Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

miércoles, 8 de julio de 2009

De nuevo, la vida (Cuatro)



Miércoles, 22 de marzo de 2006

Estoy en casa. Esta mañana, por fin, el doctor me dio la gran noticia: podía marcharme. Me alegré, claro que me alegré, pero no pude dejar de sentir al mismo tiempo, una tremenda inquietud. En casa ya no estaría rodeada de gente todo el día, entre otras cosas porque quería empezar a llevar una vida normal lo antes posible, y temía que al quedarme a solas empezase a obsesionarme aun más con todas las extrañas sensaciones que notaba iban aumentando día a día.

Recogí mis cosas, me despedí de las enfermeras que tan amablemente me habían atendido, y quedé citada con el doctor para dentro de tres semanas, en que me harán un completo reconocimiento para poder corroborar que todo funciona como está previsto. Al salir a la calle me ha invadido un sentimiento de emoción intensa y he tenido que hacer verdaderos esfuerzos para no echarme a llorar. Parecía que tenía los sentidos agudizados. El sol brillaba en el cielo, la brisa me acariciaba, los árboles del jardín del hospital lucían espléndidos. Me sentí pletórica, con una fuerza y unas ganas de vivir que no sentía desde que era adolescente. Me quedé un rato quieta con los ojos cerrados, hasta que sentí que mi marido me rodeaba la cintura para conducirme hasta el coche.

Enrique me preparó un baño caliente como sabe que a mí me gustan, y pasé la tarde acostada. Luego, nos hemos puesto los dos de acuerdo para mandar a mamá a casa. Es hora de que estemos solos. Es hora de que me ocupe un poco en él. No sé lo qué pensaba todos esos días en que estuve sedada, cuando mi vida pendía de un hilo. Es hora de que le escuche y le cuente lo que me está pasando.

Cuando al fin hemos conseguido que mi madre se marche, no sin antes prometerle que mañana a primera hora la llamaré por teléfono, él ha preparado la cena. Ha servido la mesa como en los viejos tiempos, en los que podíamos pasarnos, la noche entera, sentados, charlando. Dice que desde el primer momento el doctor tenía muchas esperanzas de que todo saliera bien, pero él muchas veces no podía dejar de pensar qué pasaría si algo fallaba. Se asustaba mucho cuando yo hablaba en sueños, porque antes nunca lo había hecho. Me he quedado sorprendida y le he pedido que me cuente lo que decía. Cosas muy extrañas, Eugenia, me asustabas – me ha dicho muy serio. Decías nombres que yo no conocía, nombrabas a un tal Paul y François, tenías miedo, a veces gritabas aterrorizada. Y yo me sentía impotente sin saber qué podía hacer para tranquilizarte. Te cogía de la mano, te acariciaba, y tú entonces me apretabas muy fuerte y parecías calmarte. No sé qué te ocurre, pero te noto extraña, ausente a veces. No hablas igual ¿te has dado cuenta?

No sabía qué decir a eso, pero por mi expresión ha adivinado que no, que yo no me había percatado de eso. Mira – siguió – no es que te haya cambiado la voz, ni nada de eso, es tu modo de hablar. Antes era nervioso, rápido, como si tu pensamiento fuese más veloz que la boca y quisieras decirlo todo en un momento. Ahora tu tono es pausado, envolvente, cálido… Vaya, eso has salido ganando – le he dicho, intentando encontrar un poco de humor a todo el asunto.

Ahora, déjame contarte, Enrique, te pido que no me interrumpas aunque lo que te diga te resulte extraño e inverosímil. Durante mucho rato le he explicado hasta el más mínimo detalle de todo lo que me ha estado pasando desde que desperté de la operación. Él ha permanecido en silencio, escuchándome. ¿Qué piensas hacer? Porque conociéndote se que no te vas a quedar así… sin saber. Y al decir esto ha bajado la mirada para que yo no pudiese leer en ella la preocupación y el desacuerdo. Le he cogido la mano por encima de la mesa. Dame un poco de tiempo, Enrique, quizá todo esto pase poco a poco. Y si no es así, algo tengo que hacer, no puedo estar así toda la vida, es como si un extraño entrase en nuestra casa y nosotros hiciésemos como si no le hubiéramos visto. Prométeme que cuando esté totalmente repuesta me dejarás hacer lo que tenga que hacer, por favor, por favor. De acuerdo, siempre consigues lo que te propones, pero quiero saberlo todo, cada una de las cosas que te ocurran, cualquier pensamiento extraño que ronde tu mente. Si hablas en sueños yo te lo contaré al día siguiente y si tienes pesadillas serás tú quien me las cuente. Intentaremos solucionar esto juntos.

Luego me ha dado un beso de esos que sólo él sabe darme. Un beso plagado de miles de ellos, que llenan mis labios de hormigas correteando juguetonas.

He querido pensar que ahora estoy en mi casa, en mi terreno, y a lo mejor “ella” ha decidido abandonarme, pero algo en mi interior me dice que no, que sólo es una tregua, que debo aprovechar para descansar y recuperarme.


1 comentario:

Anónimo dijo...

En la narración en primera persona, un encuentro íntimo, estallan todas las dotes introspectivas, se da rienda suelta a una orgía de pensamientos, reflexiones, paranoias, silencios… —un hervor de realidades, pienso, ninguna más untuosa, ¿quién narra, quién escribe, quién lee, qué es la ficción?— que se buscan elucubrando en la oscuridad de sus propias sombras: los personajes, y en el húmedo relente de sus lenguas.
Saludos, Dune.
K