Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

jueves, 19 de noviembre de 2009

El reloj (AUTOR: EDU)


Sabía que aquello sería mi perdición, y sin embargo… acepté el trato que me proponía el viejo anticuario, dueño de una pequeña tienda , al final de la calle Misterio, repleta de los objetos más antiguos y extraños que jamás se hayan visto. A mí me gustaba husmear, de vez en cuando, entre los trastos llenos de polvo y los viejos libros de páginas amarillentas, por eso acudí allí a ver si podía convencerle para que me comprase mi reluciente y apreciada armónica.


Tenía que haberme negado a cambiársela por este antiguo reloj y eso es lo que pensaba hacer siguiendo los consejos de una voz interior que parecía avisarme del peligro, pero mi cuerpo no me obedecía y mis ojos seguían el vaivén del reloj que se balanceaba ante ellos. Pero será mejor que empiece a contar mi historia por el principio, como debe ser.


Se acercaba el día de mi cumpleaños y esta vez mi madre se había negado a celebrarlo invitando a mis amigos, como castigo por mi mal comportamiento. Estaba enfadada conmigo por lo que todas las madres se enfadan: no estudiaba lo suficiente, no me esforzaba demasiado en hacer los trabajos del instituto, sólo pensaba en salir con mis amigos, y para acabarlo de arreglar me había metido en una pelea con un compañero de clase, a pesar de que ella me repetía constantemente que a golpes no es como se arreglan las diferencias.


Aprovechando que no iba a tener fiesta con los amigos, pensé en invitar a una chica que me gustaba, a cenar en un burguer o en una pizzería, ya veríamos qué me inventaba para poder salir una noche. Pero el mayor problema lo tenía con el dinero, si me ponían boca abajo no caía ni un céntimo, y en la hucha sólo había un par de telarañas. De pronto tuve una idea brillante: vendería mi armónica. Seguro que por ella me daban algo de “pasta”, era de nácar rojo y a pesar de que hacía varios años que me la habían regalado, parecía nueva.


Me acordé del viejo anticuario y una tarde entré en la tienda a ofrecérsela. Él con una sonrisa maliciosa me dijo que iba a enseñarme algo que me gustaría, y apareció con aquel reloj danzando ante mis ojos. No pude resistirme y lo cogí a cambio de mi preciosa y querida armónica.


Ahí empezó mi desgracia. Cuando llegué a casa, subí a mi habitación maldiciéndome por la tontería que acababa de hacer. Me senté en mi cama y saqué el reloj de su caja. Era de esos antiguos con cadena y una tapa que se abre al apretar un pequeño botón. Cuando lo abrí noté que le ocurría algo extraño y entonces me di cuenta de que las agujas se movían al revés, iban hacia atrás en lugar de ir adelante y corrían demasiado rápido. Maldije al viejo que me había engañado obligándome a coger aquel trasto que además no funcionaba bien. Enfadado lo tiré en un cajón del escritorio.


En los días siguientes empecé a notar en mí extraños cambios: la ropa comenzaba a quedarme demasiado grande, se me caían los pantalones y los que antes me llegaban por la rodilla empezaron a taparla por completo, la mochila del colegio me pesaba cada día más y me parecía que estaba creciendo, me costaba subirme a la bicicleta y tuve que mover el sillín para poder llegar a los pedales, cuando me sentaba a comer notaba que cada día me quedaba más bajito y me costaba llegar al plato…


Así se fueron sucediendo estos extraños cambios día tras día. Ya se me han caído algunos dientes y creo que he empezado a pensar y actuar como un niño pequeño. Estoy muerto de miedo porque se que es ese maldito reloj el que ha dado marcha atrás a mi vida y no se lo que pasará cuando sea un bebé y vuelva a la barriga de mi madre, y después me convierta en un óvulo y… dejaré de existir.


Por las noches no puedo dormir pensando en cómo me levantaré al día siguiente y me ha dado por rezar para que todo esto sea sólo una pesadilla. Ayer fui hasta la calle Misterio dispuesto a rogarle a aquel hombre que me ayudase, le devolvería el reloj y ya nunca más volveré a hacer nada a escondidas de mi madre, pero la tienda de antigüedades había desaparecido, parecía que se la había tragado la tierra. Pregunté por ella a una mujer que venía de hacer la compra y me miró extrañada: “Esa tienda hace muchos años que se cerró, estaba ahí, donde está el videoclub”.


Y lo más extraño de todo es que nadie parece darse cuenta de lo que me pasa y me tratan como siempre, incluso mi madre hace unos días cuando salí de mi habitación con una camiseta que me llegaba a los pies me miró un momento y me dijo “Vaya estirón que has dado, tendré que comprarte ropa nueva, esa camiseta se te ha quedado pequeña”.


Quizá todo sea fruto de mi imaginación. O no.


(Este es un cuento que escribió mi "cachorro" para un trabajo del instituto, con algunas corrección de mamá)




2 comentarios:

Anónimo dijo...

El texto derrocha imaginación, creatividad y buenos modos (buenos modos literarios), me ha gustado mucho. Es un texto de esos en los que uno puede no llegar a captar el mensaje de fondo, pero en los que uno nunca duda que lo hay. El texto es lo suficiente lúdico para enganchar y lo suficiente profundo para no quedar en anécdota. Pero, creo, que debe de ser continuado. Echo de menos un final-final.
Es uno de esos textos (una de esas ideas) que cuando uno los encuentra merece la pena seguirlas trabajando. Un reto dificil, porque lo que siga tiene que ser tan bueno como lo que hay. Pero eso, creo, no debe nunca de agarrotar al autor. Mis felicitaciones.
K

Des dijo...

Gracias K, se las haré llegar a mi cachorrillo. En cuanto a seguir la historia, será dificil, no sabes lo que me cuesta que se ponga manos a la obra con estos trabajos de literatura. El caso es que el muy cabrito cuando se pone derrocha imaginación. Quizá algún día, ya sabes lo que pasa con algunas historias, se dejan reposar en el cajón y de pronto parece que nos llaman,les quitamos el polvo y las volvemos del revés, ésta puede ser una de ellas.
Te echaba de menos.