Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

viernes, 27 de noviembre de 2009

Vidafaro IV (AUTOR: ICONOCLASTA)


Euni, mujer bolcariana

Un hombre me dio la bienvenida y siguió su camino, sin venir a cuento, sin ser necesario. Sabía que yo acababa de llegar, se notaba. Y me sentí bien por ello.

Una pareja, hombre mujer, cogidos por la cintura, atrajeron mi atención, ella tenía un culo precioso y sus pechos, admirados de cerca, despertaron en mí otra vez esa excitación extraña y poderosa. Metí la mano en el bosillo de mi pantalón y acerqué mis dedos a mi pene excitado.

Se acercaron a un crío que trazaba símbolos y dibujos infantiles en el suelo con una especie de puntero láser. Le acariciaron la cabeza cariñosamente mientras le decían:

- Vamos a por eskelibol.

El niño apenas les hizo caso.

El hombre cogió la mano de la mujer y continuaron caminando.

Y el hombre cayó desmayado al suelo.

La mujer quedó paralizada a su lado, parpadeaba verticalmente y unas lágrimas negras caían por su rostro. Miraba a sus congéneres y éstos la miraban sin mover un solo músculo. Sin sonreír.

Lloraba de tal forma que mi puto corazón se encogió de pena.

Y me acerqué a ella, me arrodillé junto al hombre y lo toqué. Estaba frío como el hielo. Retiré asustado la mano de su cuerpo.

Me puse en pie y brotaron lágrimas de mis ojos.

Ella se acercó a mí, me desabrochó la parte superior del traje para darme a entender que me lo sacara.

Y me quedé con el torso desnudo.

Había silencio, todos ellos nos miraban, nadie movía un solo músculo. Un crío pequeño gritó y rompió por unos segundos aquel silencio.

Luego nada, silencio.

Las miradas, lejos de ser opresivas, me dieron apoyo ante aquella extraña situación.

Ella se acercó a mí y se abrazó a mi pecho. Sus senos se aplastaron contra mí. Me estaba matando de amor aquella mujer. No se que estaba ocurriendo. Llegué a querer morir sólo por conseguir hacer desaparecer aquellas negras lágrimas de los ojos de la mujer; porque dejara de llorar.

Me estaba volviendo loco de amor. Aquello asustaba a mi mente insensible y por otro lado, era una droga que me hacía mecer en un mundo inexplorado por mí.

Y sin pretenderlo la abracé. Besé su cabeza y sus mejillas.

-¿Me quieres amar?.- preguntó casi suplicante.

-¿Prometes amarme aún que estoy viva, hasta que muera?... Mi vida... Dime que si.

Y dije que sí. Y la abracé fuerte. Ella me separó dulcemente a pesar de que yo no quería. Y me cogió una mano.

La gente rompió el silencio y todos volvieron a reemprender sus actividades, tranquilamente. Algunos nos felicitaban.

Dos hombres metieron el cadáver en una bolsa y entraron a través de una puerta con un círculo y una cabeza de vidafarense dibujada en su interior, con una raya que la cruzaba.

Aquello era demasiado obvio.

El pequeño corrió hacia nosotros, ella lo elevó para que lo cogiera entre mis brazos y lo abracé. Besé su pequeña cabeza y su cuerpo menudo y cálido, durante un microsegundo mi corazón se paró.

- Es Jormen, nuestro hijo.

Yo sólo me dejaba llevar por todo aquello, todas aquellas sensaciones me estaban atrapando. Había allí amor en estado puro. Por alguna razón, mi mente me llevó a seguir esa cadena de sucesos, a integrarme en aquello.

- ¿Cuál es tu nombre?.

- Euni.

- Yo soy Néstor.

- Ahora me tienes que amar Néstor, no dejes que muera sin amor.

Y aquellas palabras me llenaron de temor. Me llenaron de pena. Había un triste final escrito en aquello.

- Si muero antes, tú cuidas de Jormen; porque tú no morirás antes si estás sano, es casi seguro. Si muere Jormen, me consolarás para que yo no me muera de pena. Me amarás hasta que tus ojos me supliquen que no muera. Y me darás otro hijo. Si muero en el proceso, deberás buscar a otra mujer y no llorar mi muerte durante más de dos horas. Si lloras mi muerte más de dos horas, delante de ellos, ellos te matarán porque no pueden soportar el dolor tanto tiempo; morirían contigo de pena. Uno de ellos convertirá su cariño en odio y te matará. Lo hará para salvar al resto de la colonia. Para que no sufran.

