(Imagen: Datames)
- ¿Te quedarás mucho tiempo en la casa? – pregunta después de un corto silencio.
- Quisiera quedarme toda la vida, sin más ocupación que pasear a caballo, bañarme en el río, pasar las tardes de invierno sentada en la mecedora, junto al fuego, leyendo un libro o conversando en voz queda con Antón… o contigo.
- Si eso es lo que quieres, no veo por qué no puedes hacerlo.
- No conoces a Ernesto, no me dejará que me aleje de su lado tan fácilmente. Estoy aquí, aislada del mundo, sin querer enterarme de lo que ocurre porque de una u otra forma él vendrá a buscarme. Si las cosas se calman y consiguen acallar las protestas, de la forma que sea, mi marido no me dejará quedarme aquí. Y si por el contrario la situación se complicase de tal forma que tuviesen que salir por piernas, no se iría sin mí. Se que vendrá a buscarme y no habrá un lugar en que pueda esconderme.
- Las cosas no se calmarán, estoy seguro, las últimas noticias son esperanzadoras, no para ellos, claro, pero ¿crees que el presidente y sus allegados saldrían del país si no logran controlar la sublevación?
- No lo dudes. No son más que ratas que saldrán corriendo, pisoteándose unos a otros para salvar el culo. Han maltratado, vejado, torturado y asesinado a cientos de personas, Mario. Se han apropiado de los bienes de aquellos que han osado enfrentarse a ellos. No les ha importado jugar con la vida de cualquier con tal de cerrar una buena operación con suculentas ganancias. Si la oposición y los ciudadanos consiguen acabar con este gobierno, tienen la obligación de juzgarlos por sus crímenes y ellos no se van a quedar a verlas venir. Tienen medios suficientes, cogerán un avión y se largarán a cualquier país en el que tengan una buena cuenta corriente. Y… ¿cómo sabes lo que está ocurriendo en el país? Aquí estamos prácticamente aislados, perdidos en este hermoso rincón en mitad de la montaña.
- ¿Has oído hablar de internet? – lo dice riéndose mientras desaparece por la puerta de lo que supongo es su habitación
- Idiota.
- ¿Has dicho algo? No te he oído.
- ¡¡Idiota!!
- Vale, vale, no hace falta que grites, ahora sí te entendí – y sale con el portátil bajo el brazo.
- No se por qué no se me ocurrió que podías tener un ordenador, debe ser que volver aquí ha sido para mí el regreso al pasado. Ni siquiera pensé en traer el mío, sólo deseaba volver a casa de la abuela, revivir aquellos años en que amanecía feliz cada mañana.
- Ven, acércate, vamos a ver lo que se cuenta por la red, ya sabes que es mucho más fiable que los periódicos o la televisión que aún están controlados por el gobierno.
Durante un rato, leemos en silencio, con los ojos pegados a la pantalla, las trifulcas, luchas callejeras, huelgas y manifestaciones que se suceden por todo el país, multiplicándose cada día. No funciona el transporte público, los colegios; la comida empieza a escasear en los supermercados, la gente intenta aprovisionar sus despensas, hay saqueos, robos, tiroteos en plena calle. Media Europa ha empezado a alzar su voz, por primera vez en mucho tiempo, en contra del actual gobierno que está recibiendo presiones por todas partes. El presidente hace días que no aparece en ningún acto público, ni hace declaraciones para los medios de comunicación. Su única respuesta es sacar a la calle más contingentes de policía con órdenes concretas de reprimir lo que acabará explotando de una u otra forma. Las fuerzas de represión están empezando a cansarse de luchar y golpear a las gentes con las que conviven cada día. Algunos les insultan, les hacen frente con piedras, porras, bates o cualquier cosa que pueda servirles de arma, otros corean a voz en grito: ¡Traidores! ¡Corruptos! ¡Peleles!. Y otros, sentados en la acera les preguntan ¿qué hacéis aquí? ¿por qué lucháis vosotros?...
- Esta situación no durará mucho tiempo – me dice.
- Y yo tengo que escapar. Debo marcharme antes de que Ernesto venga a buscarme. No puedo irme con él, no puedo, antes le pego un tiro o me lo pego yo.
- No digas eso, seguro que podemos buscar una solución.
- No vendrá solo, seguro, no va a ninguna parte sin sus guardaespaldas, me llevará a la fuerza. Le conozco y no escuchará mis súplicas. Para él es algo muy simple: es mi dueño, me salvó la vida y le pertenezco.
- Voy a escribirle un correo a Ignacio, mi amigo médico, a ver si puede venir a verme. Él estará bien enterado de todo, forma parte de un grupo con firmes contactos en el extranjero que lucha desde hace tiempo contra este gobierno. Quizá pueda ayudarte.
- ¿Me contará todo lo que sabe de mi estancia en la clínica?
- Eso es algo que debes preguntarle tú.
