Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

sábado, 20 de junio de 2009

Olvidados recuerdos


No podía recordar la dulzura de sus besos. Eso es lo que pensaba mientras veía pasar los días, entre conversación y conversación. En los momentos de silencio tras las risas, esos en que inspiramos profundamente para reír de nuevo. Eso es lo que pensaba: no podía recordar la dulzura de sus besos.

Y de pronto, ahí estaba, el ligero aleteo de su boca, el roce perfecto, humedad apenas perceptible en el pequeño resquicio de labios entreabiertos.

Me encontré otra vez prendida de sus ojos, apresada tras sus largas pestañas como rejas, dudando entre el intento de buscar en su mirada respuesta a mis preguntas, o seguir alimentando esa esperanza incierta, ese nervioso afán que de alguna manera me mantiene en volandas, a dos palmos del suelo. Ni vuelo ni aterrizo, planeo cual gaviota buscando su alimento, esquivando los cuerpos de aquellos que caminan hacia una meta cierta.

Recordé, en un momento, cientos, miles de besos, y caricias, y juegos, secretos susurrados, indecentes placeres, el olor del deseo, el sabor de su piel, su tersura, el calor de su abrazo y su voz en mi oído, y su mano en mi sexo.

Tras la puerta cerrada de un lavabo cualquiera, sentada en un rincón, recordé todo eso. Llamaron a la puerta. Ocupado, un momento, respondí con voz trémula. Quizá en el otro lado se escucharon gemidos, quizá pensaron que... estaban en lo cierto.

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