Y pegó sus labios a los míos, su lengua increíblemente fina se hundió en mi boca asombrada y mi mente comenzó a desearla. Mis brazos sobreentrenados la apretaban fuertemente y noté que era feliz.

Hice feliz a aquella mujer que lloró negras lágrimas. Y yo me sentí amado. Me sentí tan querido que comencé a odiar mi pasado reciente.

Sentí haber perdido 40 años de vida; por no conocer este amor. Este nuevo sentimiento profundo y placentero.

- ¿Cuál era su nombre?, el de tu hombre.

- Lorton, lo he amado durante 15 años. Y ahora te amo a ti, Néstor.

Había en aquellas palabras una sinceridad brusca que huía de la inocencia y puerilidad. Euni hablaba con una entereza extraordinaria a pesar de que un líquido negro se agolpaba en sus ojos.

Ella cogió mi mano y nos dirigimos hacia una puerta blanca, las puertas interiores eran una completa bacanal de colores.

Euni señaló una puerta:

- Vamos a pedir comida.

Abrió la puerta de una forma natural, sin llamar y accedimos a una sala en la que tan sólo había un mostrador y unas sillas alrededor de una pequeña mesa.

- Buenas tardes, soy Euni y necesito gorsna y treidia azul.

Lo dijo en alto y hablando hacia lo que parecía una pequeña antena.

No pasó mucho tiempo cuando apareció un hombre con una bolsa dorada en una mano y una botella azul en la otra.

Se los entregó a Euni y ésta acarició su mano brevemente.

Me dijo que era el saludo habitual entre los amigos y conocidos de Bolcar, el nombre de este planeta al que conocía como Vidafaro. Acaricié el torso de su mano y esa sensación de calidez me volvió a invadir. Cuando el hombre me devolvió el saludo me sentí bien.

Salimos al exterior y la noche comenzó a avanzar de forma vertiginosa, potentes luces se encendieron para dar una claridad asombrosa a la ciudad, dos lunas amarillas avanzaron rápidamente y se ubicaron en el cénit.

Y cogí la mano de Euni con el corazón encogido. Por el vértigo de ese acelerado movimiento planetario.

Yo era frío, cínico... Y ahora se encoge mi alma por la vida de este lugar.

Solo pensar en mi misión me provoca naúseas.

El contacto con estos seres me está transtornando.

Euni, coge mis sienes y me lleva hasta su boca. Su lengua estrecha e inquieta me inunda, me lleva a ningún lugar y floto abandonado en su cueva húmeda.

Noto sus pezones endurecidos en mi pecho, ella se apreta fuerte y sus pezones se contraen un poco.

Me habla, me instruye.

- Néstor, morimos sin previo aviso, no envejecemos demasiado. Nacemos sin esperanza de saber durante cuantos años viviremos. No miramos más allá de lo que tenemos y no dejamos de desear.

La tristeza está prohibida. Nadie quiere morir llorando. Un día estaré a tu lado y moriré sin previo aviso, sólo sabrás de mi muerte cuando me veas inmóvil y fría. Son muy pocos segundos lo que tardamos en morir. Recuerda lo que te dije, mi vida. Que no te maten para lo que nosotros es un exceso de tristeza. No mueras, busca a otra mujer y ámala como yo te he enseñado.

-Euni, por favor...

Un sonido de dolor puro, como el llanto de las ballenas acalló la ruidosa noche de la ciudad.

Una madre tenía a su pequeño hijo entre los brazos. Inerte, muerto.

Era el crío que jugaba con la pelota metálica, el que recibió la descarga divertido, con el que algunos reímos hace apenas una hora.

Euni se abrazó a mí y me besó profundamente. Yo lloraba, aquel llanto atroz atravesó mi médula y me retorcía por dentro.

Ella cogía con sus manos mis sienes y me obligaba a mirar sólo sus ojos, otra vez húmedos y a la negra raya de unas lágrimas negras como un rimmel de dolor que enmarcaba unos ojos felinos y preciosos de un saturado color ocre.

Acudió el compañero de la mujer y cogió de sus brazos al crío, lo abrazó y lo dejó en el suelo. Y marcharon hacia una de aquellas puertas. Iban de la mano, muy juntos.

Los de la funeraria acudieron tristes, sin mirar a nadie. Recogieron el cadáver y se dirigieron otra vez a la puerta negra.

El murmullo general volvió a elevarse, y las risas y gritos volvieron a dar vida a la ciudad, o a este enorme barrio.

Recogimos a Jormen que se resistió a dejar de jugar. El caminaba delante de nosotros enfurruñado y mascullando tacos.

Euni sonreía divertida y yo me moría por besarla.





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