Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

domingo, 11 de septiembre de 2011

La chica del ascensor (rescatado)



Como ya sabéis que mi cabeza no está para inventar historias, cosa que espero será pasajera, colgaré de cuando en cuando alguno de los relatos que tengo escritos. A éste, incluido en el libro Humedad Relativa, le tengo especial cariño por permitirme experimentar escribiendo sobre una sexualidad con la que no estoy familiarizada. Espero que lo disfrutéis.

LA CHICA DEL ASCENSOR

Las ocho menos cuarto, eran ya las ocho menos cuarto y yo tenía aquella entrevista de trabajo a las ocho en punto. Había quedado con Pablo en que pasaría a buscarme y me acercaría hasta el lugar de la cita, que por cierto, quedaba justo al otro extremo de la ciudad. Paseando arriba y abajo por la habitación no iba a solucionar nada, pero era la única forma en que conseguía calmarme un poco. Y fumar, fumar un cigarrillo tras otro. ¡Maldito Pablo! Es que nunca podía contar con él. Mi querido hermano era el tío de los problemas, siempre, siempre le sucedía algún imprevisto. Cogí el móvil para intentar por quinta vez hablar con él. Nada, aquella voz horrible de autómata: “el teléfono al que llama, está apagado o fuera de cobertura”. Seguro que se ha quedado sin batería, como si lo viera. Yo le mato, es que le mato. Casi tiro el dichoso teléfono al suelo cuando empezó a vibrar en mi mano.

- ¿Dónde coño te has metido? Llevo llamándote media hora.
- Lo siento, hermanita, estoy en un atasco tremendo. Un accidente de tres pares de cojones… está cortada la autovía… no voy a llegar.
- ¡Hostia puta, Pablo!  Siempre te pasa algo, podías haberme llamado por lo menos ¿qué hago yo ahora? Mierda, mierda, mierda…
- Vale, tía, pilla un taxi… que sé yo.
- Bueno, anda, ten cuidado, voy a ver cómo me las apaño. Si es que no escarmiento, no escarmiento, nunca puedo contar contigo. Vale, vale, un beso.

Salí a la calle como un cohete. Un taxi, dice, si no me queda un puto duro, eso contando con que encontrase alguno. Me dirigí a la parada del autobús, aguantando las miradas de todos los hombres que se cruzaban conmigo. Claro, la verdad, es que no iba vestida para andar en transporte público, pero sólo me faltaba perder el tiempo cambiándome de ropa. Además estaba segura que mi indumentaria era la adecuada para camelar al tipo que me iba a entrevistar. Era un abogado con bastante renombre en la ciudad y necesitaba una secretaria particular. Tenía que conseguir ese trabajo, era mi última esperanza. Iba subida en unas botas de piel marrón, tipo mosquetero, que tapaban la rodilla, una falda vaquera cortísima que dejaba al descubierto mis muslos enfundados en unas medias negras de fantasía, cinturón casi tan ancho como la falda, una camiseta Custo que me había costado un dineral y que dejaba a la vista gran parte de mi anatomía pectoral, y mi vieja cazadora de piel marrón. Por fin llegó el autobús, que para no variar, iba hasta la bandera, todos allí apretujados olisqueándonos unos a otros. ¡Maldito Pablo! No cuento más con él, lo juro, nunca más.

Bueno, ya no tenía remedio, y cabreándome no iba a conseguir nada. Iría hasta el despacho del fulano ese, y con un poco de suerte igual aun le encontraba allí. Aunque siendo viernes por la tarde, no tenía demasiadas esperanzas. ¡Señor! Échame una manita, anda, pensé mirando hacia el techo, que últimamente me tienes abandonada. Pero… ¡qué chorradas estoy diciendo!, si es que la desesperación hace milagros. Elisa, confía en ti, eres lo único que tienes, me dije.

Cuando el autobús llegó a mi parada, salí de allí dando un respiro. Menos mal, porque ya estaba empezando a cansarme de dar codazos o de poner mi enorme bolso como escudo contra los manoseadores ¡joder! hay qué ver como anda la gente de necesitada. El despacho del abogado estaba situado en la cuarta planta de un antiguo edificio, de esos que habían restaurado en los últimos años. Busqué el número de la puerta y apreté el timbre. Nada, allí no contestaba ni dios. Insistí, rezando por lo bajo. Ya iba a darme por vencida cuando…

- ¿No contestan? ¿dónde vas?
- ¡Ah! Me has asustado – la que me hablaba era una chica más o menos de mi edad, que me miraba con alegre sonrisa – Iba a la cuarta planta, al despacho de D. Juan Calatrava, pero parece que no hay nadie.
- Se habrá ido ya, hoy es viernes ¿estabas citada?
- Sí, estaba citada, pero llego tarde… ¡dios mío! Si es que me he retrasado casi una hora. Oye, si entras, voy a subir de todos modos, igual está arriba y como es tan tarde no le apetece abrir. (Era la última gota de esperanza que me quedaba).
- Claro, claro, yo también voy a la cuarta planta… entra.
- Tú primero, por favor.

Aproveché para fijarme un poco en ella. Era delgada, un poco más bajita que yo. Claro que ella no iba subida en aquellos enormes tacones. Llevaba botas camperas, una falda larga y amplia estampada y un gran jersey de lana. El cabello corto y negro, pegado a la cabeza en pequeñas ondas. Pulsó el botón de llamada del ascensor. Era uno de esos antiguos, que suben y bajan por el hueco de la escalera, lleno de dorados y brillos. Dentro y al fondo, un gran espejo que cubría toda la pared, con un pequeño asiento para dos personas forrado en cuero. Las otras dos paredes estaban recubiertas de madera. Olía bien. Bueno, a ver si tenía un poco de suerte y aun pillaba al Sr. Calatrava.

- ¿Qué puñetas pasa ahora? – el ascensor acababa de detenerse entre la tercera y la cuarta planta, y además toda la escalera se había quedado a oscuras.
- Pues, me parece que ha habido un apagón o ha saltado el automático.
- ¿El automático? ¿qué coño de automático?
- Sí, en estas fincas antiguas suele pasar, la instalación eléctrica no aguanta tanto aparato que tenemos ahora y… puf.
- ¿Entonces? ¿qué hacemos? Me cago en todo, si es que hoy no me tenía que haber levantado de la cama, si es que llevo la negra.
- Cálmate un poco, por mucho que te cabrees no vas a solucionar nada. Ya se darán cuenta y lo conectarán, o si es un apagón, tarde o temprano lo arreglarán ¿por qué no te sientas?
- Para sentarme estoy yo ahora. Estoy, estoy que me subo por las paredes. Si es que necesito ese trabajo, joder, lo necesito.
- ¿Venías a por el trabajo de secretaria del abogado? ¡Coño! Pues sí que te has puesto guerrera ¿pensabas conquistarlo?
- Pensaba hacer lo que hiciera falta: hacerle una paja, mamársela o follármelo, lo que hiciera falta. Y si no lo hago hoy, será mañana o el lunes, o cuando sea, como si tengo que sentarme en la puerta a esperarlo.
- Ya. Si que estás desesperada. Por cierto, me llamo Eva ¿y tú?.
- Yo, Elisa – dije algo enfurruñada.

Convencida de que no me quedaba más remedio que esperar, me senté en el pequeño asiento. Ella,  me miró un momento, y luego hizo lo mismo, se sentó a mi lado, pero en el suelo. Nos quedamos en silencio. Yo pensaba en todo lo que me había pasado en los últimos meses: había roto con mi pareja, con la que convivía cinco años, la empresa donde trabajaba como secretaria de dirección con un sueldazo había quebrado dejándome en la calle. Y como más de la mitad de mi retribución era en dinero negro, con la mierda de desempleo no llegaba ni a medio mes. Si no pagaba pronto el alquiler atrasado, la casera me pondría de patitas en la calle. Y con mi querido hermano no podía contar. Ese estaba peor que yo, era un bohemio que iba siempre a salto de mata.

