Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

viernes, 28 de agosto de 2009

De nuevo, la vida (Dieciséis)


(Imagen: Romero)

– ¿Ya estás despierta? – es Mari Cruz que se asoma a la puerta de mi habitación.

– Sí, hace ya un buen rato, no podía dormir. Pasa, siéntate aquí, a mi lado.

– ¿Te encuentras bien?

– Me encuentro bien, no te preocupes, aproveché mi insomnio para poner un poco de orden a esta historia.

– ¿Qué vamos a hacer ahora?

– No lo se, Mari Cruz, no paro de darle vueltas a la cabeza. Tengo que saber lo que pasó realmente esa noche. En el fondo de mi corazón creo que Paul no la mató, quizá salió tras ella para evitar que cogiese el coche, no se ¿crees que pudo haber despeñado su coche a propósito? ¿por celos? ¿para que no dijese a nadie que los cuadros que se le atribuían no eran suyos? Estoy muy confundida. ¿Qué es lo que querría Dolores que hiciese? ¿qué busca? ¿venganza?

– Antes que nada vamos a desayunar, con el estómago lleno seguro que se nos ocurre algo.

– Está bien, me doy un ducha y bajo en un momento.

Mari Cruz me espera sentada en la terraza. La mañana es magnífica, el sol se filtra entre las hojas de los árboles, y sopla una ligera brisa que ha hecho que me ponga un chal sobre los hombros. El aroma de café recién hecho se eleva sobre el de las flores y las plantas, haciendo que se me abra el apetito.

– Y bien ¿te has despejado con la ducha? Parece que tienes hambre por la forma en que te has lanzado a por los bollos.

– Sí, es el café de Clarisse que hace revivir a los muertos.

– ¿Qué quieres que hagamos hoy? ¿Vamos a ver a nuestro pintor?

– No, cuando terminemos el desayuno quiero acabar de revisar las notas y luego, si te apetece, podemos dar un paseo y comer en ese restaurante que se ve arriba, en la montaña.

– Por mi estupendo, entonces mañana vamos a la exposición y dejamos nuestra última entrevista para el lunes ¿no?

– Sí, antes de hablar con él tenemos que ver esa exposición. Estoy segura de que sigue firmando los cuadros de Igor, pero no entiendo por qué sigue metido en esa clínica ¿es un castigo por lo que hizo?

– Quizá, desde luego es mucho más lógico que muerta Dolores, Igor viviese con él en la casa ¿crees que contestará a nuestras preguntas? ¿y si lo niega todo?

– Espero, por su bien, que colabore. Después de comer transcribiré la historia en el ordenador y copiaré palabra por palabra las notas más importantes de Dolores, le mandaré el archivo a Enrique con un correo electrónico. Anoche hablé con él y ya está avisado. El lunes, antes de nuestra entrevista iremos a correos y enviaremos los originales en un sobre certificado a mi casa. Si no nos cuenta lo que pasó aquella noche o si nos ocurriese cualquier cosa…

– No creo que se atreviese a hacernos ningún daño.

– Tampoco yo lo creo, pero tenemos que ponernos en lo peor. En ese caso la historia saldrá publicada y las pruebas enviadas a la policía francesa.

Dejamos de hablar cuando oímos unos pasos que se acercan y voces conversando en francés. Al momento aparece en la puerta del jardín Madame Clarisse que acompaña a Paul hasta nuestra mesa.

– Buenos días, Paul ¿qué le trae por aquí? – le saludo intentando aparentar normalidad.

– Buenos días.. Eugenia, Mari Cruz, quería traerles la invitación para la exposición, es mañana ¿se acuerdan?

– Sí, no lo habíamos olvidado, muchas gracias.

– Será a las cinco de la tarde, en Paris. Si les apetece puedo enviar a alguien a recogerlas, me gustaría hacerlo personalmente pero tengo que estar allí desde primera hora de la mañana para organizar los últimos detalles.

– Gracias, Paul, no se moleste, a Mari Cruz le encanta conducir, iremos en su coche. Si no nos levantamos muy perezosas quizá vayamos a comer al Ritz.

– Buena elección. En la tarjeta tienen la dirección y mi teléfono por si necesitan cualquier cosa.

– Gracias otra vez, es muy amable ¿le apetece tomar un café? ¡qué tonta soy! Le tenemos ahí, de pie, sin invitarle siquiera a sentarse… disculpe.

– Gracias, pero tengo algunos asuntos que resolver y acabo de desayunar en casa. Madame Eloïse se molesta si salgo sin haberlo hecho.

– Bien, como quiera, mañana nos vemos. Mucha suerte.

– Gracias, les dejo disfrutando de esta hermosa mañana.

– Au revoir.

– Au revoir.

– Parece muy tranquilo ¿no crees? – dice Mari Cruz cuando Paul desaparece.

– Estoy segura de que no sabía nada de las notas de Dolores ¿por qué iba a estar nervioso?

– Tienes razón, creo que al principio albergó ciertas dudas sobre lo del reportaje pero ¿cómo imaginar que veníamos a investigar la muerte de su esposa? Y mucho menos va a pensar que fue precisamente ella quien nos trajo aquí ¿le contarás que llevas su corazón?

