Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

jueves, 19 de noviembre de 2009

Algo más que un adulterio


– Ese maldito golpeteo otra vez, así no hay quien duerma.

– ¿Qué te pasa, Antonia?

– ¿Que qué me pasa? ¿que qué me pasa? ¿no lo oyes? Lleva tres noches paseando arriba y abajo dándole al bastón, el viejo de las narices.

– Déjalo ya, mujer, y duérmete.

– Claro, como a ti no hay nada que te quite el sueño. Si no tenía bastante con tu sinfonía de ronquidos, me faltaba el toc, toc, del vecino de arriba.

– Oye, que yo no tengo la culpa de que tengas un sueño tan ligero, cuenta ovejitas, o tócame el pito un rato así no me duermo yo tampoco.

– ¡Los cojones!

– ¡Ah! Si te empeñas, por mi encantado.

– Vete a la mierda, Ramón.


Lo hace a propósito, lo se. Se está vengando porque hace cinco días que no subo. Si es que no se puede hacer una buena obra, no se cómo pude enredarme de esa forma. Aquél día cuando oí el golpetazo, tenía que haberme quedado quietecita en casa, pero me asusté, pensé que igual se había caído el pobre hombre y estaba tirado en el suelo sin que nadie acudiese en su ayuda. Y no me equivoqué mucho porque cuando me abrió la puerta iba cojeando el infeliz. No se había roto nada pero llevaba un buen moratón en la rodilla. No pensaba que pasara lo que pasó. Pero cuando empecé a curarle y no apartaba los ojos de la regata de mi escote, no se, me sentí atractiva otra vez, aunque fuese un viejo. Pero es que el viejo se conserva bien. Militar retirado, esos no trabajan mucho que se diga y luego bien jóvenes ya están jubilados. Sin hijos, sin problemas, así ya se puede vivir bien.


Y la gracia que tiene para camelar, el jodío. Que si estás muy guapa Antonia, que si seguro que aún te piropean por la calle, que si ya quisieran algunas con tetas de silicona tener una delantera como la tuya. Una no es de piedra y ya casi tenía olvidados esos requiebros. Me quitó años de encima, y kilos, y me subió el orgullo y las ganas de coquetear. Calle, calle, Don Matías, le decía sonrojándome, que una ya no está para esas cosas. Y él, erre que erre. Y una cosa trajo la otra, que si un roce, una caricia. Dale una alegría a este viejo, sácate una teta Antonia, que me gusta mirártelas. Y me subía el jersey, me bajaba el sostén y se la enseñaba. Me entraban ganas, sí, me entraban ganas de que me las tocara. Poquito a poco iba pidiéndome un poco más. Yo me bajaba a casa toda mojada y sofocada antes de que llegase Ramón del trabajo, y al día siguiente subía corriendo escaleras arriba.


Tiene autoridad el viejo, pero sin que se note. Después de las tetas, vino lo otro. Deja que te huela un poco, Antonia, que me gusta ese olor a hembra que desprendes. ¡Ay! cómo me ponía yo entonces, él me pasaba los dedos por la cosa y se los arrimaba a la nariz. Y yo no quería que quitase los dedos de allí, lo que quería es que los metiese dentro, él se daba cuenta, ya lo creo, y me dejaba con las ganas muchas veces ¡qué cabrón! Me fijaba en sus pantalones y dura, dura, no se le ponía, pero gorda, sí.


El día que me sacó el abrigo de pieles de su difunta mujer para que me lo probase ¡uf! tenía que haberle dicho que ni hablar cuando me pidió que me lo pusiera sin nada debajo y me dejó sola en la habitación. No se, yo creo que me volví loca. Me había dejado bien a la vista una medias de seda, de esas que ya no se encuentran por ahí, unos zapatos de tacón, un collar de perlas y el abrigo. De piel de zorro, nada más y nada menos… el muy canalla. ¡Qué suave! Cuando me miré en el espejo parecía la Marlen Dietrich. Me sentía tan sexy como esas de la tele. Me descontrolé. Ese día me comporté como una verdadera zorra, me moría de ganas por follar ¡qué vergüenza, Señor! El viejo se portó como un jabato, es un diablo con las manos y la lengua. Y tranquilo ¿eh? Sin prisas, casi me deja sin aliento, venga dale que te pego con la cabeza entre mis piernas. No como Ramón que pim, pam, pum, y a roncar, que ya no es lo que era, yo creo que lo hacemos por costumbre o porque de vez en cuando hay que dar salida al instinto, que si no… de qué. Y yo me empleé a fondo para ponérsela a tono, para luego cabalgarlo como un yegua salvaje. El viejo… ¡qué cabrón! que antes de morirse me regala las pieles, antes de que se las lleve alguna sobrina, mejor que las tenga yo. ¿Qué le iba a decir yo a Ramón si vengo a casa con eso? Ese día casi me pilla, en la ducha estaba cuando entré con el corazón en un puño. Que estaba de charla con la vecina, me inventé.


