Has salido de mi campo de visión, pero escucho tus pasos y adivino tus movimientos. Vas al baño. Me duermo un rato. No sé cuánto tiempo ha pasado cuando siento en mí tu mirada. Me avergüenzo un poco, estoy sucia y con la ropa llena de polvo. Me coges y me depositas suavemente sobre tu cama que aun guarda tu olor.
Empiezas a desnudarme lentamente ¡cuidado! No me dobles así el brazo, me haces daño. Anda, lava esa ropa está que da asco, huele a humedad... ¡qué bien me siento así, desnuda! Me metes en el baño. Coges un poco de gel y empiezas a enjabonarme muy despacio. Tus dedos me acarician levemente y yo quiero seguir así eternamente. Me viene a la mente esa canción: “dicen que tienes veneno en la piel, y es que estás hecha de plástico fino, dicen que tienes un tacto divino, y el que te toca se queda con él....”
Quisiera que sintieras mi deseo, pero no tengo pezones que se yergan altaneros, ni sexo que segregue excitantes jugos. A ti parece no importarte, y pasas una y otra vez tus dedos por entre mis piernas, y yo deseo que se queden ahí por siempre. Cuando crees que estoy suficientemente limpia, me enjuagas y me secas con cuidado, apretándome contra tu pecho.
Ya sobre tu cama, empiezas a vestirme y yo sé que cuando termines volveré a mi rincón de siempre hasta que te fijes nuevamente en mí. Pero antes de que eso ocurra, deslizaré a tu oído un “te quiero”. Y tú te quedarás un momento pensativo mirándome fijamente sin saber si fue el murmullo del viento o te volviste loco de repente. Y yo sonreiré por dentro sin que ningún movimiento me delate.
Es lo que tiene ser una muñeca.
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