Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

martes, 23 de junio de 2009

Etapa 1: Ponferrada-Villafranca del Bierzo


(Imagen: Colegiata de Villafranca del Bierzo)

Martes, 9 de junio de 2009

Desde el jardín del albergue de Ponferrada, veo el bar en el que cené anoche, está cerrado. Decido, entonces, tomar un café de máquina y desayunar un poco más tarde. Son las 7 de la mañana cuando salgo de allí. Antes de tomar el camino de flechas amarillas quiero acercarme hasta el Castillo y hacer unas fotos. Ayer no tuve demasiado tiempo, si llego a tardar un poco más me encuentro cerrado el albergue. El día está nublado y aún no he salido de Ponferrada cuando empieza a “orbayar”, es una lluvia muy fina pero constante, por lo que paro un momento en un parque cercano y me pongo el chubasquero.

Salgo por Compostilla, el corazón industrial de Ponferrada, y atravieso luego una especie de urbanización. Cuando llego a Columbrianos arrecia la lluvia y decido parar a desayunar en un bar en cuyas puertas ya descansan algunas mochilas, allí empiezo a reconocer algunos rostros de peregrinos que pernoctaron en el albergue de Ponferrada. Ocupo una de las mesas de la calle, bajo un toldo. Estoy frente a la Iglesia y me entretengo observando un nido de cigüeñas. Aprovecho para llamar a casa, antes de que el enano salga para el Instituto. Le doy los buenos días y parece que ya está mucho más tranquilo, lo que hace que me sienta mejor.

Me pongo de nuevo en marcha por el llamado Camino Real. Atravieso Fuentes Nuevas y Camponaraya, camino de Cacabelos. De vez en cuando algunos rayos de sol atraviesan las nubes, pero creo que el día seguirá lluvioso. Allí, en Cacabelos, hago una parada en una de las áreas de descanso que iré encontrando a lo largo del Camino para que los peregrinos nos demos un respiro.

Me quito las botas y los calcetines, y dejo que mis pies descansen y se aireen, mientras picoteo nueces, pasas y algún trocito de chocolate. Luego me embadurno los pies con vaselina y me pongo un par de calcetines limpios, los otros los cuelgo en la mochila. El resto del camino transcurre entre viñas y cerezos por senderos tranquilos y con pocas dificultades.

Son las 13,30 cuando, casi sin darme cuenta y perseguida de nuevo por la lluvia, llego a Villafranca del Bierzo. A la entrada del pueblo está el Albergue Municipal, desde allí se divisan las iglesias de Santiago y San Francisco. Me atiende Nuria, la hospitalera, una chica simpática y amable que hace que me sienta como en casa, me indica la habitación y la litera que me ha tocado en suerte, en el primer piso. Es una habitación de 10 literas, con una gran balcón. Extiendo mi saco sobre la cama e inmediatamente me dirijo a las duchas. Pienso en hacer la colada, pero no tengo mucha ropa sucia y con el día tan malo que hace no tendré tiempo de secarla, así que decido dejarla para el día siguiente.

Salgo del albergue con intención de bajar al pueblo a comer algo. Por el camino me encuentro con una chica alemana con la que coincidí en Ponferrada. Ella busca un supermercado y una panadería, yo un restaurante. Durante todo el Camino tomaré la costumbre de hacer un desayuno completo y una comida de menú diaria, el resto de la jornada picoteo fruta fresca, frutos secos o chocolate, cuando siento que empiezan a fallarme las fuerzas. Tomamos la dirección equivocada y nos damos cuenta de que por allí no encontraremos nada, así que decidimos dar la vuelta y me acerco a preguntar a una chica que vende cerezas. La alemana y yo nos entendemos por señas. La vendedora me recomienda el restaurante “La Compostela” y me informa de que las tiendas abren a las cinco de la tarde, lo que le explico a mi compañera que decide volver al albergue. Ella está en El Ave Fénix, un albergue privado cercano al Municipal.

