Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

viernes, 21 de agosto de 2009

De nuevo, la vida (Quince)


Sábado, 15 de abril de 2006

Me desperté muy pronto, antes de amanecer. Intenté volver a coger el sueño, pero parecía que hubiese dormido diez horas seguidas y me encontraba totalmente despejada. Opté, entonces, por revisar otra vez todas las notas de Dolores y aprovechar para escribir de forma coherente, las conclusiones a las que habíamos llegado hasta ese momento.

Igor llegó a la vida de Dolores, hacía cinco años aproximadamente. Paul debió encontrarle en su último viaje a Moscú, al parecer en unas pésimas condiciones de vida según se desprendía por las notas de Dolores y por lo que el propio Igor me contó en nuestra conversación. Cómo le sacó Paul del país ni ella misma lo sabía pues su marido no respondía claramente sus preguntas. Al principio a Dolores le disgustaba su presencia, no porque el pobre muchacho fuese una molestia para ella, lo que la incomodaba es que Paul hubiese tomado la decisión de traerle a vivir con ellos sin haberla consultado, ella no dejaba de preguntarse el motivo real de su acción. La compasión, la caridad eran sólo excusas.

“No se por qué le ha traído, y se niega a responder a mis preguntas. Es un buen chico, inocente como un niño, hermoso como un Dios, pero…”, escribía en un trozo de papel amarillento. “Quizá se aburre, siempre los dos solos. Debía haber sido más insistente con lo de adoptar un niño, o una niña. Siempre se ha negado, que estábamos muy bien así, decía” ahora en el revés de un envoltorio de regalo. “Notaba algo extraño en François, el doctor me lo ha corroborado. Le hablé del hijo de una amiga española, le expliqué su comportamiento. Es retrasado, tiene la mentalidad de un niño en un cuerpo de hombre. Sin embargo algunos de estos enfermos, me ha dicho, tienen cierto talento para algunas cosas” se leía en una servilleta.

Dolores siempre se refería a Igor llamándole François. Sólo había dos hojas de cierta extensión. La primera debía ser aproximadamente de un año después de la llegada de Igor. Hasta entonces las pequeñas notas que aparecían daban a entender que Dolores empezaba a sentir cariño por él, no pasaban solos mucho tiempo porque Paul atravesaba una época poco productiva profesionalmente, parecía que la inspiración le había abandonado y lo poco que pintaba parecía no satisfacerle, pero cuando por diferentes circunstancias compartían algunas horas, se sentían bien juntos. Dolores le enseñaba francés y él le ayudaba con las rosas. Ella se sorprendía a veces riendo como una niña, mientras Igor la observaba con esa expresión de felicidad que sólo su rostro podía reflejar.

