Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

lunes, 8 de diciembre de 2008

Jhonny

(Imagen: Río Caudal, Mieres)

Jhonny se desperezó y bostezó ruidosamente cuando despertó de la siesta que acababa de echar, acostado a la sombra de un viejo castaño.
Eran las tres y media de una calurosa tarde de verano y todo a su alrededor permanecía en silencio. Su familia y los demás componentes del circo dormían todavía y los animales descansaban también en sus respectivas jaulas.
Hacía tres días que el circo había llegado a la Villa de Mieres con motivo de las fiestas de San Juan y como cada año habían levantado las carpas en el descampado a la orilla del Río Caudal, aquél río de aguas negras que tanto gustaba a Jhonny.
El chico se lavó un poco y entró en el camión en el que vivía para cambiarse de ropa. Tenía que dar buena impresión, pensó, tenía ante sí una especie de reto que a su edad podía convertirse en toda una aventura.
Siempre que el circo llegaba a una nueva ciudad, Jhonny aprovechaba los ratos libres para darse una vuelta y conocer a los chavales de su edad. Le gustaba convertirse en un momento en el centro de atención de la chiquillería, que admiraba y envidiaba su vida circense, y que él procuraba mantener contando historias y aventuras adornadas con algunas fantasías inventadas por su desarrollada imaginación.
Eso mismo había hecho la tarde anterior. Pasó un rato por el parque Jovellanos, donde dejó boaquiabiertos a los grupos de niños y niñas que olvidaron sus juegos para admirar las piruetas que aquél muchacho realizaba subido en sus patines. Cuando se sintió aburrido, se los colgó de forma displicente sobre el hombro y se fue caminando orgulloso.
Iba de vuelta al descampado cuando la vió. Estaba sentada comiendo pipas en un banco del pequeño parque que había junto al cuartel, mientras escuchaba atentamente a una niña algo más pequeña que estaba a su lado. Jhonny se quedó de pie apoyado en el tobogán observándola con disimulo. Le pareció que ellas no conocían a los niños que jugaban en el parque, reunidos en pequeños grupos y que les lanzaban furtivas miradas de curiosidad de vez en cuando. La niña debía tener algún año menos que Jhonny, diez le echó él a ojo, aunque su rostro reflejaba la seriedad de una persona adulta, tenía el cabello muy rubio que contrastaba con su piel morena bronceada por el sol, y en algún momento en que dirigió su mirada hacía donde él se encontraba, la percibió inquisitiva y fría. La pequeña charlaba sin cesar con expresión risueña y miraba a todas partes con los ojos muy abiertos, como si estuviese contando algo excepcional. No, definitivamente, no eran de allí, no tenían ese acento cantarín de los asturianos, seguramente estarían pasando las vacaciones.
En un momento en que dos columpios quedaron vacíos, ellas se levantaron y fueron a ocuparlos. La mayor ayudó a la pequeña a sentarse en el suyo y empezó a empujarla mientras no le quitaba ojo al otro, preparada para ocuparlo si a alguien se le ocurría venir a quitárselo. Cuando le pareció que había impulsado lo suficiente para que el columpio adquiriese la altura adecuada, le llegó a ella el turno de sentarse. Una idea se abrió paso en la cabeza de Jhonny: se ofrecería a empujarla, como todo un caballero, pero quizá esperaría a que ella le dirigiese una mirada suplicante. Nada de eso sucedió, cuando se dio cuenta, la niña, que había echado hacia atrás el columpio todo lo que podía, con un rápido brinco se colocó en el asiento y empezó a darse impulso estirando y doblando las piernas con fuerza, para alcanzar en un momento una altura considerable. Bien, ahora vería de lo que él era capaz.
Una sóla mirada bastó para desalojar al chaval que ocupaba el tercer columpio, al lado de la muchacha, que se balanceaba sin prestarle apenas atención. Jhonny se impulsó con fuerza una y otra vez hasta que la alcanzó y aún siguió subiendo cada vez más alto, tanto que por un momento creyó que acabaría dando una vuelta de campana. Sintió como se ponía pálido y en un intento por disimular el susto se puso a silbar mientras dirigía una mirada de suficiencia hacía su vecina. Esa vez ella le devolvió la mirada y a Jhonnny le pareció percibir un matiz burlón lleno de malicia.
Luego la niña dio un salto que la apeó del columpio aún en marcha y fue a ayudar a bajar a la pequeña. Se marcharon cogidas de la mano. Él permaneció allí sentado un rato mientras las veía alejarse hasta desaparecer en un portal de una finca cercana.
Hoy iba a ser su revancha, le enseñaría a esa niña quien era Jhonny.
Se miró por última vez al espejo y le gustó la imagen que le devolvía. Se había puesto una camiseta blanca que marcaba sus incipientes músculos, un pantalón vaquero y sus botines de piel bien lustrados con grasa de caballo. Para rematar su atuendo, se puso su cinturón de la suerte hecho con un puñado de monedas de dos reales cosidas en el cuero.
Cuando llegó al parque la frustración se apoderó de él: no había rastro de la muchacha. Quizá era un poco pronto, pensó, y se sentó en un banco sin perder de vista el portal por el que había desaparecido la otra tarde. No había pasado media hora, que a él se le hizo eterna, cuando la vió salir acompañada de la pequeña. Ella también llevaba vaqueros y una camiseta corta que dejaba al aire un trozo de piel morena. Le gustaban las niñas con pantalones, aunque eso le imposibilitase vislumbrar sus braguitas entre los vuelos de la falda cuando aceptaban que las empujase en el columpio.
Al pasar por su lado, la pequeña le dirigió una tímida sonrisa, pero ella ni le miró siquiera, como si fuese invisible. Esta vez se dirigieron a uno de los columpios dobles con forma de barca, y después de acomodar a su hermana, ella se colocó en el medio con las piernas abiertas, un pie apoyado en cada lado y cogiéndose a las cadenas empezó a balancearlo para tomar altura. Jhonny no lo pensó más y de un salto se plantó frente a ella sincronizando sus movimientos para entre los dos impulsar la barca de hierro. Los ojos de la niña echaban chispas cuando se clavaron en los suyos, y él pensó que era capaz de pegarle, pero la pequeña empezó a palmotear alegremente y a reír agarrada con las dos manos para no caerse y la furia que reflejaba su rostro desapareció al instante.
Luego ella se sentó frente a su hermana y Jhonny siguió durante un rato de pie entre las dos, haciendo ostentación de su fuerza, pavoneándose como había visto hacer a los protagonistas de las películas.
¿Te gusta el circo? – le dijo cuando se sentó a su lado. Ella no dijo ni sí, ni no, hizo un gesto que podía significar algo así como “bueno”. Yo trabajo allí – dijo Jhonny orgulloso, seguro de impresionarla. ¿De payaso?- contestó ella, otra vez con aquella sonrisa burlona llena de malicia. Eso era una puñalada trapera, pero él no se amedrantó. No, listilla, mañana por la noche debuto como trapecista con mi familia. ¡Ah!- dijo por toda respuesta, pero a Jhonny le pareció notar un deje de admiración en ese escueto ¡ah!.
Si queréis podéis venir a verme – insistió el muchacho. Y fue la pequeña quien vino en su ayuda. ¡Sí!¡sí! yo quiero ir, anda, di que sí ¿de verdad podemos ir al circo?. El muchacho se mostró ahora orgulloso. Podéis venir mañana por la mañana y os lo enseño, tenemos tigres, leones, elefantes… seguro que os gusta, y os lleváis las entradas para la función de la noche ¿vendréis?. Y se le escapó sin querer cierta urgencia por conocer su respuesta. Iremos, dijo ella. Bien – respiró tranquilo – preguntad por Jhonny, ese es mi nombre.
Si esperaba que ella le dijese el suyo, se equivocó. Se levantó con un “tenemos que irnos, hasta mañana” y cuando llevaba un buen trecho andado, se volvió como quien olvida algo y le gritó: “gracias”. Bueno, no todo había salido mal, pensó el chaval, aunque hubiese preferido algo más de ilusión, o que mostrase un poco de interés o sorpresa ante su nombre: Jhonny... a él le parecía que sonaba a heroe americano. No iba a decirle que en realidad se llamaba Juan Felipe, después de lo que le había costado que su familia aceptase llamarle Jhonny, su nombre artístico. Ahora todos le llamaban así, todos menos su abuela, claro, que era muy cabezota.
Jhonny se acostó temprano deseando que la noche pasase pronto y aunque estaba nervioso tanto por su próximo debut como por la esperada visita de la niña, no tardó en quedarse dormido como un tronco. A la mañana siguiente se levantó temprano y ayudó en lo que pudo para poner a punto todo lo necesario para la sesión de la tarde, luego fue a ensayar por última vez su número. En ésas estaba cuando,desde lo alto del trapecio, las vio entrar en la carpa. Iban acompañadas de su hermana mayor que a sus espaldas ponía los ojos en blanco y se burlaba de él con gestos que Jhonny interpretó como de “tonto enamorado”. ¡Hola!- les gritó- enseguida termino. Y se dispuso a ejecutar el salto mortal que le lanzaría hasta las manos de su padre, colgado boca abajo y balanceándose enganchado con los pies en otro de los trapecios.
Mientras volaba por los aires imaginó a la muchacha con la boca abierta por la admiración y el corazón latiendo con el redoble de los tambores que acompañaban su pirueta.