– No lo se, Mari Cruz, no tengo idea de lo que le diré, ni cómo, pero confío en saberlo cuando llegue el momento. ¿Nos vamos a dar un paseo? Me apetece estirar las piernas.

– ¿Y la revisión de las notas?

– Cuando volvamos. Tengo un lío en la cabeza que seguro que desenredo mucho mejor andando.

– Vamos pues, disfrutemos los pocos días que nos quedan de vacaciones.

sábado, 22 de agosto de 2009

Tenía trece años y estaba enamorada


Una historia antigua mientras llega el próximo capítulo...



(Imagen: Jim Goldberd)


Tenía trece años y estaba enamorada, locamente enamorada. Lo había olvidado.

Esta mañana me desperté temprano, demasiado para un domingo. No se si por culpa del insomnio o por ese extraño sueño que tuve justo antes de abrir los ojos. Siempre sueño historias tan surrealistas que no se de qué me sorprendo.


Decidí que antes de ir a desayunar saldría a pasear un rato con la perra. La calle estaba desierta y tranquila. Me fui con ella a un campo cercano para que corriese un rato y se desfogase de estar todo el día en el piso. En algún momento se metió bajo un naranjo y empezó a escarbar, la llamé y vino hacia mí llevando algo entre los dientes. Cuando conseguí que lo soltase vi que se trataba de una pequeña figurita tallada en piedra de unos cinco centímetros aproximadamente. Parecía una especie de ángel o de hada. Pensé que podría ser algún amuleto perteneciente a cualquiera de los inmigrantes que deambulan por esta zona. La guardé en el bolsillo pensando que quizá hoy era mi día de suerte. Una extraña sensación de algo parecido a la felicidad me cosquilleó el estómago.


Cuando entré en la cafetería le vi.


Estaba solo. Leía atentamente un periódico abierto sobre la mesa. Ni siquiera lo pensé: me dirigí hacia allí y, sin pedir permiso, me senté a su lado, al tiempo que apretaba con fuerza la piedra en mi bolsillo. Él me miró apenas un momento - ¿un café? – preguntó. Asentí.


Tenía trece años y estaba enamorada, recordé con nostalgia.


Sus ojos, rodeados ahora de pequeñas arrugas, tenían la misma profundidad de entonces. ¿Por qué no se extrañaba de mi presencia allí, a su lado? Apenas nos saludábamos cuando alguna vez coincidíamos, incluso intentábamos no mirarnos. Pero esta mañana todo era distinto, algo me empujaba a comportarme de esa forma que parecía que él encontraba del todo normal. No hablábamos, sólo nuestras miradas se cruzaban de tanto en tanto, como queriendo asegurarnos de que el otro seguía allí.


Cuando terminé mi café eché una ojeada al reloj y me levanté dispuesta a marcharme. Él cerró su periódico, dejó unas monedas sobre la mesa y salió tras de mí. Llegamos hasta mi coche, subimos y arranqué sin saber hacia dónde ir. Mientras conducía me sentía desazonada y tranquila, alternativamente. Él parecía sereno, aunque cuando le miraba de reojo podía percibir cierto temblor en la comisura de sus labios.


Tenía trece años y lo hubiese dado todo porque me besara.


Camino de la montaña, llegamos a una zona apartada y solitaria. Metí el coche bajo las ramas de un viejo árbol y apagué el motor. Imposible reprimir un intenso suspiro de alivio, como quien termina una engorrosa tarea y se siente profundamente satisfecho y tranquilo. Salimos del coche.


Y de pronto me encontré entre sus brazos que me apretaban fuerte, con mi nariz hundida en su cuello y un nudo en la garganta que amenazaba con hacerme llorar. Me besaba una y otra vez por toda la cara: las mejillas, los párpados, la nariz, la barbilla, la boca. Me quemaba su boca. Mi cuerpo ardía. Estaba segura de que mis piernas temblorosas acabarían por no poder sostenerme. Sus manos se perdieron bajo el jersey y sentí como mis pechos crecían con su contacto. Me apreté contra la dureza de su sexo, de puntillas, buscando el acople perfecto con el mío, palpitante. La ausencia de palabras, nuestras respiraciones entrecortadas, los gemidos, la premura del deseo mutuo, el peligro de que alguien nos sorprendiese en aquel paraje solitario, hacían que cada gesto, cada caricia, multiplicase por mil su efecto. Sentía mi sexo inflamado y húmedo. Me desprendí de los pantalones y al momento le tenía ante mí, arrodillado, con la boca metida entre mis piernas, provocando oleadas de placer que mojaban su rostro. Le cogí del pelo echándole hacia atrás. Se levantó al tiempo que se desabrochaba el pantalón. Me penetró con fuerza, de pie, abrazados. Lo hicimos como quien quiere en un momento resarcirse de todos esos años deseándonos, como quien salda una deuda postergada durante largo tiempo, como quien piensa que va a morir al día siguiente.


