Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

viernes, 8 de agosto de 2008

El último refugio (XIII)


Vuelvo a tomar el sendero de ayer, aunque hoy tendré cuidado de que no vuelva a ocurrir lo mismo. Quiero acercarme hasta la casa de Mario, me pica la curiosidad y ayer, después del susto no me fijé demasiado. Todo sea que hoy me pierda. La yegua lleva un trote tranquilo y yo estoy disfrutando de esa amalgama de olores que al entrar por las fosas nasales se va descomponiendo en cada uno de los aromas que lo forman. Un poco más adelante creo que había un pequeño arroyo de agua fresca y me pareció ver que estaba rodeado de matas de arándanos… hummmm, se me hace la boca agua sólo pensar en ellos, hace tanto tiempo que no los pruebo. Antón me enseñó a ir ensartándolos en una fina vara, como se hace con una brocheta, y luego, abría la boca y los soltaba todos dentro… delicioso. El único contratiempo es que acababa con la boca, las manos y la ropa de color morado.

Ahí están. No puedo resistir la tentación. Me apeo de la yegua y me acerco hasta una poza llena de agua transparente que se ha ido formando entre dos grandes piedras. Ahueco las manos y las lleno de agua acercándolas a la boca para beber. Está fría. Repito la operación otra vez hasta que sacio la sed. Después, mirando bien donde pongo los pies porque la tierra está blanda y mojada, voy hasta las matas llenas a rebosar de deliciosa fruta. ¡Vaya! Debería haber cogido algo para poder guardar unos cuantos y llevárselos a Antón, seguro que también él hace mucho tiempo que no los prueba. De momento me hago con unas cuentas varas muy finas y empiezo a pincharlos en ellas… uno a la vara y otro a la boca, uno a la vara y otro a la boca.

- Parece que te estás dando un buen festín – oigo su voz a mis espaldas.
- En tu familia ¿no os enseñaron a carraspear o algo así? apareces siempre cuando menos lo esperas, por detrás y tan silencioso como un gato… igual que tu hermano.
- Bueno, estoy acostumbrado a moverme sigilosamente si no quiero que se espanten los animales. Bien, el viejo ya te contó la historia de su hermanastro, o sea, yo.
- ¿Viejo? No creo que esa sea la palabra que mejor le define ¿no crees?
- Era una forma de hablar, espero no haber importunado a la señora, desde luego no era mi intención.
- No me gusta esa palabra, aún cuando sea dicha con cariño. Y ahora… ¿se puede saber de qué te ríes?
- De lo bien que te sienta el color morado en los labios… y en el bigote, y en la barbilla… jajajajaja, parece que estés en plena cuaresma.
- Pero qué simpático eres, oye.

No me hace ninguna gracia que se ande riendo de mí, pero su risa acaba contagiándome. Intento limpiarme la cara con agua, pero creo que lo único que consigo es aclarar apenas el color que tiñe mi boca y su contorno.

- No insistas, anda, no lo vas a quitar ¿por qué no vienes a casa y allí te lavas un poco? ¿quieres llevarte unos cuantos arándanos?
- Sí, pensaba bajarle un puñadito a Antón.
- Vale, te ayudo a coger unos pocos más, pero para ya de comer o no acabaremos nunca.
- También te gusta mandar… como a tu hermano.

Permanecemos un rato en silencio mientras vamos llenando varitas. Se ha separado de mí en busca de matas más cargadas, y yo aprovecho para mirarle de reojo. Se parece mucho a Antón, de espaldas podrían confundirse fácilmente. Y también su mirada es la misma. Me hace una señal levantando las varas en alto al tiempo que pregunta si son suficientes. Sí, le contesto levantándome.

- ¿Has venido andando? – le pregunto.
- Sí, claro, mi casa está aquí al lado.
- ¿Tan cerca? Me dio la impresión que estaba un poco más alejada. Seguramente sería que estaba algo confusa por culpa del golpe.
- Hablando del golpe ¿estás bien?
- Sí, tengo un pequeño chichón en la cabeza, y espero que mi cerebro no haya sufrido demasiado, el pobre ya no está para mucho trote.
- Por una vez creo que estamos de acuerdo.
- ¡Serás fantasma!...

