A las dos horas estábamos allí, como un clavo. “Quítate la ropa y acuéstate boca abajo en la camilla. Puedes taparte con esa sábana”, me dijo, al tiempo que abría la puerta de una amplia habitación. “Enseguida vuelvo”. Y se marchó dejándonos a Mercedes y a mí más nerviosas que un flan.
- Tenías que haber dicho que tenías tú el dolor en la espalda, no sé por qué te hice caso. En cuanto me toque sabrá que era mentira, eres una lianta – le dije en voz baja, no fuese que estuviese escuchando tras la puerta.
- Eres tú la que le gustas, no me digas que hace falta que te desnudes para mirarte la espalda, éste quiere lío. Tú sigue el juego y a ver cómo reacciona… ¿no estás un poquitín excitada?
No respondí. Tan sólo le dirigí una mirada asesina.
Cuando Guzmán volvió yo ya estaba desnuda, acostada, y tapada con la sábana. Él la retiró suavemente y empezó a tantear mi espalda, mientras Mercedes le observaba sentada a mi lado en una silla. El contacto de sus manos me erizó la piel. Él parecía concentrado en su trabajo. Había empezado por los hombros y poco a poco iba bajando por la espalda. Estaba a mi lado y su cuerpo rozaba mi brazo que colgaba por fuera de la camilla. En la habitación reinaba un silencio absoluto que hacía perceptibles nuestras respiraciones. Cuando sus manos se iban acercando al final de mi espalda, Mercedes se levantó: “Tengo que bajar un momento a casa” dijo a modo de disculpa, y se fue sin darme tiempo a reaccionar.
- Es aquí donde te duele ¿verdad?
- Sí – mentí descaradamente.
- Seguramente hiciste un movimiento brusco. En un momento te lo arreglo. Creo que te hace falta un masaje completo para relajarte, te noto muy tensa.
- Tú eres el profesional, me pongo en tus manos.
Sentí como la sábana se deslizaba dejándome completamente desnuda. De la espalda pasó a las piernas. Para entonces mi sexo se había ido humedeciendo de tal forma que notaba como mojaba la camilla. Sus manos recorrían mis muslos con movimientos seguros y se acercaban lentamente a su punto de unión. Abrí un poco las piernas casi sin darme cuenta y sus dedos rozaron apenas la entrada palpitante. Las separé otra vez haciéndole más fácil el acceso. Sentí como un par de dedos resbalaban hacía el interior, mientras otro, el pulgar, me masajeaba el ano suavemente. Empecé a gemir sin poder controlar el deseo.
Me levantó en volandas de la camilla y me llevó al dormitorio. Agarrada a su cuello, besándole en la boca, me olvidé de Mercedes y de todo lo que no fuese aquel hombre, aquella polla que notaba tensa y crecida a través de sus pantalones. Me dejó de pie, al lado de la cama, y empecé a desnudarle con prisa. Lamía ávidamente aquel trozo de carne reluciente y duro cuando a mi lado apareció la Merche “¿No lo querrás todo para ti solita?” y no acababa de decirlo que ya se la chupaba golosa. Miré a Guzmán que sonreía complacido, cualquiera no, pensé, el muy cabrón se lo va a pasar en grande. De un empujón aparté a mi vecina “Acuéstate”, le dije a él, “que ya verás de lo que somos capaces”. Yo misma me sorprendí de ese arranque autoritario, sobre todo al constatar que Guzmán se acostaba obediente y Mercedes permanecía quieta, a la espera.
Sin pensarlo dos veces me puse encima ensartándome en su polla que se deslizó suavemente hasta el fondo y más adentro, aquello era gloria bendita. Merche, por su parte, se puso frente a mí, poniéndole a Guzmán el culo a un palmo de la cara. Por la forma en que él la agarró de las caderas supe que había metido la cara entre aquel par de lunas redondas que se ofrecían entreabiertas. Yo, que cuando me arranco ya no hay quien me pare, le cabalgaba arriba y abajo haciendo chocar las nalgas contra sus piernas.
