Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

lunes, 30 de noviembre de 2009

Vidafaro V (AUTOR: ICONOCLASTA)


Sexo bolcariano


Accedimos por una puerta a un bloque de pisos de forma de media luna, adaptado al contorno de la fachada exterior, a través de las ventanales del edificio se veía la carretera exterior, aquella vegetación era un efecto mimético asombroso, no había vegetación en la fachada.

Pude observar a través de uno de los ventanales, unos metros a mi izquierda al Serpiente Verde que causaba curiosidad en un grupo de bolcarianos.

Los materiales de las construcciones se basaban en mármoles y metales cromados de diversos tonos. Apenas había pintura en las paredes.

Un conjunto de sonidos sin aparente compás provocaban que Euni y Jormen movieran la cintura, acompañando el sonido.

Y me di cuenta de que el interior de sus oídos no era como el mío, estaban cubiertos de una membrana translúcida.

Tuve la impresión de que no llegaría a disfrutar de aquel sonido como ellos.

Subimos por una rampa al piso superior. Y Euni sacó del bolsillo de su pantalón un pequeño mando a distancia con el que abrió la puerta.

Por la tenue luz de las lunas que se filtraba por una gran ventana pude apreciar un salón de unos 9 o 10 metros de ancho y otros tantos de largo que disponía de sofás, mesa y sillas. Habían paneles electrónicos en algunos puntos y un ausencia total de lámparas.

Euni pulsó otra vez el mando y las paredes se iluminaron, se tornaron translúcidas y emitieron un tono de luz amarillenta y ténue.

Euni y Jormen me desnudaron.

Rieron al verme, les hacía gracia mi vello corporal, Jormen me cogió el pene y lo comparó con el suyo pequeño y mucho más oscuro, casi negro.

Euni sonrió y me lo cogió también para examinarlo.

Yo me sentía bien, no sentía vergüenza y sonreía con ellos.

Y me sobrevino una erección debido al tocamiento. Y Euni tragó saliva y entendió.

- No lo puedo controlar Euni.

- Ya lo controlaré yo más tarde, Néstor.

Cenamos; la gorsna resultó ser una especie de planta carnosa. Me recordaba la carne de cerdo. La treidia azul era un licor que llegó a marearme, apenas ardía en la garganta pero en el interior, parecía expandirse por todas las terminaciones nerviosas.

Había un receptor de televisión y Jormen se sentó frente a él. Era algo cómico a juzgar por las risas del chico.

A través de los altavoces del televisor no era capaz de comprender los sonidos que articulaban.

Y me sentí de repente muy cansado, y el Serpiente Verde apareció entre las imágenes en algún momento. Pero yo empecé a cerrar los ojos cansado.

Y sentí la mano de Euni en mis manos.

- Te amo, Euni. No me dejes solo aquí...

Y ella besó mis párpados cerrados.

No se cuanto tiempo estuve dormido. Ella me despertó agitando mis hombros suavemente. Vi su cara, y las dos lunas a través de la ventana. Y por segunda vez sentí años perdidos, años sin conocer aquel sentimiento. Esta paz.

Acusé una extraña sensación de pérdida pasada.

Jormen estaba durmiendo en su habitación, me di cuenta por sus ronquidos, y me puse las manos con la palma enfrentadas en una mejilla e hice el sonido de sus ronquidos.

A Euni se le escapó la risa. Y a mí también.

Bajó su pantalón, y me mostró su sexo. La vagina la tenía situada donde se halla el pubis humano. Nacía un poco por encima de sus muslos y acababa a mitad del vientre.

Lejos de extrañarme me excitó.

Se sentó en mis rodillas, acomodando mi pene a un lado.

- Néstor, las mamas, chúpalas con fuerza. Succiona, mi vida.

Yo comencé a pasar la lengua por sus pezones y éstos se contrajeron rápidamente. Se pusieron duros y firmes. Unas venas azuladas comenzaron a hacerse patentes a través de la amarillenta piel.

Euni parecía estar en estado de shock, respiraba rápida y entrecortadamente. De su boca una saliva espesa bajaba por su barbilla. Sudaba y esa humedad la tornó más sensual.

Cogió mi cabeza por la nuca y me aplastó la boca contra su pecho izquierdo, me costaba respirar. Abrí la boca para acaparar el pezón. Y succioné con fuerza. Euni rogaba que lo hiciera con fuerza.

Mis dientes ejercieron una mediana presión y ella respondió gimiendo. Con la otra mano masajeaba el otro pezón y ella obligó a que mis dedos perdieran el miedo dañarla presionó mis propios dedos de tal forma que me entró pánico de hacerle daño, quise retirarlos. Euni no me dejó.

Se movía descontrolada en mis rodillas y mi pene se agitaba duro y entumecido con aquellos movimientos.

Y de sus pechos comenzó a manar un especie de líquido dulce y denso. El líquido discurría por su vientre mojando los labios vaginales, regándolos.

Sus manos bajaron allí abajo y abrió la vagina. Un clítoris grande pulsaba entre los pliegues. Euni conducía aquel líquido a su vagina ahora blanda y mojada. Se levantó para sentarse mi lado, aún llevando sus dedos desde los pechos hacia su sexo. A una vagina abierta y carnosa.

Me arrodillé ante ella. Sus dedos separaron los labios y presionaron a los lados del clítoris para darle relieve y aislarlo. Yo lamí ese clítoris duro y su coño entero. Lo besé, lo mordí y lo pellizqué.