Permanezco a su lado mientras sus dedos vuelan sobre el teclado. En el correo le habla de un problema que le ha surgido con un osezno y que le gustaría comentar con él. No entiendo nada. Luego escribe sobre trivialidades del tiempo y de su trabajo en el monte. Mi expresión debe ser de perplejidad, porque se vuelve hacia mí con esa sonrisa burlona que seguro es cosa de familia.
- ¿No querrás que le cuente en un correo lo que pasa en realidad?
- ¿Temes que alguien pueda leerlo?
- Ignacio no es tonto, y guarda unas buenas medidas de seguridad, pero no está de más ser precavido, así que tenemos una especie de código para saber cuando el asunto es grave. No te preocupes, nosotros nos entendemos.
- Gracias, Mario… tengo que irme ¡es tardísimo! Tu hermano me va a matar, me recalcó que no me retrasase para la comida… ¿quieres acompañarnos?
- No, podría volver tu marido en cualquier momento y prefiero que por ahora siga sin saber nada de mí.
- Tienes razón. Gracias otra vez.
Me acompaña hasta la yegua que pasta tranquilamente cerca de la casa. Antes de montar, me pongo de puntillas y rozo suavemente mis labios con los suyos que tiemblan ligeramente.
- Hasta mañana, entonces.
- Hasta mañana.
Cuando llego a la casa, Antón está esperándome en la puerta. Un gesto de alivio se le dibuja en el rostro al verme aparecer por el camino. Me apeo de un salto, me arrodillo ante él y me acurruco entre sus brazos.
- Abrázame, Antón, abrázame muy fuerte.
- Me tenías muy preocupado, rapacina, pensando que te podía haber pasado cualquier cosa ¿cómo tardaste tanto? ¿qué te pasa?... estás temblando.
- Lo siento, Antón, se me hizo tarde. Déjame que le quite la silla a la yegua y la deje en el establo y vamos a comer. Estuve con Mario, ahora te lo cuento todo.
- Está bien, está bien, voy a decirle a Carmina que prepare la mesa. No tardes.
Estoy en la habitación quitándome las botas de montar cuando el repiqueteo del teléfono me hace dar un brinco. Oigo a Carmina que responde y luego golpes de nudillos en mi puerta.
- Señora, el teléfono, es el señor.
- Dile que voy enseguida, es sólo un momento.
Me dirijo al comedor para atender la llamada, me tiemblan las piernas. Respira hondo, Eva, me digo, respira hondo y disponte a actuar como tú sabes. Miente, muéstrate tranquila, dulce y amable, como la amante esposa que eres. Respira hondo.
- Quisiera quedarme toda la vida, sin más ocupación que pasear a caballo, bañarme en el río, pasar las tardes de invierno sentada en la mecedora, junto al fuego, leyendo un libro o conversando en voz queda con Antón… o contigo.
- Si eso es lo que quieres, no veo por qué no puedes hacerlo.
- No conoces a Ernesto, no me dejará que me aleje de su lado tan fácilmente. Estoy aquí, aislada del mundo, sin querer enterarme de lo que ocurre porque de una u otra forma él vendrá a buscarme. Si las cosas se calman y consiguen acallar las protestas, de la forma que sea, mi marido no me dejará quedarme aquí. Y si por el contrario la situación se complicase de tal forma que tuviesen que salir por piernas, no se iría sin mí. Se que vendrá a buscarme y no habrá un lugar en que pueda esconderme.
- Las cosas no se calmarán, estoy seguro, las últimas noticias son esperanzadoras, no para ellos, claro, pero ¿crees que el presidente y sus allegados saldrían del país si no logran controlar la sublevación?
- No lo dudes. No son más que ratas que saldrán corriendo, pisoteándose unos a otros para salvar el culo. Han maltratado, vejado, torturado y asesinado a cientos de personas, Mario. Se han apropiado de los bienes de aquellos que han osado enfrentarse a ellos. No les ha importado jugar con la vida de cualquier con tal de cerrar una buena operación con suculentas ganancias. Si la oposición y los ciudadanos consiguen acabar con este gobierno, tienen la obligación de juzgarlos por sus crímenes y ellos no se van a quedar a verlas venir. Tienen medios suficientes, cogerán un avión y se largarán a cualquier país en el que tengan una buena cuenta corriente. Y… ¿cómo sabes lo que está ocurriendo en el país? Aquí estamos prácticamente aislados, perdidos en este hermoso rincón en mitad de la montaña.
- ¿Has oído hablar de internet? – lo dice riéndose mientras desaparece por la puerta de lo que supongo es su habitación
- Idiota.
- ¿Has dicho algo? No te he oído.
- ¡¡Idiota!!
- Vale, vale, no hace falta que grites, ahora sí te entendí – y sale con el portátil bajo el brazo.
- No se por qué no se me ocurrió que podías tener un ordenador, debe ser que volver aquí ha sido para mí el regreso al pasado. Ni siquiera pensé en traer el mío, sólo deseaba volver a casa de la abuela, revivir aquellos años en que amanecía feliz cada mañana.
