Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

lunes, 28 de julio de 2008

El último refugio (XI)



Es aún muy temprano cuando escucho ruidos en la casa, me levanto y me asomo por la ventana, abajo está aparcado el coche de Ernesto. Ya que estoy despierta me doy una ducha y bajo a desayunar. Al pasar por el antiguo despacho de papá oigo voces que hablan bajito, casi en un susurro y se silencian cuando golpeo suavemente con los nudillos.

- ¿Si? ¿Quién es?
- Eva

Es Ernesto quien abre la puerta. La habitación está casi en penumbra, sentados alrededor de la mesa cubierta de documentos están Pin y Pon, como yo me he acostumbrado a llamarles.

- Perdona ¿te hemos despertado?
- No, no importa. He bajado a desayunar… ¿Queréis alguna cosa o desayunas conmigo?
- Sí, voy enseguida, en cuanto terminemos de repasar unos papeles.
- Te espero.

Me dirijo a la cocina y pongo la cafetera en el fuego, mientras en una bandeja voy sacando tostadas, mantequilla, mermelada y zumo de manzana.

- Buenos días, rapacina, has madrugado mucho.
- Antón… qué susto me has dado ¿por qué eres siempre tan silencioso?
- Debe ser que no uso tacones – dice bromeando.
- Ha llegado Ernesto, estoy preparando el desayuno ¿nos acompañas?
- No, debe tener cosas que contarte, yo tomaré un café aquí mismo.
- Está bien, como quieras.

Espero en el salón. He notado a Ernesto cansado, con ojeras, no ha debido dormir en toda la noche. Estoy segura de que algo grave está pasando, quizá los disturbios están cobrando más importancia de la que imaginaban…

- Ya estoy aquí, me muero por un café.
- Ven, siéntate, come algo… no tienes buen aspecto.
- Eva… verás, no puedo quedarme, tengo que volver a Madrid. Todo se está saliendo de madre, se nos escapa de las manos. Aquí hay disturbios y sublevaciones pero allá hay heridos y muertos. El gobierno en pleno está reunido y tengo órdenes que no puedo desobedecer.
- Ya, bien, bien, no te preocupes, pero… yo no quiero irme, Ernesto. No quiero volver ahora. Hacía muchos años que no me sentía tan bien. No me obligues a volver, por favor, no lo hagas.

Me mira en silencio unos minutos que a mí se me hacen eternos.

- Está bien, sí, creo que estarás mejor en esta casa. De todas formas no podría permanecer mucho tiempo a tu lado. Pero… no te muevas de aquí, quiero que me estés esperando cuando vuelva a buscarte.

Hago un esfuerzo para que no perciba mi suspiro de alivio.

- Aquí estaré… ¿Cuándo tienes que irte?
- Enseguida.
- Voy a recoger tus cosas.
- Eva.
- ¿Qué?
- Te quiero, no lo olvides.

Salgo sin responder.

Me siento como aquella jovencita que venía aquí a pasar el verano: libre y feliz. No quiero saber nada de lo que está pasando, no quiero. Yo ya hice mi revolución y tuve mi castigo, ahora que sean otros los que luchen, los que se indignen, los que griten en las calles. No sé, no tengo esperanza en que se logre algo positivo, no sé, no quiero pensar en eso. Las únicas personas a las que amo, mis padres, hace dos o tres años que se marcharon a Londres, siempre les gustó esa ciudad en la que pasaron grandes temporadas por los negocios de papá. Antón está aquí. No tengo a nadie más.

(Continuará)

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