“Tenía que haberlo imaginado. No, estoy mintiendo, nunca, nunca podría pensar algo así de él, de Paul. Es mi marido, le conozco hace años ¡cómo he podido estar tan ciega! Ahora que estoy más calmada tengo que escribir lo que ha pasado, no puedo contárselo a nadie y ésta es la única forma de desahogarme. Dije que no volvería hasta la noche, aprovechaba mi revisión anual en el hospital para comer con Florence, en París. Pero una urgencia de última hora hizo que ella no pudiese acudir a nuestra cita. Compré los dulces preferidos de Paul en una pastelería famosa por la calidad de sus productos, y volví a casa. En el camino pensaba que se llevarían una sorpresa. Eran más de las tres cuando llegué. Eloïse ya se había marchado. El absoluto silencio que reinaba en la casa tenía que haberme extrañado. Estarán reposando la comida, pensé, pero no entré diciendo “He llegado, Paul ¿dónde estás?” Algo me obligaba a caminar casi de puntillas. Y fue así como subí las escaleras hacía mi habitación. En la de invitados la puerta estaba entornada, y me acerqué sigilosamente. No debí hacerlo. François estaba de pie, desnudo. Me tapé la boca con la mano, Dios mío, qué hermosura, estuve a punto de exclamar. Permanecía con la cabeza gacha mirando hacia sus pies. Pero no eran sus pies lo que observaba, su mirada estaba posada en la cabeza de Paul, arrodillado ante él, lamiendo su pene hinchado y erecto. También él estaba desnudo y la excitación se hacía patente entre sus piernas. Quería irme de allí, pero parecía que las suelas de mis zapatos se hubiesen quedado pegadas en el suelo. Paul le acariciaba los testículos, cubiertos por un vello rizado y rubio, mientras François echaba su cabeza hacia atrás con inequívocas muestras del placer que estaba experimentando. Cuando Paul rodeó su pene con los labios y empezó a engullirlo lentamente, él empezó a gemir. Comenzaron un movimiento rítmico, las manos de Paul apretaban los tensos glúteos de François, y él le sujetaba la cabeza al tiempo que sus caderas oscilaban, adelante y atrás, adelante y atrás. En el momento del orgasmo un gruñido de placer salió de su garganta, pero mis ojos miraban fijamente la boca de Paul que se afanaba por tragar el chorro de semen que se escapaba por la comisura de sus labios. Temía moverme. Si lo hacía podían darse cuenta de mi presencia. En ningún momento se me pasó por la cabeza abrir la puerta y montar una escena. Estaba como fascinada, hipnotizada, incluso excitada por lo que acababa de presenciar. Pero parecía que aquello no había terminado. Paul, después de lamer hasta la última gota de semen, se puso en pie. Permanecieron los dos frente a frente durante unos segundos hasta que se besaron en la boca. Hacía mucho tiempo que Paul no me besaba así, y sentí una dolorosa punzada de celos. No hablaban, parecía que se entendían perfectamente con sólo mirarse, lo que me hizo pensar que no era la primera vez que ocurría. Sólo hizo falta un ligero gesto de Paul para que François se apoyase en la cama ofreciéndole su trasero. Nunca había visto sodomizar a un hombre, y a Paul jamás se le había ocurrido hacérmelo a mi, quizá habría aceptado con gusto aunque sólo fuese porque me producía cierta morbosidad. Paul empezó acariciando con suaves movimientos rotatorios el ano del muchacho e introduciendo poco a poco uno de sus dedos. El otro empinaba sus caderas cada vez más con ansias de ser penetrado. Paul seguía preparándole y excitándole, y luego fue su boca la que desapareció entre las nalgas e imaginé su lengua puntiaguda introduciéndose por aquella oscura gruta, mientras con las manos separaba los glúteos para poder alcanzar con más facilidad su objetivo. Luego cogió su pene con la mano y lo deslizó a lo largo de la raja del trasero de François, dos, tres veces, hasta que lo colocó en la entrada del ano. Realizó pequeños movimientos de empuje que poco a poco fueron ganando en intensidad mientras aferraba las caderas de François, acercándolas y alejándolas de él. De golpe una fuerte embestida los dejó a ambos pegados, piel con piel. Un pequeño grito de François hizo que Paul girase la cabeza en dirección a la puerta, al mismo tiempo que yo me pegaba a la pared y mi corazón amenazaba con salirme por la boca. Cuando volví a mirar por la rendija, las embestidas de Paul contra las nalgas de François eran profundas y rápidas, estaba a punto de correrse dándole por el culo al que él llamaba su protegido. Lo hizo tras una última y larga acometida que le dejó tendido sobre aquél hermoso cuerpo en cuyo rostro, ahora vuelto hacia la puerta, se dibujaba una dulce sonrisa”.

Después de eso, seguían una variada cantidad de notas de distinta extensión por las que se deducía que Paul había empezado a dar clases de pintura a Igor, y que éste resultó ser un alumno aventajado con cierto talento artístico. Mientras, Dolores, pensaba muchas veces en la escena que había presenciado, incluso llegó a masturbarse recordándola. “Paul y François están pintando en el estudio. No puedo dejar de imaginarlos follando entre pinturas. Estoy mojada y he empezado a acariciarme, mis dedos se deslizan suavemente entre los pliegues húmedos, me penetran. Cierro los ojos. Pienso que aparecen de repente, se excitan al verme así, con mi mano entre las piernas. Lo hago con los dos” escribe en una hoja arrugada. Descubre, después de mucho tiempo, que Paul está firmando los cuadros pintados por Igor y pretende exponerlos como suyos. Tienen una fuerte pelea en la que Dolores le acusa de fracasado y de aprovecharse de un pobre retrasado mental. Está a punto de confesarle lo que sabe de sus relaciones sexuales que está segura sigue manteniendo, pero se contiene, ni ella misma entiende por qué no se lo escupe a la cara. Le quiere, no ha dejado de quererle, pero al mismo tiempo siente una profunda repulsa por lo que está haciendo. Le duele más que sea capaz de servirse del talento de Igor que el hecho de que esté follando con él.

Paul le pide perdón e intenta convencerla. No está en su mejor momento, necesita volver al sitio que le corresponde como artista o se volverá loco. A Igor no le importa, tiene todo lo que puede desear, si ella supiera cómo malvivía en Moscú, lo entendería. Él es feliz pintando, lo hace por puro placer y no entiende nada de fama. Se encontraría perdido en ese mundo, quizá empezasen a investigar en un pasado que él no quiere recordar siquiera, o aparecerían parientes hasta de debajo de las piedras, que sólo buscarían sacar tajada. Era mayor de edad, pero cualquier juez le declararía no apto para ocuparse de administrar lo que ganase con las ventas de sus cuadros ¿creía que les iban a dejar a ellos la facultad de hacerlo? No, si existían familiares a los que les correspondía por derecho. Finalmente, accede, no sin antes hacerle prometer que hará las gestiones necesarias para asegurarle un futuro sin preocupaciones.

Durante un tiempo, las notas escasean, hasta que volvemos a encontrar la otra hoja extensa de un suceso ocurrido pocas semanas antes de su muerte.


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