Coge las riendas de la yegua y echa andar y yo voy siguiendo sus pasos. Caminamos en silencio hasta llegar a la casa. Una vez dentro me acompaña hasta el cuarto de baño para que pueda lavarme un poco. Cuando salgo está en la cocina preparando café.

- ¿Te apetece un café o prefieres alguna otra cosa?
- Un café está bien – le contesto. Mario… ¿por qué viniste aquí?

Se queda inmóvil con la cafetera a medio camino entre la mesa de donde acaba de alzarla y la taza que iba a llenar. Le veo respirar profundo y como vierte el líquido humeante. Luego las coge y se sienta frente a mí, mirándome fijamente a los ojos. Me resulta difícil sostener su mirada.

- En realidad no lo se. Supongo que no tenía otro sitio donde ir. Nuestro padre hablaba mucho de él, de Antón, le quería, le quería muchísimo, pero al mirarle no podía evitar acordarse de su primera mujer. También a mí me quería, a su manera. Mi madre fue la única que en algunos momentos le hacía olvidar su tragedia y aquel loco amor que no le dejaba vivir. No duró demasiado y un día desapareció. A mi madre le dejó algún dinero que pronto se agotó y a mi, apenas unos recuerdos. Cuando ella murió me quedé sólo. Anduve unos meses desorientado sin saber qué hacer. Era muy joven, casi un crío. Un día me levanté por la mañana y me dije que no perdía nada por intentar encontrarle. Di con él y aquí estoy desde entonces.
- Y ¿qué sientes por él?
- Vaya, no te andas por las ramas. Y yo no se muy bien qué responderte. Al principio quizá algo de rencor o envidia, pero al mismo tiempo había algo que me unía a ese hombre, algo intangible. Luego empecé a admirarle y respetarle. No tenemos mucha relación, yo no bajo a la casa grande y él, desgraciadamente, no puede subir aquí, pero ambos sabemos que estamos cerca uno del otro. Es suficiente.
- No se puede negar que sois hermanos.
- Y tú ¿qué sientes por Antón?

Ha lanzado su pregunta al tiempo que una sonrisa maliciosa aflora a sus labios.

- No pongas esa cara, es mi turno ¿no estábamos jugando a preguntas y respuestas?

Le lanzo una avellana de las muchas que llenan una pequeña cesta sobre la mesa.

(Continuará)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Cómo que continuará? no, no puedes dejarme sin saber que pasa.... jajaja.

No sé si me recuerdas, soy cielo claro, o sea Freya, con que grato placer te he encontrado, te perdiste de la Sala y me quedé sin poder leerte nuevamente, dar con tu blog ha sido para mi una maravilla, me gusta tanto como escribes, la imaginación que tienes, lo rápido que se te lee, y lo entretenida que eres.
Me he dado un buen paseo por tu blog, te leo y te leo, y si no fuera tan tarde para mi, seguiría leyéndote toda la noche, pero nooooooo, no me hagas esto de continuará ¿ves que soy ansiosa y no podré dormir bien esta noche? ¿cuándo, cuándo sigue la historia?

Un abrazo grande, un besosote inmenso, ha sido un placer enorme volver a encontrarte y gozar leyéndote. Muas.

Des dijo...

Hola Cielo, me alegra mucho verte por aqui, claro que me acuerdo de tí, es más, sigo entrando a leer en la Sala, pero ya sabes el tiempo es el que manda de nosotros y no me gusta estar en un grupo a medias. No descarto el que cualquier día entre otra vez a participar de forma continuada, pero de momento, ando por aqui con mis cosas.
Siento no poder seguir hoy con la continuación, tengo visitantes en casa y estoy todo el día "de parranda" jajajajaja. Aqui es casi la una de la madrugada, pero vi tu comentario y tenía que asomarme a responderte. Ahora sí, prometo solemnemente seguir mañana y días venideros. Es una historia algo larga y voy publicándola en capítulos esperando que no se haga muy pesada.
Esta es tu casa, siempre eres bienvenida.
Un abrazo de todo corazón.
Des.