... la guerra del agua no es aquello de vencer al contrario a base de disparos chorreantes, parapetados tras coloridas pistolas que más bien parecen armas venidas del espacio exterior, con depósitos rebosantes del líquido elemento. Aquella de las risas y los gritos histéricos provocados por la pura alegría de mojarse y remojarse en las tardes de calor achicharrante. No. Me entero que ésta que ahora se practica es un pretexto para cualquier político que se precie de participar en el concurso de ver quien dice más tonterías y sandeces en el menor tiempo posible, para comprar apoyos o primar adversarios que derroten al enemigo. Me entero que se pelea a muerte por hacerse con el título de posesión del agua de los ríos, que todos esos que predican un día sí y otro también del esfuerzo que debemos hacer por ahorrar ese bien tan preciado y escaso, seguramente no se privan de darse un chapuzón en su flamente piscina, o regalarse un buen baño con espuma.
Y yo, en mi humilde ignorancia me pregunto si no sería mucho más fácil sentarse ante un café o un vaso de agua fresca y hablar, hablar, hablar... y no parar, hasta encontrar una solución real, que pueda llevarse a cabo sin menoscabar los intereses de nadie, respetando en lo posible a la madre naturaleza y que además no resulte demasiado cara... ¿seremos tan ineptos para no lograrlo? Mucho me temo que sí.
Con este panorama de enfrentamientos locos que no se extrañe nadie si algún sediento de agua y de venganza se alegrase quizá si un buen día escucha por la tele la noticia de que un río, algo crecido, inundó los recintos de la expo. No se lo tomen a mal, el hombre es débil y cae en algunas tentaciones.
Definitivamente me gusta más la otra, la de pistolas, cubos y mangueras. Y por si acaso voy a ir haciendo acopio de agua mineral embotellada, no sea que con el tiempo tengamos que lavarnos con saliva.
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