Su voz me sacó de mis elucubraciones:
- Son bonitas esas botas que llevas… y caras – al hablar, iba deslizando su mano por la piel suave y brillante.
- Sí, si las quieres igual te las vendo. Me parece que si sigo así tendré que pensar en ir deshaciéndome de todos estos lujos. O meterme a puta. O trabajarme al Calatrava y que se vuelva loco por mí.
- ¿Por qué no te las quitas? Estarás más cómoda, y no sabemos cuánto tiempo vamos a estar aquí.
- La verdad es que tengo los pies destrozados ¿me ayudas?
- Si quieres – decía, mientras estiraba de las botas para descalzarme- te hago un masaje en los pies. Soy buenísima, ya verás te dejo como nueva.
- Calla, anda, no digas tonterías ¿cómo te vas a poner ahora a darme un masaje en los pies?
- ¿Tenemos algo mejor qué hacer?
- No, realmente, creo que no.
- No se hable más, pon los pies aquí, encima de mí.

Antes de que me diera cuenta, se había sentado en el suelo otra vez, al estilo indio, frente a mí, y colocaba mis pies en su regazo….

Tomó uno de mis pies entre sus manos y empezó a presionar cada una de las articulaciones de los dedos, todos los huesecillos, uno por uno, el empeine, la planta del pie, el tobillo…aquello era una delicia. Sentada en el pequeño banco, con la cabeza apoyada en el espejo, me dejaba llevar por las sensaciones. Lo que me estaba haciendo no me relajaba, más bien estaba empezando a sentir un cosquilleo, una suave excitación que me gustaba. La miré. Ella parecía muy concentrada en su tarea. Permanecía con los ojos cerrados haciendo un movimiento casi imperceptible de vaivén como si estuviera meciéndose. Entonces caí en la cuenta que mi otro pie descansaba, firmemente apoyado en su pubis. Abrió los ojos un momento, sólo el tiempo justo para cambiar de pie y yo volví a reclinarme en el espejo. Una vez terminado el masaje, sus manos empezaron a acariciar las pantorrillas.

- Quítame las medias – me sorprendí diciéndole.
Eran de esas que terminan en una liga con silicona para que no resbalen ni aprieten el muslo. Cómodas y atractivas. Ella no dijo nada. Sin moverse de donde estaba, alargó las manos, deslizándolas suavemente por mis piernas y empezó a quitármelas muy despacio. Yo estaba empezando a excitarme de verdad, y me sentía algo confusa. Había follado con algunos hombres, unos cuantos diría yo, pero jamás me había sentido atraída por ninguna mujer. No sabía si achacarlo a lo extraño de la situación, al día tan horrible que había tenido o al atractivo que de ella emanaba.

Dejó aquel pequeño revoltijo negro en un rincón del ascensor y siguió acariciándome. Fue entonces cuando metí mis pies bajo su larga falda y los coloqué sobre su sexo. Se me habían quedado fríos y aquello estaba caliente, emanaba un calorcillo muy suave y sensual. Ella seguía acariciando mis piernas, subiendo sus manos un poco más arriba cada vez, y yo presionaba mis pies entre sus ingles. Me deslicé un poco más en el asiento y abrí las piernas poniendo ante sus ojos parte de mi coño, ya mojado, que se dejaba ver por los lados del diminuto tanga. Pasó a acariciarme la parte interna de los muslos, sin apartar su mirada de mi entrepierna, y dejando que alguno de sus dedos se deslizase suavemente por encima de la tela.

Nuestras respiraciones empezaban a ser demasiado audibles y pensé, por un momento, que cualquiera podría escucharnos, o que de repente podría ponerse el ascensor en marcha. Fue entonces cuando me pareció distinguir una sombra encima de nosotras, en la cuarta planta. Pero Eva había dejado ya completamente al descubierto mi abierto coño y había empezado a pasarme su cálida lengua sin ningún recato, así que pensé que había sido cosa de mi imaginación y me concentré en lo que estaba sintiendo. Me estaba volviendo loca. Había colocado sus manos aferrándome las nalgas y se afanaba comiéndome como pocos hombres habían sido capaces de hacer. Sentía su boca succionando mi clítoris, su lengua metiéndose cada vez más adentro y haciéndola vibrar. Notaba  que iba a correrme de un momento a otro. Metí los dedos de mis pies bajo sus bragas y busqué a tientas su clítoris en aquel húmedo rincón. Se estremeció. Me deshice de mi camiseta y desabroché el sostén dejando libres mis pechos. Luego, retiré sus manos de mis nalgas y las llevé hasta allí, deseaba sentir cómo acariciaba y apretaba mis pezones, grandes y oscuros. La miré. Parecía una esclava adorando a su diosa, con los brazos estirados, las manos aferradas a mis tetas y su cara metida entre mis piernas. Sujeté su cabeza para imprimirle un ritmo más rápido y me inundó un tremendo orgasmo que me hizo temblar hasta la raíz del pelo.

