Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

domingo, 28 de junio de 2009

Etapa 5: Mirallos-Hospital de la Cruz


(Imagen: Enriqueta y yo entre la niebla)

Sábado, 13 de junio de 2009

Nos levantamos contentos esta mañana y la señora Julia nos agasaja con un estupendo desayuno: tostadas gigantes y mermelada de manzana que elabora su hija Natalia. Mientras Toni, Nuria, Eva, Enriqueta y yo, damos buena cuenta de las viandas, llegan del albergue, Juan, que pasa a desearnos “buen camino” y Tere y Mariví, que han olido el desayuno. Son dos amigas también madrileñas, y aunque aún no lo se, acabaré divirtiéndome mucho con ellas. Tere es extrovertida, toda nervios, a veces se conecta los auriculares y la ves bailar por los caminos, Mariví es más tranquila, con un puntito de humor que te alegra la vida.

Nos despedimos de la señora Julia y emprendemos la marcha poco a poco. Enriqueta y yo salimos juntas y pronto cogemos el ritmo de los pasos.

- Yo piensa que tu es alemana, chapurrea.

- A ver, Enriqueta, escucha. Yo, Enriqueta, tu Justi ¿ok? – me pongo en su lugar para que no se arme un lío con los pronombres.

- Yo pensaba que tu eras alemana.

- ¿Pensaba?

- Sí, “yo pienso que tu eres alemana”… ahora, now – nos ayudamos de alguna palabra en inglés. “yo pensaba que tu eras alemana”… antes, before, past..

- ¡Ah! Yes, yes.

Y repite la frase con un chasquido que yo traduje por “perfecto, estupendo”. Así, sin darnos cuenta, caminamos mientras aprende palabras en español. Enriqueta es una chica dulce, con voz melodiosa (no en vano canta en dos coros) y una preciosa sonrisa. Todo lo observa con ojos de niña que empieza a descubrir el mundo y tiene una curiosidad abrumadora por lo que le rodea. Admiro su tesón, tuvo que hacer dos etapas en autobús por una lesión en el pie, me cuenta con una mezcla de gestos y palabras, y aquí está, caminando a mi lado. Me señala lo que vamos viendo y yo le digo su nombre en español: “pájaro” “árbol” “bosque”.

- ¿Yo enseño español? Pregunta

- No. Yo aprendo español – y la señalo. Tú me enseñas español – me golpeo el pecho como Jane con Tarzán.

- Siiiiiii, yo aprendo, tu me enseñas… chasquea la lengua.

En Mercadoiro vemos un albergue que le gusta a Enriqueta, tiene ganas de tomar un té, yo pido un café y nos sentamos. Al rato llega un chico cojeando, se acerca a la mesa, saluda a Enriqueta y se sienta con nosotros, se llama Alberto y anda bastante fastidiado con la rodilla. Volvemos a emprender la marcha, pero no tardamos mucho en parar en una pequeña tienda que descubrimos en mitad del camino. Es de esas medio hippies, medio artesanas, afuera hay pañuelos colgados, bolsos de tela, colgantes, pulseras. No podemos resistir la tentación y nos colamos dentro, como niñas pequeñas lo miramos y tocamos todo. Compramos un pañuelo cada una, el mío en verde y el de ella en tonos azules. Enriqueta promete acordarse de mí cada vez que se lo ponga, y yo hago lo mismo. Charlamos un ratito con el chico de la tienda y seguimos el camino. Casi sin darnos cuenta avistamos Portomarín.

Nada más atravesar el río Miño nos topamos con una caravana famosa en el camino, es de una alemana que ofrece café a los peregrinos mientras espera a su marido que hace el camino en bicicleta. Rechazamos amablemente su ofrecimiento y Enriqueta les hace unas fotos. Desde lo alto de la escalinata avistamos a una chica alemana y mientras Enriqueta se queda esperándola, yo sigo caminando hasta un parque cercano, allí me siento un rato y aprovecho para llamar a casa. Como es sábado les pillo a todos aún dormidos, les tomo un poco el pelo y arremeto la cuesta que me lleva hasta la plaza de la Iglesia de Portomarín.

Allí vuelvo a encontrarme con Enriqueta y su joven amiga alemana, también saludo a Tere y Mariví, que pensaban quedarse allí pero han decidido continuar, y a Nuria y Eva. Me siento con las alemanas a comer algo, y voy luego a hacer algunas compras: por fin me hago con otra toalla, ésta pesa un poco más, pero ¿qué le voy a hacer? Lo tengo merecido por mi mala cabeza.

Al salir de Portomarín me despisto con una flecha y sigo por la carretera. Hace calor y hay unas buenas cuestas, a pleno sol. Empiezo a figurarme que he metido la pata cuando veo una de las señales que indican el camino al peregrino, es uno de esos cruces en que el sendero se junta en algún momento por la carretera. Rectifico y continúo mi camino. Un poco antes de llegar a Hospital de La Cruz me encuentro con Tere, Mariví y Alberto que están sentados tranquilamente a la puerta de un bar. Ellas han pedido algo para comer y Alberto una cerveza fresquita, pido un Aquarius y me siento con ellos. Piensan quedarse en Hospital y decido hacer lo mismo.

