Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

miércoles, 31 de diciembre de 2008

Ginés, yo y otras circunstancias (Seis)


Me metí en el baño y en contra de mi costumbre, cerré la puerta por dentro. No acababa de fiarme de él, ni tampoco de mí, así que mejor evitaba tentaciones. Me di una ducha rápida, deleitarme bajo el chorro del agua caliente pensando que Ginés estaba al otro lado de la puerta abría de par en par las puertas de mi imaginación y me colocaba en un estado de excitación continua. Para expulsar de una vez mis lujuriosos pensamientos me puse a canturrear los últimos éxitos de los cuarenta. Luego me enfundé en el albornoz procurando taparme hasta el cuello y en rápida carrera salvé la distancia entre el baño y mi habitación cerrando tras de mí la puerta. Respiré aliviada, había conseguido superar con éxito la primera prueba de fuego.

Tardé casi una hora en arreglarme, inundé la cama con montones de prendas de vestir sin decidirme por ninguna, para acabar vistiéndome precisamente con lo que no debía: un ajustado vestido que marcaba ostensiblemente mis caderas y botas con tacón de vértigo. No pude quejarme cuando al salir, Ginés me obsequió con una mirada de admiración, que recorrió centímetro a centímetro mi cuerpo. Yo me lo había buscado y lo peor es que en mi fuero interno sabía que lo había hecho a propósito con el ánimo de provocarle. La mala conciencia por desear al novio de mi madre empezó a remorderme, pero me la quité de encima con cajas destempladas, una no puede estar siempre reprimiendo sus instintos y al fin y al cabo ¿qué daño le hacía a mamá que me divirtiese un rato con su novio? no iba a desgastárselo.

¿Vamos? Y él se levantó obediente dispuesto a seguirme mientras observaba goloso mi trasero. Pateamos durante horas el centro de la ciudad mirando escaparates sin decidirnos por nada en concreto, barajamos unas cuantas opciones: un bolso, un pañuelo de seda, alguna joya, un perfume, lencería fina, zapatos… pero no acabábamos de convencernos. Estaba cansada y me apetecía tomar algo freso, estábamos ante la puerta de unos grandes almacenes, así que pensé que podíamos entrar a dar un vistazo y de paso tomar alguna cosa en la cafetería de la última planta. Ginés aceptó mi propuesta.

Mientras caminábamos entre el gentío, mirando las estanterías por si en algún momento dábamos con el objeto de nuestro deseo, yo sentía la respiración de Ginés cerca de mi cuello, y la cercanía de su pecho rozando apenas mi espalda. La atraccíón volvía a hacerse dueña de la situación y un cálido cosquilleo subía por mis piernas hasta alcanzar el centro de mi sexo.

Cogí al vuelo un par de pantalones y una blusa de seda, agarré la mano de Ginés, que me miraba sorprendido, y me dirigí decidida hasta los probadores arrastrándole conmigo. Una vez dentro del pequeño cubículo me senté en un estrecho banco adosado a la pared al tiempo que, a estirones, me subía la falda hasta la cintura. Abrí las piernas y le ordené con la mirada la posición que debía adoptar, él, obediente se arrodilló ante mí. Luego dibujé con el dedo la dirección que debía seguir su lengua, desde la punta de mi bota hasta el centro del diminuto tanga que cubría mi sexo. Sus ojos y los míos no dejaron de mirarse un instante mientras la lengua recorría despacio la fina y lustrosa piel de mis botas, continuando después sobre la negra seda de las medias. Cuando su húmeda caricia hizo contacto con la carne desnuda de mis muslos, mi sexo palpitaba de deseo. Él se demoraba dibujando círculos que erizaban mi piel y yo deseaba coger su cabeza entre mis manos y empujarle con fuerza entre mis piernas. Pero me esforcé por controlar aquel impulso pues la espera me mantenía en ese punto de total excitación que hacía que la más ligera caricia me encendiese. Por fín sentí su lengua sobre mi clítoris a través del fino tejido del tanga que estaba ya empapado. El maldito la manejaba bien, tan pronto la aplanaba de forma que de un solo lametazo me cubría por completo el sexo, como la enrollaba de manera que se tornaba puntiaguda y se colaba bajo la tela con un rápido movimiento que golpeaba mi clítoris inflamado dejándolo temblando de puro placer.

Ya no iba a esperar más, aparté a Ginés con la punta de la bota, me desprendí del tanga y volví a abrirme de piernas, invitándole a que terminase lo que había empezado. Sin pensarlo dos veces, hundió la cara entre mis piernas y se dedicó a lamer, chupar, morder y penetrarme con aquella lengua que hacía que mi cuerpo se retorciese como si estuviese poseido por el demonio. Me corrí en su boca entre jadeos que intenté silenciar tapándome la boca. Cuando sentí las piernas en condiciones de sostenerme me puse de pie y le ofrecí mis redondeadas nalgas. No tardo más que unos segundos en buscar con su endurecido pene la entrada de mi sexo. Sus manos sujetaban fuertemente mis caderas mientras empujaba con fuerza. Fue entonces cuando la imagen de papá con tía Margarita me vino a la cabeza ¿qué pensaría mi padre si supiera que estaba follando con el novio de mamá? Igual hasta lo encontraba divertido. Estaba preguntándome si estaría enterado de la nueva relación de su ex esposa, pues aún no habíamos tenido ocasión de vernos y hablar de ello, cuando Ginés aceleró sus embestidas y sentí su semen caliente chocando contra las paredes de mi vagina. Luego, satisfecho y desmadejado apoyó la cabeza suavemente sobre mi espalda.

Estaba visto que lo nuestro eran los lugares públicos y de dimensiones estrechas, era el segundo calentón y si seguíamos así aquello tenía visos de convertirse en una costumbre. Mi parte malvada añadió: “una buena costumbre”.

Al final acabamos comprándole a mamá unas gafas de sol, lo primero que vimos cuando salimos a la calle, sofocados después de aquello…

(Y mañana... el desenlace)




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