Se levantó despacio y sentí sus labios rozando los míos. Abrí los ojos y descubrí su sonrisa satisfecha. La besé, la besé con pasión, buscándole la lengua, mordiéndole los labios… y la senté en el sitio que yo ocupaba hasta ese momento. La despojé de aquel enorme jersey que ocultaba su cuerpo, deseaba frenéticamente lamer sus pechos y me entregué a ello con verdadero éxtasis. Cuando ya sus pezones estaban duros y empapados de mi saliva, la puse de pie y metiéndole las manos bajo la falda, le quité las bragas. Nunca le había comido el coño a una mujer. Realmente,  nunca había hecho nada con una mujer, pero en ese momento deseaba meter  allí mi boca, probar su sabor, beber sus jugos. Me excitaba su olor. Rocé despacio su clítoris con la punta de la lengua y ella emitió un corto gemido. Oírla me avivó el deseo. Y empecé a darle largas lamidas por todo el coño, apretaba mis labios contra ella, le metía la lengua. Su respiración se hacía más y más entrecortada, y sus gemidos aumentaban su intensidad, hasta que sentí sus contracciones en mi boca.

Casi no nos había dado tiempo a recuperarnos cuando se encendió la luz. Mierda. Intentaba vestirme a la velocidad del rayo, mientras Eva permanecía allí sentada, medio desnuda y tan tranquila. El ascensor empezó a subir. Mierda, mierda, mierda. Y allí, ante la puerta, D. Juan Calatrava, nos miraba muy serio. Ya la hemos cagado, despídete del trabajo, Elisa, pensé. Él dirigió su mirada hacia mí escrutándome descaradamente y luego miró a Eva.
- Eva – y me pareció que esperaba alguna clase de respuesta.
- Papá, te presento a Elisa, tu nueva secretaria, te gustará tanto como a mí, estoy segura.
De la sorpresa dejé caer al suelo la camiseta que sujetaba ante mí en un vano intento por taparme, mientras la risa cantarina de Eva resonaba en el ascensor.







3 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué bien escribes Des! aunque no me negarás que un poco guarrillo sí que es, hermosa;)jajjaaa qué calores me entraron cuando te leí anoche!
Deseo que pases un buen domingo.
Muchos besos!

Doria dijo...

Vaya día que llevó Elisa y todo gracias al bohemio de su hermano Pablo.
Me ha gustado mucho, he visto escenas de la vida cotidiana, me sentia identificada, en lo d ela espera, en lo de qu ete dejen tirada, en lo del autobús, en lo de las manos que te rozan...
Bueno, lo del ascensor, eso no me ha ocurrido nunca.
Que suerte que diera con Eva y que bien se lo pasaron las dos!!!

Me ha gustado el relato, muy descriptivo, como dice Sol, te sube un calor, jajajaja
Besotes

Des dijo...

Hace algunos años que uno de mis hobbys preferidos es escribir relatos, y sobre todo relatos eróticos tipo "la sonrisa vertical". Tengo dos libros editados con algunos de ellos, y os puedo asegurar que esta clase de lectura es una buena terapia de pareja cuando la cosa se torna aburrida. La mayoría son historias cotidianas que como en la vida, tienen su dosis de sexo que, al fin y al cabo, es un componente importantísimo en las relaciones humanas. Quizá haya gente a la que le pueda escandalizar, pero yo pienso que es algo natural de lo que se debe hablar sin tapujos.
Me alegra mucho que os haya gustado. En este mismo blog podéis leer algunos de los más recientes y voy a ir colgando otros más antiguos, algunos incluidos en cualquiera de los dos libros, mientras pasa todo esto y retomo alguna historia que tengo a medias.
Gracias otra vez, guapas.