Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

viernes, 25 de julio de 2008

El último refugio (X)


(Imagen: Philippe Pache)

Lo dice en su susurro y yo despego mi cabeza de su pecho para mirarle a los ojos.

- ¿Cómo se te ocurre que pudiera contárselo? Ojalá no vuelva nunca. No sabes lo que es vivir allí, Antón, no, no lo sabes, siempre fingiendo, rodeada de estúpidos títeres sin cerebro ni corazón ni entrañas. A veces, a veces tengo ganas de coger un cuchillo y abrirlos en canal sólo para ver qué coño tienen allí dentro. Odio a ese hijo de puta que los maneja a su antojo…
- Cálmate, rapacina, cálmate.
- ¿Sabes hasta qué punto le obedecen? Ernesto… él mataría a cualquiera, incluso a mí, si recibe la orden de ese cabrón de presidente.
- No, no digas eso, Ernesto te quiere, él no te haría daño… ¿o sí?... vamos, cuéntame eso que te hace odiarle tanto, algo hay ahí adentro que te está matando.
- Una noche Ernesto organizó en casa una gran cena. Invitados ilustres, altos cargos de la política, manipuladores de los medios de comunicación, los más importantes mandos del ejército… el poder en pleno. Ese hombre, el hombre de tan alta moral, el presidente… no dejó de mirarme durante toda la velada. Había algo en su mirada que a mí me helaba por dentro. Todo se arrastraban ante él como gusanos babosos, me hubiera gustado crecer y crecer como Alicia en el País de las Maravillas y aplastarlos en el suelo, pisar sus cuerpos repugnantes, notar su crujido bajo mis pies, clavarles los tacones en los sesos…pero, en lugar de eso, tenía que estar allí sonriente, pero no demasiado, atenta, pero con elegancia. Me dolían las mejillas de mantener esa pose forzada. Estábamos tomando el café cuando ese cabrón le hizo una seña a Ernesto que corrió a su lado babeante y ansioso. El otro le susurró algo al oído que por un momento cambió la expresión de mi marido. Ambos me miraron y noté una arcada amarga que me subía desde el estómago a la garganta. Al cabo de un rato los invitados salieron al jardín con sus copas de licor y sus cigarros. Hacía una hermosa noche, el cielo estaba plagado de estrellas, aunque creo que sólo yo las vi, los demás se habían olvidado de la emoción que se siente mirándolas. Ernesto se acercó a mí y me cogió suavemente por el codo llevándome con él al interior de la casa. Subimos a su habitación. Y cuando abrió la puerta, allí estaba él, sentado en la cama, intentando mantener una pose de hombre interesante y atractivo cuando sólo era un payaso. Ernesto se marchó y cerró la puerta.

o Acércate ¿quieres?... esta noche estás guapísima.
o ¿Qué quieres?
o Jajajajaja!! Tienes carácter, creo que en aquella clínica no consiguieron domarte, y mira, eso me gusta. Eres mucha mujer para el fantoche con el que te casaste.

- Se había levantado de la cama y lo tenía a mí lado, hablándome muy cerca del oído. Con un rápido movimiento me cogió fuerte del pelo con una mano, mientras con la otra me apretaba contra su cuerpo. Intenté soltarme pero él me tenía bien agarrada por el pelo haciendo que echase la cabeza hacia atrás, su cara frente a la mía.

o Ahora te vas a portar bien y harás lo que yo te diga. Tú aún tienes ese punto salvaje que me excita, seguro que ya se te empapó el coño… a lo mejor prefieres que llame a tu marido para que te sujete… Ernesto… Ernesto.

- Y Ernesto se asomó a la puerta. Estaba allí todo el tiempo, pero no para entrar a salvarme, no, si no para asegurarse de que yo hiciera lo que tenía que hacer. En ese momento me sentí una mierda, menos que una mierda. Dejé de forcejear y me dispuse a hacer cualquier cosa que a aquel cabrón se le antojase. Me puse de rodillas y le saqué la polla del pantalón. Se la mamé con ansia, gemí y grité para que Ernesto me oyese desde el otro lado de la puerta. Me tragué su asqueroso semen y se la limpié con la lengua hasta dejarla reluciente. Luego le desnudé y me desnudé. Le rogué que me follara, que follase a su puta, que me metiera su polla hasta partirme en dos. Abrí mi coño para él: cómetelo, cómetelo… es tuyo, mete la lengua, muérdelo. Y ahora llama al cornudo de mi marido, llámalo, quiero que vea cómo me haces gozar, cómo te follas a su mujer, llámalo para que me corra y grite de placer contigo – le gritaba excitándole. Le llamó con voz ronca y Ernesto asomó la cabeza. Me dio asco, asco y pena, creo que ya no podía albergar tanto odio, lo notaba saliéndome por los poros de la piel. Fingí el más maravilloso orgasmo imaginable, clavé las uñas en su asquerosa espalda hasta hacerle gritar. Cayó sobre mí exhausto y satisfecho.
- Díos mío, Eva, jamás imaginé a Ernesto capaz de algo así.
- Tampoco yo podía creerlo, pero te aseguro que cualquier otro hubiese hecho lo mismo. Sólo piensan en escalar y escalar peldaños de poder y por eso venderían su alma al mejor postor. Así que si se trata de vender a la mujer, la hija o la madre… no tiene importancia.
- ¿Qué pasó después?
- Nada, me levanté y me marché a mi habitación. A Ernesto no le ví en los días siguientes. Una mañana llamó a mi puerta, teníamos una recepción en casa de alguien importante y debía acompañarle. Como si nada hubiese pasado. Me vestí a la hora prevista y salimos hacia allá. En el camino le dije: Si se te ocurre hacerlo otra vez, me clavo un cuchillo allí mismo, delante de todos. No me respondió, pero nunca más volvió a pedirme nada igual.
- Nunca tenías que haber salido de aquí.
- Si me lo hubieses pedido no lo habría hecho.

Calla. Y yo sé que no debo insistir. Buenas noches, le digo, mientras le beso suavemente en los labios.

(continuará)


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