- Ven, acércate, vamos a ver lo que se cuenta por la red, ya sabes que es mucho más fiable que los periódicos o la televisión que aún están controlados por el gobierno.
Durante un rato, leemos en silencio, con los ojos pegados a la pantalla, las trifulcas, luchas callejeras, huelgas y manifestaciones que se suceden por todo el país, multiplicándose cada día. No funciona el transporte público, los colegios; la comida empieza a escasear en los supermercados, la gente intenta aprovisionar sus despensas, hay saqueos, robos, tiroteos en plena calle. Media Europa ha empezado a alzar su voz, por primera vez en mucho tiempo, en contra del actual gobierno que está recibiendo presiones por todas partes. El presidente hace días que no aparece en ningún acto público, ni hace declaraciones para los medios de comunicación. Su única respuesta es sacar a la calle más contingentes de policía con órdenes concretas de reprimir lo que acabará explotando de una u otra forma. Las fuerzas de represión están empezando a cansarse de luchar y golpear a las gentes con las que conviven cada día. Algunos les insultan, les hacen frente con piedras, porras, bates o cualquier cosa que pueda servirles de arma, otros corean a voz en grito: ¡Traidores! ¡Corruptos! ¡Peleles!. Y otros, sentados en la acera les preguntan ¿qué hacéis aquí? ¿por qué lucháis vosotros?...
- Esta situación no durará mucho tiempo – me dice.
- Y yo tengo que escapar. Debo marcharme antes de que Ernesto venga a buscarme. No puedo irme con él, no puedo, antes le pego un tiro o me lo pego yo.
- No digas eso, seguro que podemos buscar una solución.
- No vendrá solo, seguro, no va a ninguna parte sin sus guardaespaldas, me llevará a la fuerza. Le conozco y no escuchará mis súplicas. Para él es algo muy simple: es mi dueño, me salvó la vida y le pertenezco.
- Voy a escribirle un correo a Ignacio, mi amigo médico, a ver si puede venir a verme. Él estará bien enterado de todo, forma parte de un grupo con firmes contactos en el extranjero que lucha desde hace tiempo contra este gobierno. Quizá pueda ayudarte.
- ¿Me contará todo lo que sabe de mi estancia en la clínica?
- Eso es algo que debes preguntarle tú.
Permanezco a su lado mientras sus dedos vuelan sobre el teclado. En el correo le habla de un problema que le ha surgido con un osezno y que le gustaría comentar con él. No entiendo nada. Luego escribe sobre trivialidades del tiempo y de su trabajo en el monte. Mi expresión debe ser de perplejidad, porque se vuelve hacia mí con esa sonrisa burlona que seguro es cosa de familia.
- ¿No querrás que le cuente en un correo lo que pasa en realidad?
- ¿Temes que alguien pueda leerlo?
- Ignacio no es tonto, y guarda unas buenas medidas de seguridad, pero no está de más ser precavido, así que tenemos una especie de código para saber cuando el asunto es grave. No te preocupes, nosotros nos entendemos.
- Gracias, Mario… tengo que irme ¡es tardísimo! Tu hermano me va a matar, me recalcó que no me retrasase para la comida… ¿quieres acompañarnos?
- No, podría volver tu marido en cualquier momento y prefiero que por ahora siga sin saber nada de mí.
- Tienes razón. Gracias otra vez.
Me acompaña hasta la yegua que pasta tranquilamente cerca de la casa. Antes de montar, me pongo de puntillas y rozo suavemente mis labios con los suyos que tiemblan ligeramente.
- Hasta mañana, entonces.
- Hasta mañana.
Cuando llego a la casa, Antón está esperándome en la puerta. Un gesto de alivio se le dibuja en el rostro al verme aparecer por el camino. Me apeo de un salto, me arrodillo ante él y me acurruco entre sus brazos.
- Abrázame, Antón, abrázame muy fuerte.
- Me tenías muy preocupado, rapacina, pensando que te podía haber pasado cualquier cosa ¿cómo tardaste tanto? ¿qué te pasa?... estás temblando.
- Lo siento, Antón, se me hizo tarde. Déjame que le quite la silla a la yegua y la deje en el establo y vamos a comer. Estuve con Mario, ahora te lo cuento todo.
- Está bien, está bien, voy a decirle a Carmina que prepare la mesa. No tardes.
Estoy en la habitación quitándome las botas de montar cuando el repiqueteo del teléfono me hace dar un brinco. Oigo a Carmina que responde y luego golpes de nudillos en mi puerta.
- Señora, el teléfono, es el señor.
- Dile que voy enseguida, es sólo un momento.
Me dirijo al comedor para atender la llamada, me tiemblan las piernas. Respira hondo, Eva, me digo, respira hondo y disponte a actuar como tú sabes. Miente, muéstrate tranquila, dulce y amable, como la amante esposa que eres. Respira hondo.
(Continuará)
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