él.

Nuestro pueblo se equivoca, Efrén, no pueden prohibir un sentimiento. Nuestra felicidad no será plena jamás. Sí, el amor es sufrimiento a veces, como la vida ¿no sufres cuando se nos va un ser querido? ¿no sufres cuando alguien enferma? Pero también es alegría, una alegría que no se puede comparar con ninguna otra, sólo se puede entender cuando se siente. Somos los hombres los que ensuciamos el amor, con celos, rencores, venganzas… Debemos enseñar a nuestros hijos que amar no es un castigo de los dioses, pero que tampoco se puede obligar a alguien a amarnos sólo porque nosotros lo deseemos, debemos enseñarles que es un sentimiento libre, que si algún día tienen la suerte de encontrar el amor, quizá sea para siempre, o quizá no. Y que si eso ocurre, deben aprender a aceptarlo y dejar que la persona amada encuentre el amor de nuevo, y darse ellos la oportunidad de hacer lo mismo.

- Espera aquí – dice mientras me acerca una piel que ha traído con él y se levanta para marcharse.

Permanezco sentada esperando a Efrén, preguntándome dónde ha ido tan de repente cuando escucho pisadas a mi espalda. Es Kadir que se acerca sonriente. Se sienta frente a mí y toma mis manos.

- Te amo – dice mirándome a los ojos – pensé que no podía ocurrirme algo así, pero ha ocurrido. No voy a separarme de ti, no ahora que te he encontrado. Deseo con toda mi alma empezar una nueva vida a tu lado. No te voy a pedir que nos marchemos lejos de aquí, no voy a obligarte a abandonar a tus hijos. Podemos formar nuestro propio pueblo, muchos seguirán nuestro ejemplo, estoy seguro. No habrá prohibiciones, nuestros hijos serán libres para amar, podemos hacerlo.

Las lágrimas han ido resbalando por mis mejillas, y él acerca su boca para beberlas. Le abrazo con fuerza y se que mientras nos amemos estaremos juntos venciendo todas las dificultades, se que es ahora cuando empieza mi vida.

Los ancianos de la tribu hablaban del amor, alertaban a los jóvenes imberbes y a las niñas a punto de menstruar sobre los peligros de ese sentimiento maldito, fruto de una imaginación demoníaca que destruiría para siempre su libertad.

Les observo sonriente, escondida tras el tronco de un árbol. Cada vez son menos jóvenes los que acuden a escucharles. Nuestro pueblo del bosque se va nutriendo con nuevas parejas de enamorados, Efrén y Merine viven también con nosotros, por fin ella se atrevió a confesarle su amor. Al atardecer nuestros niños se sientan alrededor de la hoguera a escuchar los cuentos que narramos los adultos, sin miedos ni tabúes.

Nuestros niños aprenden, poco a poco, a vivir y a amar en libertad.