Después de vestirnos nos besamos largamente, con dulzura. Paré cerca de la cafetería, nos miramos por última vez y se apeó del coche. Recordé la pequeña figura que llevaba en el bolsillo. Parecía palpitar. La saqué del bolsillo y la metí en la guantera.


Tenía trece años y estaba enamorada.


(Del libro "Humedad Relativa")


Un regalito para que disfrutéis el fin de semana ¡Increible Shuarma! ahora en solitario, sin Elefantes, sorprende con una canción diferente llena de ritmo y en francés... me gusta este hombre.




viernes, 21 de agosto de 2009

De nuevo, la vida (Quince)


Sábado, 15 de abril de 2006

Me desperté muy pronto, antes de amanecer. Intenté volver a coger el sueño, pero parecía que hubiese dormido diez horas seguidas y me encontraba totalmente despejada. Opté, entonces, por revisar otra vez todas las notas de Dolores y aprovechar para escribir de forma coherente, las conclusiones a las que habíamos llegado hasta ese momento.

Igor llegó a la vida de Dolores, hacía cinco años aproximadamente. Paul debió encontrarle en su último viaje a Moscú, al parecer en unas pésimas condiciones de vida según se desprendía por las notas de Dolores y por lo que el propio Igor me contó en nuestra conversación. Cómo le sacó Paul del país ni ella misma lo sabía pues su marido no respondía claramente sus preguntas. Al principio a Dolores le disgustaba su presencia, no porque el pobre muchacho fuese una molestia para ella, lo que la incomodaba es que Paul hubiese tomado la decisión de traerle a vivir con ellos sin haberla consultado, ella no dejaba de preguntarse el motivo real de su acción. La compasión, la caridad eran sólo excusas.

“No se por qué le ha traído, y se niega a responder a mis preguntas. Es un buen chico, inocente como un niño, hermoso como un Dios, pero…”, escribía en un trozo de papel amarillento. “Quizá se aburre, siempre los dos solos. Debía haber sido más insistente con lo de adoptar un niño, o una niña. Siempre se ha negado, que estábamos muy bien así, decía” ahora en el revés de un envoltorio de regalo. “Notaba algo extraño en François, el doctor me lo ha corroborado. Le hablé del hijo de una amiga española, le expliqué su comportamiento. Es retrasado, tiene la mentalidad de un niño en un cuerpo de hombre. Sin embargo algunos de estos enfermos, me ha dicho, tienen cierto talento para algunas cosas” se leía en una servilleta.

Dolores siempre se refería a Igor llamándole François. Sólo había dos hojas de cierta extensión. La primera debía ser aproximadamente de un año después de la llegada de Igor. Hasta entonces las pequeñas notas que aparecían daban a entender que Dolores empezaba a sentir cariño por él, no pasaban solos mucho tiempo porque Paul atravesaba una época poco productiva profesionalmente, parecía que la inspiración le había abandonado y lo poco que pintaba parecía no satisfacerle, pero cuando por diferentes circunstancias compartían algunas horas, se sentían bien juntos. Dolores le enseñaba francés y él le ayudaba con las rosas. Ella se sorprendía a veces riendo como una niña, mientras Igor la observaba con esa expresión de felicidad que sólo su rostro podía reflejar.