Ella sólo gemía, me miraba con la lengua entre los dientes cuando yo pasaba la lengua por su vientre, por su coño. Y besaba sus pezones de los que no cesaba de manar aquel lubricante.

Del interior de la vagina salió un esperma blanco y acuoso, como leche desleída.

Me mostró lo que debía hacer ahora.

Mojó la mano entre los pezones y se la introdujo en la vagina, entera. Hasta la muñeca.

Aquello me hizo enloquecer, ella movía la cabeza frenética al ritmo de su mano que entraba y salía de aquella profundidad de placer. Yo agarraba mi pene firme, me sujetaba los huevos para no correrme allí, delante de ella.

Retiré su mano con energía y apoyándome con las manos en la cabecera del sillón y con las piernas estiradas, la penetré.

Su coño se adaptó a mi pene, presionándolo; lo justo para que pudiera moverme dentro de ella.

Y noté mi polla empapada, inundada en un pozo líquido y caliente.

Emitía gritos ahogados y sus dedos pellizcaban sus pezones con brutalidad. Y el líquido manaba desde ellos más abundante hacia nuestros sexos unidos.

Yo no pude más y dejé correr mi semen en su interior, contrayendo todos los músculos por un orgasmo intenso de placer atrasado y olvidado. Sin saber si era lo correcto.

Ella se puso rígida, su cara se congestionó y dejó de respirar. Sus párpados verticales se cerraron y yo aproveché para besarlos.

Sus pies golpeaban el suelo y sus pezones se comenzaron a congestionar a llenarse de sangre. El resultado es que se pusieron duros y erectos.

Y me obligó a succionarlos suavemente al tiempo que su respiración volvía a la normalidad y sus músculos se relajaban.

Sus labios se movían temblorosos y los acaricié con los dedos mientras alternaba mis succiones entre los dos pezones.

Me retiró de encima suyo y me obligó a sentarme a su lado. Ella se sentó encima mío de costado a mi pecho, rodeando mi cuello y mirando a las lunas.

Y en algún momento me dormí susurrándole al oído todo el amor que sentía.

Me desperté encima de un colchón que levitaba a 25 centímetros del suelo. Tenía apenas 3 centímetros de grosor y me sentía completamente relajado.

Me dolían las mandíbulas de haber succionado los pechos de Euni y la polla volvía a estar dura (esto último no era una influencia bolcariana).

Dormí de lado, sin almohada y a pesar de ello no sentí dolor en el cuello. Lo primero que vi al abrir los ojos fue la cara de Jormen. Se abrazó a mí y yo abracé a mi hijo con el corazón contraído.

- Buenos días, Néstor.- me dijo.

- Buenos días, Jormen.

Euni nos debió oír y vino corriendo a la habitación, se tumbó a mi lado y apresó con sus piernas las mías y me abrazó besándome.

- Buenos días, amado terráqueo.

Jormen reía.

Ella me cogió el pene.

- ¿Qué haré contigo? ¿Cómo controlar esto?-. dijo juguetonamente, sacando la lengua, una lengua por la que me moría por cruzarla con la mía.

Allí el tiempo se medía en horas de 40 minutos y los minutos tenían 100 segundos. No tiene importancia, porque al final, uno se acostumbra. La cadencia de las comidas es parecida a la terráquea.

No había dinero allí, por lo visto, cada cual se hacía lo que quería. Habían individuos que deseaban construir, otros enseñar, curar, trabajar el campo, limpiar.

Euni me explicó que a ella le gusta especialmente enseñar. Dedica medio día a la enseñanza de los niños.

- ¿Pero... y todos esos vehículos, los enseres que tenéis en las casas, las calles? ¿Cómo lo mantenéis?.- yo no lo entendía.

- Néstor, cada cual nace con un deseo, somos tantos que hay muchos deseos, hay muchas cosas que hacer y las hacemos. Entre todos. Hay gente que desea limpiar y gente que desea construir y crear cosas.

Nacemos así. De la misma forma que morimos: sin saber cuando, sin enfermar.

Los científicos han investigado y han aislado el gen que programa nuestra muerte; resulta que está íntimamente ligado al desarrollo de nuestro cerebro de tal forma que es imposible extirparlo o mutarlo.

Por eso debes entender que no precisamos de muchas cosas, pero amar y saber que en nuestra muerte alguien nos ama, eso lo necesitamos.

Y comencé a entender. Y a temer.

- ¿Y si yo quiero un vehículo de lujo?.- desvié la conversación hacia algo menos doloroso.

- Lo tendrás en función del trabajo que ofrezcas, en eso pretendemos ser justos. No está bien que quien por ejemplo, tenga la ingrata tarea de limpiar, no sea recompensado con algo más que un intercambio. Y además educamos a nuestros hijos con el respeto hacia lo que hacemos y muchos de ellos, siguen nuestros pasos.

- ¿Y yo que haré durante mi estancia?.

Ella me miró con una profunda tristeza en los ojos y las negras lágrimas amenazaron con desbordarse.

- Prometiste amarme hasta mi muerte. No me dejes Néstor.

- Mi vida, moriré contigo y por ti, aquí.- la abracé con fuerza, con ansia.- No lo he olvidado, mi vida. Es que no ha pasado un día entero y me cuesta asimilar esta vida.

Y se relajó entre mis brazos.

Y yo sentía deshacerse mis entrañas con aquel contacto, con el inexperimentado amor.


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