De pronto me encontré mirando ensimismada las tetas de Mercedes que se bamboleaban delante de mi cara, y ¡qué tetas tiene la tía! son la envidia del barrio, nada de silicona, todo natural… y aquellos pezones. Me acerqué un poco más y atrapé el derecho con los dientes. Ella me miró un instante y supe por su expresión que aquello le gustaba, le excitaba la forma en que mi lengua jugaba con aquel botón duro y empinado. Guzmán había apartado un poco la cara y empezaba a meterle los dedos en el culo y ella se estaba volviendo loca de placer, su cara era un poema. Alargué la mano y se la metí entre las piernas. Mis dedos se colaron en su coño mojado. Los tres estábamos a punto de corrernos, yo sentía la polla de Guzmán a punto de estallar y el coño de Mercedes palpitando en mi mano. Acabamos a un tiempo, con los ojos en blanco y jadeando.
Permanecimos un rato agotados e inmóviles, tirados en la cama. Al poco sentí que unas manos suaves empezaban a acariciarme. Abrí los ojos y me encontré con el rostro de Mercedes sonriente. Guzmán nos miraba expectante y divertido a un tiempo. La lengua de esta mujer es un portento, culebreaba como un gusano por mis pechos, no tan exuberantes como los suyos pero dotados de unos pezones capaces de empinarse como pocos. Bajaba por el vientre lamiéndome el ombligo, se paraba en los muslos, volvía a las caderas, ensalivándome la piel, excitándome. No podía aguantar más el deseo de sentir aquella lengua metiéndose en mi coño. Y lo hizo, vaya si lo hizo. No dejó un recoveco sin lamer, al tiempo que con los labios succionaba mi clítoris de tal forma que temía terminase tragándolo.
Guzmán, otra vez bien armado, aprovechó la postura en que Mercedes se encontraba y la embistió por detrás, rugiendo como un toro. La pilló desprevenida y con la embestida casi se ahoga entre mis jugos, pero le gustaba a la muy puta, le gustaba eso de que le dieran por la retaguardia.
Y así estoy yo hoy, nerviosa perdida y muerta de vergüenza de toparme con Merche, como que me llamó al móvil tres veces y no le contesté. Me metí aquí y me puse a cocinar como una loca, ya tengo comida hecha para toda la semana…
- ¡Lola! ¡Lola! ¿dónde te metes?
Qué manía tiene este hombre de gritar desde la puerta.
- Estoy aquí, en la cocina.
- Mira, que vengo con Mercedes, la encontré en el portal ¿dónde tienes el móvil? Dice que te llamó unas cuantas veces y no contestabas.
- ¡Ah! ¡Vaya! Pues no se, debo haberlo dejado en la habitación, y no lo oí.
Mercedes pone su cara de mosquita muerta cuando la mira mi marido, pero a sus espaldas empieza a hacerme gestos cogiéndose las tetas y a tirarme besos al aire, la muy zorra.
- Oye, que Mercedes me venía contando que le ha tocado un viaje a Canarias, y que como su marido tiene ahora mucho trabajo, pensaba si querrías tú acompañarla.
- ¿Yo? No, no, qué va… ¿cómo te vas a quedar tú solo?... no, yo tengo cosas que hacer, no, imposible.
- ¡Anda ésta! Como si no supiese yo apañármelas solo. Que sí, mujer, que últimamente estás muy estresada… cuando te pones a cocinar sin orden ni concierto… tate… me temo lo peor. Así que esta tarde haces la maleta que mañana sale el avión ¿verdad, Mercedes? No se hable más. Bajo la basura y subo a comer que ya es la hora. Hasta luego, Mercedes.
- Hasta luego, Pablo.
Cuando él sale por la puerta, ella me guiña un ojo y de paso me pellizca el culo… será zorra.
Imagen: Linette Astaire
2 comentarios:
Preciosos relatos.
Bueno... aparte de preciosos...
Esta noche voy a tener pesadillas, no puedo quitarme de la cabeza el cuento de la caperucita.
Un abrazo
Me alegra verte por aqui, querido Pau, y cómo no también que te gusten los relatos.
Éste de Caperucita salió de la pluma de un gran escritor y amigo... ya ves que imaginación tiene el chaval.
Un beso, grande, grande.
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