La Compostela está situada en medio de una plaza y por la afluencia de público parece que deben tener buena cocina. Pido una caldo gallego y costillas a la plancha. La camarera se sorprende cuando le hablo en castellano, me dice que pensaba que era extranjera, algo que me pasará a menudo, aún no entiendo el motivo.

Cuando termino mi comida, exquisita, decido dar un paseo por Villafranca admirando su patrimonio artístico. Me impresiona la Colegiata. Hago tiempo mientras abren un pequeño supermercado donde compro plátanos y unos yogures para la cena. Volviendo al albergue aprovecho para visitar la Iglesia de Santiago, y su puerta del Perdón, llamada así porque el Papa Calixto III concedía a los peregrinos enfermos que pasaban por ella las mismas indulgencias que si hubieran llegado a Santiago. Admiro el Castillo de los Marqueses de Villafranca y la Iglesia de San Francisco.

Dejo mis provisiones en la nevera de la cocina y voy un rato al salón, donde están reunidos algunos peregrinos, al calor de la chimenea que Nuria ha encendido. El ambiente es cálido y acogedor. Allí conozco a Juan, un prejubilado de Zaragoza que viene desde Roncesvalles, y a una chica de Vallecas, simpática y extrovertida, que empezó también ayer en Ponferrada. Se une al grupo otra chica de Suiza que habla bastante bien español, ayudándose de vez en cuando del italiano.

Sobre las siete viene al albergue una fisioterapeuta por si alguien necesita un masaje. Charlamos alrededor del fuego y acabamos haciendo fotos del grupo de sesenta y tantos peregrinos reunidos allí, las quiere Nuria para colgarlas en una especie de tablón que hay en la pared. Después de cenar un plátano y un yogur, me voy a la cama. Como el día anterior, tardo un poco en conciliar el sueño, pero el cansancio por los 23 Kms recorridos vence por fin al insomnio y me quedo dormida.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hacía más o menos un mes que era incapaz de olvidar lo que pasó, dejar a un lado los problemas y concentrarme en algo que estuviera pasando en el presente. Y, sin embargo, ahora, ni el olor a pura cloaca que venía no sé si de los túneles o del vagón, ni la sofocante calorina, bastaban para arrancar mis ojos y mi atención del libro que tenía en las manos. Hay dos tipos de historias, leía, según el personaje principal sea narrativo o episódico. Si no entendía mal, episódico era aquél que logra vivir pensando el presente, aquél que logra cortar el hilo narrativo que le sujeta al pasado. Yo debía de ser más bien narrativo, pensé, un… ¿infeliz? No recuerdo quién decía que de los instantes de felicidad, el secreto, era la no percepción del tiempo. Pensé que el presente siempre estaba ahí, delante de nuestros ojos, de nuestros sentidos, y que la mayoría de las veces no se le hacía ni caso. ¡Qué poco respeto por el presente! Como si necesitara unos instantes para asimilar aquello que acababa de leer, antes de seguir leyendo, mis ojos se alzaron del libro. Había llegado a mi estación y el tren estaba a punto de cerrar las puertas y ponerse de nuevo en marcha. A mí también me costó ponerme en marcha, volver a mis piernas. Bueno, por poco, pero me dio tiempo a bajar. Mientras caminaba por los túneles en busca de la salida pensé en cómo pasaron los treinta minutos, más o menos, que dura aquel viaje. De repente sentí una rara sensación de bienestar.

K

Des dijo...

¿Soy un personaje episódico, entonces? Me has hecho pensar. Me gusta escribir en presente, quizá es que así revivo de nuevo el pasado... no sé.
De lo que estoy segura desde que te conozco es que eres y serás siempre un maestro, un mago que saca de su chistera historias como si de simples palomas se tratase. Y de que nunca me canso de leerte, así que no dejes de obsequiarme con tu presencia.
Un abrazo, K.