Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

martes, 5 de agosto de 2008

El último refugio (XII)


- ¿Otra vez vas a salir a caballo?
- ¿Otra vez asustándome? ¿Es que no puedes silbar o algo para que te oiga llegar? me vas a matar un día de estos. Sí, ha salido el sol y la mañana es espléndida… volveré a la hora de comer o ¿quieres que me quede contigo?
- Anda, anda... ten mucho cuidado, que no siempre va a estar Mario para salvarte...
- O sí, tengo la impresión de que me andaba espiando.
- Tu has visto muchas películas, rapacina, aquel es un solitario que sólo tiene ojos para sus bichos, ni siquiera sabría que estabas aquí.
- Yo no estaría muy segura de eso, el día que llegué me pareció que alguien me observaba, y ayer cuando hablábamos bajo el castaño ¿te acuerdas?
- Ya te dije que sería alguna rabosa, no le des más vueltas

Antes de montar, me siento sobre sus piernas dándole la espalda.

- Abrázame, anda, abrázame muy fuerte.

Él me rodea con sus brazos y apoya la cabeza en mi espalda. Su aliento caliente traspasa la tela de mi camisa. Cojo sus manos y las coloco sobre mis pechos, apretándolas contra ellos.

- Eva, Eva… puede vernos alguien.
- Sólo estamos tu, yo y Carmina ¿se llama así?... que está por ahí a sus cosas ¿qué importa si nos ve?

He empezado a desabrochar los botones de mi camisa y saco los pechos por encima del sostén. Las manos de Antón los rodean y sus dedos expertos masajean mis pezones que se yerguen excitados. Introduzco mi mano por la cintura del pantalón al tiempo que abro un poco las piernas hasta alcanzar el sexo mojado. Me recuesto un poco y apoyo la cabeza en su hombro. Me gusta ver sus manos amasando mis pechos mientras me masturbo y sentir cómo su lengua se introduce en mi oreja lamiéndola como si se tratase de mi sexo. Bajo la cremallera de mis pantalones para que mis dedos me penetren más profundamente, mientras él pellizca y retuerce mis pezones y me hace sentir esa mezcla de dolor y placer que resulta imposible discernir la fina línea que los separa. Me corro entre gemidos. Permanecemos inmóviles.

- Todos estos años… ¿has tenido amantes? – me susurra al oído.
- ¿Amantes?... imposible. No podía exponerme. No podía fiarme de nadie. Me masturbaba en un pequeño rincón que encontré donde no llegaban las cámaras, las tenemos repartidas por toda la casa, pero hay un pequeño armario, diminuto, en mi habitación. Me escondía allí cuando me quedaba sola, y me masturbaba… pensaba en ti, y en silencio te llamaba cuando me corría, sólo quien pudiera leerme el pensamiento hubiera podido escucharme: “Antón, Antón, Antón…”

Me levanto para arrodillarme entre sus piernas y hago intención de desabrocharle el cinturón pero él no me deja, como entonces, en eso no ha cambiado.

- No hagas que me avergüence, por favor.
- Pero… ¿por qué?... no me importa que no puedas tener una erección…
- A mí sí me importa, renuncié al sexo hace tiempo ¿no te das cuenta cuánto disfruto acariciándote, mirando tu rostro cuando tu cuerpo se estremece de placer? Es más que suficiente, hace apenas unos días no podía ni soñar con volver a tenerte entre mis brazos, déjalo así, no le des más vueltas.
- Está bien, voy a tener que ducharme otra vez y salgo un rato a caballo… es pronto ¿no?
- Sí, pero no te retrases para la comida.
- Seré puntual, lo prometo.

Y le besó justo en la punta de la nariz.

(Continuará)

No hay comentarios: