Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

jueves, 25 de junio de 2009

Etapa 2: Villafranca del Bierzo-La Laguna


(Imagen: Sendero hacia La Laguna)


Miércoles, 10 de junio de 2009

El día amanece lluvioso. Desayuno en el comedor del albergue, un plátano y un yogur, saco un café de la máquina y salgo fuera, al porche, a tomarlo mientras me fumo un cigarro. Se está bien allí, viendo empezar el día, entre la niebla se distingue apenas la silueta de la Iglesia de Santiago, allá delante. Me apetece quedarme un buen rato, y al mismo tiempo siento la necesidad de empezar a andar cuanto antes, es una mezcla extraña de sentimientos. Charlo un poco con Juan y la de Vallecas, han hecho un pacto para dejar de fumar cuando lleguen a Santiago, no se yo si serán capaces de cumplirlo, yo ni me lo planteo, que no es bueno ya lo sé, pero ¿y lo que disfruto en este momento echando humo?. Hoy van hasta O Cebreiro, yo aún no lo tengo claro. Ayer por la noche comentaban que igual está difícil encontrar plaza en el único albergue que hay allí, al parecer es también punto de partida para algunos peregrinos que llegan en autobús, y la otra opción es seguir o coger una habitación en alguno de los hostales de la zona. Dicen que en La Laguna, dos kilómetros antes de O Cebreiro hay un albergue privado muy recomendable. Ya decidiré sobre la marcha.

La primera parte de esta etapa transcurre al lado de la carretera, por una especie de vía amarilla separada de aquella por un pequeño muro para seguridad del peregrino. Aún así no se hace aburrida pues me acompaña en todo momento el murmullo del río que discurre a mi izquierda. El paisaje también es agradable. Llueve. A veces a lo lejos distingo algún peregrino que, con el chubasquero, se asemeja a un pequeño caracol con la casa a cuestas. En ocasiones toca cruzar la carretera nacional para adentrarte en alguna de las aldeas que salpican el camino. Hago una parada en Trabadelo para visitar su iglesia y ponerme las polainas, pues me he puesto pantalones largos y se han empezado a mojar las perneras. Entro en el albergue a sellar y decido comer algo. En el pequeño comedor han encendido la chimenea y el ambiente es agradable. Pido un Aquarius, medio bocadillo de jamón y un café caliente.

Salgo de allí con fuerzas renovadas. Sigue lloviendo, pero no me molesta demasiado, se camina bien bajo la fina lluvia. Aún haré otra pequeña parada en Ruitelán antes de emprender la subida a La Faba. Me encuentro con un matrimonio que hablan siempre muy fuerte, el hombre arrastra un carro con las mochilas, pues al parecer ella tiene alguna lesión en la espalda, les acompaña su hermano y cuñado, un individuo chiquitín que parece que vaya siempre acelerado haciendo repiquetear sus bastones en el suelo. Cuesta poco forrar el pincho de metal como yo he hecho, me pone nerviosa ese tac,tac,tac, continuo. Hago tiempo para que se vayan mientras compruebo que mis pies, afortunadamente, están perfectos, ni rastro de las temidas ampollas, aún así les prodigo toda clase de cuidados esperando lo agradezcan.

Y empieza la subida a la Faba. Lo mío no son las cuestas, no estoy entrenada para ellas. Y no es por fumar, no es la respiración lo que me falla, son los gemelos que se niegan a tanto estiramiento. Cuando creo que ya he subido bastante y después de esa curva vendrá algún trecho llano, otra cuesta, no voy a poder, me digo, pero puedo. Y luego viene otra, y otra más. El camino es precioso. Subiendo los empinados senderos tengo la sensación de ser la única habitante del planeta, sólo escucho el canto de los pájaros y los crujidos casi imperceptibles de pequeños animales escondiéndose entre los árboles o las plantas. Se que si me siento unos minutos en cualquier piedra del camino aparecerá otro peregrino, lo se, pero la sensación de soledad es inmensa.

Por fin llego a La Faba. Deja de llover y parece que el sol intenta abrirse paso entre las nubes. Me siento en un banco de un pequeño bar que hay allí mismo. Charlo con dos parejas de novios, españoles, que han pedido un taxi para llevar a las chicas a O Cebreiro, están rendidas y no pueden seguir. Al rato llega una señora alemana, grande como un armario, sudorosa y con el rostro encarnado. Pregunta por señas donde queda el albergue, le indicamos el camino… otra que se queda.

Me armo de paciencia y acometo la subida a O Cebreiro. Los caminos están embarrados por la lluvia caída estos dos días y las botas empiezan a pesarme. Hay momentos en los que vuelve a acuciarme la pregunta ¿qué coño hago aquí? pero parece que los pies andan desconectados de mi cabeza y siguen dando un paso tras otro sin importarles lo que yo piense. Entonces, como salido de la nada, al tomar una curva aparece un ciclista arrastrando su bicicleta.

