Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

viernes, 7 de agosto de 2009

De nuevo, la vida (Catorce)


Viernes, 14 de Abril de 2006

Salimos del hotel sobre las nueve de la mañana. Si no nos encontrábamos con alguna dificultad, teníamos tiempo más que sobrado para sentarnos en algún café hasta la hora de nuestra cita. El marido de Clarisse nos había indicado el camino de forma muy detallada por lo que no tuvimos ningún problema en encontrar la clínica. La “Clinique Père Antoine” debía su nombre a un monje doctorado en medicina y estudioso de la mente humana que un buen día decidió dedicar la gran casa heredada de sus padres para atender a los desdichados deficientes mentales que, según la costumbre de aquella época, eran repudiados por las familias o encerrados de por vida en algún sótano oculto como si se tratase de simples animales.

Ahora era una hermosa mansión con una planta central cuadrada de la que sobresalía en el centro una especie de torre. Seguramente por necesidades de espacio, se habían ido añadiendo a lo largos de los años, distintos edificios que la rodeaban de modo que el conjunto parecía un pequeño pueblo con sus casas pegadas unas a las otras. Alrededor, un inmenso jardín salpicado de árboles con altas y anchas copas a cuya sombra apetecía cobijarse. Por la parte de atrás de la edificación, el jardín lindaba con un lago de tamaño considerable por el que se paseaban tranquilamente algunos patos. Un cuidado seto rematado en la parte delantera por una verja cerrada, rodeaba el jardín, protegiendo a los enfermos de la mirada de cualquier curioso.

Cuando llegamos ante la verja de hierro pensaba que mis piernas no iban a poder dejar de temblar. Me horrorizaba la idea , quizá extravagante, de encontrarnos con Paul, deseaba con todas mis fuerzas ver a Igor, y al mismo tiempo, temía ese momento. No sabía cómo iba a reaccionar “ella”. Es verdad que en los dos últimos días no sentía nada extraño, pero presentía que ese encuentro podía ser diferente. Al fin, nos armamos de valor y presionamos un timbre acoplado a una cámara de vigilancia, preparadas para la inspección visual de la que íbamos a ser objeto antes de que nos abriesen la puerta.

- ¿Qué desean? – preguntó un voz algo distorsionada por el altavoz.

- Soy Madame Andrade, me acompaña mi amiga Madame Montcada, tengo una cita a las diez de la mañana.

- Pasen por favor – contestó la voz, al tiempo que se abría la verja.

El camino hacia la entrada del edificio era corto, pues el jardín se extendía hacia los lados y la parte posterior. Algunos residentes salían por una de las puertas laterales seguramente a dar su paseo diario o a sentarse en alguno de los bancos que se desperdigaban por el césped. Una mujer con bata blanca nos hizo pasar a un despacho donde nos esperaba el Doctor Honoré Daguer. Una vez hechas las presentaciones nos invitó a tomar asiento. Mientras Mari Cruz desplegaba todo su encanto y hacía gala de su buen francés, yo pensaba en buscar alguna excusa para salir de allí y poder quizá, encontrar a Igor.

- Disculpe – dije dirigiéndome al doctor.

- Sí, dígame.

- Si no le importa, me gustaría salir a tomar el aire y beber un poco de agua, a ser posible.

- ¿Se encuentra mal?

- No, estoy un poco cansada por el viaje, todavía estoy convaleciente de una operación y realmente sólo he venido en calidad de acompañante.

- En ese caso creo que le sentará bien pasear por el jardín, a estar horas de la mañana es una delicia. Pídale el agua a la enfermera de recepción. Intentaremos no hacer esta entrevista demasiado larga.

- No se preocupe, estaré bien. Mari Cruz tómate el tiempo que necesites – le dije en español – te espero fuera.

Sí, realmente se estaba bien allí afuera. Una suave brisa todavía fresca armonizaba con la calidez del sol de aquella mañana de primavera. Paseé despacio fijándome en las docena de personas que pululaban por el jardín. Había dos pequeños grupos sentados en distintos rincones bajo los árboles, otros que buscaban la soledad algo más apartados, y algunos más que caminaban pensativos. Fui rodeando el edificio al tiempo que escudriñaba las ventanas. Parecía estar dividido en zonas o pabellones, como me explicó luego Mari Cruz, las cocinas, el comedor, una biblioteca, salas comunes, las habitaciones, los baños… casi sin darme cuenta llegué hasta el lago, solitario y silencioso.

Cuando me acercaba hacia una cerca de madera que lo separaba del jardín, me pareció percibir un movimiento en una especie de claro entre los árboles, delante y a mi izquierda. Allí debía haber alguien. Volví sobre mis pasos y me dirigí hacia el lugar, cuidando de acercarme sin ser vista. Parapetada tras uno de los árboles presencié una escena que quedaría grabada para siempre en mi memoria.

Un hombre joven de cabello castaño que le llegaba a los hombros, delgado y de una altura considerable, pintaba ensimismado. Desde allí no podía distinguir los detalles del lienzo pero de la forma en que se aceleró mi corazón, tenía que ser él “el hombre hermoso”. Me acerqué muy despacio.

