Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

domingo, 31 de agosto de 2008

El último refugio (XVII)


Me alzó en el aire y me echó sobre su hombro al tiempo que me propinaba una sonora palmada en el culo. Luego salió del establo conmigo a cuestas, haciendo caso omiso a mi pataleo y a los puñetazos que le propinaba en la espalda. Afortunadamente estábamos sólos en la casa, a excepción de la vieja María que ya estaba más sorda que una tapia y que seguramente estaría dormitando en la cocina. Me llevó hasta el río y allí sin previo aviso me dejó caer en el agua. Estaba helada. Intenté salir a toda prisa, pero cada vez que lo intentaba él volvía a empujarme hacia dentro. Saldrás cuando se te hayan bajado esos humos, señorita orgullosa y antipática, así aprenderás de una vez que no puedes hacer realidad cualquier capricho que se te venga a la cabeza. Sólo cuando me vio tiritar de frío, me volvió a cargar en sus brazos y me llevó a la casa. Ya en mi habitación, empezó a quitarme la ropa empapada de agua mientras yo no dejaba de temblar. Me secó despacio friccionando la toalla por todo mi cuerpo, y aquellos espasmos ocasionados por el frío dieron paso a otros motivados por el deseo. Cada vez que sus manos me rozaban, mi piel reaccionaba a su contacto. ¿Se te bajaron los humos, señorita? Susurraba en mi oído mientras sus manos aprisionaban mis pechos y pellizcaban aquellos botones erguidos y desafiantes. Yo sólo deseaba que siguiera, que no parase, sólo quería dejarme llevar por el placer que me hacía sentir. No podemos dormir juntos, no podemos, seguía diciendo con la boca pegada a mi oreja. Tampoco tendríamos que estar haciendo esto, pero no puedo vencer la tentación cuando te tengo cerca. Debería alejarme de ti, lo se, debes marcharte de aquí, pronto, antes de que suceda lo inevitable. Mientras hablaba sus dedos jugueteaban con mi sexo. Mis piernas eran pura gelatina incapaces de sostenerme. Calla. Y buscaba su boca para silenciar sus palabras. Luego me sentó sobre la cama, y de rodillas hundió su boca entre mis piernas, su lengua húmeda y caliente recorría sin descanso mi sexo tembloroso, hundiéndose de vez en cuando en su interior, penetrándome con ella, al tiempo que mis piernas se abrían al máximo y retorcía mi cuerpo ante aquella descarga de placer intenso.

Lo inevitable jamás sucedió, pienso mientras su aliento cosquillea en mi nuca. No siento pena por ello, o quizá sí, ahora es difícil saberlo. Quizá me hubiese gustado sentirle dentro de mí, escucharle gemir, mirarle a los ojos mientras se vaciaba en mi interior… pero eso no son más que elucubraciones sobre algo que ya no tiene remedio. Lo que más me apena es el tiempo perdido, todos estos años que pasé muriendo mientras intentaba sobrevivir, al lado de alguien a quien no quiero, participando de una vida que me asquea, que me hizo sentir sucia y despreciable. Pero eso, seguramente, también fue inevitable, y sucedió.

Cuando me despierto, él ya se ha levantado. Remoloneo un poco y me parece escuchar el murmullo de una conversación. Al fin me hago el ánimo y me levanto. Ya vestida salgo de la habitación y me guío por las voces que parecen venir del exterior. Al acercarme a la puerta les veo: Mario y Antón están en el patio charlando.

- Vaya, parece que la bella durmiente ha salido por fin de su letargo.

Es Mario que me mira con ojos risueños.

- ¡Ja! Estaba esperando al príncipe que viniese a despertarme, pero por lo que veo por aquí no hay ninguno. Sólo distingo a un par de ranas croando.
- Quizá con un beso de la princesa, se obre el milagro.

Decidida, me acerco a él y le beso en la boca. Le pillo desprevenido, no esperaba el beso ni la pasión con que se lo doy.

- A ver si así te callas y dejas de decir tonterías- le espeto con aires de suficiencia dándole la espalda y guiñándole un ojo a Antón que ríe divertido.
- No deberías provocarla, Mario, no sabes de lo que es capaz.

Los dos nos reímos abiertamente con la cara de sorpresa que se le ha quedado a Mario.

- Bueno ¿se puede saber a qué se debe tu grata visita?, si puedes articular alguna palabra coherente.
- Ejem… venía a decirte que Ignacio ya me ha contestado, dice que pasará por aquí mañana por la mañana y se quedará a comer, tendremos tiempo para hablar tranquilos. Ya me ha dicho Antón que al parecer contamos con algunos días para idear un plan viable.
- Eso espero, aunque tengo miedo que Ernesto se presente de repente si la situación se vuelve insostenible.
- Ignacio me ha comentado que aún queda bastante trabajo por hacer, y piensa que lo peor aún está por llegar. El gobierno apurará al máximo sus recursos, teme que la represión se endurezca en un último intento por sofocar las protestas y las huelgas masivas. Parte del ejercito está al lado de la oposición, pero aún quedan facciones adictas al régimen, los más duros y sanguinarios, que espera acaben por convencerse de lo que puede ocurrir en el caso de continuar en su postura, y de la situación difícil en que se verían, en el caso más que probable, de que el gobierno sea derrocado y sus máximos representantes juzgados y condenados por sus crímenes.
- Mañana habrá tiempo para hablar de todo eso – dice Antón- Mario, ¿te quedas a cenar?
- No quisiera ser una molestia.
- Tu hermano no dice más que tonterías, Antón ¿tendré que hacerle callar nuevamente?
- No seas mala, rapacina ¿no ves que le cohíbes?
- Está bien, señorita, cenaré con vosotros con mucho gusto.
- ¿Por qué no os vais a dar un paseo?- sugiere Antón.
- Mejor cojo tu silla y vamos los tres, así podemos seguir charlando.
- No, tengo algunas cosas que hacer. Id vosotros, le diré a Carmina que prepare cena para tres.
- Está bien… ¿vamos? – digo dirigiéndome a Mario.

Y echamos a andar por el camino en dirección al río.
(Continuará)

martes, 26 de agosto de 2008

El último refugio (XVI)


- ¿Hola?
- Eva, Eva, soy Ernesto, espera que hay mucho ruido aquí, espera un momento… ahora ¿me oyes bien?
- Sí, Ernesto, te oigo ¿cómo va todo?
- Bien, bien, no te preocupes ¿cómo estás tú?
- ¿Cómo estoy? Como cuando era una niña pequeña, paseo a caballo, leo, duermo, como y poco más.
- Me alegro que te siente tan bien estar en la casa de tu abuela, creo que te hacía falta una temporada tranquila para reponer fuerzas. Oye, escúchame una cosa…
- Dime
- Creo que en una semana o quizá menos estaré por ahí. Quiero que estés preparada por si tenemos que salir de viaje.
- ¿Salir de viaje? ¿Dónde? No me dijiste nada de ningún viaje.
- No lo se, Eva, todavía no lo se, no puedo decirte más, sólo que estés preparada. Si puedo te llamaré antes pero no te lo aseguro. No vayas a la ciudad, no quiero llegar ahí y no encontrarte.
- ¿Estoy secuestrada en la casa o algo así?
- No, por favor, no he querido decir eso, es que no quisiera tener que perder el tiempo buscándote por ahí, entiéndeme, por favor. No puedo decirte más por teléfono, sólo haz lo que te digo.
- ¿Y si ocurre algo imprevisto? ¿Si me pongo enferma? ¿Si le pasa algo a Antón? No puedo estar aquí día y noche sin salir esperando a que tú llegues.
- En ese caso, puedes llamarme a este teléfono, aunque espero que no sea necesario.
- Está bien, de acuerdo, haré lo que dices. No pensaba salir a ningún lado de todas formas.
- Entonces ¿por qué discutes?... Eva, Eva… no cambiarás nunca.
- Seguramente porque no me gusta obedecer órdenes, lo entiendes ¿verdad?
- Sí, lo entiendo. Eva, en realidad, sólo quería escuchar tu voz y saber que estás bien, sólo eso.
- ¿Hay algún problema Ernesto? ¿Algo que deberías contarme?
- No, te lo contaré cuando nos veamos, no quiero que te preocupes. Ahora tengo que dejarte, el trabajo me espera. Cuídate. Y no olvides lo que te he dicho.
- Cuídate tú también.

Cuelgo el teléfono y me dirijo al comedor. Antón está esperándome. Me mira con ojos preocupados pero no pregunta, espera pacientemente a que yo me sienta preparada para hablar. Cuando entra Carmina para servir la mesa le digo que no hace falta, ya lo hago yo. Durante un rato comemos en silencio. Me cuesta tragar cada bocado mientras mi cabeza no deja de darle vueltas a todo lo sucedido esta mañana. Entonces empiezo a contárselo a Antón, hablo y hablo quedándome casi sin aliento. Él me escucha atentamente asintiendo de vez en cuando. Le cuento también la conversación con Ernesto. Le digo que es lo que yo me temía, está pensando en huir del país y piensa llevarme consigo. Le miro con ojos suplicantes:

- ¿Qué voy a hacer, Antón? ¿qué voy a hacer?
- Tranquilízate, debes serenarte para pensar de forma coherente. Si no quieres ir con él no dejaremos que te lleve a la fuerza.
- ¿No dejaréis? ¿Quiénes? ¿Mario y tú? ¿Carmina? No sabes lo que dices, no, no lo sabes. Ernesto no vendrá solo, no, vendrá rodeado de sus matones de tres al cuarto que no dudarán en pegaros un tiro, Antón. Y a ti más que a nadie. Él sabe lo que significas para mí, sabe que haré lo que me pida antes que consentir que te haga daño. No le conoces, Díos mío, no le conoces.
- Eva… cállate y escúchame. Pareces una cría ¿no has aprendido nada en todos estos años? Pensaba que por fin sabías dominar esos arrebatos cuando hace falta, pero parece que volver a casa te ha hecho olvidar la vida que has tenido que llevar todo este tiempo. Ten confianza en ti misma y en nosotros, no me decepciones.
- Lo siento, tienes razón, pero es que me horroriza la idea de tener que marcharme con él, me asusta tanto que no me deja pensar con claridad.
- Ven aquí, siéntate a mi lado, y deja de dar vueltas arriba y abajo como una leona en el zoológico. Lo primero que hay que hacer es hablar con Ignacio, él puede aclararte algunas cosas sobre el tiempo que pasaste ingresada. Luego, pensaremos en como sacarte de aquí, o donde esconderte para que Ernesto no te encuentre cuando venga a buscarte. Estoy seguro de que Ignacio podrá ayudarnos también en eso, están bien organizados y son de fiar. También cabe la posibilidad de que si las cosas pintan tan mal para el gobierno como parece, Ernesto no pueda escapar ¿has pensado en eso?
- Eso sería un milagro.
- Los milagros no existen, rapacina, somos nosotros quienes hacemos que sucedan. Puede ocurrir que Ernesto llegue hasta aquí y se encuentre con una bonita sorpresa.
- ¿Me estás diciendo que le traicione? ¿Qué le deje en manos de la justicia?
- ¿Lo harías?
- Sí.
- Son sólo hipótesis que debemos tener en cuenta. Ahora será mejor que descanses un rato ¿por qué no te acuestas unas horas? Cuando te levantes seguimos hablando si te apetece.
- Está bien, y tú ¿te vas a acostar?
- Quiero hacer unas llamadas a ver si averiguo alguna cosa.
- Cuando termines ¿querrás acostarte a mi lado?
- Me cuesta un poco subir las escaleras… ¿recuerdas? – y me dirige una irónica sonrisa.
- Pensaba echarme en tu cama, listo – le saco la lengua como cuando era una niña.

Antes de encaminarme hacia la puerta, me inclino hacia él y le beso en la boca.

Me despierto al sentir movimiento al otro lado de la cama. No me doy la vuelta, no quiero que Antón se sienta cohibido si le miro mientras se traslada desde su silla de ruedas. No se cuanto tiempo he dormido, ahora sólo espero sentir a mi lado el tibio calor que desprende su cuerpo. Me abraza por detrás cogiéndome por la cintura mientras yo me arrimo a él hasta pegarme contra su pecho. Es la primera vez que me acuesto con él. Quise hacerlo el último verano que pasé aquí, pero él no me dejó. Aún recuerdo como me cogió en brazos, me sacó de su cama y me puso de patitas en la puerta. Estuve unos días enfurruñada, sin apenas hablarle, y si lo hacía era para ordenarle alguna cosa como una señorita déspota y consentida, siempre a escondidas de la abuela que me hubiese echado una buena regañina por portarme de esa forma. Antón obedecía y callaba ante mi caprichosa actitud, hasta el día en que entré en el establo y le ordené que cepillase a Zeus, el caballo de mi padre, pretendiendo montarlo. Muy serio y tranquilo me respondió que no era labor suya el cepillar caballos y que no pensase ni por un momento que iba a dejarme montar a Zeus. Enfadada y herida en mi orgullo le contesté que él no era quien para decir qué caballo debía o no montar, y fui, echa una furia a colocarle a Zeus la montura. Antón me cogió por un brazo y yo le golpeé con la fusta que llevaba en la mano. Entonces vi la furia reflejada en sus ojos.

(Continuará)

sábado, 23 de agosto de 2008

Vengo a matarte (AUTORA: TANIA ALEGRIA)


Vengo a matarte.
Tardé en decidirme los dos siglos
que pasé recitando un soliloquio
ante el espejo.
Tengo sienes de cal de tanto odiarte.
Se me escurrió la piel sin credo que la asiese.
Descarnada por dentro, abyecta, despojada,
la lengua en hiel diluida, disuelta en improperios,
con la boca plagada de blasfemias,
vengo a matarte
aferrando con mano de homicida
este puñal de versos.

viernes, 22 de agosto de 2008

El último refugio (XV)


(Imagen: Datames)
- ¿Te quedarás mucho tiempo en la casa? – pregunta después de un corto silencio.
- Quisiera quedarme toda la vida, sin más ocupación que pasear a caballo, bañarme en el río, pasar las tardes de invierno sentada en la mecedora, junto al fuego, leyendo un libro o conversando en voz queda con Antón… o contigo.
- Si eso es lo que quieres, no veo por qué no puedes hacerlo.
- No conoces a Ernesto, no me dejará que me aleje de su lado tan fácilmente. Estoy aquí, aislada del mundo, sin querer enterarme de lo que ocurre porque de una u otra forma él vendrá a buscarme. Si las cosas se calman y consiguen acallar las protestas, de la forma que sea, mi marido no me dejará quedarme aquí. Y si por el contrario la situación se complicase de tal forma que tuviesen que salir por piernas, no se iría sin mí. Se que vendrá a buscarme y no habrá un lugar en que pueda esconderme.
- Las cosas no se calmarán, estoy seguro, las últimas noticias son esperanzadoras, no para ellos, claro, pero ¿crees que el presidente y sus allegados saldrían del país si no logran controlar la sublevación?
- No lo dudes. No son más que ratas que saldrán corriendo, pisoteándose unos a otros para salvar el culo. Han maltratado, vejado, torturado y asesinado a cientos de personas, Mario. Se han apropiado de los bienes de aquellos que han osado enfrentarse a ellos. No les ha importado jugar con la vida de cualquier con tal de cerrar una buena operación con suculentas ganancias. Si la oposición y los ciudadanos consiguen acabar con este gobierno, tienen la obligación de juzgarlos por sus crímenes y ellos no se van a quedar a verlas venir. Tienen medios suficientes, cogerán un avión y se largarán a cualquier país en el que tengan una buena cuenta corriente. Y… ¿cómo sabes lo que está ocurriendo en el país? Aquí estamos prácticamente aislados, perdidos en este hermoso rincón en mitad de la montaña.
- ¿Has oído hablar de internet? – lo dice riéndose mientras desaparece por la puerta de lo que supongo es su habitación
- Idiota.
- ¿Has dicho algo? No te he oído.
- ¡¡Idiota!!
- Vale, vale, no hace falta que grites, ahora sí te entendí – y sale con el portátil bajo el brazo.
- No se por qué no se me ocurrió que podías tener un ordenador, debe ser que volver aquí ha sido para mí el regreso al pasado. Ni siquiera pensé en traer el mío, sólo deseaba volver a casa de la abuela, revivir aquellos años en que amanecía feliz cada mañana.
- Ven, acércate, vamos a ver lo que se cuenta por la red, ya sabes que es mucho más fiable que los periódicos o la televisión que aún están controlados por el gobierno.

Durante un rato, leemos en silencio, con los ojos pegados a la pantalla, las trifulcas, luchas callejeras, huelgas y manifestaciones que se suceden por todo el país, multiplicándose cada día. No funciona el transporte público, los colegios; la comida empieza a escasear en los supermercados, la gente intenta aprovisionar sus despensas, hay saqueos, robos, tiroteos en plena calle. Media Europa ha empezado a alzar su voz, por primera vez en mucho tiempo, en contra del actual gobierno que está recibiendo presiones por todas partes. El presidente hace días que no aparece en ningún acto público, ni hace declaraciones para los medios de comunicación. Su única respuesta es sacar a la calle más contingentes de policía con órdenes concretas de reprimir lo que acabará explotando de una u otra forma. Las fuerzas de represión están empezando a cansarse de luchar y golpear a las gentes con las que conviven cada día. Algunos les insultan, les hacen frente con piedras, porras, bates o cualquier cosa que pueda servirles de arma, otros corean a voz en grito: ¡Traidores! ¡Corruptos! ¡Peleles!. Y otros, sentados en la acera les preguntan ¿qué hacéis aquí? ¿por qué lucháis vosotros?...

- Esta situación no durará mucho tiempo – me dice.
- Y yo tengo que escapar. Debo marcharme antes de que Ernesto venga a buscarme. No puedo irme con él, no puedo, antes le pego un tiro o me lo pego yo.
- No digas eso, seguro que podemos buscar una solución.
- No vendrá solo, seguro, no va a ninguna parte sin sus guardaespaldas, me llevará a la fuerza. Le conozco y no escuchará mis súplicas. Para él es algo muy simple: es mi dueño, me salvó la vida y le pertenezco.
- Voy a escribirle un correo a Ignacio, mi amigo médico, a ver si puede venir a verme. Él estará bien enterado de todo, forma parte de un grupo con firmes contactos en el extranjero que lucha desde hace tiempo contra este gobierno. Quizá pueda ayudarte.
- ¿Me contará todo lo que sabe de mi estancia en la clínica?
- Eso es algo que debes preguntarle tú.

Permanezco a su lado mientras sus dedos vuelan sobre el teclado. En el correo le habla de un problema que le ha surgido con un osezno y que le gustaría comentar con él. No entiendo nada. Luego escribe sobre trivialidades del tiempo y de su trabajo en el monte. Mi expresión debe ser de perplejidad, porque se vuelve hacia mí con esa sonrisa burlona que seguro es cosa de familia.

- ¿No querrás que le cuente en un correo lo que pasa en realidad?
- ¿Temes que alguien pueda leerlo?
- Ignacio no es tonto, y guarda unas buenas medidas de seguridad, pero no está de más ser precavido, así que tenemos una especie de código para saber cuando el asunto es grave. No te preocupes, nosotros nos entendemos.
- Gracias, Mario… tengo que irme ¡es tardísimo! Tu hermano me va a matar, me recalcó que no me retrasase para la comida… ¿quieres acompañarnos?
- No, podría volver tu marido en cualquier momento y prefiero que por ahora siga sin saber nada de mí.
- Tienes razón. Gracias otra vez.

Me acompaña hasta la yegua que pasta tranquilamente cerca de la casa. Antes de montar, me pongo de puntillas y rozo suavemente mis labios con los suyos que tiemblan ligeramente.

- Hasta mañana, entonces.
- Hasta mañana.

Cuando llego a la casa, Antón está esperándome en la puerta. Un gesto de alivio se le dibuja en el rostro al verme aparecer por el camino. Me apeo de un salto, me arrodillo ante él y me acurruco entre sus brazos.

- Abrázame, Antón, abrázame muy fuerte.
- Me tenías muy preocupado, rapacina, pensando que te podía haber pasado cualquier cosa ¿cómo tardaste tanto? ¿qué te pasa?... estás temblando.
- Lo siento, Antón, se me hizo tarde. Déjame que le quite la silla a la yegua y la deje en el establo y vamos a comer. Estuve con Mario, ahora te lo cuento todo.
- Está bien, está bien, voy a decirle a Carmina que prepare la mesa. No tardes.

Estoy en la habitación quitándome las botas de montar cuando el repiqueteo del teléfono me hace dar un brinco. Oigo a Carmina que responde y luego golpes de nudillos en mi puerta.

- Señora, el teléfono, es el señor.
- Dile que voy enseguida, es sólo un momento.

Me dirijo al comedor para atender la llamada, me tiemblan las piernas. Respira hondo, Eva, me digo, respira hondo y disponte a actuar como tú sabes. Miente, muéstrate tranquila, dulce y amable, como la amante esposa que eres. Respira hondo.
(Continuará)

miércoles, 13 de agosto de 2008

El último refugio (XIV)



Él sigue mirándome esperando una respuesta.

- Antón fue el primer hombre de mi vida aún cuando yo había tenido algún que otro flirteo antes de aquel verano en que le descubrí, pequeños amoríos de adolescentes. A su lado crecí como mujer y como persona, porque no sólo era el deseo físico lo que me hacía buscar su compañía, también su forma de hablarme, de escucharme… me trataba como a una mujer adulta. A él le confesaba lo que nunca había contado a nadie, ni a mis mejores amigas. Mi abuela y tu hermano han sido referentes en mi vida, las dos personas a las que más añoré en los malos tiempos.
- Y ¿tus padres?
- No, no vayas a pensar que soy la típica hija única “abandonada” por unos padres que sólo dedican su tiempo a las relaciones sociales o a sus negocios. Ellos me quieren, me brindaron una infancia muy feliz y me procuraron una educación basada en la libertad del individuo, la tolerancia, la ausencia de juicios gratuitos hacia el comportamiento o la forma de vida de los demás. Cuando “cai en desgracia” hicieron todo lo humanamente posible para sacarme de aquel lugar horrible, pero se tropezaron una y otra vez, con hostilidades, con un muro infranqueable que era imposible derribar. Quizá tú no sepas nada de todo esto, pero se que utilizaron toda su influencia y su fortuna, y a pesar de sus esfuerzos parecía que todos sus amigos y conocidos se habían puesto de acuerdo para dar al traste con cualquier propuesta que tuviese como finalidad mi liberación.
- Se bastante de tu paso por la mal llamada clínica de rehabilitación.
- ¿Lo sabes? ¿Cómo? Ni siquiera Antón conocía los detalles de esa parte de mi vida… la abuela… no, estoy segura que a ella también se lo ocultaron. Habría muerto de dolor…
- O habría cogido su escopeta liándose a tiros con todo el que se pusiera en su camino.
- ¡Jajajajajaja! Tienes razón la abuela era de armas tomar. Pero ¿dime qué sabes tú de todo esto?
- Entonces yo estaba en la Facultad, intentando terminar la carrera. Procuré pasar desapercibido, no meterme en líos, esa era mi única oportunidad de conseguir finalizar mis estudios sin problemas. Además se lo había prometido a tu abuela, aunque para ella no supusiera un gran esfuerzo económico, se lo debía, había confiado en mí ciegamente sin siquiera conocerme. Uno de los pocos amigos que hice en aquel tiempo estudiaba medicina y consiguió hacer sus prácticas en una de esas clínicas, exactamente en la que tú estuviste encerrada.
Su finalidad era ser testigo en primera persona de lo que allí ocurría para después, clandestinamente, denunciar las barbaridades que se perpetraban. Sabía que yo era hermanastro de Antón, y te conocía ¿quién no conocía a la señorita Eva?, así que me habló de ti, de cómo luchabas contra todos con uñas y dientes, de las batallas que protagonizabas contra los que intentaban doblegarte. Dime una cosa ¿nunca te preguntaste por qué los esfuerzos de tus padres se estrellaban siempre contra ese muro infranqueable? ¿por qué otros jóvenes salieron de allí gracias a la fortuna o las influencias de sus progenitores y tu no?

Un escalofrío me recorre el cuerpo al escuchar por boca de otro las mismas preguntas que me habían obsesionado durante mucho tiempo y que al fin había logrado acallar.

- Lo siento, perdóname, no soy quien para decirte todo esto. Lo importante es que gracias a tu marido lograste salir con vida de aquella locura.
- Sigue, por favor, quiero que me cuentes todo lo que sepas, todo lo que tu amigo te confío.
- Realmente en ese tema él no fue demasiado explícito, pero me dio a entender que alguien muy cercano al recién estrenado presidente abortó cualquier intento a favor de tu liberación, que sólo se haría realidad en el momento en que él lo ordenase.
- Ernesto… él… apareció de pronto después de varios años sin contacto alguno. ¿Fue él? ¿Hizo que sufriera toda aquella barbarie, vejaciones y humillación sólo para aparecer ante mí como el salvador?... ¡hijo de puta! Esperó pacientemente hasta que supo que estaba hundida física y moralmente, hasta que estuvo seguro de mi rendición… ¡cabrón! ¡le mataré! ¡juro que le mataré!

Sin darme cuenta he empezado a gritar y a llorar a un tiempo. Me siento engañada y llena de rabia. Lo había pensado tantas veces, tantas, pero inconscientemente me convencí a mí misma de que aquello no podía ser cierto, posiblemente por mi propia supervivencia.

- Eva, tranquilízate, no puedo saber si fue él realmente, mi amigo nunca pronunció su nombre.
- ¿Dónde está ahora tu amigo?
- En la ciudad. Todos los años vamos juntos a África, somos miembros de la misma organización. Es un médico afamado que seis meses al año deja su cómoda posición económica y laboral y se va a aquel país a seguir haciendo lo que más disfruta en la vida: el ejercicio de su profesión.
- ¿Podré hablar con él?... por favor, necesito que me cuente todo lo que sabe.
- Está bien, lo intentaré, te lo prometo. Eva… no respondiste a mi primera pregunta.

De repente, vuelve a hacerme sonreír con su semblante malicioso.

- ¿Me la repites, por favor? Ya no la recuerdo.
- Eres una mentirosa, pero está bien, no te vas a librar tan fácil de responder ¿qué sientes por Antón? ¿estás enamorada?
- No lo se, pero es lo más parecido al amor que sentí nunca. Y tampoco se por qué me encuentro aquí, contándote todo esto si apenas te conozco.
- Bueno, tú empezaste con las preguntas comprometidas así que ahora no te quejes.
- Hablando de preguntas comprometidas ¿no estarías hace unos días rondando donde el castaño?
- No suelo bajar a la casa – responde casi sin mirarme.
- Vamos, no mientas, estoy segura de que nos viste a Antón y a mí, no pensaba que te gustaba mirar – lo digo en plan de broma, sonriendo.
- ¡Serás mal pensada! Está bien, era yo, pero te juro que no tenía intención de espiaros. Tenía que bajar al pueblo y siempre que lo hago paso por la casa por si Antón necesita alguna cosa, sobre todo que le gestione algún papeleo. Al pasar cerca creí escuchar algo y me acerqué a ver quien andaba por allí.
- ¿Nos oíste hablar?
- No, yo diría que lo oí fueron tus gemidos, pero no te preocupes, me marché enseguida… haciendo un gran esfuerzo, claro, porque la visión de tu cuerpo tumbado sobre la piedra invitaba más bien… ¿a la contemplación?
- ¡Ja! ¿seguro que te marchaste?

Levanta los hombros en un gesto de “¿quién lo sabe?”. Para no reírme, pongo gesto de ofendida y tomo el último sorbo de café que queda en mi taza.
(Continuará)

sábado, 9 de agosto de 2008

Opciones


Hace apenas dos años que cambié de trabajo. Esperaba ascender en el escalafón del organigrama de la nueva empresa, una sociedad con vocación de multinacional que poco a poco va haciéndose más importante en su sector.

Más o menos sigo desempeñando una labor parecida a la anterior, pero mi sueldo ha engordado un poco y mi nuevo jefe es un tío cañón, que siempre alegra la vista y hace que la jornada laboral sea más llevadera.

El tipo es un bombón al que le andan detrás la mitad de la plantilla femenina, y creo que me quedo corta. Pero él parece hacer caso omiso del acoso y la provocación a que se ve sometido diariamente y mantiene siempre una distancia prudencial con sus empleadas, al tiempo que se muestra frío, hierático y majestuoso. Lo que no hace más que avivar pasiones incontroladas.

Yo me mantengo al margen de todo eso, sobre todo porque me parece que es un hueso duro de roer y porque estoy escamada y bastante harta del genero masculino en general y de algunos hombres en particular.

Ayer por la tarde terminé un poco antes mi jornada laboral a causa de algunas gestiones personales que debía solucionar. Al llegar a casa, casi entrada la noche, fui a comprobar si tenía algún correo de la oficina, pues esperaba unos datos que debía haber recibido esa mañana.

No había ni rastro del mail esperado, pero sin embargo en mi bandeja de entrada aparecía uno de mi jefe. Pensé que seguramente sería una de esas comunicaciones interiores que últimamente mandan por correo electrónico. En el asunto figuraba la palabra “Importante”.

Lo abrí y cual no sería mi sorpresa al leer su contenido:

Te quiero

¿Qué? Mi “¿qué?” fue tan exagerado y en un tono tan elevado que hasta mi vieja tortuga que estaba dormitando en su rincón preferido, sacó la cabeza del caparazón y abrió los ojos desmesuradamente (todo lo desmesuradamente que puede abrir los ojos una tortuga). Cuando conseguí salir de la estupefacción que me habían producido aquellas dos palabras, fui a comprobar si de verdad el remitente era mi jefe. Sí, así era, Eduardo Peralta i Castellnono, nombre completo y dos apellidos. Y era el tipo de letra que él solía utilizar.

¿Esperaba que le respondiese? Sí, claro, de otro modo no me lo hubiese enviado ¿no? ¿y qué le digo? Empecé a pasear por la habitación, arriba y abajo, abajo y arriba, hasta que en un arrebato me senté frente al ordenador y escribí:

Opción A: Te has equivocado de destinataria.
Opción B: Esto es un virus malicioso que destruirá mi disco duro (como el “I love you” pero en cristiano)
Opción C: Te has puesto ciego de whisky.
Opción D: Condimentaste el pescado de la cena con maría creyendo que era perejil.
Opción E: Pretendías hacer un chiste para hacerme reír… lo has conseguido.
Opción F: Eres de la estirpe de los románticos y piensas que esas dos palabras son la llave maestra para conseguir un buen polvo. Y a lo mejor tienes razón y acepto, aunque con pedirme una cita hubiese bastado.

Sin pensarlo dos veces, hice clik en el botón de enviar.

Esperé nerviosa, fumando un cigarro tras otro, sin apartar mis ojos de la pantalla. Mi vejiga pedía alivio a gritos, y tenía la garganta reseca como papel de lija, pero no me atrevía a moverme de allí. Por fin, apareció el cartelito avisándome de la llegada de un nuevo correo que decía:

Opción G: Un fallo en el sistema envió el correo sin terminar, cuyo texto era el siguiente:
“Te quiero aquí mañana a las 8 en punto, con el expediente que te encargué ayer, terminado, para poder llevar a cabo la reunión que quedó pendiente el pasado lunes. No admito excusas. Mañana sin falta.”
Pd: Terminada la reunión hablaremos despacio sobre tu opción F que a primera vista no me desagrada.

¡Trágame tierra! Exclamé, y mi vieja tortuga volvió a mirarme con ojos desorbitados. Eso me pasa por bocazas, que soy una bocazas. Y menos mal que el dichoso expediente está terminado que ante todo soy una profesional competente. Y ahora ¿cómo me presento mañana delante de este hombre?...

Sexy, con la ropa más sexy que tenga en el armario.

-------------------------------------------------------------------------------------------
Buen fin de semana.
El próximo lunes otro nuevo capítulo de "El último refugio".




viernes, 8 de agosto de 2008

El último refugio (XIII)


Vuelvo a tomar el sendero de ayer, aunque hoy tendré cuidado de que no vuelva a ocurrir lo mismo. Quiero acercarme hasta la casa de Mario, me pica la curiosidad y ayer, después del susto no me fijé demasiado. Todo sea que hoy me pierda. La yegua lleva un trote tranquilo y yo estoy disfrutando de esa amalgama de olores que al entrar por las fosas nasales se va descomponiendo en cada uno de los aromas que lo forman. Un poco más adelante creo que había un pequeño arroyo de agua fresca y me pareció ver que estaba rodeado de matas de arándanos… hummmm, se me hace la boca agua sólo pensar en ellos, hace tanto tiempo que no los pruebo. Antón me enseñó a ir ensartándolos en una fina vara, como se hace con una brocheta, y luego, abría la boca y los soltaba todos dentro… delicioso. El único contratiempo es que acababa con la boca, las manos y la ropa de color morado.

Ahí están. No puedo resistir la tentación. Me apeo de la yegua y me acerco hasta una poza llena de agua transparente que se ha ido formando entre dos grandes piedras. Ahueco las manos y las lleno de agua acercándolas a la boca para beber. Está fría. Repito la operación otra vez hasta que sacio la sed. Después, mirando bien donde pongo los pies porque la tierra está blanda y mojada, voy hasta las matas llenas a rebosar de deliciosa fruta. ¡Vaya! Debería haber cogido algo para poder guardar unos cuantos y llevárselos a Antón, seguro que también él hace mucho tiempo que no los prueba. De momento me hago con unas cuentas varas muy finas y empiezo a pincharlos en ellas… uno a la vara y otro a la boca, uno a la vara y otro a la boca.

- Parece que te estás dando un buen festín – oigo su voz a mis espaldas.
- En tu familia ¿no os enseñaron a carraspear o algo así? apareces siempre cuando menos lo esperas, por detrás y tan silencioso como un gato… igual que tu hermano.
- Bueno, estoy acostumbrado a moverme sigilosamente si no quiero que se espanten los animales. Bien, el viejo ya te contó la historia de su hermanastro, o sea, yo.
- ¿Viejo? No creo que esa sea la palabra que mejor le define ¿no crees?
- Era una forma de hablar, espero no haber importunado a la señora, desde luego no era mi intención.
- No me gusta esa palabra, aún cuando sea dicha con cariño. Y ahora… ¿se puede saber de qué te ríes?
- De lo bien que te sienta el color morado en los labios… y en el bigote, y en la barbilla… jajajajaja, parece que estés en plena cuaresma.
- Pero qué simpático eres, oye.

No me hace ninguna gracia que se ande riendo de mí, pero su risa acaba contagiándome. Intento limpiarme la cara con agua, pero creo que lo único que consigo es aclarar apenas el color que tiñe mi boca y su contorno.

- No insistas, anda, no lo vas a quitar ¿por qué no vienes a casa y allí te lavas un poco? ¿quieres llevarte unos cuantos arándanos?
- Sí, pensaba bajarle un puñadito a Antón.
- Vale, te ayudo a coger unos pocos más, pero para ya de comer o no acabaremos nunca.
- También te gusta mandar… como a tu hermano.

Permanecemos un rato en silencio mientras vamos llenando varitas. Se ha separado de mí en busca de matas más cargadas, y yo aprovecho para mirarle de reojo. Se parece mucho a Antón, de espaldas podrían confundirse fácilmente. Y también su mirada es la misma. Me hace una señal levantando las varas en alto al tiempo que pregunta si son suficientes. Sí, le contesto levantándome.

- ¿Has venido andando? – le pregunto.
- Sí, claro, mi casa está aquí al lado.
- ¿Tan cerca? Me dio la impresión que estaba un poco más alejada. Seguramente sería que estaba algo confusa por culpa del golpe.
- Hablando del golpe ¿estás bien?
- Sí, tengo un pequeño chichón en la cabeza, y espero que mi cerebro no haya sufrido demasiado, el pobre ya no está para mucho trote.
- Por una vez creo que estamos de acuerdo.
- ¡Serás fantasma!...

Coge las riendas de la yegua y echa andar y yo voy siguiendo sus pasos. Caminamos en silencio hasta llegar a la casa. Una vez dentro me acompaña hasta el cuarto de baño para que pueda lavarme un poco. Cuando salgo está en la cocina preparando café.

- ¿Te apetece un café o prefieres alguna otra cosa?
- Un café está bien – le contesto. Mario… ¿por qué viniste aquí?

Se queda inmóvil con la cafetera a medio camino entre la mesa de donde acaba de alzarla y la taza que iba a llenar. Le veo respirar profundo y como vierte el líquido humeante. Luego las coge y se sienta frente a mí, mirándome fijamente a los ojos. Me resulta difícil sostener su mirada.

- En realidad no lo se. Supongo que no tenía otro sitio donde ir. Nuestro padre hablaba mucho de él, de Antón, le quería, le quería muchísimo, pero al mirarle no podía evitar acordarse de su primera mujer. También a mí me quería, a su manera. Mi madre fue la única que en algunos momentos le hacía olvidar su tragedia y aquel loco amor que no le dejaba vivir. No duró demasiado y un día desapareció. A mi madre le dejó algún dinero que pronto se agotó y a mi, apenas unos recuerdos. Cuando ella murió me quedé sólo. Anduve unos meses desorientado sin saber qué hacer. Era muy joven, casi un crío. Un día me levanté por la mañana y me dije que no perdía nada por intentar encontrarle. Di con él y aquí estoy desde entonces.
- Y ¿qué sientes por él?
- Vaya, no te andas por las ramas. Y yo no se muy bien qué responderte. Al principio quizá algo de rencor o envidia, pero al mismo tiempo había algo que me unía a ese hombre, algo intangible. Luego empecé a admirarle y respetarle. No tenemos mucha relación, yo no bajo a la casa grande y él, desgraciadamente, no puede subir aquí, pero ambos sabemos que estamos cerca uno del otro. Es suficiente.
- No se puede negar que sois hermanos.
- Y tú ¿qué sientes por Antón?

Ha lanzado su pregunta al tiempo que una sonrisa maliciosa aflora a sus labios.

- No pongas esa cara, es mi turno ¿no estábamos jugando a preguntas y respuestas?

Le lanzo una avellana de las muchas que llenan una pequeña cesta sobre la mesa.

(Continuará)

miércoles, 6 de agosto de 2008

Yo, el pensador (AUTOR: ICONOCLASTA)



Rodin me debió espiar por una ventana hace mil años.

El escultor me vio brillante como el bronce por la mador de mi piel tras follarla furiosamente; mientras me mordía el puño para ahogar un grito.

¿Pensador yo? No, yo apoyaba mi cabeza en el puño; me senté desnudo después de haberla follado, intentando no llorar su ausencia.

El pensador era yo cuando ella recogía su ropa con prisa para volver a su casa con el otro, al que no amaba.

Yo no era un pensador porque no entendía nada, sólo se que la amaba, ciego...

El pensador... Rodin no sabía que yo no pensaba, yo sólo maldecía. Y me comía el puño con tristeza.

El otro brazo ocultaba mi pene aún húmedo con restos de esperma. Goteaba en mis tobillos.

Rodin no sabía nada de mi angustia.

Y concluyó que yo pensaba.

Era el dolor desgarrador de quedarme solo, de no tenerla. No había asomo alguno de raciocinio en ello.

No eran pensamientos, eran emociones sangrantes de mi efímera posesión, de mi pene aún caliente latiendo por ella.

Por su coño.

Me mordía el puño cuando ella cerraba la puerta y desaparecía; el grito se convertía en un mordisco que laceraba mis nudillos.

Rodin necesitaba gafas.

Yo no pensaba, mi amor...

Mi vida...

Rodin modeló todas esas emociones creyendo que era la fuerza de un pensamiento.

Y ahora estoy condenado durante toda la eternidad con todo ese deseo y anhelo de ella, encapsulado en una figura de bronce.

Rodin eternizó un dolor irracional sin saberlo.

Pobre hombre.

Pobre de mí.


Iconoclasta es un buen amigo y excelente escritor al que siempre admiré. Hace un buen puñado de años que me tropecé por casualidad con un pequeño grupo que él había creado y que manejaba con su habitual desparpajo. Desde entonces no dejé de leerle. No es un escritor cualquiera. De hecho, no es apto para todos los públicos, por la gran carga erótica, sexual y violenta que desprenden sus historias. He querido traer aquí esta pequeña, pequeñísima muestra de su extensa obra para presentar el libro que acaba de publicar:



(Pinchando en la foto tenéis el enlace al libro)

Os aseguro que no habéis leído a nadie que se le parezca. Es lo que tiene ser "un bicho raro".

¡Suerte! Pablo.

martes, 5 de agosto de 2008

El último refugio (XII)


- ¿Otra vez vas a salir a caballo?
- ¿Otra vez asustándome? ¿Es que no puedes silbar o algo para que te oiga llegar? me vas a matar un día de estos. Sí, ha salido el sol y la mañana es espléndida… volveré a la hora de comer o ¿quieres que me quede contigo?
- Anda, anda... ten mucho cuidado, que no siempre va a estar Mario para salvarte...
- O sí, tengo la impresión de que me andaba espiando.
- Tu has visto muchas películas, rapacina, aquel es un solitario que sólo tiene ojos para sus bichos, ni siquiera sabría que estabas aquí.
- Yo no estaría muy segura de eso, el día que llegué me pareció que alguien me observaba, y ayer cuando hablábamos bajo el castaño ¿te acuerdas?
- Ya te dije que sería alguna rabosa, no le des más vueltas

Antes de montar, me siento sobre sus piernas dándole la espalda.

- Abrázame, anda, abrázame muy fuerte.

Él me rodea con sus brazos y apoya la cabeza en mi espalda. Su aliento caliente traspasa la tela de mi camisa. Cojo sus manos y las coloco sobre mis pechos, apretándolas contra ellos.

- Eva, Eva… puede vernos alguien.
- Sólo estamos tu, yo y Carmina ¿se llama así?... que está por ahí a sus cosas ¿qué importa si nos ve?

He empezado a desabrochar los botones de mi camisa y saco los pechos por encima del sostén. Las manos de Antón los rodean y sus dedos expertos masajean mis pezones que se yerguen excitados. Introduzco mi mano por la cintura del pantalón al tiempo que abro un poco las piernas hasta alcanzar el sexo mojado. Me recuesto un poco y apoyo la cabeza en su hombro. Me gusta ver sus manos amasando mis pechos mientras me masturbo y sentir cómo su lengua se introduce en mi oreja lamiéndola como si se tratase de mi sexo. Bajo la cremallera de mis pantalones para que mis dedos me penetren más profundamente, mientras él pellizca y retuerce mis pezones y me hace sentir esa mezcla de dolor y placer que resulta imposible discernir la fina línea que los separa. Me corro entre gemidos. Permanecemos inmóviles.

- Todos estos años… ¿has tenido amantes? – me susurra al oído.
- ¿Amantes?... imposible. No podía exponerme. No podía fiarme de nadie. Me masturbaba en un pequeño rincón que encontré donde no llegaban las cámaras, las tenemos repartidas por toda la casa, pero hay un pequeño armario, diminuto, en mi habitación. Me escondía allí cuando me quedaba sola, y me masturbaba… pensaba en ti, y en silencio te llamaba cuando me corría, sólo quien pudiera leerme el pensamiento hubiera podido escucharme: “Antón, Antón, Antón…”

Me levanto para arrodillarme entre sus piernas y hago intención de desabrocharle el cinturón pero él no me deja, como entonces, en eso no ha cambiado.

- No hagas que me avergüence, por favor.
- Pero… ¿por qué?... no me importa que no puedas tener una erección…
- A mí sí me importa, renuncié al sexo hace tiempo ¿no te das cuenta cuánto disfruto acariciándote, mirando tu rostro cuando tu cuerpo se estremece de placer? Es más que suficiente, hace apenas unos días no podía ni soñar con volver a tenerte entre mis brazos, déjalo así, no le des más vueltas.
- Está bien, voy a tener que ducharme otra vez y salgo un rato a caballo… es pronto ¿no?
- Sí, pero no te retrases para la comida.
- Seré puntual, lo prometo.

Y le besó justo en la punta de la nariz.

(Continuará)

lunes, 4 de agosto de 2008

Ojalá los sueños se hiciesen realidad

En El País Semanal están publicando ultimamente relatos cortos que remiten los lectores. En el de hoy me encontré con uno que me llamó la atención especialmente porque hace realidad uno de mis más secretos deseos. Me he permitido traerlo aqui, no sin antes prometer que mañana mismo sigo con la historia que estaba contando. Es algo larga y necesita su tiempo.






Agravación crisis petrolera (Corresponsal en UTOPÍA)




Autor; César José Tamborini (León)

Producida la caída desde 250 dólares el barril hasta los 5 actuales, se derrumban poderosas petroleras, originando una grave crisis a causa del boicot impuesto por la población mundial: puestos de acuerdo por primera vez en la historia mediante SMS, decidieron prescindir del automóvil, cayendo la cotización en la primera semana un 50%, pues ante un boicot de esta magnitud no tienen capacidad de almacenaje para su producción, creando un caos que origina sucesos increibles: Dick Cheney se suicida ahogándose en un depósito de petróleo; en Argentina, Menem es aclamado por haber vendido YPF; un iraquí compra por un simbólico dólar el emirato kuwaiti; millones de bicicletas pululan por las calles.