Se está vengando porque al día siguiente le dije que no podía subir más, si se entera Ramón me mata y últimamente lo encuentro muy raro, parece que anda siempre cavilando. No tengo ganas de líos, no estamos ya para estas cosas, Matías, le dije. Se enfurruñó un poco pero parecía que lo había tomado bien. Qué cándida eres, Antonia, me respondió, ándate con ojo con tu Ramón, que no es oro todo lo que reluce. ¡Anda! ¿y ahora? ¿qué quieres decir con eso? ¿no estarás celoso? No te enfades, mujer, no me hagas caso, manías de viejo. Si cambias de opinión ya sabes que te estaré esperando.


– ¡La madre que lo parió! Ya está otra vez… toc, toc, toc, toc.

– ¡Joder! Antonia, no me des esos sustos.

– Me voy a volver loca, así no hay forma de descansar. Yo le mato, le mato y le meto el bastón por el culo.

– ¡Qué bruta eres! No digas tonterías. En el botiquín puse unas pastillas para dormir, tómate una, o dos mejor.

– ¿Pastillas? ¿Desde cuándo tomas pastillas para dormir?

– No son mías, se las dejó Arturo en mi coche hace unos días, el compañero del curro que tenía depresión, y las subí a casa por si hacían falta.

– ¿Me harán efecto?

– Siiiiiiií, anda tómate dos y verás cómo te duermes.


– Antonia, el asunto es complicado. Confía en mí y cuéntame lo que pasó, soy tu abogado y tengo que saber la verdad.

Ya te lo he dicho, yo no maté a D. Matías ¿por qué iba a hacerlo? Esa noche me tomé dos pastillas para dormir y por la mañana me tuvo que llamar mi marido porque ni siquiera oí el despertador.

– En la casa hay huellas tuyas por todas partes, hasta algún que otro vello púbico han encontrado, y el ADN no miente.

– Sí, estuve allí otros días, te lo confesé, fue una locura, pero no le maté, dormí toda la noche.

– Tu marido dice que sobre las cuatro de la mañana se despertó y no estabas en la cama, pero pensó que te habías levantado al baño.

– ¡Díos mío! ¿ha dicho eso? no recuerdo haberme levantado.

– Y luego está lo de que ibas a matarle y meterle el bastón por el culo.

– ¿También te lo ha contado? Pero… pero… son cosas que se dicen pero nunca se hacen. Estaba nerviosa, no me dejaba dormir con sus paseos.

– Sí, Antonia, pero es que el viejo tenía el bastón metido por el culo.

– ¿Crees que soy capaz de matar a alguien porque no me deja dormir? ¿Eh? ¿Qué motivos tenía yo para matar a ese pobre viejo?

– Tranquilízate, quizá tuviste miedo de que se lo contase a Ramón, no se, igual lo hiciste bajo los efectos de esas pastillas.

– Esas pastillas me dejaron grogui.

– Mira, te voy a ser sincero, creo que deberíamos estudiar el declararte culpable y conseguir algún trato con el fiscal. Dentro de unos días te traigo la propuesta y hablamos.


– ¿Cómo estás Ramón? Lo siento, lo siento mucho, se me cae la cara de vergüenza, no se lo que me pasó, perdóname por favor. Insúltame, dime lo que quieras, pero perdóname.

– No hablemos ahora de eso, mujer, lo importante es que te pongas bien.

– ¿Qué me ponga bien? ¿Qué quieres decir?

– Pues no se, yo creo que quizá perdiste la cabeza, llevabas tres días sin dormir, los nervios por… bueno… por tus visitas a su casa, igual las pastillas te hicieron alguna reacción.

– ¿También tú crees que yo le maté? ¿Me ves capaz de hacer daño a alguien?

– Tampoco te creía capaz de comportarte como una puta, que disfruta follando con un viejo baboso… y mira. Deberías haber sido más cuidadosa, ni siquiera cambiaste las sábanas de la cama, aún olían al perfume ese que usas.

– ¿Cómo lo sabes?... cabrón. Eres un asesino, hijo de puta, te voy a matar, cabrón.

– Guardías, guardías por favor, no se lo que le pasa a mi mujer, se ha vuelto loca, llamen a un médico… ¡rápido! Necesita un tranquilizante.


Ahí va, cogido del brazo de su amante. Ha venido a verme sólo para joderme, se ha asegurado bien de que me encierren por una larga temporada. No es oro todo lo que reluce, qué razón tenías Matías. Y lo que más me jode es ver a esa zorra con tu abrigo.





2 comentarios:

hippie pirata dijo...

Precioso y divertido.
Una historia de mujeres y hombres a cual más zorro.

Des dijo...

Gracias, Pau.
Los zorros y las zorras siempre me han caído simpáticos.
Un beso.