Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

lunes, 7 de julio de 2008

El último refugio (VI)



Me acerco a él despacio y me siento sobre sus piernas, a horcajadas. Busco su boca desesperadamente, necesito el sabor de sus besos. Él me besa como entonces, no ha perdido ni un ápice de su atractivo. Me remuevo apretando mi sexo sobre el suyo y me extraño al no sentir que algo se despierta entre sus piernas.

- No, rapacina, no te esfuerces, el accidente me dejó muerto algo más que las piernas, ahí ya no hay nada más que un aparato para mear.
- Lo siento, Antón, lo siento. Supe del accidente pero no podía venir a verte, no me sentía con fuerzas. ¡Vaya! Yo que pensaba aprovecharme de ti ahora que estás ahí sentado y no puedes moverte – lo digo riendo intercalando entre cada una de las palabras besos y jugueteos con la lengua e intentando quitarle hierro al asunto.

Él ha empezado a acariciarme entre las piernas y sus hábiles dedos apartan a un lado las bragas. Mi sexo está húmedo. Me incorporo un poco dejando que introduzca los dedos en él y me dejo resbalar otra vez hacia abajo mientras siento como me penetra profundamente. No deja de mirarme mientras mi respiración se agita con cada movimiento. Me separo de él y le veo llevarse la mano empapada de mis jugos a la boca y lamer uno a uno los dedos.
Detrás de nosotros hay una gran mesa de piedra. Doy la vuelta a la silla de forma que Antón queda de cara a ella y a continuación me tumbo de espaldas sobre la fría superficie al tiempo que alzo las piernas y las apoyo en sus hombros. Al momento siento su lengua abriéndose camino entre los labios rojos de mi sexo. Mete las manos por debajo de mis nalgas y me atrae hacia él hundiendo su rostro entre mis piernas. Me muerdo los puños para no gritar de placer. Así, bajo la frondosidad de los árboles que nos protegen de miradas ajenas me diluyo en su boca… como entonces.
Ya recuperado el aliento, me incorporo y me quedo allí sentada con Antón apoyado en mis rodillas.

- Nunca te dije que te quería ¿verdad?
- No, rapacina, no hacía falta… ¿de qué nos hubiera servido eso? Tú estabas hecha para vivir otra vida, claro que no podías imaginar lo que pasaría luego.
- Hubiera sido feliz aquí contigo, lo sé… ¿me echaste alguna vez de menos?
- Todos los días de mi vida.

No se qué decir y me quedo un rato en silencio. Un leve crujir de hojas y ramas secas nos hace levantar a ambos la cabeza.

- ¿Oíste eso?
- Shhhhhhhhhh.
- No han podido llegar ellos, hubiésemos visto los coches por la carretera.
- No, no temas, sería alguna rabosa, últimamente merodean por aquí.
- Anoche, antes de bajar a cenar, me pareció escuchar ruido fuera y algo como una sombra en el espejo.
- Imaginaciones tuyas, rapacina, estate tranquila, aquí nadie te hará daño. Y ahora volvamos a la casa, tu marido no tardará en volver.

Emprendemos el camino de regreso en silencio, cada uno enfrascado en sus pensamientos. Tengo la sensación de que algo está preocupando a Antón, pero le conozco lo suficiente para saber que no me lo va a contar. Debo concentrarme en aparentar delante de Ernesto y sus muñecos, tengo que matar mi corazón cuando ellos están cerca.

(Continuará)

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