¿Qué haces por aquí? la pregunta me sale casi sin pensarla ¿no deberías subir por la carretera? Un paisano me dijo que podía subir por el sendero y mira, ahora ya no doy la vuelta. Supongo que en condiciones normales hubiera podido hacer ese camino con bicicleta, pero según está de barro resulta del todo imposible. Subimos charlando juntos y casi sin darnos cuenta llegamos a La Laguna. Mentalmente agradezco al hombre que le mando por aquél camino con la bicicleta, llegó como caído del cielo y sin él saberlo me ha sido de gran ayuda, estoy segura de que me hubiese costado mucho más subir sola con lo cansada que estaba. Busco el reloj que guardé en la bandolera, siempre me lo quito para caminar pues empiezo a regirme por lo que me pide el cuerpo: si estoy cansada descanso, si tengo hambre como, independientemente de la hora que sea. Son las cuatro de la tarde, creo que por hoy ya caminé bastante.

A la puerta del albergue Escuela, está Patricia, me dice que tiene camas libres, que ahora sale la dueña, Divina, que hace honor a su nombre por simpática, amable, buena persona y excelente cocinera. Decido quedarme, y conmigo, el ciclista caído del cielo. Es madrileño, no recuerdo si me dijo su nombre. Nos toca dormir en la buhardilla que es una preciosidad. Los techos con vigas inclinadas de madera, ocho camas pequeñas, un cuarto de baño, y una ventana desde la que se puede admirar una preciosa vista. Nos acompañan cuatro franceses, tres más mayores van en grupo y uno más jovencito que va sólo, y otro más que llega algo más tarde que nosotros.

Como parece que vuelve a llover, pregunto a Divina si tiene lavadora. Ella misma se hace cargo de la ropa en su casa, así que le entrego la colada para lavar y secar, después de regalarme una buena ducha de agua caliente. Como ya es media tarde decido esperar un poco y cenar sobre las siete o siete y media, mientras tanto me tomo un orujo tostado que me recomienda Patricia. En el bar, hay un grupo de ciclistas españoles que ocupan otra habitación del albergue.

Mi ciclista y yo cenamos sopas de ajo y un guisadito de carne con patatas, mientras en la mesa contigua lo hacen los franceses entre risas y whiskys, no dejan de fotografiar a Patricia que se esconde como puede tras la barra. El ambiente es distendido y muy agradable.

Cuando nos retiramos a dormir, después de recoger la ropa seca, pienso que menuda noche me espera de ronquidos, después de los chupitos de whisky que mis compañeros de habitación se echaron al “coleto”, eso si no van con ganas de juerga. Pero no, son buenos chicos, y en un momento están todos acostados y en silencio. La lluvia repiquetea en los cristales de la ventana, y yo tengo un sueño erótico. Con nadie en particular, sólo es un sueño, pero por la mañana temo que se me haya escapado algún gemido, no sé, soy incapaz de saber si tuve un orgasmo real o sólo lo soñé. Maldito subconsciente que va a su puta bola.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

[...]Me encuentro con un matrimonio que hablan siempre muy fuerte, el hombre arrastra un carro con las mochilas, pues al parecer ella tiene alguna lesión en la espalda, les acompaña su hermano y cuñado, un individuo chiquitín que parece que vaya siempre acelerado haciendo repiquetear sus bastones en el suelo. Cuesta poco forrar el pincho de metal como yo he hecho, me pone nerviosa ese tac,tac,tac, continuo. Hago tiempo para que se vayan mientras compruebo que mis pies, afortunadamente, están perfectos, ni rastro de las temidas ampollas, aún así les prodigo toda clase de cuidados esperando lo agradezcan.

Y empieza la subida a la Faba. Lo mío no son las cuestas, no estoy entrenada para ellas. Y no es por fumar, no es la respiración lo que me falla, son los gemelos que se niegan a tanto estiramiento. Cuando creo que ya he subido bastante y después de esa curva vendrá algún trecho llano, otra cuesta, no voy a poder, me digo, pero puedo. Y luego viene otra, y otra más. El camino es precioso. Subiendo los empinados senderos tengo la sensación de ser la única habitante del planeta, sólo escucho el canto de los pájaros y los crujidos casi imperceptibles de pequeños animales escondiéndose entre los árboles o las plantas. Se que si me siento unos minutos en cualquier piedra del camino aparecerá otro peregrino, lo se, pero la sensación de soledad es inmensa.

Por fin llego a La Faba. Deja de llover y parece que el sol intenta abrirse paso entre las nubes.[...]


"Lo interesante no es lo que sucede en la carretera, sino lo que siente la persona que se desplaza."
Bolaño.

Magnífica etapa, Dune, yo añadiría que en esta etapa todo es importante.
K

Des dijo...

Eso es lo que intento transmitir, K, las sensaciones, además de explicar en la medida de lo posible lo que iba viendo.
Gracias.