- Hola – dije casi en un susurro.

La sonrisa que sus labios dibujaron, cuando se volvía para mirarme iluminó por un instante todo lo que encontró a su paso, borrándose en el mismo momento en que me miró.

- Hola – contestó visiblemente decepcionado.

- ¿Esperabas a alguien? Me ha dado la impresión de que te alegraste mucho cuando te saludé.

- Sí, yo… lo siento, te confundí con otra persona.

Hablaba como un niño que ha hecho alguna tontería.

- ¿Con Dolores?

- ¿Le conoce? ¿Le ha visto? – otra vez aquella sonrisa, los ojos abiertos como platos, la ilusión prendida en el rostro.

- Bueno, sí, podríamos decir que somos buenas amigas.

- ¿De veras? ¿Es usted española? – jeje, se nota en su acento – dijo con timidez.

- ¡Vaya! ¿Quieres decir que no hablo un buen francés?

- Sí, sí, no… no, quería decir eso. ¿Ve? Siempre me pasa, creo que he metido la pata.

- No, hombre, era una broma – le dije sonriendo, mientras él suspiraba de alivio – Me llamo Eugenia. ¿Y tú? ¿Igor?.

- Mucho gusto Madame Eugenia.

- Eugenia, sólo Eugenia.

- ¿Igor? Sí, es mi nombre, pero Dolores siempre me llama François, dice que Igor es demasiado… “rude pour moi”. ¿Por qué no viene a verme? ¿Lo sabe usted? ¿Está enfadada conmigo?... yo la quiero, la quiero tanto.

Definitivamente, Igor no sabía nada de lo ocurrido, mirarle expectante me arañaba el alma. Era como un niño abandonado que piensa que le están castigando por algo que ha hecho mal.

- No, no está enfadada, no has hecho nada malo. En realidad, Dolores me ha pedido que venga a verte, ha tenido que salir a un largo viaje…

- ¿A España?

- Sí, un asunto familiar. Pero te quiere mucho, lo se, me lo ha contado y me ha hecho prometer que te lo diría.

La felicidad que transmitía su rostro era el mejor regalo que podía desear.

- A ver, enséñame que estás pintando.

- El lago. Me gusta pintarlo a distintas horas del día, porque es como si no fuese el mismo.

- Es precioso, Igor ¿sólo pintas el lago?

- Nooooo, que va, a veces pinto los árboles, el edificio, grupos de gente, algunos posan para mi ¿sabes?

- ¡Vaya! Lo haces muy bien ¿te enseñó alguien?

- Bueno, a veces pintaba en las calles de mi pueblo, cerca de Moscú, en cartones o lo que encontraba. Luego los vendía a cambio de comida. Cuando Paul me encontró y me trajo con él, me dio algunas clases ¿de verdad te gustan?

Iba a contestarle cuando me di cuenta de que Mari Cruz y el doctor se dirigían hacia nosotros.

- Sí, Igor, claro que me gustan, eres un gran pintor. Oye ¿viene Paul a verte a menudo?

- Me gustaría que viniese todos los días, pero dice que no puede, está muy ocupado. Casi siempre me trae lienzos nuevos y se lleva los cuadros que tengo pintados.

- Ya. Oye… ¿puedes guardar un secreto?

- ¿Nuestro? – sus ojos chispeaban como los de un niño ante un juego apasionante.

- Sólo nuestro, bueno, y de Dolores. Cuando Paul venga a verte, no le digas que he estado aquí. No me conoces, no me has visto jamás.

- No me gusta mentirle.

- No tienes que hacerlo, él no te preguntará por mi porque no sabe que he venido. Si alguien le cuenta que una mujer estuvo hablando contigo, le dices que era una visita y que no me conocías ¿lo harás? Es muy importante.

- Lo haré, te lo prometo. Dile a Dolores que… quiero estar con ella, por favor, díselo.

- Nos vemos pronto, espera sólo unos días.

Mari Cruz, de alguna forma, había conseguido entretener al doctor mientras yo terminaba de conversar con Igor. Cuando llegué hasta ellos, le prometía estudiar detenidamente la posibilidad de traer a su sobrina lo antes posible, muy pronto tendrían noticias. Seguidamente nos despedimos y salimos en dirección al coche. Cuando volví la cabeza, Igor levantó una mano en señal de saludo y volvió a ensimismarse en su pintura.

De camino al hotel le conté a Mari Cruz nuestra conversación. Ahora conocíamos la historia casi en su totalidad. Faltaba lo más complicado, escuchar la versión de nuestro querido pintor. Mañana pensaríamos en la estrategia a seguir, pero cualquier cosa que hiciésemos no sería antes del lunes, el domingo se celebraba en París la exposición y no queríamos perdérnosla por nada del mundo. Estaba segura de saber qué cuadros iba a encontrar allí, colgados de las paredes.

Dentro de tres o cuatro días, volveríamos a casa. Con ese pensamiento me dormí.


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