Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

domingo, 31 de agosto de 2008

El último refugio (XVII)


Me alzó en el aire y me echó sobre su hombro al tiempo que me propinaba una sonora palmada en el culo. Luego salió del establo conmigo a cuestas, haciendo caso omiso a mi pataleo y a los puñetazos que le propinaba en la espalda. Afortunadamente estábamos sólos en la casa, a excepción de la vieja María que ya estaba más sorda que una tapia y que seguramente estaría dormitando en la cocina. Me llevó hasta el río y allí sin previo aviso me dejó caer en el agua. Estaba helada. Intenté salir a toda prisa, pero cada vez que lo intentaba él volvía a empujarme hacia dentro. Saldrás cuando se te hayan bajado esos humos, señorita orgullosa y antipática, así aprenderás de una vez que no puedes hacer realidad cualquier capricho que se te venga a la cabeza. Sólo cuando me vio tiritar de frío, me volvió a cargar en sus brazos y me llevó a la casa. Ya en mi habitación, empezó a quitarme la ropa empapada de agua mientras yo no dejaba de temblar. Me secó despacio friccionando la toalla por todo mi cuerpo, y aquellos espasmos ocasionados por el frío dieron paso a otros motivados por el deseo. Cada vez que sus manos me rozaban, mi piel reaccionaba a su contacto. ¿Se te bajaron los humos, señorita? Susurraba en mi oído mientras sus manos aprisionaban mis pechos y pellizcaban aquellos botones erguidos y desafiantes. Yo sólo deseaba que siguiera, que no parase, sólo quería dejarme llevar por el placer que me hacía sentir. No podemos dormir juntos, no podemos, seguía diciendo con la boca pegada a mi oreja. Tampoco tendríamos que estar haciendo esto, pero no puedo vencer la tentación cuando te tengo cerca. Debería alejarme de ti, lo se, debes marcharte de aquí, pronto, antes de que suceda lo inevitable. Mientras hablaba sus dedos jugueteaban con mi sexo. Mis piernas eran pura gelatina incapaces de sostenerme. Calla. Y buscaba su boca para silenciar sus palabras. Luego me sentó sobre la cama, y de rodillas hundió su boca entre mis piernas, su lengua húmeda y caliente recorría sin descanso mi sexo tembloroso, hundiéndose de vez en cuando en su interior, penetrándome con ella, al tiempo que mis piernas se abrían al máximo y retorcía mi cuerpo ante aquella descarga de placer intenso.

Lo inevitable jamás sucedió, pienso mientras su aliento cosquillea en mi nuca. No siento pena por ello, o quizá sí, ahora es difícil saberlo. Quizá me hubiese gustado sentirle dentro de mí, escucharle gemir, mirarle a los ojos mientras se vaciaba en mi interior… pero eso no son más que elucubraciones sobre algo que ya no tiene remedio. Lo que más me apena es el tiempo perdido, todos estos años que pasé muriendo mientras intentaba sobrevivir, al lado de alguien a quien no quiero, participando de una vida que me asquea, que me hizo sentir sucia y despreciable. Pero eso, seguramente, también fue inevitable, y sucedió.

Cuando me despierto, él ya se ha levantado. Remoloneo un poco y me parece escuchar el murmullo de una conversación. Al fin me hago el ánimo y me levanto. Ya vestida salgo de la habitación y me guío por las voces que parecen venir del exterior. Al acercarme a la puerta les veo: Mario y Antón están en el patio charlando.

- Vaya, parece que la bella durmiente ha salido por fin de su letargo.

Es Mario que me mira con ojos risueños.

- ¡Ja! Estaba esperando al príncipe que viniese a despertarme, pero por lo que veo por aquí no hay ninguno. Sólo distingo a un par de ranas croando.
- Quizá con un beso de la princesa, se obre el milagro.

Decidida, me acerco a él y le beso en la boca. Le pillo desprevenido, no esperaba el beso ni la pasión con que se lo doy.

- A ver si así te callas y dejas de decir tonterías- le espeto con aires de suficiencia dándole la espalda y guiñándole un ojo a Antón que ríe divertido.
- No deberías provocarla, Mario, no sabes de lo que es capaz.

Los dos nos reímos abiertamente con la cara de sorpresa que se le ha quedado a Mario.

- Bueno ¿se puede saber a qué se debe tu grata visita?, si puedes articular alguna palabra coherente.
- Ejem… venía a decirte que Ignacio ya me ha contestado, dice que pasará por aquí mañana por la mañana y se quedará a comer, tendremos tiempo para hablar tranquilos. Ya me ha dicho Antón que al parecer contamos con algunos días para idear un plan viable.
- Eso espero, aunque tengo miedo que Ernesto se presente de repente si la situación se vuelve insostenible.
- Ignacio me ha comentado que aún queda bastante trabajo por hacer, y piensa que lo peor aún está por llegar. El gobierno apurará al máximo sus recursos, teme que la represión se endurezca en un último intento por sofocar las protestas y las huelgas masivas. Parte del ejercito está al lado de la oposición, pero aún quedan facciones adictas al régimen, los más duros y sanguinarios, que espera acaben por convencerse de lo que puede ocurrir en el caso de continuar en su postura, y de la situación difícil en que se verían, en el caso más que probable, de que el gobierno sea derrocado y sus máximos representantes juzgados y condenados por sus crímenes.
- Mañana habrá tiempo para hablar de todo eso – dice Antón- Mario, ¿te quedas a cenar?
- No quisiera ser una molestia.
- Tu hermano no dice más que tonterías, Antón ¿tendré que hacerle callar nuevamente?
- No seas mala, rapacina ¿no ves que le cohíbes?
- Está bien, señorita, cenaré con vosotros con mucho gusto.
- ¿Por qué no os vais a dar un paseo?- sugiere Antón.
- Mejor cojo tu silla y vamos los tres, así podemos seguir charlando.
- No, tengo algunas cosas que hacer. Id vosotros, le diré a Carmina que prepare cena para tres.
- Está bien… ¿vamos? – digo dirigiéndome a Mario.

Y echamos a andar por el camino en dirección al río.
(Continuará)

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