“Tenía que haberlo imaginado. No, estoy mintiendo, nunca, nunca podría pensar algo así de él, de Paul. Es mi marido, le conozco hace años ¡cómo he podido estar tan ciega! Ahora que estoy más calmada tengo que escribir lo que ha pasado, no puedo contárselo a nadie y ésta es la única forma de desahogarme. Dije que no volvería hasta la noche, aprovechaba mi revisión anual en el hospital para comer con Florence, en París. Pero una urgencia de última hora hizo que ella no pudiese acudir a nuestra cita. Compré los dulces preferidos de Paul en una pastelería famosa por la calidad de sus productos, y volví a casa. En el camino pensaba que se llevarían una sorpresa. Eran más de las tres cuando llegué. Eloïse ya se había marchado. El absoluto silencio que reinaba en la casa tenía que haberme extrañado. Estarán reposando la comida, pensé, pero no entré diciendo “He llegado, Paul ¿dónde estás?” Algo me obligaba a caminar casi de puntillas. Y fue así como subí las escaleras hacía mi habitación. En la de invitados la puerta estaba entornada, y me acerqué sigilosamente. No debí hacerlo. François estaba de pie, desnudo. Me tapé la boca con la mano, Dios mío, qué hermosura, estuve a punto de exclamar. Permanecía con la cabeza gacha mirando hacia sus pies. Pero no eran sus pies lo que observaba, su mirada estaba posada en la cabeza de Paul, arrodillado ante él, lamiendo su pene hinchado y erecto. También él estaba desnudo y la excitación se hacía patente entre sus piernas. Quería irme de allí, pero parecía que las suelas de mis zapatos se hubiesen quedado pegadas en el suelo. Paul le acariciaba los testículos, cubiertos por un vello rizado y rubio, mientras François echaba su cabeza hacia atrás con inequívocas muestras del placer que estaba experimentando. Cuando Paul rodeó su pene con los labios y empezó a engullirlo lentamente, él empezó a gemir. Comenzaron un movimiento rítmico, las manos de Paul apretaban los tensos glúteos de François, y él le sujetaba la cabeza al tiempo que sus caderas oscilaban, adelante y atrás, adelante y atrás. En el momento del orgasmo un gruñido de placer salió de su garganta, pero mis ojos miraban fijamente la boca de Paul que se afanaba por tragar el chorro de semen que se escapaba por la comisura de sus labios. Temía moverme. Si lo hacía podían darse cuenta de mi presencia. En ningún momento se me pasó por la cabeza abrir la puerta y montar una escena. Estaba como fascinada, hipnotizada, incluso excitada por lo que acababa de presenciar. Pero parecía que aquello no había terminado. Paul, después de lamer hasta la última gota de semen, se puso en pie. Permanecieron los dos frente a frente durante unos segundos hasta que se besaron en la boca. Hacía mucho tiempo que Paul no me besaba así, y sentí una dolorosa punzada de celos. No hablaban, parecía que se entendían perfectamente con sólo mirarse, lo que me hizo pensar que no era la primera vez que ocurría. Sólo hizo falta un ligero gesto de Paul para que François se apoyase en la cama ofreciéndole su trasero. Nunca había visto sodomizar a un hombre, y a Paul jamás se le había ocurrido hacérmelo a mi, quizá habría aceptado con gusto aunque sólo fuese porque me producía cierta morbosidad. Paul empezó acariciando con suaves movimientos rotatorios el ano del muchacho e introduciendo poco a poco uno de sus dedos. El otro empinaba sus caderas cada vez más con ansias de ser penetrado. Paul seguía preparándole y excitándole, y luego fue su boca la que desapareció entre las nalgas e imaginé su lengua puntiaguda introduciéndose por aquella oscura gruta, mientras con las manos separaba los glúteos para poder alcanzar con más facilidad su objetivo. Luego cogió su pene con la mano y lo deslizó a lo largo de la raja del trasero de François, dos, tres veces, hasta que lo colocó en la entrada del ano. Realizó pequeños movimientos de empuje que poco a poco fueron ganando en intensidad mientras aferraba las caderas de François, acercándolas y alejándolas de él. De golpe una fuerte embestida los dejó a ambos pegados, piel con piel. Un pequeño grito de François hizo que Paul girase la cabeza en dirección a la puerta, al mismo tiempo que yo me pegaba a la pared y mi corazón amenazaba con salirme por la boca. Cuando volví a mirar por la rendija, las embestidas de Paul contra las nalgas de François eran profundas y rápidas, estaba a punto de correrse dándole por el culo al que él llamaba su protegido. Lo hizo tras una última y larga acometida que le dejó tendido sobre aquél hermoso cuerpo en cuyo rostro, ahora vuelto hacia la puerta, se dibujaba una dulce sonrisa”.

Después de eso, seguían una variada cantidad de notas de distinta extensión por las que se deducía que Paul había empezado a dar clases de pintura a Igor, y que éste resultó ser un alumno aventajado con cierto talento artístico. Mientras, Dolores, pensaba muchas veces en la escena que había presenciado, incluso llegó a masturbarse recordándola. “Paul y François están pintando en el estudio. No puedo dejar de imaginarlos follando entre pinturas. Estoy mojada y he empezado a acariciarme, mis dedos se deslizan suavemente entre los pliegues húmedos, me penetran. Cierro los ojos. Pienso que aparecen de repente, se excitan al verme así, con mi mano entre las piernas. Lo hago con los dos” escribe en una hoja arrugada. Descubre, después de mucho tiempo, que Paul está firmando los cuadros pintados por Igor y pretende exponerlos como suyos. Tienen una fuerte pelea en la que Dolores le acusa de fracasado y de aprovecharse de un pobre retrasado mental. Está a punto de confesarle lo que sabe de sus relaciones sexuales que está segura sigue manteniendo, pero se contiene, ni ella misma entiende por qué no se lo escupe a la cara. Le quiere, no ha dejado de quererle, pero al mismo tiempo siente una profunda repulsa por lo que está haciendo. Le duele más que sea capaz de servirse del talento de Igor que el hecho de que esté follando con él.

Paul le pide perdón e intenta convencerla. No está en su mejor momento, necesita volver al sitio que le corresponde como artista o se volverá loco. A Igor no le importa, tiene todo lo que puede desear, si ella supiera cómo malvivía en Moscú, lo entendería. Él es feliz pintando, lo hace por puro placer y no entiende nada de fama. Se encontraría perdido en ese mundo, quizá empezasen a investigar en un pasado que él no quiere recordar siquiera, o aparecerían parientes hasta de debajo de las piedras, que sólo buscarían sacar tajada. Era mayor de edad, pero cualquier juez le declararía no apto para ocuparse de administrar lo que ganase con las ventas de sus cuadros ¿creía que les iban a dejar a ellos la facultad de hacerlo? No, si existían familiares a los que les correspondía por derecho. Finalmente, accede, no sin antes hacerle prometer que hará las gestiones necesarias para asegurarle un futuro sin preocupaciones.

Durante un tiempo, las notas escasean, hasta que volvemos a encontrar la otra hoja extensa de un suceso ocurrido pocas semanas antes de su muerte.


martes, 18 de agosto de 2009

Vosotros diréis...



Sí, sí, ya se que diréis que no tengo palabra y que aquí estáis esperando el dichoso final de la historia. Vosotros, y mi hija que no para: "mamá ¿quieres acabar de una vez? ¡joder! que estoy intrigada, ponte a escribir y no seas perezosa"... perezosa ¡ja! lo que pasa es que no me dejan parar.

Agosto y currando. Vale, ya se que disfruté mis vacaciones apenas despuntaba el verano (cualquiera se va al Camino en este mes, dicen que es un rallye para pillar cama en los albergues), pero hay que ver lo que se sufre viendo largarse a todo bicho viviente mientras te quedas con cara de boba haciendo guardia en la oficina.

Luego en casa, bregando con un adolescente "catorceañero" que me lleva frita y refrita. Castigado anda, día sí y día también, y no se si el castigo es para él o para mi que me toca aguantarlo en casa, y por si eso fuera poco , capeando a su hermana, que es un sargento primero, y no para de machacarle. Y tiene razón la chavalita, pero es que el niño está en la edad tonta, con las hormonas aceleradas que no hay forma de frenar. Anda respondón, desordenado, despistado, perezoso, enamorado. Cree que ya es un hombre pero espera en la cama a que le arrope y le de un beso de buenas noches. Que no hay por donde cogerle... vamos. Afortunadamente, el tiempo todo lo cura, o eso dicen, y tratándose de algo tan pasajero como la juventud, con más razón... habrá que armarse de paciencia.

También me voy de "picos pardos" de vez en cuando, no voy a pintarlo todo tan negro, atendiendo a las visitas procedentes de la Villa y Corte que vienen ansiosos por zambullirse en el Mare Nostrum. Y con eso disfruto, para qué negarlo, aunque cada vez que planeamos pasar el día de excursión tenga que meterme en la cocina hasta las tres de la mañana. Y es que con esto de la crisis la cosa no está para ir de restaurante, así que hay que llenar la fiambrera y la nevera hasta los topes, que hay que ver como comen los muy...

Todo esto para decir que a "De nuevo, la vida" le quedan dos telediarios, y que calculo que para el jueves vuelvo a la normalidad (a ver si es verdad y me dejan), me pongo frente al teclado y la termino.

Cambiando de tema. Quiero agradecer vuestras sugerencias para el título del nuevo libro. A saber y por orden de aparición: Oliver, Tania, Pau, Blount, Rumba Lolailo y Anónimo. De verdad, muchas gracias por colaborar, podéis estar seguros que las guardo como oro en paño para próximas ediciones.

Para éste que nos ocupa ya elegí un título. No es original, rebuscado o metafórico. No lleva la palabra intimidad y sin embargo habla de ella. Es una frase sencilla y que solemos utilizar de forma habitual. Y aunque no es imprescindible que el título de un libro guarde relación con la imagen de la portada, creo que en este caso (si uno lo piensa un poco) sí que lo hace.

No me alargo más, mi próximo libro con la imagen que ya conocéis se llamará:

"Ahora que estamos solos"

Si os apetece, me gustaría conocer opiniones. Vosotros diréis...

domingo, 16 de agosto de 2009

Yo, éste y aquél.


YO me he levantado con un pedazo de algo atascado en el pecho. Un bocado de angustia que no se desplaza hacia adelante ni hacia atrás, que no me deja beber, comer, ni apenas respirar.

ESTE sólo piensa en follar, argumentando que es una buena terapia contra la ansiedad. Quizá. Me dejo hacer.

Mientras, sueño que en algún lugar debe habitar AQUÉL que no se cansa de prodigar caricias en cualquier punto elegido al azar de la geografía de mi piel. Movimientos circulares y repetitivos que hacen que mi pensamiento se concentré en la calidez de la yema de sus dedos y me invitan al sueño.

Y antes de que cuente diez, me habré dormido.

PD. No he olvidado la historia, mañana sigo.



viernes, 7 de agosto de 2009

De nuevo, la vida (Catorce)


Viernes, 14 de Abril de 2006

Salimos del hotel sobre las nueve de la mañana. Si no nos encontrábamos con alguna dificultad, teníamos tiempo más que sobrado para sentarnos en algún café hasta la hora de nuestra cita. El marido de Clarisse nos había indicado el camino de forma muy detallada por lo que no tuvimos ningún problema en encontrar la clínica. La “Clinique Père Antoine” debía su nombre a un monje doctorado en medicina y estudioso de la mente humana que un buen día decidió dedicar la gran casa heredada de sus padres para atender a los desdichados deficientes mentales que, según la costumbre de aquella época, eran repudiados por las familias o encerrados de por vida en algún sótano oculto como si se tratase de simples animales.

Ahora era una hermosa mansión con una planta central cuadrada de la que sobresalía en el centro una especie de torre. Seguramente por necesidades de espacio, se habían ido añadiendo a lo largos de los años, distintos edificios que la rodeaban de modo que el conjunto parecía un pequeño pueblo con sus casas pegadas unas a las otras. Alrededor, un inmenso jardín salpicado de árboles con altas y anchas copas a cuya sombra apetecía cobijarse. Por la parte de atrás de la edificación, el jardín lindaba con un lago de tamaño considerable por el que se paseaban tranquilamente algunos patos. Un cuidado seto rematado en la parte delantera por una verja cerrada, rodeaba el jardín, protegiendo a los enfermos de la mirada de cualquier curioso.

Cuando llegamos ante la verja de hierro pensaba que mis piernas no iban a poder dejar de temblar. Me horrorizaba la idea , quizá extravagante, de encontrarnos con Paul, deseaba con todas mis fuerzas ver a Igor, y al mismo tiempo, temía ese momento. No sabía cómo iba a reaccionar “ella”. Es verdad que en los dos últimos días no sentía nada extraño, pero presentía que ese encuentro podía ser diferente. Al fin, nos armamos de valor y presionamos un timbre acoplado a una cámara de vigilancia, preparadas para la inspección visual de la que íbamos a ser objeto antes de que nos abriesen la puerta.

- ¿Qué desean? – preguntó un voz algo distorsionada por el altavoz.

- Soy Madame Andrade, me acompaña mi amiga Madame Montcada, tengo una cita a las diez de la mañana.

- Pasen por favor – contestó la voz, al tiempo que se abría la verja.

El camino hacia la entrada del edificio era corto, pues el jardín se extendía hacia los lados y la parte posterior. Algunos residentes salían por una de las puertas laterales seguramente a dar su paseo diario o a sentarse en alguno de los bancos que se desperdigaban por el césped. Una mujer con bata blanca nos hizo pasar a un despacho donde nos esperaba el Doctor Honoré Daguer. Una vez hechas las presentaciones nos invitó a tomar asiento. Mientras Mari Cruz desplegaba todo su encanto y hacía gala de su buen francés, yo pensaba en buscar alguna excusa para salir de allí y poder quizá, encontrar a Igor.

- Disculpe – dije dirigiéndome al doctor.

- Sí, dígame.

- Si no le importa, me gustaría salir a tomar el aire y beber un poco de agua, a ser posible.

- ¿Se encuentra mal?

- No, estoy un poco cansada por el viaje, todavía estoy convaleciente de una operación y realmente sólo he venido en calidad de acompañante.

- En ese caso creo que le sentará bien pasear por el jardín, a estar horas de la mañana es una delicia. Pídale el agua a la enfermera de recepción. Intentaremos no hacer esta entrevista demasiado larga.

- No se preocupe, estaré bien. Mari Cruz tómate el tiempo que necesites – le dije en español – te espero fuera.

Sí, realmente se estaba bien allí afuera. Una suave brisa todavía fresca armonizaba con la calidez del sol de aquella mañana de primavera. Paseé despacio fijándome en las docena de personas que pululaban por el jardín. Había dos pequeños grupos sentados en distintos rincones bajo los árboles, otros que buscaban la soledad algo más apartados, y algunos más que caminaban pensativos. Fui rodeando el edificio al tiempo que escudriñaba las ventanas. Parecía estar dividido en zonas o pabellones, como me explicó luego Mari Cruz, las cocinas, el comedor, una biblioteca, salas comunes, las habitaciones, los baños… casi sin darme cuenta llegué hasta el lago, solitario y silencioso.

Cuando me acercaba hacia una cerca de madera que lo separaba del jardín, me pareció percibir un movimiento en una especie de claro entre los árboles, delante y a mi izquierda. Allí debía haber alguien. Volví sobre mis pasos y me dirigí hacia el lugar, cuidando de acercarme sin ser vista. Parapetada tras uno de los árboles presencié una escena que quedaría grabada para siempre en mi memoria.

Un hombre joven de cabello castaño que le llegaba a los hombros, delgado y de una altura considerable, pintaba ensimismado. Desde allí no podía distinguir los detalles del lienzo pero de la forma en que se aceleró mi corazón, tenía que ser él “el hombre hermoso”. Me acerqué muy despacio.

- Hola – dije casi en un susurro.

La sonrisa que sus labios dibujaron, cuando se volvía para mirarme iluminó por un instante todo lo que encontró a su paso, borrándose en el mismo momento en que me miró.

- Hola – contestó visiblemente decepcionado.

- ¿Esperabas a alguien? Me ha dado la impresión de que te alegraste mucho cuando te saludé.

- Sí, yo… lo siento, te confundí con otra persona.

Hablaba como un niño que ha hecho alguna tontería.

- ¿Con Dolores?

- ¿Le conoce? ¿Le ha visto? – otra vez aquella sonrisa, los ojos abiertos como platos, la ilusión prendida en el rostro.

- Bueno, sí, podríamos decir que somos buenas amigas.

- ¿De veras? ¿Es usted española? – jeje, se nota en su acento – dijo con timidez.

- ¡Vaya! ¿Quieres decir que no hablo un buen francés?

- Sí, sí, no… no, quería decir eso. ¿Ve? Siempre me pasa, creo que he metido la pata.

- No, hombre, era una broma – le dije sonriendo, mientras él suspiraba de alivio – Me llamo Eugenia. ¿Y tú? ¿Igor?.

- Mucho gusto Madame Eugenia.

- Eugenia, sólo Eugenia.

- ¿Igor? Sí, es mi nombre, pero Dolores siempre me llama François, dice que Igor es demasiado… “rude pour moi”. ¿Por qué no viene a verme? ¿Lo sabe usted? ¿Está enfadada conmigo?... yo la quiero, la quiero tanto.

Definitivamente, Igor no sabía nada de lo ocurrido, mirarle expectante me arañaba el alma. Era como un niño abandonado que piensa que le están castigando por algo que ha hecho mal.

- No, no está enfadada, no has hecho nada malo. En realidad, Dolores me ha pedido que venga a verte, ha tenido que salir a un largo viaje…

- ¿A España?

- Sí, un asunto familiar. Pero te quiere mucho, lo se, me lo ha contado y me ha hecho prometer que te lo diría.

La felicidad que transmitía su rostro era el mejor regalo que podía desear.

- A ver, enséñame que estás pintando.

- El lago. Me gusta pintarlo a distintas horas del día, porque es como si no fuese el mismo.

- Es precioso, Igor ¿sólo pintas el lago?

- Nooooo, que va, a veces pinto los árboles, el edificio, grupos de gente, algunos posan para mi ¿sabes?

- ¡Vaya! Lo haces muy bien ¿te enseñó alguien?

- Bueno, a veces pintaba en las calles de mi pueblo, cerca de Moscú, en cartones o lo que encontraba. Luego los vendía a cambio de comida. Cuando Paul me encontró y me trajo con él, me dio algunas clases ¿de verdad te gustan?

Iba a contestarle cuando me di cuenta de que Mari Cruz y el doctor se dirigían hacia nosotros.

- Sí, Igor, claro que me gustan, eres un gran pintor. Oye ¿viene Paul a verte a menudo?

- Me gustaría que viniese todos los días, pero dice que no puede, está muy ocupado. Casi siempre me trae lienzos nuevos y se lleva los cuadros que tengo pintados.

- Ya. Oye… ¿puedes guardar un secreto?

- ¿Nuestro? – sus ojos chispeaban como los de un niño ante un juego apasionante.

- Sólo nuestro, bueno, y de Dolores. Cuando Paul venga a verte, no le digas que he estado aquí. No me conoces, no me has visto jamás.

- No me gusta mentirle.

- No tienes que hacerlo, él no te preguntará por mi porque no sabe que he venido. Si alguien le cuenta que una mujer estuvo hablando contigo, le dices que era una visita y que no me conocías ¿lo harás? Es muy importante.

- Lo haré, te lo prometo. Dile a Dolores que… quiero estar con ella, por favor, díselo.

- Nos vemos pronto, espera sólo unos días.

Mari Cruz, de alguna forma, había conseguido entretener al doctor mientras yo terminaba de conversar con Igor. Cuando llegué hasta ellos, le prometía estudiar detenidamente la posibilidad de traer a su sobrina lo antes posible, muy pronto tendrían noticias. Seguidamente nos despedimos y salimos en dirección al coche. Cuando volví la cabeza, Igor levantó una mano en señal de saludo y volvió a ensimismarse en su pintura.

De camino al hotel le conté a Mari Cruz nuestra conversación. Ahora conocíamos la historia casi en su totalidad. Faltaba lo más complicado, escuchar la versión de nuestro querido pintor. Mañana pensaríamos en la estrategia a seguir, pero cualquier cosa que hiciésemos no sería antes del lunes, el domingo se celebraba en París la exposición y no queríamos perdérnosla por nada del mundo. Estaba segura de saber qué cuadros iba a encontrar allí, colgados de las paredes.

Dentro de tres o cuatro días, volveríamos a casa. Con ese pensamiento me dormí.


lunes, 3 de agosto de 2009

De nuevo, la vida (Trece)


Antes de leer el siguiente capítulo de la historia ¿por qué no pasas por el post anterior y dejas tu sugerencia?... vamos, no seas tímido, hazlo y no te arrepentirás.



Jueves, 13 de Abril de 2006

Nos dieron las tres de la mañana ordenando todo el material que había en la bolsa. Resultó difícil adivinar el orden en el que habían sido escritos, ninguno de ellos tenía fecha, así que tuvimos que utilizar la lógica para poder ir descifrando la historia.

Había algo importante que debíamos hacer antes de dar crédito a todo lo que habíamos leído. Según la información que pudimos extraer de las últimas notas de Dolores, Igor debía encontrarse en una especie de residencia para personas con problemas mentales ubicada en un pueblo a unos diez kilómetros de Saint Cirque. Nos sorprendió leer que ese hombre cuya belleza resultaba casi dolorosa a la vista podía sufrir una retraso mental elevado sin que nada en su apariencia física lo delatase. Pero así lo afirmaban aquellos papeles.

Nos encontrábamos con un grave problema ¿cómo íbamos a hacer para poder hablar con Igor? Según Dolores fue Paul quien le internó y casi con total seguridad el personal de la clínica no iba a dejarnos visitarle sin una autorización suya, así que teníamos que inventarnos alguna historia creíble para poder entrar allí, y si teníamos la suerte de que Igor no estuviese recluido en alguna habitación, quizá podríamos localizarle.

Me obligué a estar en la cama hasta las diez, aunque permanecía despierta desde las ocho. Mari Cruz y yo habíamos quedado en tomarnos el día con calma, ocuparíamos la mañana en buscar en internet todo lo que pudiésemos encontrar sobre la clínica y documentarnos sobre el complicado mundo de las enfermedades mentales. Por la tarde, si la mañana había sido fructífera, llamaríamos por teléfono a la clínica para concertar una cita para el día siguiente.

Después de ducharme y antes de ir al comedor a desayunar, llamé a Enrique para ponerle al día de los últimos descubrimientos. Me echaba de menos, me dijo, y yo me sentí egoísta por estar allí, husmeando en una historia ajena, cuando debía estar a su lado haciendo todas esas cosas que antes me estaban vetadas. Él pareció darse cuenta de mi estado de ánimo y me bombardeó a preguntas sobre el tesoro que habíamos encontrado en el jardín. Eso me hizo olvidarme de esa sensación de malestar y le conté punto por punto lo que Mari Cruz y yo pensábamos que había ocurrido durante los años en que Igor convivió con el matrimonio, y que llevó al desenlace final que conocíamos, y por el que, quizá, yo seguía con vida. Luego escuché atentamente y sin rechistar todas las recomendaciones de Enrique, como una niña que ha sido pillada en falta, y prometí seguirlas al pie de la letra.

Mari Cruz estaba sentada en la terraza del jardín dando buena cuenta de un exquisito desayuno. Si seguíamos comiendo la deliciosa bollería que nos preparaba Clarisse, volveríamos a España con unos cuantos kilos de más. Con el café empezamos el trabajo, de la clínica no había mucha información en la red, no tenía página web y sólo pudimos encontrar alguna referencia de poca importancia. Decidimos preguntar a Clarisse si había oído hablar de ella. Nos dijo que hacía dos años un huésped del hotel le comentó que iba a hacer una visita a un familiar que tenía allí recluido, creía recordar que padecía algún tipo de esquizofrenia. Aquello no nos servía de nada, teníamos que echar mano de nuestra imaginación y confiar en la suerte.

Buceando en Internet se nos hizo la hora de comer y dejamos el trabajo aparcado durante un rato. Para olvidarnos momentáneamente de aquel asunto, nos pusimos a recordar viejos tiempos. Me parecía que había pasado mucho tiempo desde aquellos días en que cualquier esfuerzo podía acabar con mi vida, el cuidado que debía tener para no enfermar, no emocionarme, no andar demasiado, no disgustarme, no, no, no… La muerte de Dolores había sido mi salvación, y debía estar contenta porque los sueños habían dejado de importunarme y salvo en contadas ocasiones, en las que me parecía que era ella la que gobernaba aquél músculo que le pertenecía, no había sentido nada extraño. Perduraba mi especial forma de hablar, la costumbre de tararear aquella canción francesa y el olor de las rosas que parecía haberse pegado en mi piel. Sin embargo, sentía una amarga tristeza por la suerte de aquella mujer a la que había empezado a estimar, seguramente en el mismo momento en que recibí su corazón como un póstumo regalo.

Volvimos al trabajo. Después de desechar algunas de las ideas que se nos iban ocurriendo, acordamos que lo mejor era que llamásemos para concertar una cita alegando buscar información para el posible internamiento de un familiar de Mari Cruz aquejado de alguna de las enfermedades mentales de las que habíamos encontrado amplia información. Ante el hecho que pudiese parecer extraño elegir esa clínica siendo nosotras españolas, alegaríamos que el familiar en cuestión, podía ser una prima hermana, vivía desde hacía varios años en París y no tenía más parientes que la propia Mari Cruz.

Así lo hicimos, y después de una corta conversación telefónica quedamos citadas a las diez de la mañana del día siguiente. Pude comprobar una vez más la capacidad de improvisación de mi querida amiga que capeó de forma inteligente las formalidades que la persona que atendió la llamada le exigía para concertar la cita, sobre todo en lo referente a la presentación de los informes de los médicos que habían tratado al supuesto paciente. Mari Cruz, argumentó que habíamos acudido de forma precipitada al recibir una llamada de un compañero de trabajo de Carine, que así se llamaba la hipotética prima, avisándonos de la crisis que padecía, y antes de tomar una decisión quería asegurarse de que el lugar en cuestión contase con los medios más adecuados para que la estancia allí de un familiar querido fuese lo más agradable posible. Si quedaba satisfecha presentaría toda la documentación necesaria en el momento oportuno.

Antes de cenar, dimos un paseo por la orilla del río, admirando un cielo estrellado que parecía estar casi al alcance de la mano. Pensé que bien podía pedir un deseo a alguna de aquellas estrellas luminosas, pero Mari Cruz me distrajo con su cháchara y sólo me dio a tiempo a pensar que ojalá a Paul no se le ocurriese visitar a Igor a su vuelta de París.