Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

martes, 28 de julio de 2009

De nuevo, la vida (Once)



(Sigue del Martes, 11 de Abril de 2006)

La comida transcurrió en silencio. Los exquisitos platos de Eloïse no merecían ninguna clase de distracción. Cuando nos sirvió el café, acompañado de unos deliciosos dulces, decidí preguntar a nuestro anfitrión las dudas que desde hacía rato me rondaban por la cabeza:

- Paul ¿siempre han vivido solos usted y su esposa?

La pregunta pareció pillarle por sorpresa, aunque no tardó en responder, no se me escapó la mirada dirigida a Eloïse que estaba dejando sobre la mesa una jarra con leche caliente que le había pedido Mari Cruz. La mujer no levantó la mirada, pero se quedó un instante inmóvil sin saber muy bien qué hacer.

- Sí – me respondió – a excepción de Eloïse que está con nosotros desde que nos instalamos aquí. A Dolores y a mí, nos gustaba la soledad y la tranquilidad que se respira y por desgracia no llegamos a tener hijos.

- La familia de Dolores ¿no les visitaba?

- En dos o tres ocasiones pasaron aquí algunos días sus padres, ella era hija única, pero no se acostumbraban a esto, ni entendían el idioma. Dolores prefería hacerles una visita de vez en cuando, aprovechando las ocasiones en que yo tenía que viajar por asuntos profesionales.

Permanecimos un rato en silencio.

- Perdone que le haga esta pregunta, pero siento curiosidad y no encontré información en ningún medio. Discúlpeme si le parece demasiado personal.

- Dígame qué quiere saber.

- Su esposa ¿murió en el acto?

- No, cuando consiguieron sacarla del coche aún respiraba, desgraciadamente falleció en el hospital. Ella siempre había dicho que deseaba donar sus órganos, así que di mi autorización cuando los médicos me preguntaron, pensé que quizá podía salvar algunas vidas y que de alguna forma ella no habría desaparecido para siempre.

Tuve que esforzarme para que ningún gesto delatase el nudo que se me había acabado de formar en el pecho, aunque resultaba difícil con aquellos ojos grises que no se apartaban de mi rostro. No sabía si iba a ser capaz de hablar de nuevo, cuando Mari Cruz salió en mi auxilio.

- ¿Está enterrada aquí, en el cementerio?

- No, fue incinerada y sus cenizas se esparcieron entre los rosales.

Quizá por eso el aroma de las rosas no me había abandonado desde que, en el hospital, recuperé la conciencia. Me había acostumbrado tanto a él que parecía que estaba conmigo toda la vida.

- Bien, gracias por responder a estas preguntas que nada tenían que ver con el trabajo que nos ocupa, muchas gracias, Paul.

- No tiene importancia ¿volvemos al trabajo?

Las hora siguientes las ocupamos en hablar sobre técnicas artísticas y la inminente exposición que Paul estaba preparando en París. Sería el próximo fin de semana y el pintor tenía puestas en ella muchas esperanzas. El estilo y la técnica de sus nuevos lienzos era toda una innovación en su carrera y no sabía cómo se lo iba a tomar el público y los críticos de arte. Nos pidió que acudiésemos a la inauguración como sus invitadas, y después de cruzar entre nosotras una breve mirada, aceptamos gustosas a acompañarle.

El trabajo estaba hecho, pero yo no dejaba de pensar en alguna excusa para poder husmear por allí con algo de más de libertad. Cuando Paul dijo que mañana tenía que viajar a Paris para ultimar algunos detalles de la exposición, casi empecé a palmotear de alegría. Busqué con la mirada a Mari Cruz, algo se nos tenía que ocurrir.

- Vaya – dijo ella – me hubiese gustado hacer algunas fotos más del interior de la casa, hay algunos cuadros que quisiera fotografiar pero con esta luz me temo que no saldrían como quiero… ¿le importaría que viniésemos un rato por la mañana? Estará Madame Eloïse ¿no? He sido una tonta entreteniéndome tanto por el jardín, pero pensaba que no terminaríamos tan rápido la entrevista.

Mari Cruz sabía ser muy convincente cuando se lo proponía, la expresión de su rostro y sus hermosos ojos azules eran la inocencia personificada.

- Esta bien – dijo Paul – puede hacer las fotos que guste, Eloïse estará aquí a partir de las nueve, vengan cuando quieran.

Cuando bajo al jardín del hotel, Mari Cruz está recostada en un sillón con la cabeza sobre el respaldo.

- ¿Qué haces?

- Mirando las estrellas ¿te has dado cuenta cómo brillan? Este lugar es mágico, no me extraña que a Dolores le gustase tanto vivir aquí. ¿Estás bien?

- Sí, sólo necesitaba un poco de soledad ¿qué vamos a hacer mañana?

- No lo se, Eugenia, quizá encontremos algo que nos de alguna pista sobre… ¿cómo dijiste que se llamaba? ¿Igor?

- Sí, eso me dijo Madame Clarisse. No entiendo por qué Monsieur Montcour quiere guardarlo en secreto ¿qué tiene de malo? ¿quién es Igor? ¿no lo encuentras muy extraño?

- No se qué pensar, es encantador y parece realmente apenado por la muerte de su esposa. No puedo creer que fuese él quien sacó el coche de la carretera.

- También a mí me resulta difícil creerlo, pero fue lo que soñé Mari Cruz.

- Bueno, no le demos más vueltas, mañana iremos allí y dejaremos que el destino siga su curso. Toma una copa y disfrutemos de esta preciosa noche antes de irnos a dormir. Brindemos… por mi querida amiga Eugenia y su nueva vida.

- Por nosotras… gracias Dolores.

Y las dos miramos hacia el cielo alzando nuestras copas.


No hay comentarios: