Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

jueves, 2 de julio de 2009

Post-etapa: Santiago-Valencia (La vuelta a casa)


(Imagen: Subida a O Cebreiro)


Miércoles, 17 de Junio de 2009

Son las cinco y veinticinco de la madrugada cuando bajo con sigilo las escaleras de Hospedajes Santa Cruz. El taxista, puntual como yo, acaba de aparcar ante la puerta. Es un chico joven y vamos charlando de camino al aeropuerto, me pregunta mis impresiones, me habla de Santiago, de Galicia, se nota que le gusta su ciudad. Se me hace corto el viaje con la cháchara.

Me acerco al mostrador y le entrego mi reserva a la chica que lo atiende. Me da los billetes Santiago-Madrid y Madrid-Valencia. Facturo la mochila directa hasta Valencia para no tener que andar con ella cuando llegue a Madrid. Desayuno algo en la cafetería del aeropuerto y compro un libro de bolsillo para ir leyendo.

Me gusta volar y siempre pido asiento de ventanilla, esta vez no podía ser menos. A las siete de la mañana salgo rumbo a Madrid, con la cara pegada prácticamente al cristal de la ventana, observo como nos elevamos y todo va reduciéndose de tamaño. Es precioso el mosaico de colores que se ve allá abajo. Cuando sobrevolamos las nubes dejo mi observación y me pongo a leer un rato.

Son las ocho cuando mi avión aterriza en la T4, es enorme este aeropuerto. Tengo unas cuantas horas por delante pues el que me lleva a Valencia no sale hasta las dos y media, así que decido coger el metro y dar un paseo por la ciudad. Del aeropuerto sólo sale la línea que va a Nuevos Ministerios, pues allá voy. No se qué tiene Madrid, pero me gusta. Paseo un rato por la Castellana, miro escaparates, observo sus grandes torres, visito los jardines de Nuevos Ministerios, y me encuentro con la señora ministra Carme Chacón que rodeada de los miembros de seguridad y con dos coches oficiales, para ante la puerta de El Corte Inglés y entra a comprar algo ¿un bikini quizá para lucir este verano? Cuando vuelve a salir lleva un paquete pequeño, lo que yo decía: un bikini, y me fijo que anda subida a unos taconazos increíbles, si tropieza y se cae se arma la marimorena. Y digo yo ¿no estamos en horario laboral? ¿qué hace aquí comprando y además con todo su sequito?...

Me siento en un terraza a comer algo y cuando se hace la hora cojo de nuevo el metro rumbo al aeropuerto.

Suena aburrido, lo se. Puedo contar que al salir del avión (ahora ya no se baja, con lo bien que quedaban las escalerillas), me espera un viejo amigo que me lleva a recorrer las calles de su mano mientras recordamos otros tiempos. O mejor aún, planeo una cita con un antiguo amante y en un parque escondido nos miramos a los ojos dulcemente, evocando otros encuentros jalonados de besos y caricias. O ¿por qué no? Me ligo al comandante de vuelo y escapamos juntos hacia un hotel cualquiera para dar rienda suelta a nuestros más bajos instintos y aprovechar al máximo las horas. Pero seamos realistas, eso sólo pasa en el cine o en la literatura. O no ( y no es una pregunta).

Vuelvo a la realidad y me peleo con el “aduanero” o como quiera que se llame el tío del escáner. Se me olvidó que no se pueden llevar líquidos en el equipaje de manos y pensando en que no se rompieran en la mochila, llevo en el bolso los regalos para mi familia, entre ellos una botella pequeña, muy pequeña, de orujo para mi marido. Nada, no puedo convencerle, y veo impotente, como la tiran en un contenedor. No me engañan, alguno se la beberá a mi salud, ojalá le siente como un tiro de escopeta…

El viaje a Valencia se hace corto, me lo paso leyendo el libro que compré y que resulta ser interesante. Cuando aterrizo me toca esperar un rato por la mochila. Me llama al teléfono mi hija, han venido los tres a recibirme y están impacientes. Cuando salgo y me planto a su lado, mi marido y mi hijo no me reconocen, sólo se levantan de la silla cuando ven que mi hija viene a abrazarme, me parto de risa. El enano me mira extrañado: “mamá, pareces una guiri”… otro que tal, debe ser mi sino.

No paran de preguntar, quieren que les cuente, y nos pasamos charlando todo el trayecto que me lleva a casa. Ellos fueron lo que más eché de menos estos días, ellos y mi perra Chica que es un miembro importante de esta familia.

Buen camino.

5 comentarios:

Javi dijo...

Yo tenía planeado salir mañana para León, y hacer el Camino desde allí, pero después de leerte he perdido la ilusión. Es como si ya lo hubiese hecho.

No, es broma. Sí es verdad que mañana salgo para allá, pero voy todavía más ilusionado que antes. He visitado varias páginas para preparar el tema, pero ninguna era como ésta. Debo dar las gracias a una amiga común, Teresa, que me recomendó visitar tu blog.

Seguramente volveré con más tiempo.

Gracias por compartir esta maravillosa experiencia con nosotros.

Anónimo dijo...

Javi, buen camino, yo también tenía pensado hacerlo este mes de Agosto, pero después de leerte, Dune, y aprovecho para agradecerte que compartieras tu experiencia con nosotros... no, no creo que haga ya el camino.
K

Des dijo...

Buen camino, Javi. Mi único consejo es que lo disfrutes, que te dejes llevar por lo que te encuentres, que vayas con el ánimo dispuesto a abrazar lo hermoso que hay en él y te olvides de lo "menos bueno", que también ahí, sobre todo en este mes y el que viene que suele estar algo más masificado.
Un abrazo, Javi, y gracias por venir.

K, ¿por qué después de leerme? muy mal, no deberías dejar de hacerlo, aunque si haces caso de mi consejo, mejor que en el mes de Agosto yo escogería Septiembre, incluso Octubre, cuando ya se marchó toda la horda de turistas que sólo buscan unas vacaciones baratas.
Bueno, ahora en serio, pienso que el Camino tiene que hacerse cuando lo pide el cuerpo y el alma, y eso sólo lo sabes tú.
Un abrazo querido K.

Anónimo dijo...

Sólo era una broma, Dune, ayer estaba con el simpático subido.
Hacer el Camino de Santiago... sí, debe de ser toda una experiencia. Me dio cierta envídia cuando te leí que ibas a hacerlo, envídia que enseguida se convirtió en admiración, admiración por tí. Abandonar por unos días todas las comodidades de tu casa, el calor de tus familiares... calzarte unas botas, una mochila, y emprender la marcha, sin nada, sólo con lo puesto, andando, bueno, en cierta forma, era un viaje hacia lo desconocido. Sí, te admiro.
¡Ah! Y vi las fotos, me gustan mucho esos paisajes tuyos, tus miradas, todo un placer para los sentidos.
K.

Des dijo...

Bueno K me encanta que estés de buen humor, ya me parecía a mí.
Aquí, en confianza, te cuento un secreto: tenía ciertas ganas de alejarme unos días de lo conocido, necesitaba romper cadenas en cierto modo, descargar la espalda de responsabilidades y cargarla solamente con mi mochila, caminar y pensar, pensar y caminar... me entiendes ¿verdad?
Me alegra que te gusten mis fotos, aunque quizá las mejores imágenes se quedaron grabadas sólo en mis ojos, un instante, sin tiempo suficiente para efectuar el disparo.