Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

miércoles, 2 de abril de 2008

El vendedor de pescado

Ya viene, no sé por qué me pongo tan nervioso cuando la veo. ¡Qué mujer más hermosa! Es una pena que tenga esa tristeza en la mirada.

- Buenos días, Lluis
- Buenos días, Pilar. Hoy vienes más pronto que de costumbre.
- Sí, terminé antes en casa de Dª Carmen.
- ¿Qué tienes fresco por aquí?
- Tengo unas pescadillitas buenísimas y no están caras. ¿Te pongo?
- Bueno, anda, ponme medio kilo solamente, pensaba llevarme algo más barato.
- No, mujer, te pongo un kilo, te hago un buen precio, no te preocupes.

Siempre mirando la peseta y matándose a trabajar. Si es que la vida es muy injusta. Una mujer como ella se merece vivir como una reina. Y, mírala, limpiando la porquería de los demás. Arrodillada todo el día fregando escaleras y con las manos enrojecidas. Sin tiempo de arreglarse un poco. Sin dinero para comprarse un vestido nuevo. Aunque no le hace falta, la verdad, tiene un cuerpo tan bonito: con curvas, rellenito, como debe ser una mujer. Así era mi Amalia, que en paz descanse, hasta que la maldita enfermedad la dejó en los puros huesos. Tres años en la cama, malviviendo, se pasó la pobre. Y yo, viéndola morir poco a poco, que rogaba a Dios que se la llevase pronto.

- No, Lluis, no hace falta que me las limpies.
- Que sí, mujer, que no me cuesta nada. Además, ahora no hay nadie y así te ahorras la faena de hacerlo tú en casa.
- Tú siempre tan atento.

Ahora cuando termine de limpiarle las pescadillas, le meteré un paquetito de calamares que le he guardado por ahí. El primer día que lo hice, la pobre creyó que me había confundido y vino corriendo a devolvérmelo. Cuando la vi entrar por la puerta, no la dejé hablar. Si llega a enterarse la Encarna, a la que estaba despachando, que le había regalado dos rodajas de merluza, con lo cotilla que es, a la media hora es la comidilla del barrio. Se quedó esperando, parada. Menos mal que entendió la seña que le hice en un descuido de la otra. Cuando le dije que no era un error, que me habían quedado esas dos rodajas y se las había regalado, no sabía como darme las gracias. Se ruborizó. Estaba preciosa.

- Bueno, aquí lo tienes todo.
- Lluis, ya me has vuelto a poner algo de más.
- Que no es nada, Pilar, es que así lo termino, si no para mañana ya no me sirve y seguro que a tu hijo le gustan los calamares, ¿o no?
- Mira éste, claro que le gustan. Pero, es que no sé qué decirte.
- Pues no me digas nada, ya sabes que no quiero que me lo agradezcas.
- Bueno, vale, muchas gracias, Lluis, hasta mañana.
- Hasta mañana, Pilar.

Si ella supiera cómo espero este momento de charla. Menos mal que casi siempre viene cuando estoy a punto de cerrar y ya no tengo clientela, así puedo alargar un poco este rato. Ahora llegará a casa y a sufrir con ese pobre hijo que tiene, impedido, pobrecito. Menos mal que la hija es una buena chica, buena estudiante y además la ayuda bastante en casa. Pero con el marido, con ése le cayó el gordo: ¡desgraciado! No aguanta dos meses en un trabajo. Claro, ¿cómo va a aguantar? Si se pasa la mitad del tiempo borracho como una cuba, de bar en bar, gastándose el dinero que ella trae a casa. No se puede querer a un hombre así, no se puede. El otro día cuando pasó por aquí, iba sujetándose por las paredes, oliendo a alcohol. ¡Qué asco me dio! Lo imaginé besándola, forzándola a hacer el amor con él. Tuve arcadas.

- Buenos días, Lluis
- Pilar: ¿qué te ha pasado en el ojo?, ¿y en el brazo?
- Que soy una tonta, Lluis, andaba limpiando los armarios de la cocina, subida a una escalera y me caí.
- Pues menudo trompazo te diste. ¿Te has roto algo?
- No, me disloqué el hombro, y lo del ojo. Pero no es nada, no te preocupes.
- Y, ¿andas trabajando así?
- Sí, me apaño bien. ¿Qué voy a hacer si no? Anda, mira a ver si me pones unas sardinas, que veo que las tienes buenas hoy.
- Fresquísimas, todavía andaban bailando hace un rato.
- ¡Jajajajajajaja!, qué ganas tienes siempre de bromas.
- Me gusta que te rías, siempre deberías estar así.

Calla y me mira. Y hoy quiero pensar que me mira distinto a otros días. Debe ser la ilusión que me hago.

- Me voy ya, Lluis, que tengo un poco de prisa.
- Bien, guapa, hasta mañana. Y cuídate ese hombro o no se te curará nunca.
- Hasta mañana.

¡Me cago en sus muertos! Ya le ha puesto la mano encima ese desgraciado. ¡Cabrón! ¡Hijo de puta! Pero, esta mujer ¿por qué no lo manda a tomar por el culo de una vez? Tranquilízate, Lluis, tranquilízate. Cuando pienso en cómo cuidaría yo de ella y de sus hijos. Mi pobre Amalia y yo deseábamos tener hijos, pero no hubo manera. Amalia engañaba, parecía tan sana... y luego, mira, al poco tiempo de casados empezó con los problemas de salud y como sufrió. Siempre enferma, sin ganas de nada. A veces se pasaba todo el día en la cama. Menos mal que nunca nos faltó de nada. La pescadería siempre funcionó bien. Y Pilar, ella se merece un hombre que la quiera y la respete y no a ese borracho que la trata como un trapo. Que Dios me perdone, pero qué descanso si se muriese. Un hombre así no hace nada en la vida. Causa sufrimiento, eso, sufrimiento solamente. Mira que el otro día, cuando pasó por aquí, si le doy un buen golpe nadie se hubiese enterado. Estaba esto solitario. Ahora, por las tardes, con el frío que hace y por esta calle, no pasa un alma. Soy incapaz de matar a nadie. Pero ese desgraciado no se merece otra cosa, que lo dejen tirado en la calle como un perro. Podría esperarlo. No, no seré capaz de hacerlo. Si el muere, podría intentar conquistar a Pilar. Y cuidaría de ella y de sus hijos. Sí, seríamos felices los cuatro. Y ella no tendría por qué enterarse de lo que pasó. Ahora hay mucho maleante, gente que vive en la calle y es capaz de matar por un paquete de tabaco. Ahí hay piedras grandes de la obra que están haciendo. Voy a limpiar un poco las persianas que están sucias. Y si viene. Si viene borracho como el otro día. Si viene…

(Diciembre 2004)

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