Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Vidafaro III (AUTOR: ICONOCLASTA)


El contacto con los Vidafarenses


Cuando le estaba dando el repaso a una de aquellas mujeres, se me puso dura y me sentí incómodo.

Un vidafarense se acercó hacia mí. Con un andar tranquilo y afable, sonriendo con sus verdes piños.

- ¿Tienen agua?-. le pregunté apenas se acercó a mí.

Lo único universal para la vida orgánica es el agua. Esa tontería de las matemáticas como lenguaje universal, me la pela.

“¿La raíz cuadrada de 81?”, no me veo haciendo semejante idiotez de pregunta.

Aquel sujeto se paró ante mí y parpadeó verticalmente; movió sus labios y habló un galimatías indescifrable. Como mucho, fueron unos 6 segundos lo que tardó mi cerebro en entender el significado de aquello. Pero ese entendimiento fue ajeno a mí; fue como si llegara a mi cerebro otra frecuencia oculta entre aquellos sonidos vocalizados. Como si hubieran subtítulos en español.

La verdad, aquella especie de invasión en mi interior me preocupó, me causó cierta desconfianza, cierta intranquilidad.

- Imagino que por agua entiendes un líquido para saciar la sed, aquí le llamamos treidia. Tenemos fuentes. Y se bienvenido, extranjero. Me llamo Loster.- eso fue lo que entendí de aquel ser.

Loster sonrió y me abrazó.

Había un tacto cálido en aquel ser. El abrazo produjo bienestar en mí. Me hizo sentir cómodo. Me sentí bienvenido.

Lo seguí y entramos en una de aquellas montañas a través de una de las cientos de puertas que se hallaban disimuladas entre la vegetación, una vez cerca de ellas se hacían bastante patentes, cada una de ellas disponía de un cartelito.

Accedimos a un túnel iluminado de unos 12 m. de largo, las paredes lucían carteles publicitarios.

Loster emitió sonidos sonriendo.

A los pocos segundos entendí:

- Ya no saben que anunciar.- y seguí su dedo para fijarme en la foto de una mujer que mostraba en sus pechos unos cubrepezones y en su cara una mueca de placer obsceno.

Loster me explicó que eran parches masturbatorios. Por lo visto las mujeres tienen un fibrado núcleo nervioso en los pezones que al acariciarlos se transforman en clítoris enormes. Se ve que un vidafarense tuvo la brillante idea de encargarse de suministrar instrumentos de placer a las mujeres de aquella colonia.

Me excité con aquella imagen de esa hembra caliente.

- Calentorro...- entendí que me decía Loster con una simpatía que me provocó un aprecio inusitado hacia aquel ser.

Reí dándole una palmada en el hombro.

Llegamos al túnel para desembocar en una colosal plaza llena de edificios, edificios de 3 o 4 pisos de altura que no sobrepasaban las montañas. Calculé que el diámetro de la plaza debía de rondar los 10 Kms. Apenas eran visibles los edificios más lejanos en el horizonte. Allí había gente paseando, familias, niños. Los niños gritaban como en cualquier otra parte de la Tierra. Varios de ellos, me saludaron abrazándose por unos segundos a mí. Hubo un pequeñajo que me abrazó las rodillas y me sentí profundamente turbado.

Y pensé en el holocausto nuclear que podría crear. Y tuve la certeza de que no lo haría.

- Tu agua.- Loster accionó un pulsador de aquella fuente de acero inoxidable (eso parecía) y salió un líquido increíblemente verde, con una densidad parecida a la del agua.

- Treidia.- dije yo.

Loster sonrió y me dejó solo, se perdió entre la gente cuando yo estaba bebiendo de aquella agua verde con apenas un perceptible sabor a menta.

Y sació mi sed, y temí que mis dientes se hubieran teñido de color verde.

Pero no me importaba gran cosa. No soy delicado.

Un grupo de niños estaban jugando a pasarse de unos a otros una bola en apariencia metálica, pequeña y pesada.

De vez en cuando, uno de ellos, al cogerla sufría una especie de sobresalto y se le caía la saliva de la boca. Sus compañeros reían. El del sobresalto lucía sus dientes que habían cambiado al color rosa y los mostraba a sus compañeros de juego. Sus risas me hacían reír.

Vocalizando así, con los dientes juntos gritaba el que recibió la descarga:

- ¡La madre que os parió, cabrones!.-

De verdad, saber lo que decían aquellos enanos y ver a sus padres sonreír divertidos provocó en mi una feliz hilaridad. Me tuve que secar las lágrimas con la manga de mi jersey.

Un grupo de adultos que los observaban, también reían.

(Continuará)



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