Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

lunes, 6 de julio de 2009

De nuevo, la vida (Uno)


Ésta es una historia que comencé a escribir allá por el año 2006 (cómo pasa el tiempo) y que por alguna razón dejé sin concluir. Rescatada de mi disco duro, me propongo retomarla y llegar hasta la palabra: "Fin". Aunque es un poco larga y está escrita como una especie de diario personal de la protagonista, espero que no os aburra. Estaré encantada si decidís acompañarme.



Viernes, 03 de marzo de 2006

Hoy es el primer día de mi nueva vida. En realidad podría decir que no fue hoy el principio, pero hasta esta mañana estaba sedada, así que para mí no cuentan esas horas. Desde el momento en que entré en el quirófano hasta que por fin abrí los ojos no estaba viviendo, era un ser inanimado. Ni siquiera soñaba.

La mañana ha empezado con murmullos, por primera vez en muchos días escuchaba voces que me llegaban lejanas, como si estuvieran rodeadas de una niebla espesa. Me tranquilizaban. También sentía que manos expertas me manipulaban, me daban la vuelta en la cama o me ponían algo frío bajo la axila. Otras manos, éstas tiernas, me acariciaban el rostro o me apartaban un mechón de cabello de la frente.

He tardado en abrir los ojos. Tenía miedo y no sé el motivo. Y cuando lo hice me quedé mirando fijamente hacia la ventana. Las hojas de las persianas dejaban entrar la luz del sol que formaba un dibujo de rayas horizontales en la habitación. Las ramas de un árbol se movían con el viento y me quedé largo rato observándolas. Mientras, las voces nerviosas y emocionadas que se alzaron en el silencio de la habitación al ver mis ojos abiertos: “se ha despertado” “cariño, cariño… estoy aquí” “hija mía, gracias Dios mío, gracias””voy a llamar al doctor” “enfermera, por favor, llame al doctor Benavent”… se fueron apagando poco a poco, expectantes.

Yo sentía una fuerte opresión en el pecho y no me atrevía a mirarlos, hasta que la voz del doctor Benavent me llegó clara y cercana: “Eugenia ¿cómo te encuentras?” Me obligué a mirarle y creo que sonreí. Era todo tan extraño, me sentía rara, como si yo no fuese la misma que había entrado hace unos días en el hospital llena de esperanza.

Entonces me fijé en las personas que acompañaban al doctor. Estaba mi madre que no podía reprimir la emoción y tenía los ojos brillantes y húmedos, y Enrique, mi marido, que se acercaba a coger mi mano. Tenía grandes ojeras oscuras alrededor de los ojos y se le veía cansado. Yo me sentía como un astronauta o un buzo, toda llena de cables y tubos por todas partes. Ellos llevaban la boca tapada con mascarillas blancas y el cuerpo cubierto con batas verdes y todo me recordaba a una película de ciencia ficción.

“Bueno, Eugenia, dijo el doctor, lo peor ya ha pasado. Ahora vamos a ver como se comporta ese nuevo corazón que te hemos puesto”.

Y yo sentí una extraña desazón.

Antes de la operación pensaba que si llegaba a superarla, si despertaba, la alegría sería inmensa. Me imaginaba embargada de una enorme felicidad y que desearía abrazar y besar a mis seres queridos. Pero por alguna razón que no alcanzaba a entender, no era así como me sentía. Estaba feliz, sí, pero al mismo tiempo esas personas: mi madre y mi marido, las sentía distintas. Les reconocía y les quería, pero no con la intensidad que yo creía quererles hasta entonces. Quizá era yo que había cambiado o posiblemente sería algo pasajero debido a la tremenda presión soportada antes de la operación.

Ahora tenía que sosegarme y hacer todo lo posible por recuperarme lo antes posible.

Apreté ligeramente la mano de Enrique y cerré los ojos. Estaba muy cansada. De momento había logrado superar lo más dificil y podía albergar esperanzas de empezar a vivir. Y esta vez, sin miedos, sin pasar por la vida de puntillas, sin tantos cuidados…

Eso era, al menos, lo que yo deseaba…


3 comentarios:

Tania Alegria dijo...

Por supuesto, te acompaño. Como de hábito, aunque no siempre deje huella.
Me alegra que hayas (re)empezado un trabajo de hondo aliento: son aquellos en que mejor reconozco tu maestría.
Así que aquí me tienes, Des.
Tania Alegria

Des dijo...

Se que estás, siempre. Tengo la gran suerte de contar con un pequeño, muy pequeño pero no por ello menos importante, puñado de amigos a los que quiero con toda mi alma y que se que me acompañan.
Un abrazo, amiga mía.

Arwen dijo...

Enhorabuena por la página, es un placer encontrarse con un blog así.

El relato de la huella es precioso.

Saludos.
Arwen