... Podría terminar así. O no.




4 comentarios:

Anónimo dijo...

Debutar como trapecista —ese primer salto mortal— y delante de la muchacha que le ha robado los ojos.
El muchacho no sólo ve como los ojos y la boca de ella se encienden, sino que desde allí arriba oye el corazón de la muchacha: pom, pom; pom, pom. Aquellos latidos redoblan abajo por él ¡Sólo por él!
Qué instante para el muchacho.

Magníficas palabras, tu final, para un buen álbum de sueños, o de fotos.
Y es que, según qué casos, unas pocas palabras valen más que mil imágenes.
No se me ocurre mejor final para una historia que ese vuelo rebosante; es como congelar un sueño mientras se realiza para que no se eche a perder.
Y además: lo que ocurra luego a los dos muchachos pertenece a su intimidad, y los escritores son escritores, no paparachis.

Te felicito.


P.D. ¿Alguien podría pensar que los padres del muchacho le van hacer ensayar su salto sin red?

Des dijo...

Gracias por tu felicitación.
También yo pienso que es un buen final, y que cada lector imagine el resto de la historia.

Podría haber contado que disfrutaron durante unos días de ese inocente amor de chiquillos, que en la noche de San Juan fueron a la plaza del Ayuntamiento de Mieres y bailaron alrededor de la hoguera, cogidos del dedo meñique y cantando aquello de:
¡Ay! un galán d'esta Villa
¡ay! un galán d'esta casa
¡ay! él por aqui venía
¡ay! él por aquí llegaba...
Luego el circo siguió su camino y la muchacha volvió a su ciudad de origen.
Al pasar de los años Jhonny sigue sintiendo aquellos latidos cada vez que realiza su salto mortal, y ella, la muchacha, se acuerda de él cuando escucha su nombre en alguna película americana.

Pero eso sería el despertar de un sueño para acabar convertido en un recuerdo.

Des.

Tania Alegria dijo...

Buenísimo, Des, como toda la prosa esculpida por tu pluma privilegiada.

Ya que hablan de finales, aporto uno más, que tampoco cierra la posibilidad de que cada lector imagine el resto de la historia (Anónimo, seamos sencillos y olvidemos la poca posibilidad de que el padre fuese a ensayar con el hijo el salto mortal sin red...):

...luego fue a ensayar por última vez su número. Se preparaba para ejecutar el salto mortal que le lanzaría hasta las manos de su padre, colgado boca abajo y balanceándose enganchado con los pies en otro de los trapecios cuando la vio entrar en la carpa. Imaginó a la muchacha con la boca abierta por la admiración y el corazón latiendo con el redoble de los tambores que acompañaban su pirueta y se lanzó al vacío.

Abrazos Des y Anónimo.

Marién

Des dijo...

Me encanta que una historia abra un variado número de posibles finales, y no es la primera vez que al cabo del tiempo vuelvo a retomar alguna y sigo con ella aunque en un primer momento la hubiese dado por terminada. Es como con las películas que dejan opción a una segunda parte.
Gracias, Tania.
Des.