El albergue de Ventas de Narón es un edificio moderno y muy bien equipado. Nos recibe la hospitalera que es un mujer atenta y amable. Nos entrega funda para el colchón y la almohada. Ya están por allí Nuria, Eva, Toni y también Pepe, y una pareja de novios, los tres de Valencia. Más tarde llegarán Enriqueta y su amiga. Nos duchamos y hacemos la colada. Después nos acercamos al restaurante que hay por allí cerca y nos sentamos a tomar una cerveza.

Tere y Mariví aún no tienen hambre, pero a Alberto y a mí empiezan a rugirnos las tripas, así que vamos a comer un poco. Alberto es un chico de Valladolid, con un sentido del humor extraordinario. Por algún motivo, al principio confundimos su nombre con el de Álvaro, y después empezamos a llamarle Marichalar, en plan cariñoso, más que nada por el movimiento que hace al andar debido a su rodilla. También a mí, Tere y Mariví me llaman Marisol, porque según dicen tienen una amiga a la que me parezco. Al fin y al cabo, el nombre es casi lo de menos.

El dueño del restaurante es un tipo antipático al que también ponemos nombre: el estreñido, que además se toma la libertad de tratar a la camarera, una chica boliviana, de forma despectiva. Después de comer volvemos al albergue a descansar un rato, pero no tardamos en acudir de nuevo al restaurante, sentarnos en la terraza a refrescarnos y jugar al chinchón.

Cenamos todos juntos: Toni, Eva, Nuria, Tere, Mariví, Alberto y yo. Y tardan horas en servirnos cada plato. El estreñido no pega palo al agua y la pobre camarera va de cabeza. Cuando estamos casi terminando llegan dos jovencitas francesas y se abre un debate sobre si lo que fuman es un porro o tabaco liado. Son un poco hippies, altas y muy delgadas, allí se quedan cuando volvemos al albergue para acostarnos. A la hora de cerrar, la hospitalera, nos encarga decirles a las francesas que cierren cuando lleguen, se les ha hecho un poco tarde cenando.

Pepe y Toni descubrieron que son almas gemelas, ambos paracaidistas, y se han echado al coleto varias cervezas y algún que otro orujo. Van contentos y arman un poco de revuelo en el albergue, yo que estoy abajo en los lavabos oigo risas en la habitación. Cuando subo están en el pasillo riendo como locos.

Cuando por fin se calman y ya estamos acostándonos, llegan las francesitas. Van a darse una ducha y cuando suben llevan sólo una toalla alrededor del cuerpo. Algunos no les quitan ojo por si hay suerte y alguna toalla se desprende. Intentamos dormir pero hoy hay alguien que empieza a roncar. Pregunto a Alberto, acostado a mi lado, si es el que tenemos arriba, me dice que no que es el hombre que tiene a su derecha. De vez en cuando le hace ese sonido de arrear un caballo a ver si consigue que deje de roncar, pero nada. Es entonces cuando se oye: “Pepe, date la vuelta”. Es el otro chico de Valencia y Pepe, el roncador. Obediente, se da la vuelta en la litera y se hace el silencio. Ahora puedo dormir.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"Mientras damos buena cuenta de las viandas, Toni, Nuria, Eva, Enriqueta y yo, llegan del albergue Juan, que pasa a desearnos “buen camino” y Tere y Mariví, que han olido el desayuno."
No tiene demasiada importancia, pero, la frase me resulta algo liosa, ¿no sería mejor?
Mientras, Toni, Nuria, Eva, Enriqueta y yo damos buena cuenta de las viandas, llegan del albergue, Juan, que pasa a desearnos buen camino, y Tere y Mariví, que han olido el desayuno. Tere y Mariví son…

Me resulta bastante surrealista y simpática, muy simpática, tu conversación con la alemana.

Seguro que es sólo cosa mía, pero, aprecio en la narración un giro, un cambio, un antes y un ahora, desde las lágrimas. Seguramente se deba a que mezclado con las lágrimas se iba gran parte del cortisol que el estrés del inicio del viaje acumuló en tu organismo. Bueno, esta es la explicación menos literaria. Queda mucho mejor que la llantina fuera delante de las imágenes de todos los santos, en esa iglesia que haces resulte tan, tan, misteriosa.

Una lectura, una más, de un lector que te admira.
Gracias por seguir compartiendo tu viaje.
K

Des dijo...

Como siempre, tienes toda la razón, querido K, y ahora mismo lo corrijo. Ocurre que sin darme cuenta, estoy más pendiente de ser fiel a las sensaciones que a la cosa literaria, estaré más atenta y tú sigue llamándome la atención si vuelvo a meter la pata.
Seguramente tienes razón en lo del cambio y pienso que puede deberse a dos cosas. Antes de las lágrimas pasé dos etapas muy duras, en las que a veces me sentí sola y cansada, al tiempo que arrastraba un problema en la rodilla que empezaba a preocuparme. En Sarria me encontré mucho mejor y cuando entré en esa Iglesia en la que se respiraba tanta paz, dejé que saliera toda esa angustia que llevaba dentro.
La segunda situación que creo que me afecta bastante (para bien) es el encuentro con este pequeño grupo de peregrinos. Nos compenetramos bien y aunque sigo caminando sola en muchas ocasiones, la sensación de soledad que me había acompañado hasta ese momento ya no está presente.
Gracias, K.
Un abrazo.

Des dijo...

Se me olvidó decir que esa conversación con mi amiga Enriqueta es sólo un fragmento de lo mucho que hablamos esa mañana. Es una mujer que hacía todo lo posible por hacerse entender y por aprender nuestro idioma, y yo disfruté y me reí muchísimo haciendo de "profesora".